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Stand up comedy: una breve bitácora personal

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Lo que van a leer a continuación no es más que el registro de un recorrido, una bitácora de comediantes y chistes que han configurado una búsqueda, una respuesta a una pregunta que me niego formular: ¿qué es el stand up comedy?

 

El porqué de que no me interese dar aquí una definición y el porqué de haber decidido hacer un mero recuento de mis ‘comediantes de cabecera’ se debe a una paradoja que ya enfrenté en mis años de estudiante de Letras: debía estudiar el lenguaje desde el lenguaje, sin poder escapar de sus trampas, de las barreras construidas por el objeto mismo. “Es como explicar un chiste, le quitas toda la gracia al tratar de entender por qué es gracioso”, decía uno de mis profesores. Ahora lo entiendo mejor que nunca. El chiste se cuenta solo o no se cuenta. Por eso, he aquí una guía rápida de comediantes que me explicaron sin explicar qué es la comedia stand up.  

 

Para encontrar un punto de partida, debo ubicarme en los primeros días del mes de abril, cuando mis colegas Juan Rhon, Pancho Viñachi y yo organizamos dos sesiones de comedia stand up en el cine Ochoymedio de Quito. A diferencia de otros espectáculos, en esa ocasión decidimos seguir el ejemplo de los clubes de otras latitudes y abrir el micrófono para que aficionados se animaran a presentar sus rutinas cómicas por vez primera. En el segundo día, mientras acompañábamos la espera con vino y algo de aguardiente, uno de los debutantes me preguntó cómo había llegado a hacer este tipo de comedia.

 

Tuve que regresar a mi adolescencia temprana. En aquella época, mi madre era la encargada de lavar mi ropa, así que yo tenía que doblarla, organizarla y guardarla. Algo que siempre llamó mi atención era la tendencia a perderse que tenían mis medias. Siempre que acababa de emparejarlas, una quedaba solitaria, triste, incompleta. No entendía cómo una prenda de vestir podía desaparecer sin dejar rastro, pero sucedía. Una tarde aburrida de sábado, cambiando canales sin esperanza de encontrar algo divertido, me encontré con un comediante en un escenario pequeño de algún bar. Él le contaba a una reducida audiencia su teoría sobre lo que les pasaba a las medias en la lavadora: según él, en día de lavado se organizaban para escaparse de su dueño y ser libres, aunque eso les significara dejar a su compañera. Me reí. Luego, el comediante imitó con su mano a una media, escapando como gusanillo en medio de la calle. Me reí más. La siguiente semana, cuando me encontré con otra media ‘chulla’ —como las llamaba mi abuela— recordé la teoría de las medias prófugas y me reí aún más. Ese comediante era Jerry Seinfeld (1954).

 

Seinfeld es uno de los más destacados humoristas de los noventa y creó, junto a Larry David (1947), una de las comedias televisivas más exitosas de la historia de los Estados Unidos, Seinfeld. Entre 1989 y 1998, se trasmitieron nueve temporadas de la serie. La Writers Guild of America ubicó a Seinfeld como la segunda producción televisiva mejor escrita de todos los tiempos, solo detrás de Los Soprano(1). Los monólogos de Jerry Seinfeld con los que empezaban los capítulos de las primeras temporadas se convirtieron en mis primeras referencias del género. Muchas veces escuchaba en su voz reflexiones inútiles que había tenido yo o que, al menos, había esbozado en mi cabeza. ¿Por qué los puntos de los partidos de tenis se cuentan 15–30–40? Porque los primeros jugadores estaban tan cansados con los sacos que vestían que decidieron acabar lo más pronto posible. ¿Por qué las mujeres se ponen perfume en las muñecas? Porque ellas creen que existe la posibilidad de que el hombre quiera ir ahí. ¿Por qué son tan inútiles los caballos pony? Porque un policía en un caballo tan pequeño se vería ridículo. Esos chistes y muchos otros que pude leer en una copia de su libro Seinlanguage (1993) me convencieron de que el humor basado en lo cotidiano es entender una vida marcada por sus absurdos y sinsentidos, que la gente tiende a tomarse muy en serio, demasiado en serio. Como las medias.

 

Sin embargo, hacer comedia stand up no era algo que planeaba para mi futuro. La academia literaria se vislumbraba como mi destino luego de la facultad de Letras. Suponía que hacía falta un talento innato, tener un ‘ángel’ para la comedia, uno que yo no poseía. En Quito, los más viejos usan una expresión para definir la combinación de una predisposición cómica y una habilidad adquirida: “Hay que tener sal”. Una azarosa serie de acontecimientos desafortunados acabaron conmigo aceptando una presentación en un pequeño café de la ciudad que ahora ya no existe. En diciembre de 2006 empecé a preparar mi primer show en conjunto con Pancho Viñachi y Jaime Villacís, ambos con experiencias en el mundo audiovisual, pero ninguna en armar un show de stand up.

 

El primer chiste que se nos ocurrió se relacionaba con la obligación de hacer algo sin tener idea qué es. “El secreto para triunfar no está en saber cómo hacer, sino en hacer creer a los demás que sabemos cómo hacer”, decíamos, y ese axioma se convirtió en nuestro plan de trabajo. Cuando estrenamos el espectáculo en enero de 2007, se despertó un hambre por descubrir las posibilidades de este género y hacerlo en el Ecuador.

 

En mis primeros años de profesión supe que durante los siglos XVIII y XIX, en los vaudeville y los music hall del Reino Unido y los Estados Unidos, los comediantes eran los encargados de animar al público entre acto y acto. Con el tiempo, la animación se convirtió en un acto en sí mismo y el género empezó a desarrollarse. Las posibilidades son múltiples: hay comediantes que usan música, otros añaden utilería, actualmente también se puede usar video y otras ayudas visuales.

 

Luego de Seinfeld comencé a descubrir otros comediantes. La primera idea que la experiencia me hizo desechar fue que siempre había que contar una historia continua durante un monólogo. Ahí apareció Steven Wright (1955), quien presenta sus chistes uno a uno, sin ninguna conexión. Este estilo es conocido como one liner. Con una voz grave y un peinado que no se esfuerza en esconder su prominente calvicie, Wright cuenta chistes que son reflexiones inesperadas: “La curiosidad mató al gato. Por algún tiempo yo fui uno de los sospechosos”. Romper con la naturalidad y empujar los límites de nuestra concepción del mundo es el origen de la risa, dice el filósofo francés Henry Bergson. Uno de los chistes de Wright narra cómo olvidó soltarse el cinturón de seguridad al salir del avión, arrastrando al avión completo con él. ¿Su mayor queja? Golpear la cabeza de las personas en el aeropuerto con las alas del avión. Puro sinsentido, puro humor.

 

Muchos otros comediantes siguieron con la tradición de los one liners. Uno de mis favoritos fue Mitch Heldberg (1968–2005), quien sufría de miedo escénico patológico. En la mayoría de sus presentaciones usaba gafas oscuras y se peinaba de modo que su cabello escondiera el rostro, separándolo de lo que más temía: el público. La incomodidad también se convierte en él en una fuente de risas. “Los perros están siempre en la posición de flexión de piernas (risas del público) Ese chiste es tonto. Me doy cuenta”. Convertido en un comediante de culto, el público acababa sus chistes antes de que los pudiera terminar. Su humor le debía mucho a su relación personal con las drogas(2). Observaciones que parecían sacadas de una conversación en medio de marihuana (humor stoner) acababan conformando casi toda su presentación. Uno de sus mejores chistes dice: “Solía usar drogas, todavía las uso, pero también solía”(3).

 

Me di cuenta entonces de que a veces la incomodidad no está en el comediante sino en el público, que se ve enfrentado a temas que ocupan los principales editoriales de los periódicos y que ponen en tela de duda las bases mismas de sociedades acostumbradas a callar cuando más hay que hablar. El matrimonio gay, el aborto, el racismo, la religión son, entre otros, temas que solo confirman que el comediante puede pararse en el escenario con ánimo transgresor y que puede generar la catarsis necesaria para hablar cuando se pide silencio. Hablo aquí de humoristas como George Carlin (1937–2008), quien en una de sus rutinas, en 1972, mencionó siete palabras que no podían decirse en televisión. Carlin fue arrestado después de un show en Milwaukee, acusado de perturbar la paz con dicha rutina. Al año siguiente, cuando una radio trasmitió el mismo material, desencadenó una serie de acciones legales que terminaron con una decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos que permitió el control de la libertad de expresión por parte del gobierno federal en las trasmisiones de radio y televisión.

 

Carlin heredó la tradición de Lenny Bruce (1925–1966), arrestado en múltiples ocasiones, acusado de obscenidad. Representantes de la contracultura estadounidense, Carlin y Bruce son hoy reconocidos como referentes históricos del stand up. Prueba de ello son los catorce especiales que la cadena HBO realizó con Carlin, dándole múltiples oportunidades para poner el dedo en la llaga y hablar de temas que hasta hoy en día erizan el pelo de las alas más conservadores de la opinión pública, como su explicación del aborto en el especial Back in town de 1996, cuyas primeras palabras son: “¿Por qué sucede que la mayoría de gente que se opone al aborto son personas que no te atrevías a cogerte en primer lugar?”.

 

Bill Hicks habla de los fanáticos religiosos; Dave Chapelle y Chris Rock nos recuerdan las desigualdades entre negros y blancos; Lewis Black analiza cómo los celulares hacen más estúpida a la gente; mientras que el inglés Eddie Izzard se cuestiona cómo el Imperio británico ha basado su derecho de propiedad en el solo hecho de poner una bandera en tierras ajenas.

 

Todas estas referencias a comediantes cuyo idioma materno es el inglés no tendría sentido sin su contraparte en castellano, donde nos es más fácil reconocernos y entender los juegos semánticos que están en el origen de la risa, como identifica Sigmund Freud en su libro El chiste y su relación con el inconsciente. Andrés López llenó teatros en el Ecuador con una rutina que nos dividía por generaciones y apelaba a nuestra memoria colectiva. Adal Ramones y su asimilación de los modelos televisivos estadounidenses “a lo Jhonny Carson”, donde el monólogo inicial era la parte más apreciada del programa o, si queremos viajar en el tiempo, los chistes contados por el mexicano Raúl Vale o los sonidos del chileno Lucho Navarro.    

 

La conformación de un movimiento de stand up ecuatoriano está en ciernes así que el silencio guardado sobre él es una invitación a meditar sobre él, en otro momento y con más detenimiento. El solo hecho de realizar micrófonos abiertos donde se pueda hablar de los insultos de Jaime Nebot en el Congreso Nacional, las frases típicas de los padres ecuatorianos y las particularidades de nuestra gastronomía nos invita a seguir reflexionando en el humor como un constructor de identidad. Por lo pronto, no expliquemos el chiste y hagamos un minuto de silencio por las medias perdidas. (F)

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