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Música

¿Y para cuándo la integración musical de América Latina?

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El sueño de Simón Bolívar por alcanzar la integración de “Nuestra América” como la denominó José Martí, sigue más vivo que nunca. Los gobernantes se reúnen en la Celac, Unasur y Alba para conseguir la soberanía sobre nuestros territorios, nuestros recursos y nuestra integridad cultural.

Sin embargo, con nuestra música académica no pasa lo mismo, porque el colonialismo cultural —como hoy se lo conoce— consiste básicamente en la imposición a los países dependientes de escuelas, patrones y modas de las metrópolis. Es decir, en la exportación de los productos culturales de las potencias neocolonialistas para su consumo por los países “dependientes”. Este colonialismo cultural (artístico, tecnológico y pedagógico) constituye el vehículo idóneo para la penetración ideológica, cultural y, en este caso, musical. Y digo esto, porque nuestras orquestas sinfónicas no toman en cuenta en sus programaciones a grandes compositores latinoamericanos. ¿Será porque aún no los consideran “universales” o “clásicos”, o porque simplemente son parte de nuestro folclore?

Pregunto: ¿Quién puede reconocerlos si aún no han sido difundidos, conocidos o interpretados por nuestras propias orquestas? ¿O a la hora de programar, hay un aberrante menosprecio por el pensamiento y sentimiento musical latinoamericano? ¿Qué tienen las obras de los compositores europeos que no tengan las obras de los compositores latinoamericanos? Veamos:

1. ¿Cuál es la diferencia en cuanto al valor estético entre el concierto para violín y orquesta del europeo Félix Mendelssohn y el concierto para violín y orquesta del compositor panameño Roque Cordero (ganador del Premio Koussevitzky de 1974)? No podemos emitir ningún criterio porque aún no ha sido interpretado el concierto del panameño Roque Cordero por nuestras orquestas sinfónicas, ¿verdad?

2. ¿Qué tiene la sinfonía ‘Nuevo Mundo’ del europeo Antonin Dvorak (inspirada en canciones primitivas de indios y blues de negros americanos), que no tenga ‘La Sinfonía India N°.2’ (1935) del latinoamericano Carlos Chávez?

3. ¿Cuál es la diferencia entre ‘La Consagración de la Primavera’ del ruso Igor Stravinsky y la ‘Cantata para América Mágica’ Opus 27 (1960) del argentino Alberto Ginastera? No podemos comparar si solo se ha interpretado la obra del ruso y no conocemos la del latinoamericano.

4. ¿Cuál es la diferencia entre el concierto para guitarra y orquesta del italiano Antonio Vivaldi y el concierto para guitarra y orquesta del brasileño Heitor Villa-Lobos? Lamentablemente no podemos comparar, valorizar, ni siquiera comentar porque aún no conocemos a este último por nuestras orquestas sinfónicas.

Y podríamos seguir comparando largamente, sin embargo, lo que existe esencialmente a la hora de programar es un neocolonialismo cultural, una dominación ideológica que pesa como una montaña sobre el cerebro de los presidentes del directorio, directores de las orquestas sinfónicas y músicos académicos ecuatorianos. Continúan repitiendo las mismas obras de los llamados “universales” y “clásicos” compositores europeos: Bach, Mozart, Beethoven, Brahms, Mahler y demás; dejando de lado a los compositores latinoamericanos que han sido olvidados y menospreciados en el más terrible anonimato.

Si nuestros estudiantes de música no conocen el sentimiento musical latinoamericano a un nivel académico, no pueden tener inspiración propia, no pueden continuar con nuestra trayectoria. Si no conocemos lo que han dejado como legado los compositores mexicanos, cubanos, colombianos y demás, están negando la fuente de inspiración propia. La música académica europea —con todo respeto— no es nuestra, la podemos conocer como europea, pero no es obligatorio que se imponga como molde “universal”, es simplemente música clásica de Europa. Al negar la difusión de la música académica latinoamericana, están negando al más alto nivel de composición, nuestra música popular. Están negando nuestro sentimiento y pensamiento musical en su expresión más elevada y esto es lo más condenable porque no han difundido su conocimiento durante décadas, a pesar de que los integrantes de las orquestas sinfónicas viven, comen y ganan sus salarios de nuestros impuestos, en nuestro territorio latinoamericano, ecuatoriano.

Revisando la programación de los últimos diez años que las orquestas sinfónicas de Quito, Guayaquil, Cuenca y Loja han presentado al público, solo el 2% son obras de compositores latinoamericanos. Dudo de que el desconocimiento de nuestros compositores por parte de los directores nacionales: el ambateño Álvaro Manzano de la Orquesta Sinfónica Nacional, el europeo (nacionalizado) David Harutyunyan de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, del ambateño Medardo Caisabanda de la Orquesta Sinfónica de Cuenca y de la quiteña Andrea Vela de la Orquesta Sinfónica de Loja, sea casi absoluto. Tanta marginación del pensamiento y sentimiento musical latinoamericano ha llevado a mantener en el público ecuatoriano un neocolonialismo auditivo. Pregunto, ¿para estos directores no existe el sentimiento latinoamericano?, no creo; en Venezuela existe un gran director joven: Gustavo Dudamel que permanentemente incluye en sus programas música académica latinoamericana —incluso difundiéndola alrededor del mundo—, obras como ‘Sensemayá’ del mexicano Silvestre Revueltas, ‘Cantata para América Mágica’ del argentino Alberto Ginastera, ‘Cantata Criolla’ del venezolano Antonio Estévez y decenas de obras más.

 

Una celebración lamentable: La Orquesta Sinfónica de Guayaquil en sus 65 años de existencia

El caso de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil constituye un ejemplo aún más lamentable de esa colonización cultural. Celebrar 65 años de vida institucional con música de compositores europeos es como celebrar la fundación de Guayaquil con el himno nacional de España. O la otra programación, impulsada por el presidente del directorio, Rolando Panchana, “con el reconocido cantante español Dyango”, en una velada que se desarrolló el 10 de noviembre de 2014 con motivo de las festividades de “la costera provincia del Guayas”.

¿Por qué no celebrar con música de los grandes compositores latinoamericanos? ¿Por qué no programar para esta fecha tan especial para la Orquesta de Guayaquil con obras del compositor ecuatoriano Gerardo Guevara, del brasileño Heitor Villa- Lobos, del mexicano Silvestre Revueltas y otros de Nuestra América? No solo que hubiera despertado el interés en el público por lo nuestro, sino la curiosidad por conocer a los compositores latinoamericanos que brillaron por su ausencia. Además, hubiera constituido un gran inicio para acercarnos hacia grandes compositores como el cubano Alejandro García Caturla, el chileno Pedro Humberto Allende, el mexicano Carlos Chávez, el panameño Roque Cordero y otros, desconocidos por el público guayaquileño. Pero no, había que seguir fortaleciendo ese neocolonialismo programando los mismos compositores europeos (Beethoven, Mozart y Brahms) que para nuestra celebración están temporal y espacialmente fuera de nuestro sentimiento y pensamiento como ecuatorianos y latinoamericanos.

Como el director de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil —el europeo nacionalizado David Harutyunyan— es el mismo desde hace 13 años, la programación europeizante de la orquesta no va a cambiar para el futuro. Sin embargo, un cuestionamiento, una crítica es necesaria porque se trata de nuestra identidad musical, de nuestro sentimiento y pensamiento como latinoamericanos y ecuatorianos. No podemos seguir haciendo el papel de locos autodestructivos, de extranjeros nacionalizados que no quieren asumir el sentimiento musical latinoamericano. En otras palabras, no cuestionar en estos momentos que se habla de la unión latinoamericana, que se practica el fortalecimiento de nuestra unificación como naciones; no hacerlo sería negar la posibilidad de conocer a los grandes compositores latinoamericanos que por décadas han sido olvidados por nuestros músicos académicos; no criticar esa sumisión de colonizados sería como correr detrás de lo concreto y quedarnos inmóviles en el esquema de colonos.

Aún hay tiempo para rectificar semejante olvido por lo nuestro, el nuevo presidente de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, el violinista Jorge Saade Scaff, debería persuadir por este cambio no solo en la programación sino en la mentalidad de los miembros de la orquesta para que no continúen marginando el pensamiento y sentimiento musical latinoamericano, porque tal situación de dominación colonial ha llevado a mantener en el público ecuatoriano una ignorancia casi completa por nuestros grandes compositores, que son más de un centenar —como añadimos en el anexo— y cuyas obras reposan en el más injusto olvido.

 

Anexo

1. Durante el siglo XX un grupo significativo de compositores de América Latina alcanzó el reconocimiento internacional. Alberto Ginastera, Carlos López Buchardo, Carlos Guastavino, Luis Gianneo, y Astor Piazzolla de Argentina; Heitor Villa-Lobos, Camargo Guarnieri, Luciano Gallet y Francisco Mignone, Ricardo Santoro y Osvaldo Lacerda de Brazil; Luis Humberto Salgado de Ecuador; Antonio Lauro, Juan Bautista Plaza, Antonio Estévez e Inocente Carreño de Venezuela; Manuel Ponce, Carlos Chávez, y Silvestre Revueltas de México; Domingo Santa Cruz, Pedro Humberto Allende, Carlos Isamitt y Juan Orrego-Salas de Chile; Guillermo Uribe-Holguín, Luis Antonio Escobar, Roberto Pineda Duque, Antonio María Valencia, Francisco Zumaqué, Blás Emilio Atehortúa, Jesús Pinzón Urrea de Colombia; Teodoro Valcárcel de Perú; Ernesto Cordero de Panamá, Eduardo Caba de Bolivia, Ernesto Lecuona de Cuba y Héctor Tosar y Eduardo Fabini de Uruguay. Mientras que durante el último tercio de siglo los compositores destacados se acrecentaron destacando además: Mario Davidosky y Osvaldo Golijov de Argentina; Leo Brouwer, Aurelio de la Vega y Tania León de Cuba; Gabriela Ortiz y Mario Lavista de México; Héctor Campos-Parsi y Roberto Sierra de Puerto Rico; Paul Desene de Venezuela; Gustavo Becerra Schmidt de Chile; José Serebrier y Miguel del Águila de Uruguay; Edino Krieger, Egberto Gismonti y Marlos Nobre de Brasil, quienes son reconocidos a escala mundial por su calidad artística. 

 

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