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Vargas Llosa: La inspiración nunca me ha pasado
Aunque las razones nunca han sido esclarecidas —no vamos a discutir aquí los rumores que corrieron—, el puñete que Mario Vargas Llosa le clavó a su colega Gabriel García Márquez fue épico: el ojo morado del colombiano simbolizaba el rompimiento del peruano con la postura política que parecían tener en bloque los autores que le daban volumen al boom latinoamericano.
A partir de entonces, los dos escritores siempre lucieron discursos irreconciliables. Desde el apoyo o el rechazo a los movimientos y gobiernos de izquierda —sobre todo la revolución cubana—, hasta la forma de concebir una obra literaria.
García Márquez dijo alguna vez que luego de años de lidiar con la escritura de Cien años de soledad, la novela “se escribió sola” en su cabeza durante un viaje por tierra a Acapulco. Aunque hace poco haya lanzado una defensa de la tauromaquia como “una fuente riquísima de inspiración”, Varga Llosa es categórico en una entrevista con The Paris Review, en la que le citan a escritores como Víctor Hugo (sobre quien escribió el ensayo La tentación de lo imposible) y García Márquez como creyentes de la “fuerza mágica de la inspiración”: “Nunca me ha pasado”. Para el Nobel peruano, “la ‘iluminación’ solo se produce durante el trabajo”.
Tiene sentido, y es una postura tan simbólica como el ojo morado que le puso al colombiano: uno idealista, otro realista. Uno de izquierda, otro de derecha. Para Vargas Llosa, la creación literaria no puede ser sino —como todo en la vida— un proceso de producción.
Son las palabras de un adicto al trabajo que cuando termina un libro, se siente vacío, ansioso, “como un alcohólico que ha dejado de beber”, y su única cura es meterse “inmediatamente a trabajar” en otro. Una fábrica de historias que ha llegado con salud a los ochenta años. Álvaro Vargas Llosa, su hijo, lo llamó “un ‘Rolling Stone’ de la literatura en español”, porque solo personas como Mick Jagger o como él pueden tener a su edad energía suficiente para seguir inventando.
Vargas Llosa es, como América Latina, una entidad contradictoria. Hasta la década de los sesenta, pensaba que solo en París podría dedicarse a la literatura. Y allí descubrió la riqueza de las letras de su región. “Hasta entonces no me sentía latinoamericano, soñaba con Francia”. Allá donde supo de “la grandeza de Borges”, que empezaba a ser popular en Europa, y conoció a sus coetáneos, que ya dibujaban lo que sería el boom: Julio Cortázar, Carlos Fuentes... Su primera novela de García Márquez, El general en su laberinto, estaba en francés.