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Ecuador, 11 de Mayo de 2025
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Punto de vista

Como era antes

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Hoy los que entramos a los cuarenta nos damos cuenta de que estamos viviendo en esa edad en que nuestros padres estaban cuando les daba miedo aplastar los botones incorrectos del control remoto.

¿Se acuerdan cuando llegó el primer Nintendo y uno de chico sentía una ilusión grande de que su papá o mamá agarraran el joystick y jugaran Mario Bros?

Era una proyección lógica en la que se suponía que venía una sensación de felicidad, como cuando mami nos enseñó a andar en bicicleta o cuando papi nos llevaba la cancha a pelotear. Eran nuestros héroes.

Y aunque a nosotros, como hijos, nos causaba emoción que los papás se sentaran frente al videojuego, se nos pasaba rápido cuando veíamos que no sabían muy bien lo que pasaba, ‘morían’ rapidito, se caían en el primer hueco que aparecía, y cuando había que hacer saltar a Mario, ellos también saltaban sentados en la cama y movían la palanca como si físicamente fuera posible darle una ayuda al muñeco de la tele con un envión fuerte con el cable.

En ese momento, primero, se nos caía un ídolo; después descubríamos un sentimiento que no conocíamos hacia nuestros padres: ternura; y por último, era la primera vez que nos dábamos cuenta de que éramos mejores. Y no solo mejores, sino mucho mejores que nuestros padres en algo.

Entonces nos invadía una sensación de poder que se terminaba cuando abandonaban el juego a la brevedad posible, desquitándose del ridículo demandando que terminemos los deberes.

Bueno, ahí estamos muchos ahora, con respecto a celulares, computadoras, televisores, aparatos de música.

De hecho, hasta hace poco nos parecía lo más moderno comprar CD, los mismos que reemplazaron a los casetes de VHS, los que a su vez desplazaron a los cartuchos de Betamax en los 80. Debido al auge de la experiencia de ver películas en casa, se inició un negocio conocido como los ‘betaclubes’, que consistía en el alquiler de los videos para ver en Betamax. Esta tecnología evolucionó y pasaron a llamarse ‘videoclubes’ que alquilaban casetes de VHS.

Eran departamentos llenos de estantes llenos de portadas de películas que uno escogía, había un álbum especial con el contenido de adultos, que muchos iban solo a ver las fotos y nunca pedían nada, luego de hacerse socio del club se podía llevar a casa por veinticuatro horas cualquier copia de filme.

Hoy, en la era del Netflix, esto suena como una reliquia arqueológica, como costumbre ancestral. Pero, ¿saben qué? La sensación de estar ante tanta portada de película es igual a la de contemplar la pantalla llena de opciones del SmarTV.

Esta es la era de las cosas ‘smart’: smartphones, smarTV, aparatos inteligentes; el concepto es casi extraído de la película Terminator. Hoy la tele ya no tiene una cajota de transistores atrás a la cual me gustaba espiar por las hendijas imaginándome una ciudad futurista como la de Blade Runner.

Actualmente vivo y trabajo con todos los adelantos de la tecnología, pero cuando me invade la nostalgia me alejo de todo y pego mi cara al ventilador para decir “Luke, yo soy tu padre”, y que las aspas a toda velocidad me hagan sonar como un robot. (O)

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