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Rock latinoamericano: el rugido del jaguar
Si algún día me miras abrazado de tu sombra no me separes, déjame sólo sin movimiento, como una lágrima que corre por tu cuerpo lamiéndote la piel.
Caifanes 1994
Si hubiese que definir el rock latinoamericano, y para ser más precisos, explicar toda esa corriente que emergió a finales de los ochenta en Centro y Sudamérica, habría que remitirse al contexto político y cultural que vivió la región: una serie de dictaduras dejaron huellas profundas en los movimientos juveniles y sociales de la época.
Países como México y Argentina se caracterizaron desde esa época por poseer la tierra más fecunda que permitió el nacimiento y germinación agrupaciones musicales con un fuerte sentido social y político, que de a poco se convirtieron en íconos de lucha y figuras representativas de un género musical que trascendió fronteras geográficas y temporales.
No fue sino hasta mediados de la década de los noventa, que esta corriente sonora logró posicionarse en el imaginario latinoamericano e internacional como una producción con raíces y fusiones locales, caribeñas y nativas.
Algunos curiosos del tema musical, han identificado en este género ciertas características sociales y políticas que, en su momento, definieron toda una corriente de pensamiento y de nuevas identidades alternativas al interior de los países en los que tuvieron acogida estos ritmos irreverentes e innovadores.
La semilla color canela
La música rock tiene su origen en sonidos provenientes de comunidades afro de Estados Unidos, del blues, el folk, el country y el jazz. Sonidos que al fusionarse con ritmos tropicales, caribeños y latinos dieron como resultado un género musical que revolvió y sedujo a las masas juveniles de la época.
Ritchie Valens y Carlos Santana fueron dos de los primeros músicos en experimentar con sonidos y fusiones latinas. La temprana muerte de Valens truncó una carrera prometedora y dejó un vacío en cuanto al cultivo de este género en desarrollo. Santana, por su parte, fue el primer músico latinoamericano (proveniente de México) en ser parte de uno de los festivales más grandes de música alternativa de los años sesenta.
El entrelazamiento y fusión de ritmos afro-caribeños con la psicodelia y el rock dieron buen resultado, al punto que estos sonidos serían tomados por los jóvenes de la época como un narcótico que les permitía expresarse de diferentes maneras y los liberaban de la normativa social de la época; también se convirtieron en un arma de lucha y protesta social ante las injusticias y guerras económicas que empezaban a estallar en todo el mundo.
La década de los ochenta se caracterizó por el surgimiento de un rock-pop latino masivo, con influencias directas de grupos como The Cure y Depeche Mode. Sin embargo, también surge un movimiento de rock fuertemente agresivo y comprometido con los movimientos antidictaduras, siendo uno de los casos más representativos la banda chilena Los Prisioneros, durante el régimen militar de Augusto Pinochet. En Argentina se vivía paralelamente el boom de Soda Stereo y Charly García.
Un movimiento rebelde y con ganas de explotar
En la década de los noventa serían bandas latinoamericanas como Maná, Caifanes y Café Tacuba de México; Libido, Dolores delirio de Perú, Karamelo Santo y Los Fabulosos Cádillacs de Argentina; y Los Rabanes de Panamá, las que empezarían a incluir ritmos tradicionales de sus países u otras partes de América Latina, en especial Caifanes y Los Fabulosos Cádillacs.
La trascendencia de esta eclosión sonora con sabor latinoamericano tuvo resonancia en Francia con Manu Chao, un artista local, que sentó junto a Mano Negra, las bases del mestizaje; la fusión del rock con lo árabe, el punk, el rap y el reaggae; produjeron letras combativas cantadas en argot callejero y espíritu festivo. Crearon un estilo, una nueva forma de entender el rock, que fue acogida con particular entusiasmo cuando llegarían a Sudamérica en 1992, ayudando a forjar la identidad al género.
Una bestia ancestral o los rugidos del alma
Caifanes, una de las bandas más prolíficas y mejor logradas de Latinoamérica tuvo sus orígenes a mediados de los ochenta. La banda, originalmente conformada por Saúl Hernández (voz y guitarra), Sabo Romo (bajo), Diego Herrera (teclados y saxofón), y Juan Carlos Novelo (batería) contaba con una larga trayectoria musical, pues Saúl había experimentado ya en su antiguo grupo Las Insólitas Imágenes de Aurora, ritmos similares a los que produciría Caifanes y posteriormente Jaguares.
La agrupación mexicana recogen sonidos propios y extranjeros, que en la voz de Saúl, y con la complicidad del resto de integrantes de la agrupación, lograron crear una música propia de su país.
Aunque en un principio la música de Caifanes parecía ser profundamente oscura, densa, metafórica y críptica; la inclusión de La negra Tomasa en el repertorio del grupo no era casual: Hernández y Romo tienen raíces en colonias populares de México, y por ello utilizaron el ritmo de cumbia como base. Sin embargo, Caifanes no volvió a apropiarse tan marcadamente de un estilo musical distinto del rock, por el contrario, incorporó elementos de la música popular mexicana en su identidad sonora.
Si bien en El diablito la mayor parte de las canciones puede ser calificada simplemente como rock, las letras comienzan a tomar elementos populares (como la integración total del dicho “De noche todos los gatos son pardos” en la canción homónima), y con La célula que explota se marca en gran medida el estilo clásico de Caifanes: letras demandantes, poéticas y profundas que buscan generar reflexión y repensar la condición humana. La presencia de Alejandro Marcovich, a partir de este disco se vuelve fundamental en el sonido del grupo, a tal grado que para muchos fanáticos la diferencia principal entre Caifanes y Jaguares consiste en el estilo del guitarrista.
La célula que explota, construida como una balada rock con arreglos de mariachi y marimba, es la primera de una serie de amalgamas futuras. En El silencio las fusiones tocan de nuevo la música con una fuerte cadencia rítmica que en México se tilda de “guapachosa” (Nubes, Hasta morir, Para que no digas que no pienso en ti), pero también la banda (Piedra), e incluso aparece una versión de un son veracruzano, Mariquita, en el que se combinan las tradicionales jaranas con las guitarras eléctricas de Marcovich.
Por último, en El nervio del volcán, los músicos experimentaron con rítmicas indígenas, dándole un toque de bolero a las percusiones como por ejemplo, Ayer me dijo un ave, y construyeron La llorona sobre el vals tradicional del mismo nombre.
Sin duda Caifanes y posteriormente Jaguares se han convertido en una de las pocas agrupaciones que ha logrado captar diversidad de públicos alrededor de todo el mundo. Sus líricas y ritmos característicos dejan ver una composición propia que cautivó a un público exigente que encontró en sus canciones y producción sonora un lugar en el que las emociones se expresan de tal manera que emergen como rugidos y calman excitadas almas que —como dice una de las líricas de la banda— fueron preñadas y ahora buscan la calma y el sosiego.