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ENTREVISTA
“Un cuerpo fragmentado atraviesa la historia colombiana”
Tarde o temprano lo que era guerra aprenderá a ser diálogo, lo que era violencia aprenderá a ser exigencia y reclamo, lo que era silencio podrá convertirse en relato.
William Ospina, Pa que se acabe la vaina
Colombia fue el primer país de habla hispana que visitó la bielorrusa Svetlana Aleksiévich. En abril, la primera cronista en ganar el Nobel de Literatura tomó un vuelo a Bogotá porque quería escuchar los testimonios de las víctimas del conflicto colombiano. “Sigo las pistas de la existencia del alma, hago anotaciones del alma —le escuchó decir Germán Rey Beltrán a la periodista durante la última Feria del libro de Bogotá—; el camino del alma es mucho más importante que el suceso como tal. El ‘cómo fue’ no está en primer lugar, lo que me inquieta y espanta es otra cosa: qué le ocurrió allí al ser humano. Escribo la historiografía de los sentimientos” y de trazar esa historiografía trata el periodismo narrativo del que Rey ha sido un lector determinante desde que fue uno de los convocados por Gabriel García Márquez para crear el Premio de Nuevo Periodismo Iberoamericano.
Somos testigos del aparente final de un proceso que —durante la época que narró el autor de Vivir para contarla— resultaba inconcebible: los diálogos de paz con los grupos insurgentes de Colombia se acercan a lo definitivo. ¿Qué demandas plantean estos hechos al periodismo?
En la representación del conflicto, los medios de comunicación han sido actores muy importantes, pero esta ha tenido pocas fuentes, ha sido muy institucional, gobiernista y por ella no pasan los actores sociales ni la sociedad, sus minorías y sindicatos, sino la presidencia, los guerrilleros y ‘el secretariado’. ¿Qué pasa con la población civil?, ¿acaso no es ella la que está poniendo los muertos, es masacrada y ve vulnerados sus derechos? Hay una visión colombiana muy institucionalizada del poder y, por tanto, de su negociación.
Por otro lado, a través de los medios se han mostrado ciertos fenómenos que no eran conocidos por todos los colombianos, fundamentales, como el grado de penetración del paramilitarismo en la estructura del Estado, en general, o en los estados locales, en particular; las vinculaciones de las guerrillas con el proceso del narcotráfico y lo que eso significó como fractura en el desarrollo histórico de la lucha insurgente, así como los secuestros extorsivos contra la población civil.
¿Gabriel García Márquez conoció sus investigaciones sobre la violencia contra los medios de comunicación?1
En una junta directiva de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), yo estaba presentando un estudio sobre la representación del conflicto ante pocos asistentes, entre ellos Gabo, quien fue como presidente de la junta. Escuchó muy atento mi intervención pero yo pensé que le estaba haciendo perder el tiempo. Un minuto de él podía ser una metáfora preciosa y yo mostraba estadísticas. Al final de mi exposición, Gabriel dijo una frase extraordinaria, un regalo que tuve en esa ocasión: “Lo que sucede es que el mundo se le fugó al periodismo, ahora lo que tenemos que hacer es reinventarnos el mundo”.
El énfasis que yo le doy a esa frase es que la pretensión de representar del mundo por parte de los medios de comunicación y del periodismo ha sido desbordada por la realidad. Es decir, las transformaciones, los nuevos matices, las nuevas perspectivas de lo que vivimos ya no pueden ser narrados como una especie de visión demiúrgica, de totalidad. Me llama la atención que García Márquez no dijera que debemos reinventarnos el periodismo, sino el mundo.
Y hay una parte del conflicto que no ha sido representada en grandes medios...
Una buena parte de la guerra colombiana se ha llevado a cabo en las periferias, es decir, en las regiones, son estas las que han sufrido más fuertemente las presiones del conflicto. Y los periodistas de esas regiones, por ejemplo, han sido los más golpeados de todo el proceso. De tal manera que los colombianos asistimos con incertidumbres, críticas y esperanza también a lo que está sucediendo. Muchos queremos que se lleve a cabo un proceso de paz y que esta situación, anacrónica sin duda, se acabe y que se incorporen los insurgentes en grupos políticos y que las regiones del país que han sido asoladas por la guerra puedan vivir en paz. Y los medios, así como han tenido un papel importante en la representación del conflicto, tendrán un papel importante en la construcción de la reconciliación y la paz hacia el futuro.
¿Cómo se reinventa un mundo para quienes mantienen una postura intransigente frente a la insurgencia, para quienes piden revancha contra los que han perpetrado secuestros o extorsiones?
La primera reinvención se da reconociendo a esa minoría y respetando sus puntos de vista. Algún escritor italiano decía que la democracia es aquel sistema político que acepta en su interior a los enemigos de la democracia. Alguna alumna me preguntaba: ¿pero hasta dónde?
Debemos partir del hecho de que hay sectores que se oponen a la negociación, mantienen su postura de ver a los insurgentes como enemigos y hay sectores extremistas. Estos deben tener una voz dentro de la democracia, pero también debe haber el desarrollo de otras voces que hagan el debate público.
El silencio debe acabarse...
Es que no puede seguir imperando, lo que debe procurarse es una democracia deliberativa, una en que los ciudadanos puedan expresarse. Que se haga una negociación política no significa que la paz esté garantizada. Yo digo eso en La palabra y el silencio y muestro que hay una serie de problemas muy graves en la realidad colombiana que tienen que ver con otros actores diferentes a la guerrilla. Por ejemplo, veo muy difícil la situación de la minería ilegal, y creo que uno de los problemas centrales para los próximos años es el papel depredador y terrible de la corrupción.
No es que una vez firmados los acuerdos en La Habana estaremos en una suerte de ‘mundo feliz’, sino en un mundo conflictivo y las sociedades deben estar preparadas y fortalecidas en sus instituciones democráticas, en su participación social y en sus procesos de liberación para hacer frente a estas realidades contemporáneas.
El expresidente Álvaro Uribe aún tiene espacio en la prensa, radio y televisión...
Porque representa a un sector de la sociedad, a unas aspiraciones de ciudadanos frente a la realidad que vive el país. Porque él, verdaderamente, es muy ágil para las comunicaciones externas, tiene un estilo comunicativo que cala en la comunidad, habla con un lenguaje que no el estereotipado de los políticos, sino más popular y cercano a los modos de comprensión de la gente.
Aunque siga manteniendo un papel protagónico, eso ha ido disminuyendo paulatinamente en la sociedad colombiana y presumo que después de los acuerdos va a descender porque, si se concreta una negociación, habrá beligerancia en el sentido de que ahí empezarán a hacerse concretos los acuerdos.
Habrá muchos problemas y debates sobre cómo garantizar la vida de los insurgentes que han dejado sus armas, en torno a cómo facilitar que puedan tener modos de expresión política. ¿Qué sucederá cuando sus representantes lleguen a las instituciones del Estado, cuando sean alcaldes o congresistas? Va a haber todavía mucho campo para una vertiente política de oposición en Colombia y veo sano, sin compartir sus puntos de vista, que sectores como el que representa Uribe tenga expresión pero que también tengan debate en su contexto.
¿Han sido olvidados, en Colombia, fenómenos como el de los ‘falsos positivos’? Siglos después, seguimos recordando que una vez un colombiano se opuso a La Corona, fue traicionado, fragmentado su cuerpo... pero persiste como uno de nuestros héroes, una de las figuras que cohesionan Colombia.
No. Creo que los colombianos tienen cada vez una visión más cualificada de lo que representaron los gobiernos pasados. El tiempo transcurrido empieza a mostrar lo que fueron algunos aportes del gobierno de Uribe pero también lo que pudieron ser sus grandes debilidades. Sucede que los medios no pueden decidir qué es lo que a la gente le llama la atención. Podrían ponerse de acuerdo con no hacerle la cobertura a Donald Trump, por ejemplo que, en efecto, tiene unos planteamientos inaceptables pero aparecerá por otros lados porque hay un país que se parece a él. Trump es, de alguna manera, un hijo de Ronald Reagan, Richard Nixon y de George Bush, es decir, de una línea de pensamiento que, creo yo, debe ser criticada pero respetada también.
En el caso de los medios de comunicación colombianos, no es que estén corriendo detrás del expresidente Uribe para entrevistarlo, entre otras cosas porque él escoge con quién habla, a qué hora y sobre qué temas lo hace. No es un político a quien la llegada un periodista lo deshaga de la felicidad; todo lo contrario: si no quiere responder, pues no habla. Probablemente esas no son las mejores costumbres para un político pero atraen a un sector de la sociedad.
Me parece incluso que la decisión de Uribe de pasar a ser congresista fue un salto muy complicado. Prácticamente ningún político colombiano había terminado una presidencia para volverse senador, que es casi como dejar de ser delantero del Barça para jugar en un equipo de provincia. Es importante preguntarse por qué lo hizo, eso ayuda a la política colombiana aunque se esté en desacuerdo con él. La política debe ser controversial y contener puntos de vista juiciosos y en debate.
¿Las agresiones por parte de la guerrilla, los paramilitares y el narcotráfico han logrado acallar al periodismo colombiano?
Han podido atemorizar en ciertos momentos pero acallar no. Un periódico como El Espectador, de cuya junta directiva fui parte, recibió una presión infame, criminal y directa con el asesinato de su director y algunos de sus dueños y periodistas. Pero el haber dinamitado el periódico y asesinado no impidió nunca que ese medio siguiera hablando sobre los peligros del narcotráfico, denunciándolos. El Espectador nunca se rindió frente a la infamia y a la acción criminal de unos de los actores más peligrosos del crimen que existe en el mundo.
Pero en muchas localidades, los actores armados, incluyendo autoridades y representantes de la policía o militares, sí sufrieron un daño irreparable. Porque en esas zonas no hay muchos medios ni periodistas y matar a uno significaba acallar una voz por mucho tiempo aunque se expresara bien o mal, con confusiones o claramente sobre las realidades que viven gentes en pueblos perdidos de Colombia que ni siquiera se conocen en su propio vecindario. El periodismo colombiano ha sido asediado pero valiente y afirmativo, aún en las peores circunstancias no ha podido ser acallado por estos eventos.
Sobre García Márquez se ha dicho que le abrió la puerta del mundo a la literatura de su país, ¿se puede decir que él también allanó el camino de la no ficción a los reporteros?
Cuando se leen sus textos de 1948 (la columna periodística ‘La Jirafa’), uno encuentra que el espíritu de su obra literaria estaba trazado desde el inicio. Habitualmente no se observa que la obra de Gabriel García Márquez es múltiple en el sentido de que se lo conoce por el trabajo literario, pero también hizo su trabajo periodístico en varias dimensiones, y otras dos vertientes: su relación con la cinematografía y el trabajo televisivo. Este último es menos conocido y promovido su análisis frente al cine. Gabo fundó un noticiero de televisión que tuvo una gran acogida, se llamaba Cuba P y duró más o menos unos 5 años al aire. Abrió las puertas del periodismo en varios sentidos, uno fue valorando el oficio, su importancia, e hizo un periodismo imaginativo, de enorme calidad, donde la crónica tuvo un elemento central.
Y quiso fundar un periódico, El Otro. Gabo estuvo entusiasmado por hacer lo que llamaba “el periódico más importante del mundo” pero lo menos conocido ahora es su relación con el emprendimiento periodístico. Creó, primero en San Antonio de Los Baños, en Cuba, la Escuela internacional de cine y televisión, donde tenía la idea de formar guionistas, directores en el fortalecimiento de la producción; y fundó, con Jaime Abello Banfi y otras personas, la FNPI, que ha sido una puerta de entrada de una gran cantidad de periodistas de este continente a la relación con los grandes maestros del periodismo.
Debido al tono recurrente de su discurso, el escritor Fernando Vallejo se presenta como un duro contradictor de García Márquez, un oponente conservador...
Eso está muy bien por una razón: una parte de la expresión colombiana es parecida a la de Vallejo. Es decir, en la tradición colombiana hay personajes que se han caracterizado por decir lo que mucha gente no dice, por decir barbaridades de manera explícita, en público y ser contradictores. Eso me gusta, es parte del espíritu colombiano.
Un analista francés, colombianista, Daniel Pécaut dice que quizás una de las garantías de Colombia frente a todos los desastres que ha sufrido, algo que la salva es que hay una línea de capacidad crítica, una forma de criticar del colombiano. La ‘criticadera’, en términos populares de mi país.
En ese sentido, son muy interesantes las diatribas de Fernando Vallejo, en el fondo me parecen tiernas, tienen una cierta dosis de ingenuidad. Me parecen necesarias y altisonantes, merecidas y desmesuradas pero todo ello forma parte de una tradición que atraviesa, por fortuna, nuestro país desde el día en que muchas personas pensaron que no podíamos estar dependiendo de las coronas. Desde ese día, incluso más atrás, estos argumentadores desmesurados colombianos tienen un sitio y papel social muy benéfico.
¿Ha tenido mucho que ver el periodismo colombiano con las coronas?
Hay un periodismo de La Corona, sí, que sigue existiendo. Un ‘periodismo caniche’, uno que bate la cola, que se estimula al ver una corona al lado, en el poder. Y hay otro periodismo, que nació en el mismo tiempo, que es rebelde, crítico y escéptico. Son las dos vertientes del periodismo colombiano.
Un momento clave en la historia de Colombia y que he usado como metáfora es la rebelión de los comuneros contra La Corona española, por una ley de estancos sobre el aguardiente y el tabaco. Esa protesta terminó en traición, La Corona mató a los comuneros y a su líder, (José Antonio) Galán (1749–1782), lo castigaron ahorcándolo y, simbólicamente, cortándole los miembros y poniendo la cabeza en un municipio, una mano en otro, un pie en otra parte y así. Ese síndrome del cuerpo fragmentado nos atraviesa, atraviesa toda la historia colombiana.
Notas
1. Germán Rey fue relator del informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, y coordinador del libro La Palabra y el silencio. La violencia contra periodistas en Colombia (1977 y 2015). Publicará un estudio sobre la producción televisiva del Nobel Gabriel García Márquez.
Eréndira, adaptación audiovisual escrita por Gabriel García Márquez.