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Perfil

Un pintor de caricatura

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El pintor Francisco Dueñas se atrasó a una cita el día en que presenció la extravagante escena que dio origen a una de sus obras. El tráfico en Quito se había puesto insoportable y decidió caminar bajo la lluvia, junto a la hilera que formaban los buses, hasta descubrir lo que bloqueaba el paso vehicular: 2 perros apareándose en la mitad de la calle.

Al volver a casa hizo un boceto a lápiz y, antes de que el invierno de 2011 terminara, lo convirtió en la representación del idilio animal: 6 conos anaranjados rodean a los canes que copulan, con los ojos desorbitados y la lengua afuera, mientras decenas de conductores se apartan confundidos.

 

* * *

 

La primera vez que conversé con Dueñas fuimos al Pasaje Amador, en el Centro Histórico de Quito. Nelson Tito, un escultor que conoce a ‘Pancho’ desde la universidad, atiende allí un restaurante y tiene un concepto del arte que contraría al pintor.

—El esfuerzo, los materiales y el tiempo invertido quedan en las galerías. Por eso no vivo de la escultura ni de la cerámica.

—No creo que la única finalidad de un artista sea vender —repone Francisco.

—¡Qué dices! Si todo el mundo quiere vender —se crispa Nelson— pero por la dificultad que tiene este oficio yo lo hago como un hobby, por entretenerme.

—Entonces yo estoy en otro patín —sonríe Pancho— desde que decidí dedicarme a esto sabía que toda obra contiene un discurso; mi finalidad es comunicar ese discurso más que vender. Aunque no vivo del arte estoy consciente de que lo elegí, por eso no me quejo.

A pesar de tener casi la mitad de su edad, Dueñas está más cerca de la vocación artística que su amigo escultor quien le dedica más tiempo al sartén que al cincel.

 

Un provocador

En 2008, Dueñas tenía terminada la cuarta parte de su retablo: 50 cuadros que abordan el sexo en una serie hiperbólica y extravagante. Entonces un amigo le recomendó que fuera a la Casa Feminista de Rosa, una organización que realiza exposiciones pictóricas. Mostró fotos de 12 cuadros y las mujeres que integran la entidad le pidieron que los lleve. Ahí empezaron los problemas. Dada la “fuerte temática” de sus obras, le dijeron que sería bueno hacer un debate durante el evento.

—Me parecía interesante: ellas darían su lectura política de las pinturas y yo, la artística —me lo cuenta en un café, mientras apoya los codos en la mesa y recuerda que antes de la muestra una de las organizadoras le advirtió:

—Te vas a exponer.

—Claro —le respondió él— siempre que uno coloca un cuadro en una pared expone cosas muy personales.

 Dos días antes de la inauguraciónempezaron los reclamos. “Trataron de victimizarse, se quejaron de cada priapismus(erección continua y dolorosa del miembro viril) que encontraron, y dijeron que si un hombre está representado con bastantes mujeres es machismo”, cuenta Dueñas.

La tensión llegó a su punto máximo cuando, en medio de la discusión, intervino una desconocida de cabello corto, jeans ceñidos, camisa desabotonada y actitud masculina.

—No estoy de acuerdo con esto —dijo exaltada al ver los cuadros—. No sé de qué están hablando, pero no estoy de acuerdo —añadió y salió enseguida.

Al día siguiente, quizá previendo las reacciones que podía provocar en quienes visitaban ese espacio, las organizadoras dijeron a Dueñas que la muestra se había cancelado. Él retiró sus obras sin protestar y sin saber quién fue la agitada causante de la suspensión.

Una semana después, sus pinturas ya estaban en un nuevo sitio, el Malas Compañías, un bar con apariencia de burdel, pequeño y mal iluminado, en el que también hubo problemas.

—Ahí hubo muchas cervezas gratis —dice optimista, sin embargo, añade,— me sorprendí cuando al lugar (hoy desaparecido) entró una prostituta y me reclamó por uno de mis cuadros.

 En el lienzo, un hombre mete una moneda dentro de una alcancía con forma de cerdo a la que penetra mientras dos mujeres desnudas, una exhausta y otra escandalizada, flanquean.

—Es el relato de una experiencia real en la que el escarnio debe recaer sobre la persona que paga por sexo. Quizás tenga un rezago machista pero jamás podría ser violento con la figura femenina.

Sus obras lo avalan, en lugar de exaltar al macho urbano, Francisco Dueñas cuestiona su virilidad.

 

Frente al espejo

En ‘10’, un cuadro que las mujeres de la Casa Feminista interpretaron como una crítica a su vanidad desmedida, el autor intenta reflejar, como en muchas de sus pinturas, una situación de la que fue testigo: una mujer se aprovechaba del hombre que la pretendía exigiéndole regalos caros y halagos a cambio de estar con él.

La imagen se inspiró en ‘La Venus del Espejo’, cuadro emblemático de Diego Velázquez pintado hace unos 3 siglos y medio. Ese óleo sobre lienzo simboliza la relación entre realidad, imagen y representación a través de una confrontación: la vista de espaldas de la diosa de la hermosura y el reflejo de su rostro en el espejo que sostiene Cupido, dios del amor en la mitología romana.

Velázquez hizo una reflexión social sobre el poder de la pintura y Dueñas la pervirtió. Lejos del concepto primigenio, está la profanación del dios de la flecha y el arco como medio para envilecer a la mujer, ahora mortal, con reflejo de calavera. Imagen que recrea la turbia realidad de enfermedades contemporáneas como la anorexia y la bulimia o, para no ir tan lejos, ideales eternos como el de la culpa a través del pecado original representado en la manzana que un hombre recoge situándose como observador partícipe de una sexualidad corrompida.

La obra fue reelaborada desde su elemento enigmático (el reflejo) y, a pesar del grotesco carácter de su impacto, conserva del sevillano la capacidad de dejar perplejos a quienes la miran.

 

Contra la homofobia

El fútbol es otra homosexualidad tapada

como el box, la política y el vino.

Pedro Lemebel

 

Antes de viajar a Europa en 2007, un compañero de la Facultad de Artes de la Universidad Central ofreció a Pancho Dueñas su puesto en el céntrico parque de El Ejido, en la acera quiteña donde se venden cuadros los fines de semana. No lo aceptó. Tampoco vendería su obra en el Mercado Artesanal, algo que considera peor que la censura institucional, aun cuando ha trabajado para instituciones. Hace unos meses, por ejemplo, tuvo que cuidar la dureza de su lenguaje y de sus dibujos en el Centro Cultural Metropolitano, donde dio clases de arte a menores de edad.

—No me sentí coartado al trabajar con niños, pero me sentiría así al responder a una clientela fija y tener que producir en serie —dice el pintor quien no ha despegado los codos de la mesa del café adornado con cuadros de los que se encuentran en el mercado o en el parque antes mencionado. Junto a la entrada está el retrato de una mujer con un rosario entre las manos; sobre una ventana enrejada está la réplica de un western y, al lado, un retrato de Simón Bolívar con su clásico traje de época.

Con ese mismo traje Francisco Dueñas pintó al Libertador (o a un Libertador) en el lienzo que denominó ‘Amoral-grotesco-pornográfico’. Al personaje de Dueñas se lo reconoce  porque está eyaculando sobre 3 militares vestidos con uniforme de camuflaje, y tiene una bota apoyada sobre un montículo de cráneos que asemejan rocas. En el fondo del cuadro está lo que parece ser una recreación obscena del Partenón, con un techo donde sobresale una orgía en piedra con una banderita del Ecuador en la cumbre.

La pintura incomodó a los funcionarios del Consejo Provincial de Pichincha, que interrumpieron la exposición Arte Irreverente 2009 auspiciada por ese organismo como parte de sus servicios culturales; tampoco le gustó a un coronel retirado que la vio en el Museo Casa de Sucre e impidió que Arte-Invenciones 2011 pasara del montaje inicial a la muestra pictórica allí programada.

Cuestionar a una sociedad homófoba es parte fundamental en el proyecto de Dueñas.

—La gente que trata de ser más viril acaba siendo homosexual, por eso el boxeo me parece chistoso. Es como una danza en la que los participantes se golpean y se abrazan sin camisa. No creo que haya necesidad de pelear así y ya lo he representado.

 Sobre un ring lleno de luz, en la pintura ‘30’, 2 boxeadores se besuquean frente a una aburrida mujer que se mira las uñas mientras levanta un cartel que dice “Round 30”.

—Lo mismo pasa en la guerra, por eso uní a Gandhi y a Hitler frente a un falo pintado con los colores de la bandera estadounidense.

También pintó a un militar y a un policía tomándose del pene mientras una tropa entera los apunta con ametralladoras.

—No puedo dejar de ser muy político en todo esto —sentencia.

Pancho sabe que las tropas griegas, romanas e incas practicaban sexo ritual antes de cada combate. Por eso incorporó la figura militar a sus sátiras visuales. En otra de sus obras, ‘29’, una multitud de fanáticos grita al unísono en la tribuna de un estadio.

—Hay que fijarse en un pequeño detalle. Casi todos tienen cara de enojados y los ojos cerrados. La pareja que está en el centro son hombres cogidos de las manos y mirándose uno al otro. Ese cuadro lo pinté en el último mundial de fútbol, tiene que ver con la homosexualidad soterrada que hay en los deportes violentos o de contacto. Porque si te fijas bien, después de cada gol hay un agarrón de nalgas, un abrazo o un beso. Es una paradoja en un deporte que, al fin y al cabo, representa una guerra. Un hombre disfrazado de mujer en una esquina es mal visto, igual que una pareja del mismo sexo acariciándose en una oficina, pero dentro de la cancha todo está permitido.

 

Neobarroco y explícito

Francisco Dueñas Muñoz ha sido profesor de artes plásticas, escenógrafo de teatro, muralista y hasta “decorador de interiores”,  pero no pierde de vista su meta. Cuando le dedica tiempo a su proyecto se encierra en su casa de la ciudadela Ibarra, un barrio marginal del sur de Quito, y no quiere ser interrumpido. Deja de lado el alcohol, el tabaco y los amigos, se concentra en medio del desorden que forman las cosas que ya no usa. En su pequeño dormitorio, del armario saqueado, sobresalen dibujos en papel, pedazos de esponja que quedaron de un trabajo pasado, una taza sucia que parece llevar varios días junto al computador, una flauta y una marioneta de algodón y madera que él mismo hizo, al igual que el caballete en el que pone sus lienzos.

—En la última relación que tuve no llegué a los 2 meses de estar juntos, ella (una actriz de teatro) no soportó el ritmo de trabajo que llevo.

Como el ermitaño de los cuadros antiguos, se enclaustra voluntariamente, riguroso y esquivo, para dar vida a sus pinturas. Después del celibato, siempre retoma el pecado.

—Mantengo ciertas costumbres, voy cada que puedo a bares o cantinas, a la vida bohemia que siempre he tenido.

Sonríe y su dentadura forma un reloj de arena, los colmillos inclinados, asimétricos, se parecen a los muslos de ‘Yayita’, la novia de ‘Condorito’; su frente y sienes se arrugan, los ojos dan la impresión de que chocarán contra los oscuros cristales de sus lentes. Tiene apariencia de personaje de cómic: un esperpento bonachón de cabellos largos y rizados.

Desde su graduación en la Facultad de Artes de Quito (terminó de especializarse en pintura y grabado en 2007) ha pintado 40 obras. Lo ha hecho sin bastidor y con la técnica de la acuarela o el acrílico, sobre lienzo o cartón. Le ha dado forma a un crisol neobarroco en que se han fundido sus percepciones de Caravaggio, Goya, Madrid; y algunos elementos de la cultura pop como las historietas de Ríos Boettiger, ‘Pepo’, y personajes televisivos o de ciencia ficción.

 

Tras las rejas

En 1999, Alejandro Cruz fue apresado por escándalo público, una falta menor que le costó 3 semanas en el Centro de Detención Provisional de Quito debido a los trámites que tuvo que hacer para salir. En ese momento estudiaba Diseño Gráfico en el Instituto Metropolitano y asistía como oyente a la Facultad de Artes, así que tuvo la idea de pintar los murales de los patios aledaños para motivar a sus compañeros de celda a que liberaran su imaginación. Cuatro años después pudo alcanzar su objetivo cuando una vecina, que trabaja en el Departamento Educativo de la cárcel 3 (parte del expenal García Moreno) lo invitó a organizar un evento artístico. Esa actividad fue el germen de ‘Murales de Libertad’, un proyecto que incluye festivales musicales y teatrales a los que Francisco Dueñas se ha integrado a su manera.

A pesar de lo poco que duran los murales antes de ser deteriorados por la humedad de los reclusorios, Dueñas ayudó a pintar cada pabellón de las cárceles 1, 2 y 3. Mientras daba forma a unas alas negras sobre las espaldas de hombres desnudos, le dijeron “satánico”, pero logró que todos los internos colaboraran al narrarles el Mito de Ícaro (1), el personaje griego que lleva alas blancas.

Pancho lo plasmó en el pabellón B, que tiene la fama de albergar a sicarios y violadores entre ‘lospolillas’ que merodean por los pasillos de la prisión pidiendo dinero o vendiendo chucherías, escarmiento al que han sido confinados por ser drogodependientes.

—En una esquina donde fuman marihuana, varias personas privadas de libertad pintaron hojas de esa planta para adornar el mural —concluye antes levantar ambos codos de la mesa en un café de la zona rosa de Quito.

 

* * *

 

Las pinceladas de Pancho Dueñas son figurativas: una oposición a lo abstracto donde cada pieza cuenta una historia que concibe al sexo como instinto y acto desvergonzado, como metáfora y como realidad única, siguiendo el ejemplo de perros callejeros entre decenas de transeúntes que pasan inadvertidos por una ciudad que aún no está lista para este retrato.

A pesar de las múltiples reacciones que provocan sus lienzos, a veces caricaturescos, satíricos, ridículos, brillantes, el pintor quiteño dice que su obra “tiene mucho que ver con la ternura, con la sensación de soledad que te deja la idea de que el éxito radica en tener trabajo, familia estable e hijos cuando no es indispensable: uno puede estar bien solo”.

Nota

1. El rey Minos encerró al arquitecto Dédalo y a su hijo, Ícaro, en una torre de la isla Creta. El padre hizo unas alas para los dos que adhirió con cera a sus hombros antes de iniciar el vuelo hacia la libertad. Había una condición: no volar demasiado alto o demasiado bajo, pero Ícaro se maravilló con las alturas y se elevó hasta que el calor del sol derritió la cera que sostenía sus alas y murió al ahogarse en el lugar que, desde entonces, se conoce en su honor como el Mar de Icaria.

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