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Un balón rueda en la cancha de la literatura

 Un balón rueda en la cancha de la literatura
16 de junio de 2014 - 00:00 - Marcelo Báez Meza, Escritor ecuatoriano

El fútbol es lo más importante de las cosas sin importancia”, escribió Jorge Valdano, jugador argentino muy conocido por sus dotes literarias, al que hemos convocado para abrir este partido en el que juegan por un lado la crónica y, por el otro, la literatura.

El fútbol le ha regalado al lenguaje cotidiano una serie de términos que hoy son de entendimiento universal: córner, penalti, saque de meta, foul, centro forward, back central, saque de banda… Pero también se agradece al balompié frases con cierto matiz lírico como las siguientes: “la pelota infla las redes”, “el balón besa la línea de meta”, “se la metieron en el rincón de las ánimas” o “entró por donde anidan las arañas”, “el cancerbero atajó el balón que iba camino a las redes”. Lugares comunes tan necesarios en el argot futbolístico.

La poderosa imagen del can de 3 cabezas (literatura, crónica y fútbol) nos lleva a toda una terminología que usa recursos metafóricos de connotaciones belicistas. El “cañonazo” que rompe las redes. Tal jugador se prepara para “fusilar” al arquero. El rival es el enemigo. El director técnico es un general. El cuerpo técnico son los lugartenientes. La oncena es el ejército. En resumen, figuras literarias al servicio de un juego de pelota. Y el esférico una metáfora del orbe, del globo, o si se quiere ir más lejos, del sol.

Fue Mario Vargas Llosa quien dijo que la crónica de fútbol debía ser considerada como un género literario. Al premio nobel de Literatura le llamaba la atención la forma de hablar de ciertos relatores deportivos. Ponderaba en un narrador radial la manera en que calificaba a Jean Marie Paff, arquero de la selección belga. “Tiene mirada de agrimensor”, asegura el peruano haber escuchado en la radio y añade que el apellido del guardameta parecía la onomatopeya de una cachetada: Paff.

El humilde compilador de estos apuntes sobre fútbol y literatura asevera haber escuchado de un narrador mexicano la siguiente perla literaria: “La pelota dibuja un signo taquigráfico en la eternidad para irse a las piolas”, a propósito de un gol del brasileño Nelinho en el Mundial del 78.

Vargas Llosa, socio honorario del Universitario de Deportes, también ha firmado y afirmado que “el fútbol es una religión laica; antes, solo las religiones convocaban esa especie de manifestación irracional, colectiva; hoy en día, eso que antes era prototípico de la religión es la religión laica de nuestro tiempo”. El escritor español Manuel Vásquez Montalván también piensa que el fútbol tiene un gran culto global. Por esta razón reúne sus crónicas de fútbol bajo el título Una religión en busca de un dios. El novelista mexicano Juan Villoro va por el mismo camino cuando titula a su selección de artículos sobre fútbol bajo el título de Dios es redondo. ¿En qué se parece el fútbol a Dios?, pregunta el uruguayo Eduardo Galeano y él mismo se responde: “En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”. Así que todos los feligreses que creen en el balón, arrodíllense y hagamos un poco de historia.

Buceando en los anales de la literatura tenemos a William Shakespeare y La comedia de las equivocaciones en la que hace que el criado Dromio se queje a su señora Adriana de esta forma: “¿Por hablar sin tantas vueltas me pateas como si fuera un balón de fútbol? Tú me lanzas de acá para allá y él me lanza de allá para acá. Si sigo sirviéndolos, me tendrán que forrar en cuero”. Años después el bardo de Stratford upon Avon plasmó en El rey Lear el siguiente diálogo:

OSVALD.- No permito que nadie me pegue, señor.

KENT.- (echándole la zancadilla y tirándolo al suelo). Ni que te echen la zancadilla, mal jugador de fútbol.

Estos  comentarios de Shakespeare se basan en el hecho de que el fútbol en un primer momento histórico incluía entretenimientos para plebeyos y campesinos en contraposición con los divertimentos de los nobles y aristócratas que preferían usar el caballo en un juego que luego se conocería como polo.

Albert Camus, quien llegó a ser arquero del Racing Universitario de Argel, afirmaba lo siguiente en un artículo: “Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. ¿Será que el fútbol es una agradable peste y el que no se deja contagiar es un extranjero? Única declaración de un filósofo individualista que creía en un juego colectivo como el balompié. La tuberculosis, que lo atacó a los 17 años, le impidió jugar en el fútbol profesional que era una de sus grandes aspiraciones.

Eduardo Galeano es quien mejor ha ‘literaturizado’ el fútbol en Sudamérica. Su libro El fútbol a sol y sombra se erige como un catálogo totalizador de los temas más importantes del llamado ‘deporte rey’. A ratos parece un conjunto de poemas en prosa sobre jugadores, mundiales y goles de partidos específicos. De Romario apunta la siguiente prosopopeya: “Venido desde quién sabe qué región del aire, el tigre aparece, pega su zarpazo y se esfuma”. Para Maradona usa un juego de palabras: “Jugó, venció, meó, perdió”. Para hablar de Garrincha recurre a más figuras literarias: “Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo, la pelota un bicho amaestrado, el partido, una invitación a la fiesta”. Galeano es el pionero en el oficio de poetizar el fútbol.

 

La furia española:

Marías y Vásquez Montalván

De España destacan 2 nombres importantes: Manuel Vásquez Montalván y Javier Marías. Este último es el eximio novelista ganador del Rómulo Gallegos con Mañana en la batalla piensa en mí. En su libro Salvajes y sentimentales reúne sus textos sobre fútbol cuyo rito dominical es llamado “la recuperación semanal de la infancia”. Aparte de los recursos poéticos, el estilo de Marías es único en la crónica futbolera por tener un humor centelleante y un desparpajo sin anestesia. Aquí van algunas joyas: “El nigeriano Yekini entonando cánticos con los brazos a través de la red que acaba de perforar, como si fuera un preso anhelando la libertad más allá de las cejas (como nos descuidemos, Benetton nos hará un anuncio con eso). No hablemos del mexicano Campos, vestido de Superratón, ni del paraguayo Chilavert, con su cabeza de matón en la otra puerta, ni de aquel Higuita colombiano salido de Los tres mosqueteros.  El actual portero francés, Barthez, invita a vejarlo. Y lo peor no es su calva estudiada, ni su perilla milimetrada, ni su estilo aspaventoso. Lo peor es ese jersey de manga corta y volátil que se gasta. Parece un existencialista de verano y chiste, bufón o esbirro de aquel ente de invierno, Beauvoir-Sartre”.

La militancia de hincha del Real Madrid (10 veces campeón de Europa) es tan exagerada a veces en Marías que se permite escribir de manera salvaje y sentimental contra el exdirector técnico José Mourinho. Prueba de esto es el siguiente extracto de ‘Un chamán de feria’ que publicó Marías en El País el 15 de mayo de 2011: “Un individuo que no sabe de fútbol y al que el Madrid le trae sin cuidado, que no tiene reparo en traicionar su centenaria tradición y en arrojar sobre él una mancha que se hará difícil borrar. Su Madrid es un equipo con buenos jugadores a los que manda jugar feo y mal; con excelentes atacantes a los que, en los partidos cruciales, no permite atacar; con futbolistas honrados —la mayoría— a los que obliga a comportarse deshonesta o brutalmente en el césped”.

En su libro, Marías menciona en algunas ocasiones a Manuel Vásquez Montalván, partidario del Barcelona y autor de Fútbol: una religión en busca de Dios. Libro quecon 108 textos que oscilan entre la crónica y el ensayo hace recuento histórico de la rivalidad entre el Barcelona y el Real Madrid. Una sección completa dedica Vásquez Montalván al equipo de sus amores, el de Messi, otro bloque va por el equipo blanco y una tercera parte se concentra en los enfrentamientos clásicos entre ambos conjuntos. Retratos más que logrados son los que se leen en las primeras páginas en las que encontramos a Maradona, Ronaldo, Ronaldinho y Beckham, dioses del Olimpo futbolístico.

 

Alastair Reid y Jorge Valdano

El caso del poeta Alastair Reid (Escocia, 1926) es importante como ejemplo en lengua inglesa. Colaborador asiduo del New Yorker y The New York Review of Books, traductor de Borges, Neruda y Mutis, tiene un libro titulado Ariel y Calibán, publicado en 1994. Se trata de crónicas sobre los mundiales de Inglaterra 66, México 70, Alemania 74, Argentina 78, España 82 y México 86. “Yo amo el fútbol”, escribe el poeta, “tanto jugarlo como observarlo —su ausencia de adornos, su elegancia formal, ese éxtasis tipo zen que ocasionalmente provoca—, e incluso el estridente ir y venir de ese juego en el lote vacío lograba trascender el polvoriento escenario”. Aquí van unas cuantas perlas de este poeta escocés. Sobre Gerson, estrella brasileña de México 70, dice lo siguiente: “Un jugador grueso y un poco calvo que controlaba la mitad del campo y a quien sus compañeros le pasaban la pelota como si fuese una ofrenda”. De los porteros dice que “son los solistas del fútbol”. Sobre el amontonamiento de la gente en la cancha cuando el árbitro pita la conclusión de la final Brasil-Italia en México 70: “Era difícil distinguir a los jugadores y temimos que algunos de ellos hubiesen sido secuestrados como recuerdos (…) La multitud se deshizo entre la lluvia, sin saber muy bien qué hacer consigo misma”. Todo un poema como podemos apreciar. El título de Ariel y Calibán es revelador. El mito de Ariel representa el juego bonito de equipos como Brasil y el de Calibán proyecta un juego aguerrido y poco vistoso.

Si el escritor Marías es hijo del filósofo Julián Marías, es inevitable traer a colación al argentino Jorge Valdano, apodado el ‘Filósofo del fútbol’, quien se desempeñó como director deportivo del Real Madrid hasta que fue desplazado por Mourinho. Estamos ante un caso sui génerisen el que la literatura nace del vientre del fútbol: un jugador que funge de escritor aunque él lo niegue cada vez que puede. En una entrevista que le hace Juan Villoro apunta lo siguiente: “El verdadero intelectual se dedica al pensamiento, no al fútbol. Yo he estado siempre en el mundo del fútbol y por eso me siento con derecho a hablar del tema, pero no tengo derecho a considerarme un intelectual, un psicoanalista o un catedrático. Tampoco un poeta, como se dice por ahí para acusarme”. Villoro le recuerda que una pancarta en el estadio en la que se leía “Fuera, filósofo”. A lo que Valdano contesta: “Imagínate lo que debe haber pensado algún filósofo de verdad que tal vez estaba entre los 100 mil espectadores”.  La verdad es que no hay que saber de la fenomenología del espíritu para reparar en su ingenio, su agudeza y la descomunal capacidad que tiene para dejar frases tan contundentes y de gran belleza. Jorge Herralde, director editorial del sello Anagrama, solía decir (esto lo cita Villoro) que el argentino “habla como si ya lo hubieran editado”. Entre las mejores frases de Valdano —tomadas al azar de sus declaraciones ante cámaras de televisión — están las siguientes: “Jugar contra un equipo que se defiende es como hacer el amor con un árbol”. “Romario es un jugador de dibujos animados”, “Messi es un jugador de play station”, “Hago esfuerzos para no compararlo con Maradona, pero Messi no ayuda”, “El mejor jugador del mundo es Messi, el segundo mejor jugador del mundo es Messi lesionado”.

De su libro Los cuadernos de Valdano hemos recogido las siguientes frases: “Leer un libro no sirve para jugar mejor al fútbol ni jugar un partido sirve para hacer mejor literatura”. Sobre un partido del Liverpool comenta que le gustó tanto que le dejó una sonrisa que duró noventa minutos. A Zinedine Zidane lo llama un “falso lento” en un retrato memorable: “Grandote y pesado, parecía poco apto para la electricidad descerebrada del nuevo fútbol. La pregunta era cómo haría un elefante para moverse en un terrenito poblado por una fauna voraz y un poco histérica; la respuesta es simple y vieja: pensando antes que los demás. Hay un tipo de jugador que siempre está donde debe, que siempre lleva un movimiento de ventaja, que siempre resuelve con simplicidad; que siempre, en definitiva, encuentra la solución antes de que llegue el problema. La aparente lentitud es una mentira del cuerpo, el disfraz que usan los que tienen la velocidad escondida en la inteligencia”. Pura literatura.

 

Los casos de Villoro y Soriano

En México, Juan Villoro, otro novelista hijo de un español, escribe sobre fútbol. Su libro se titula Dios es redondo. En las primeras páginas habla sobre el equipo Necaxa y se produce un pincelazo poético sobre Álex Aguinaga: “ese gladiador cansado que respiraba con la boca abierta, arrastró a los suyos a un título en el que ya nadie creía”.

El libro de Villoro tiene 2 crónicas valiosas sobre mundiales de fútbol: una sobre el de Francia 98 y otra sobre el de Corea-Japón 2002. Además, ostenta como primicia una conversación en 2 tiempos con Jorge Valdano: una en Madrid y otra en México. Contiene también un análisis sobre la liga española y 3 textos cobijados bajo el título de “Vida, muerte y resurrección de Diego Armando Maradona”.

En Argentina está el caso de Osvaldo Soriano quien en su libro Piratas, fantasmas y dinosaurios tiene nueve narraciones agrupadas bajo el título “Goles a favor, goles en contra”. Los textos del argentino destacan por dar voz a los héroes locales, a esos jugadores desconocidos de equipos pequeños del mar del Plata.

En boca de Peregrino Fernández, Soriano hace una analogía entre fútbol y vida que merece ser citada: “Había pensado en un manual que traslade las enseñanzas del fútbol a la vida de todos los días, pero no sé si podrá ser. En algunos países mojigatos la gente vive colgada del travesaño; en los pretenciosos se adelantan tanto que terminan apuñalados de contragolpe”. Así se leen las crónicas de Soriano, como un manual con instrucciones para vivir sin darle la espalda al balompié.

 

Las guerras del fútbol

Dice Jorge Valdano, hace poco contratado como motivador del equipo de Costa Rica: “La literatura no es más que un juego y el fútbol es otro juego. Y hay algo de redundancia en eso de escribir sobre fútbol. Es muy difícil recrear un juego desde la literatura. Es como si el fútbol admitiera más las distancias cortas que los grandes relatos épicos porque, para relato épico, el partido mismo”. El término ‘épico’ nombrado por el exjugador argentino nos remite a gestas homéricas y por ende, al terreno de lo marcial. El campo de juego también puede convertirse en un espacio donde se resuelven simbólicamente conflictos políticos: los duelos Argentina frente a Inglaterra y Ecuador contra Perú resultan ilustradores de esta connotación belicista.

“Es obvio que las guerras del fútbol”, dijo el humorista mexicano Abel Quezada en los años noventa del siglo anterior, “si bien menos grandiosas, son tan serias como las reales. Pero tienen una ventaja: que son más divertidas. El Consejo de Seguridad podría organizar un juego solemne entre Israel y Egipto… montaríamos con enorme éxito el torneo Mercado Común, y un encuentro entre Vietcong y Vietnam del Sur, con El Salvador- Honduras como abrebocas”. Ojalá fuera tan fácil pero todo se queda solo en una quimérica humorada. A veces la puesta en escena puede ser realmente de crónica roja como un patéticamente célebre partido entre Barcelona y Liga de Quito (en el estadio de este último) que dejó narices rotas, costillas y clavículas destrozadas, patadas en el piso... El argot futbolístico tiene una forma ya común de hablar de estos incidentes. ‘Batallas campales’, les llaman, y han dejado muertes, en el caso de los hooligans, tanto dentro como fuera de Inglaterra.

Si el relato oral de un partido es efímero, el cuento o la crónica literaria logran que el mismo sea disecado en el museo de lo literario. Si la realidad de un partido es transitoria, esta es eternizada por el escritor o el cronista con la riqueza de los tropos. La magia de la literatura puede llegar a reinventar todo lo que pasa en el césped —aquello que en la cancha se ve como una burda guerra o una lucha cuerpo a cuerpo—. Tanto fútbol como literatura tienen estructura lúdica, pero son juegos a muerte muy serios.  El miedo del portero al penalti es algo que puede ser homologado al temor del escritor o cronista que tiene el desafío de recrear literariamente “ese pensamiento que se juega”, como le llama Kundera al fútbol. El resto es literatura. Nos vemos en el mundial.

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