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Retrospectiva

Vida, pasión y muerte de las revistas culturales en Ecuador

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Las revistas culturales son espacios fundamentales no solo para el ejercicio crítico, sino para revelarnos nuevas voces, promover y difundir actividades, testimoniar y fotografiar un momento de la cultura de una ciudad o un país. Además son espacios suscitadores de reflexión y debate. No importa que sean efímeras y que América Latina, y el mundo, sea un gran cementerio de revistas, porque mientras unas mueren, otras nacen.

No es un buen momento para las revistas culturales independientes en Ecuador. De las pocas que existen, la mayoría agoniza, lo que es más doloroso que la misma muerte. Intentan sobrevivir en medio de la angustia y la desesperación de sus editores. Es el caso, por ejemplo, de El Búho, Anaconda y Eskeletra. Los fanzines, en cambio, viven su mejor momento. Eso sí, con tirajes pequeños y, por tanto, escasa circulación.

Todo esto a propósito del artículo ‘El tiempo de vida de las revistas culturales’ publicado en la edición 209 de CartóNPiedra (25 de octubre, 2015). Y lo mismo con dos artículos similares y con el mismo propósito —realizar un recorrido por las revistas culturales del Ecuador— que se publicaron en la revista Encuentros, del Consejo Nacional de Cultura (N° 10, 2007) de Omar Ospina; y en Imaginaria, revista de cultura del Gobierno de la provincia de Pichincha (N° 10, marzo de 2012) de Irving Iván Zapater. Vale la pena hacer algunas precisiones, reparar omisiones y complementar ese recorrido por la historia de nuestras revistas culturales.

No voy a insistir en las revistas del siglo XIX, aunque —como bien señala Zapater— la primera se publicó ya en 1889, La revista ecuatoriana, editada por Vicente Pallares Peñafiel, y circuló hasta la muerte de su promotor. Vamos a centrarnos en los últimos cuarenta años, a raíz del retorno a la democracia, y en las revistas independientes. Y de entrada, hay que insistir en ese viejo mal de la cultura ecuatoriana: su carácter de insularidad; lo que se publica en Quito, apenas se conoce en Guayaquil o Cuenta; y lo que se edita en ciudades más pequeñas, no rebasa los límites provinciales.

Inauguró la democracia una espléndida revista cultural, papel couché, full color, en la recién creada CEPE (Corporación Estatal Petrolera Ecuatoriana): la revista Espejo, dirigida por el siempre activo y querido Pedro Jorge Vera, y como editor Ronnie Muñoz Martinoux, un poeta chileno exiliado en aquellos años en Quito. Luego, el Banco Central asumiría la gestión cultural, fundamental en la preservación de nuestro patrimonio, en la configuración de un fondo editorial y también con la Revista Cultura que dejó huella en sus dos épocas: la primera presidida por Simón Espinosa e Irvin Zapater, y la segunda, en 1997, dirigida por Xavier Michelena. También desde la dirección cultural, con el siempre recordado Francisco Aguirre, se publicaron revistas de ese tipo, sobre todo cuando financió talleres culturales en varias ciudades del país.

Pero antes, en los sesenta (de 1962 a 1968) circuló la revista Pucuna, editada, con portada negra, por el grupo autodenominado Tzántzicos, que lanzaba sus dardos envenenados para reducir las cabezas del statu quo cultural. Lo integraron Luis Corral, Ulises Estrella, Antonio Ordoñez, Raúl Arias, Alfonso Murriagui, Rafael Larrea, Humberto Vinueza, entre otros. En su primer número decía: “aquí es imprescindible una revista de arte que afronte puramente los problemas para avivar y clarificar la llamada de liberación económica y mental de nuestros subdesarrollados pueblos”. Se publicaron nueve números. En 2010, el Consejo Nacional de Cultura publicó una edición facsimilar.

Después, en 1972, apareció La bufanda del sol, publicada por el Frente Cultural, en la cual, además de cuento y poesía, se incorporaron ensayos y análisis de la coyuntura cultural y política, a través de varios sociólogos que eran parte de su consejo editorial. Participaron activamente Agustín Cueva, Fernando Tinajero, Alejandro Moreano, Iván Égüez, Abdón Ubidia, Raúl Pérez, Ulises Estrella, Raúl Arias, Humberto Vinueza, Fernando Nieto Cadena, Guido Díaz, Iván Carvajal, entre otros.

Previamente había surgido, en la Universidad Central, el taller Tientos y diferencias, que también publicó una revista, en formato libro, del mismo nombre, y la conformaban Pepe Torres, Galo Galarza, Alicia Parra, Erika Silva, entre otros.

En la vereda opuesta al Frente Cultural, surgió un grupo más radical que buscaba subvertir el orden político y cultural de esos años: La pedrada zurda, una revista “con formato fálico”, como dice Omar Ospina, y que al no tener —ni querer— padrinos, circulaba cuando podía. Su primer número, el cero, aparecía en 1978 y su vida se prolongaba hasta 2005. Estaba conformada por Héctor Cisneros (el poeta de la calle), Bruno Pino, Ricardo Torres, Ramiro Oviedo, Diego Caicedo, Iván Ney, entre otros.

Editorial El Conejo, que tuvo una intensa y viva propuesta editorial en los ochenta, luego de publicar los suplementos culturales: La liebre ilustrada —con Javier Ponce, Edmundo Guerra, Raúl Borja—, Matapalo, La catedral salvaje y La manzana, que circulaban con periódicos, publicó la revista Palabra Suelta, bajo la dirección editorial de Xavier Lasso y la dirección de Abdón Ubidia. Su primer ejemplar apareció en 1987, y en su editorial se dejaba sentado su propósito: “amplia, democrática, no ortodoxa, Palabra Suelta se propone satisfacer una demanda cierta: ser espacio de difusión y discusión de aquellos trabajos teóricos, literarios, críticos, etc. que no tienen cabida en los medios de comunicación masiva”.

En el ámbito de la música hay que mencionar a la revista Traffic, que hizo época en la escena musical de los ochenta. Dirigida por Dick Torres y Roberto Aguilar, y en sus últimos números por Jorge Luis Narváez, era diseñada por Eduardo Villacís. Para entones ya estaba en circulación la revista Diners, patrocinada por la tarjeta de crédito que le da nombre. Para 1999, cambió de formato y pasó a llamarse Mundo Diners. La revista, bajo la dirección del ‘Pájaro’ Febres Cordero, acaba de llegar a su edición cuatrocientos, lo cual es sin duda meritorio.

En 1978, circuló la revista Francotiradores de Artes, desde la galería Artes que, en esos años, desarrollaba una intensa actividad artística. En la dirección estaban Alexis Naranjo y Xavier Vásconez; en la subdirección, María Eugenia Pallares, y la administraba Iván Cruz. También, en 1980, apareció Esquina, una revista de información bibliográfica dirigida en sus inicios por Jaime Zalamea, y luego por María del Carmen Burbano. El editorial de su número cuatro, decía: “cuando la producción de libros de autores nacionales queda en las bodegas de las entidades que las editan —y que generalmente pertenecen al gobierno—, se corre con el riesgo de que las ideas no se enfrenten y mucho menos de que sobre ellas recaiga un análisis”. O sea, lo mismo que podemos decir hoy, 35 años más tarde.

A inicios de los ochenta apareció la revista Posdata, una publicación de análisis y difusión de la actividad cultural, dirigida por Marco Arauz y Agustín Armas.

Con el retorno a Quito, en 1982, de Miguel Donoso Pareja y sus talleres literarios, se produjo una eclosión de revistas. Primero fue La mosca zumba, que desde el ejercicio crítico fue un zumbido para las vacas sagradas literarias. Su primer número, con ilustraciones de René Magritte, circuló en 1983. La conformábamos Byron Rodríguez, Rubén D. Buitrón, Rubén Vásquez, Pablo Salgado y Gustavo Garzón, quien luego, un 9 de noviembre de 1989, desapareció sin que hasta hoy se conozca su destino.

Poco antes, en 1981, con Byron Rodriguez, Simón Zavala y Washington Rodas, habíamos publicado en los pasillos de la escuela de periodismo de la Universidad Central la revista Caballo Verde, dedicada a la crítica, ensayo y textos de poesía.

Inmediatamente, en 1985, surge Matapiojo, desde la otra vereda, con la literatura como herramienta para la militancia política y “para socializar los medios de producción literaria”. Circulaba en formato pequeño, tipo libro, y la integraron Edwin Madrid, Diego Velasco, Pablo Yépez, Paco Benavides, entre otros. Paralelamente inició una propuesta editorial del mismo nombre, y luego K-Oz editorial. Al mismo tiempo apareció el periódico El escarabajo utópico, dirigido por el poeta Marco Núñez, asesinado a sus apenas 21 años. Luego, nacería Línea imaginaria, dirigida por Edwin Madrid, y que continúa como propuesta editorial de poesía.

En Riobamba, el taller de literatura Sacapuntas editó una revista del mismo nombre, dirigida por un gran activista cultural, Alfonso Chávez, prematuramente desaparecido en un fatal accidente de tránsito. En Ibarra, aparece la revista La Bodoquera, dirigida por Jorge Luis Narváez.

Y luego irrumpe, pícara y juguetona, La pequeña Lulupa —del tamaño de una cajetilla de cigarrillos— con la literatura como ejercicio de creación, por lo que los colaboradores renunciaban a la autoría de los textos. Al tercer número crecía en su formato, y ya se publican los nombres, entre los que estaban Alfredo Noriega, Francisco Torres (un gran poeta que abandonó prematuramente las letras para ejercer como abogado), Ramiro Arias, Leopoldo Tobar y Huilo Ruales, quien había retornado, por primera vez, desde Francia para también ser parte del taller de Donoso Pareja. Huilo llegó de Francia con un diseñador, Roland Chenel, quien —junto con Alfred Ruales— incorporó una propuesta novedosa de diseño y formatos.

Cuando varios de los talleristas tenían ya listos sus primeros libros para publicar, surgió Eskeletra Editorial, en 1989, para renovar los conceptos editoriales, así como el trato con el autor. El primer libro que publicó fue Loca para loca la loca, de Huilo Ruales.

A la muerte de La pequeña Lulupa, de su anacobero vientre aparece, en marzo de 1987, el periódico cultural Nuevadas, “un trozo de cryptonita contra la muerte”. Mordaz e implacable: “Nuevadas se escribe con Ene, así como amor se escribe con pólvora, con poema. Se prohíbe lo marchito, el costado negativo del almanaque Bristol, la caspa dominante”, decía en su primer número. A los ya mencionados escritores, nos incorporamos junto con Ramiro Ordóñez, Ramiro Oviedo, Jennie Carrasco, Miguelángel y Otto Zambrano, entre otros.

Y luego, como un salto natural, en 1990, aparece la revista Eskeletra, del tamaño de un gigante, con propuestas innovadoras de formato y diseño y que permitía mostrar lo que en Ecuador se escribía a fines del siglo XX: “saber que es una revista que no cabe en ningún anaquel, que no se deja diluir en una pila de revistas y que sirve, por lo tanto, no para guardarla sino para deshacerse de ella en manos de otro lector”, decía uno de sus editoriales. La revista tuvo una gran circulación, al punto de que se hacían varias reimpresiones de cada número.

Galo Galarza se había incorporado al equipo de Eskeletra en sus años de permanencia en Ecuador, ya que es parte del servicio diplomático ecuatoriano, y cada retorno era (es) una inyección de vitalidad y energía. Su entusiasmo permitía que la revista Eskeletra reapareciera casi en un acto de maravillosa magia. A partir del número cuatro, cambió de formato a uno más convencional. Y ahora mismo se prepara un número especial para celebrar sus veinticinco años.

Capítulo aparte merece la revista Mango, “las palabras de la piel”, que irrumpió abruptamente en la aún pacata capital ecuatoriana. Una propuesta que combinaba artículos de reconocidos escritores con los primeros desnudos de mujeres (y hombres) ecuatorianas. Muchos levantaron la cabeza y muchas se sintieron ofendidas. La dirigió Alejandro Velasco, primero, y luego Miguelángel Zambrano, con Xavier Rueda como editor. Abdón Ubidia, Pedro Saad Herrería, Jorge Martillo, Miguel Donoso, Mariela Morales, Otto Zambrano estaban entre sus colaboradores y los fotógrafos eran Raúl Yépez, Maura Black, Fabián Patiño, entre otros; y en el diseño, Alfred Ruales. Se la leía furtivamente, aunque los auspiciantes recelaban ser parte de una publicación erótica. Incluso ganó un premio Jorge Mantilla, de El Comercio, a la mejor portada de revista. Circularon más de veinte números entre 1987 y 1991. Y abrió las puertas a posteriores publicaciones, franquicias, que llegaron pobladas de mujeres desnudas, más sofisticadas, eso sí. A veces, nadie sabe para quién trabaja.

Años mas tarde, en 1995, desde ese inolvidable espacio de encuentro y gozo, circuló Seseribó, con/texto, dirigida por Roberto Rubiano, que en el editorial de su edición 4 decía: “ofrecer una visión de lo que se piensa y se escribe dentro del Ecuador sin olvidarnos de lo que se piensa, se escribe y se propone lejos del Ecuador”.

Sin duda, hay que destacar a País Secreto, una revista de ensayo y poesía dirigida por Iván Carvajal, que apareció en junio de 2001, en papel Kimberly y con ilustraciones de Rubén Vásquez. Su consejo editorial lo integraban Fernando Albán, Cesar Carrión, Cristina Burneo, Alfonso Espinosa y Raúl Pacheco. En su primer número decía: “es una apertura a lo por-venir: hacia la poesía y el pensar que están en camino, que advienen hasta nosotros, en esta frontera de Occidente, en el lugar y el tiempo extremos de Occidente en que nos es dado habitar”. La revista contaba con el auspicio económico de Chevrolet. Cuando terminó su auspicio, País Secreto desapareció.

La revista Caracola, fue —¿es?— un espacio de creación para las mujeres. La dirigía Raquel Rodas y se la editaba desde el Taller Manuela. En su editorial del número cuatro se afirmaba: “en la crítica literaria se da una fuerte tendencia a diluir lo específicamente femenino en el paradigma falogocéntrico”. Su primer número se editó en Quito, en 2001.

En años recientes, aparecieron —y desaparecieron— varios espacios para la poesía, como Ourovourus, liderada por YanKo Molina y Javier Cevallos P., de la que se editaron cuatro números, o El Periódico de poesía, bajo la dirección de Carlos Garzón, y Ruido Blanco, con el auspicio del Consejo Nacional de Cultura.

En teatro, cabe mencionar a la revista La última rueda, publicada por la Universidad Central y dirigida por Santiago Rivadeneira; su primer número apareció en 1974 y el último, en 1999. Después, el grupo Malayerba publicó la revista Hoja de teatro, dirigida por Roberto Sánchez. Y en años recientes, El apuntador, dirigida y gestionada por Genoveva Mora, que hace una gran contribución para la reflexión y la crítica de las artes escénicas, enbuenahora, aún circula en su versión digital.

En el campo del cine, hay que mencionar a 1x1, dirigida por Ulises Estrella, quien luego del fin del grupo Tzántzicos se dedicó al cine, primero en la Universidad Central, con su cine club, y luego en la Casa de la Cultura en la Cinemateca Nacional que hoy lleva su nombre, y en donde editó la revista Cine Ojo. En 1999 aparecía Cuadernos de Cinemateca, dirigida por Cristian León. Actualmente, y desde 2013, la Cinemateca mantiene la revista de cine 25 Watts, bajo la dirección de Isabel Carrasco.

Y por supuesto, no podemos dejar de mencionar al periódico Ochoymedio, publicado por la sala de cine del mismo nombre, inaugurada en 2000. Dirigido por Rafael Barriga, además de publicar su programación, incluía reseñas, artículos de importantes firmas y constituyó un gran aporte para el ejercicio crítico cinematográfico.

La revista de cine Zoom nació en 2010, dirigida por Pablo Fiallos. Era un magazine que “buscaba un equilibrio entre lo comercial y lo cultural; el entretenimiento y los temas de profundidad”, según su director.

Hay que añadir la revista The Film Magazine —que dirigí— y que circuló en las salas comerciales de cine con un tiraje de 30 000 ejemplares. Su primer número apareció en 2003, y el concejo editorial lo conformaban Marco Aguas, Ramiro Noriega y Jimmy Zurita. Se publicaron siete ediciones.

En 2006, aparece Retrovisor, una revista de comunicación visual que nació en la agencia Ánima, con Pablo Iturralde y Pablo Mogrovejo, y que, en 2009, circuló periódicamente gracias a un importante aporte económico del Ministerio de Cultura. Contribuyó a reflexionar sobre la identidad visual del Ecuador.

En Portoviejo, Fotograma, dirigida por Carlos Intriago, un gran esfuerzo que duró hasta donde le dieron sus sábanas. También se publicó la revista Spondylus, dirigida por Ramiro Cedeño, que cerró hace poco al quedarse sin auspicio económico del Municipio.

El búho ciego nació con diario Hoy, donde trabajaba su mentor —el periodista colomboecuatoriano Omar Ospina. Pero poco a poco, ante la incomprensión del diario, en 2003, decidió vivir por cuenta propia como El búho, “una revista para lectores”. Y no ha sido fácil; sin embargo, todavía aletea en busca de comprensión. Circula cuando puede, a veces con dos o tres números reunidos, gracias a la terquedad de Ospina.

La Campaña nacional Eugenio Espejo por el libro y la lectura es la entidad que más títulos ha publicado en los últimos años en el Ecuador. Además, publica la revista Rocinante, de un formato pequeño y manejable. Es de circulación mensual y se distribuye a través de distintos mecanismos: con la planilla de la luz eléctrica, por ejemplo, lo que le convierte en la revista literaria de mayor circulación del país. Su director es Iván Égüez, y ya va por el número 84, toda una proeza digna de admiración.

En 2005 aparece Anaconda, “cultura y arte”, dirigida por Macshori Ruales. En su editorial de la edición 31, la directora afirmaba: “Lamentablemente, el arte, el patrimonio, la cultura, al contrario de lo que producen la tecnología y la ciencia, no son vistos como necesarios, en parte porque están relacionados con lo intangible, de manera que no se integran espontáneamente o fácilmente en el consumo de la sociedad”. Macshori y su equipo siguen dando batalla, ya van por el número 42, y no desmayan en sensibilizar al sector público y privado para dar continuidad a su propuesta, que incluye la publicación de libros de arte.

En Guayaquil, el panorama de revistas culturales ha sido menos intenso con relación al siglo pasado. A pesar de todo, vale la pena mencionar a Safa cucaracha —a partir de un libro de poemas, del mismo nombre, de Fernando Artieda—, Ciudad maldita, editada por los poetas Ángel Emilio Hidalgo y Luis Carlos Mussó, y Quirófano, editada por el grupo Buseta de papel, que devino más bien en un proyecto editorial que lleva ya mas de noventa títulos.

Pero no podemos olvidar a Sicoseo, revista de la que se hicieron apenas dos números (el segundo nunca circuló) y que, sin embargo, marcó el devenir de la poesía guayaquileña. Su único número circuló en 1975, e incluía a Fernando Balseca, Fernando Itúrburu, Jorge Martillo, Fernando Nieto Cadena, Fernando Artieda, Edwin Ulloa, entre otros.

En Cuenca circuló una magnífica revista, Arca, dirigida por la poeta Catalina Sojos, y bajo el auspicio de la CCE Núcelo del Azuay. En el editorial de su primer número, que circuló en 2002, dice: “ponemos a su consideración los temas socioculturales que provocan el debate y la reflexión para, de este modo, conseguir el análisis de la realidad nacional e internacional desde las perspectiva de la cultura”.

Si bien no es, estrictamente, una revista cultural, vale la pena incluir a Ecuador infinito, “descubriendo al Ecuador”, una revista de circulación nacional con buenos textos, magnífica fotografía y cuidado diseño, que en cada número nos redescubre el Ecuador: “es una apuesta por un mejor país. Tratamos de festejar su belleza”. Es editada por Trama, cuyo director es Rómulo Moya.

Apartado especial merecen las revistas vinculadas al rock nacional. Numerosas y diversas, aunque —como el resto— intermitentes pero siempre con lectores fieles. Acero Magazine, Hard News, Fuego negro, Headbanger, Historias del lado oculto, Darkness Magazine y Rocker Magazine. En Ambato, la revista Dogma y en Guayaquil, Rock On.

Si bien la intencionalidad de este artículo es referirme a las revistas independientes, vale la pena mencionar a algunas revistas institucionales que han sido claves y referentes para la cultura del país. Letras, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, cuya primera edición circuló el 1 de abril de 1945. Luego de varias interrupciones, ahora ha vuelto, recuperando su formato inicial, y con la dirección de Irving Zapater.

También es imprescindible mencionar a Cultura, del Banco Central, en sus dos épocas: la primera a cargo de Simón Espinosa e Irving Zapater y la segunda, desde 1997, con Xavier Michelena. Al igual que la revista de música Opus (1986-1989), cuyo editor fue Arturo Rodas, y contribuyó a la difusión y promoción de la música en aquellos años. Y ahora, desde la CCE, se ha recuperado ese espacio con la revista Traversari, dirigida por el etnomusicólogo Juan Mullo.

De la misma forma, a la revista Patrimonio de Quito, editada por el antiguo Fonsal, con Carlos Pallares como director y Galo Kaliffé, como editor. Asimismo, la revista Nuestro patrimonio, del Ministerio Coordinador de Patrimonio que, durante cuatro años, y con un tiraje de 70 000 ejemplares mensuales circuló, entre 2008 y 2012, con El Comercio y EL TELÉGRAFO.

El Consejo Nacional de Cultura publicó, desde 2002, Encuentros, “revista nacional de cultura”, una magnífica revista de carácter monográfico, con un editor por número, y que, por la acefalía de la institución dejó de circular.

En 2007 apareció la revista Imaginaria, del gobierno de la provincia de Pichincha, una magnífica edición trimestral, con un notable contenido, en textos y material gráfico. Y la revista Justicia para todos, del Consejo Nacional de la Judicatura, empezó a circular en 2013 con material cultural, además del institucional. Estas tres últimas publicaciones tienen, en su nacimiento, como editor al poeta Antonio Correa Lozada.

Investigación aparte merecen las revistas académicas que circulan —y circularon— sobre todo en las escuelas o facultades de Letras de las universidades del país.

Este recuento —seguro faltarán algunas, sobre todo de provincias— nos permite ver la diversidad de propuestas estéticas y políticas de grupos y colectivos que forjaron las revistas culturales. No importa que hayan durado mucho o poco. Importa que, casi siempre navegando contra corriente, abrieron espacios para la generación y circulación de ideas, proyectos y propuestas culturales.

Como vemos, a través de las revistas culturales podemos no solo escribir —¿o reescribir?— la historia de la cultura nacional, sino también realizar un ejercicio crítico de reflexión y debate, más aún ahora que el país cultural demanda la generación de políticas públicas para la cultura, la creación del Plan Nacional de Lectura y la expedición de la nueva Ley de Cultura.

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