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Narrativa
Umberto Eco, el espacio como lenguaje
En parte de la obra narrativa del escritor, ensayista y semiólogo Umberto Eco se constituye una poética del espacio que se traduce en una construcción formal del lenguaje, que sirve tanto a la exploración como a la profundización del universo narrativo. Para este autor, la ficción no estaba separada de la investigación y esta era, sobre todo, una pesquisa sobre el mapa y sobre el espacio. Las narrativas construidas en El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault se asientan particularmente en un lenguaje espacial y topográfico que responde a los principios elaborados por Eco a la hora de ejercer la hermenéutica como modo de descifrar el significado y el sentido del lenguaje y del mundo.
Muchos recordarán el consejo que daba Eco a un tesista en apuros: si su meta era entregar una tesis a tiempo y no le daba ni el tiempo ni las ganas de realizar la investigación, lo mejor que podía hacer era ir a una ciudad alejada y buscar, en los archivos de una universidad de no tanto prestigio, una tesis que pudiera copiar. Eco sugería al tesista copiar usando sus propias palabras, pero sin modificar la esencia del trabajo porque de ser así, no serviría de nada, pues el tesista en cuestión tendría que buscar la información necesaria para sostener sus argumentos. Lo mejor era copiar la esencia. Esta recomendación para quienes han transitado por la academia siempre ha sido una opción a tomar en cuenta. Los tutores a veces la señalaban para referirse a la puerta de salida de los menos proclives a la reflexión y la digresión. Aquellos a los que solo les importaba el título para acumular mayor puntaje en los concursos de méritos para ocupar determinado cargo.
Pero luego Eco postulaba que si uno era capaz de no ir por esa vía, solo debía seguir una serie de recomendaciones metodológicas. De ahí la importancia de ese libro de divulgación científica titulado ¿Cómo se hace una tesis? Quienes lo han leído, recordarán que todos los ejemplos de citación, puntuación, búsqueda y análisis se sostienen a partir de referencias largas a libros medievales, incunables y muy peligrosos, pues desvirtuaban muchos principios sobre los que se basan algunos credos religiosos y políticos. El autor, sin embargo, tiene cuidado al decirnos que todos esos libros sí los leyó, y justamente para hacer su disertación de tesis.
Lo que Eco no nos dice es que esos libros también le ayudaron en otro momento de su vida. Justo cuando empezaba la redacción de El nombre de la rosa, se encontró con que una historia como esa no podía sino contarse a través de un conocimiento velado. Un saber que fuera al mismo tiempo referencia y fundación de la literatura. En esta historia abundan los libros extraños y profanos. Y también las referencias cruzadas, como la del bibliotecario ciego que hace un guiño al paradigma de ceguera lúcida que es Borges; la juventud aparece como revelación y el amor ramificado en la vertiente sexual y la febril pasión por los enigmas, que no es más que una señal de toda la literatura detectivesca a la que Eco rendía honor todo el tiempo. Pero la novela oculta, como todo buen libro, un enigma mayor. En El nombre de la rosa, Eco propuso un espacio físico donde ocurre una trama lejana a nuestra actualidad; para esto hace uso —como Grass y Hesse— de su otra habilidad: el dibujo. Ya hemos visto las pinturas de Hesse y los grabados y dibujos a tinta de Grass, sobre todo los de esa bella novela llamada Malos presagios. Aunque los dibujos de Eco no los conocemos bien, pero los hemos visto con los ojos de la imaginación al leer esta novela y al leer, por supuesto, también El péndulo de Foucault.
Entre los archivos de Eco referidos a El nombre de la rosa, junto al manuscrito se encuentran esquemas genealógicos de filósofos, de teólogos y mapas, pero estos mapas no son los mapas reales de la época. Son mapas que él mismo dibujó para tener una idea del camino que recorrerían sus personajes. La distancia entre una puerta y unas escaleras, entre una sala de la biblioteca y la siguiente o entre un sendero y un chiquero. Todas esas distancias están dibujadas. ¿Por qué? Primero para tener una representación real de aquello imaginado por Eco. Alguna vez Homi Bhabha dijo que la literatura era la representación de una interpretación. Y algo así sucede con el espacio topográfico en Eco. Hay una representación de una interpretación. Pero al revés. Para el italiano primero existió la interpretación del territorio, del espacio, de la geografía... y luego, cuando entendió la territorialidad, la puso por escrito. Al hacerlo, nosotros, como lectores, tenemos la idea de que nos movemos por lugares que van de la luz a la oscuridad. Y van de lo cerrado a lo abierto. Todos esos espacios no solo están ahí para ampliar la mirada sobre lo que Eco nos cuenta, sino para hacernos entender el ritmo de la narración: para él la distancia tenía que ser visual porque de ese modo sabría cuánto duraba caminar por un sendero, y esto para conocer qué se podía decir mientras se caminaba por él.
Todos los espacios se construyen en función del lenguaje; de lo que se puede decir y de lo que no . Porque el espacio físico también nos dice cosas. Por eso, la figura del teólogo detective que descifra enigmas del mismo modo que hermenéuticamente decodifica viejos libros apócrifos. Todo es lenguaje.
El péndulo de Foucault tiene el extraño mérito de figurar en catálogos de librerías esotéricas. Quizás porque se emparenta con ese libro de Fulcanelli, El misterio de las catedrales o quizás porque las palabras que más se repiten en ella son Dios, cábala y misterio. Libro enigma, como El nombre de la rosa. Libro que se funda en la hermenéutica como principio y como piedra angular. La interpretación de la interpretación de la interpretación de los nombres de Dios. Esta segunda novela se asienta sobre esa piedra. Son nombres impronunciables y al mismo tiempo conocidos. El lenguaje no puede nombrarlos a viva voz, pero se nombran a partir de las esculturas y las catedrales. Las catedrales son la traducción de uno de los nombres de Dios. Es por eso que en ellas se hallan las claves del Santo Grial, por ejemplo, o los verdaderos ritos de los monjes Templarios. Eco hace de la Edad Media su territorio. Y, siguiendo a Deleuze, podríamos decir que reterritorializa esta época de la humanidad a partir del misterio y del lenguaje.
Para Eco, cultor de los sistemas lingüísticos y de las funciones interpretativas, connotativas y denotativas del lenguaje, la novela no es más que otro sistema lingüístico en que se puede probar que todo es lenguaje. Un vitral, una catacumba, una lápida, una espiga rota, un olor de estofado, un sendero, un libro mal colocado en el estante, unas escaleras construidas de cierta forma y una puerta cerrada, pero que tiene una inscripción borrada en el centro: Todo dice algo. Todo es mensaje. Eco señala que es en la novela donde el lenguaje no solo es lo dicho, o los silencios, sino todo aquello que es mostrado porque lo físico también nos informa sobre la trama y nos incorpora a ella por medio del ritmo de los diálogos que suceden en ese espacio.
La topografía, como el lenguaje, son semejantes porque están construidos para sostenernos y comunicarnos. Eco lo sabía y por ellos se pasó la vida tratando de armar la trama oculta del lenguaje a partir de la construcción pormenorizada de catedrales y conventos perdidos entre la bruma de alguna ciudad. Leer a Eco ahora que ya no está, quizás refuerce el misterio. ¿Qué más nos está diciendo este hombre que se preocupó tanto del misterio del lenguaje como para construir piedra sobre piedra a partir de palabras?