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Poesía

Una literatura nuestra: Rubén Darío

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Hace un siglo falleció el poeta mayor del movimiento modernista. Rubén Darío, nacido en 1867 como Félix Rubén García Sarmiento, había forjado a mano metales líricos de altísima cuña; conoció el reconocimiento de sus pares y el afecto del grueso de la población.

La perspectiva, la mirada

Desde sus orígenes, el modernismo sostiene un enconado conflicto con el pensamiento burgués y con su sensibilidad. La de los poetas modernistas es la perspectiva de los ciudadanos del mundo; en fin, de cosmopolitas que se niegan a circunscribirse solamente a los feudos limitantes de un espacio autóctono. Es la del ciudadano renovado, del ser humano que se atreve a ser moderno en el sentido de estar imbuido por un espíritu nuevo y, que como tal, se impulsa hacia esforzados intentos por la renovación de las letras en sus formas y sus temáticas. Para ellos el mundo se hallaba dislocado; por eso tanto buscaban esa armonía que quizá se dejaba percibir en tiempos pasados. ¿Qué posición estética mantenían estos autores? Diríase que mantienen un pie en el pretérito, y a la vez que luchan por un pespunte nuevo. Ejercieron su magisterio en el universo lírico del continente, de la lengua, que se reflejaba en una reacción frente a su realidad a través de la evasión en el tiempo (con sus frecuentes visiones de siglos anteriores) y en el espacio (panoramas impregnados de lenguaje preciosista y culto a lo lejano). O sea, un rechazo a lo inmediato.

Y allí estaba el spleen

Sin embargo, la de Rubén Darío es angustia compartida por poetas de la misma hornada. La angustia provocada por la irritación de vivir un sistema que les es, a toda vista, incómodo a quienes poseen esa sensibilidad otra. Es como si los poetas, que ya habían sido expulsados de la República por Platón debido a sus roces con el sistema, ahora fueran los pioneros de la desazón, ‘el mal del siglo’ y se sienten en una camisa de fuerza, atados por una suerte de disciplina civil —ya no religiosa, como en la tradición escolástica— de la que desean evadirse. No le es posible ser, estar en el mundo que les rodea, y se ven sumergidos en el hastío. Perciben los primeros síntomas de la comunicación fallida; esa problemática que va a inundar las consciencias de todos, no solo de los poetas, más adelante. La manera más contundente de conjurarla es pretender sombrear al mundo con el hálito de la poesía, a fin de que la memoria de la palabra, o la palabra de la memoria, sea el refugio de todos. Había que recuperar espacios para el orden armónico en un mundo que se caía a pedazos. Y aunque José Martí fue el único autor modernista que desarrolló militancia política, los ojos de Rubén Darío y otros escritores se hallaban frecuentemente ante el espectáculo de cómo el poder se goza y se sufre.

El continente formal, los caminos

Las exploraciones estéticas fueron un motor en la vida de Darío. Continuamente se ha tildado de afrancesada a cierta preferencia temática —por ejemplo aquella devoción al ambiente parisino—, pero el poeta, desde temprana edad, indaga y persevera en estrofas prestigiadas por la tradición; a la vez recupera y reformula otras. La búsqueda de nuevas formas y continentes para la lírica fue una de las preocupaciones constantes en Rubén Darío. Buscó, se movilizó en arcaicas expresiones latinas y medievales, creyó hallar en ellas el material que pretendía. Y lo llevó, por un lado a ajustarse a moldes líricos prestigiosos como el soneto (al que se le añadieron variantes), y por otro a rozar la idea de que la preceptiva tradicional apuntalaba una camisa de fuerza para los creadores. Darío se asoma a metros que habían caído en desuso para ese entonces en la poesía en lengua castellana. Ahí están el eneasílabo, el dodecasílabo y el alejandrino, cobrando vida nueva en las composiciones de nuestro poeta. Para ejemplificar el dodecasílabo, está ‘Era un aire suave’:

Era un aire suave, de pausados giros;

el hada Harmonía ritmaba sus vuelos; e iban frases vagas y tenues suspiros

entre los sollozos de los violoncelos.

Para el alejandrino, está ‘Sonatina’:

La princesa está triste…¿qué tendrá la princesa?

los suspiros se escapan de su boca de fresa.

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso olvidada se desmaya una flor.

Además, estaban las filiaciones poéticas. Rubén Darío sabía que el poeta elige y configura su árbol genealógico. Hay figuras que influyen poderosamente en la formación de esta voz. Ahí está Víctor Hugo, por ejemplo. En Los raros, aparecido en 1896, Rubén Darío se dedica a compilar las voces de esos poetas, casi todos franceses, en un conjunto de semblanzas literarias.

Azul y Prosas profanas

La primera publicación de Azul, en Chile (1888), fue un aldabonazo en el panorama literario latinoamericano. Podría decirse que en aquel libro se hallan, a lo largo de una cátedra viva, los postulados del movimiento. Para Inés La Rocca, Azul se propone dejar por sentado que hay que defender un idealismo en peligro. “El arte no se entiende, está amenazado, pero triunfará (…) Pero por esa actitud fundamental, apenas se advierte el pozo de amargura que hay en el fondo de la obra”. Con esto, le confiere al espíritu de Darío una suerte de confianza en el futuro, que contradecía a otros poetas del movimiento. El ornato en el texto, construido en prosa y verso, fue visto por unos como emblema de las posibilidades del castellano; para otros, en cambio, el libro era un texto cuya importancia se proyectó a base de los comentarios de Juan Valera en la prensa española y su consecuente repercusión en la latinoamericana. Pero Azul se defiende solo desde un principio. No entiende el poeta un rostro inmóvil para el arte, y se lanza a través de laberintos estéticos. Incluye exaltaciones de un continente antes de la llegada de los europeos, como en ‘Caupolicán’. Y prosas como la conocidísima ‘El rey burgués’, en que deja ver sus ánimos a lo largo de la narrativa. Darío y otros poetas modernistas, como Martí, inauguran ese género que mantiene un pie en el periodismo y otro en la literatura.

Con Prosas profanas, el nombre de Rubén Darío se extiende en muchos espacios. La primera sorpresa es denominar prosas a una galería de poemas de elevado tinte erótico. El poeta afirma en las palabras que abren el libro: “Mi literatura es mía en mí; quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal”. Aquí reconoce la sombra francesa sobre sus letras, pero al mismo tiempo, mantiene un fervoroso nexo con la tierra propia. Recorre sus tópicos con un refinamiento que cautivó a muchos lectores.

Cantos de vida y esperanza

Con Cantos de vida y esperanza, que aparece en 1906, hay una esclusa en su obra. Se clausura una etapa y se abre otra. Se advierte una creciente reflexión basada en la situación social en Latinoamérica. En el prefacio, el autor eslabona su obra anterior a esta: “Mi respeto por la aristocracia del pensamiento, por la nobleza del Arte, siempre es el mismo. Mi antiguo aborrecimiento a la mediocridad, a la muladez intelectual, a la chatura estética apenas si se aminora hoy con una razonada indiferencia”. Así, el poeta que se sabe ajeno a las muchedumbres, reconoce que debe ir a ellas. Hay una genuina reflexión sobre los acontecimientos americanos, como en ‘A Roosevelt’. A pesar de la onda optimista, también se percibe la impronta de la melancolía, como en ‘Lo fatal’:

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo

y más la piedra dura porque ésta ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo

ni mayor pesadumbre que la vida consciente…

La falsa modestia no es feudo de Rubén Darío: a estas alturas sabe que ha marcado pautas: “El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América se prolongó hasta España, y tanto aquí como allá el triunfo está logrado.” Adopta entre otras formas, el hexámetro. Sigue pensando en el poema como portador/transmisor de musicalidad, aunque establece distancias con su obra previa: “Yo soy aquel que ayer nomás decía/ el verso azul y la canción profana”.

En la constante búsqueda

El poeta visita Buenos Aires desde 1893 y vive una temporada allí, y muy pronto se deja seducir por la vida porteña. Desea establecer un vínculo y en 1910 saca a la luz ‘Canto a la Argentina’, extensa composición que celebra el centenario de la independencia. El mismo año Leopoldo Lugones, poeta con quien se amista, presenta Odas seculares, libro inflamado de pasión patriótica. Darío le canta a la libertad, y expresa su saludo a las legiones de migrantes que anclaron en Argentina:

Os espera el reino oloroso

al trébol que pisa el ganado

océano de tierra sagrado

al agricultor laborioso

que rige el timón del arado.

¡La pampa! La estepa sin nieve,

el desierto sin sed cruenta,

en donde benéfico llueve

riego fecundador que aumenta

las demetéricas savias.

Bella de honda poesía,

suave de inmensidad serena,

de extensa melancolía

y de grave silencio plena.

Para finalmente homenajear a la tierra que admiró mucho y que le abría sus puertas:

¡Argentina tu día ha llegado!

¡Buenos Aires, amada ciudad,

el Pegaso de estrellas herrado

sobre ti vuela en vuelo inspirado!

Oíd, mortales, el grito sagrado:

¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

Pero como corresponsal de La Nación establece una notable carrera periodística. Viaja a España, Francia y Estados Unidos. Estrecha la mano del poeta cubano Julián del Casal y Martí. Se le encarga escribir sobre la España que ha visto mermado su territorio imperial como resultado de la guerra con EE.UU.

Puesto ya el pie en el estribo

Un año antes de morir, el 4 de febrero de 1915 (hace 101 años) Rubén Darío ofrece una conferencia magistral en la Universidad de Columbia. Allí pronuncia su poema ‘Pax’. Logra que el arte y la existencia congenien, en una evocación desesperada: “…Haced la evocación de Homero, Vinci, Dante,/ Para que vean el/ Espectáculo cruel/ Desde el principio hasta el fin:/ La quijada del rumiante/ En la mano de Caín/ Sobre la frente de Abel…”.

Rubén Darío, como se dijo, sentía preocupación por su entorno. Y era ante un foro de dicha importancia que leyó este poema que mantiene una mirada hacia el conflicto en sí, pero le da un espaldarazo a las potencias —a la vez que se refugia en la esperanza— en el sentido de que pueden recuperar espacio y tiempo para la solución del estallido violento.

En fin, un poeta que describe el arco completo de la evolución del modernismo; un poeta que recordamos y que permanece en la memoria colectiva de la lengua castellana.

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