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Más allá del bien y del mal: el ladrón que escribe

fui comprendiendo su hermosura.

Creo, incluso, que fue

creación mía,

cuando decidí que la

hermosura tomara la forma

de aquel rostro y de aquel cuerpo.

JeanGenet

 

Mientras caminaba entre los fuegos del infierno,

encantado con esos placeres del Ingenio

que a los ángeles les parecen tormentos y locuras,

recogí algunos de sus

proverbios.

WilliamBlake

 

Y se hizo el autor

Animado por el instinto, y no por la razón, Jean Genet está en un estado de inocencia, ni moral ni inmoral. Sus gérmenes de creatividad son únicos y se alimentan de las situaciones más sórdidas que puede ofrecer la vida. El presidiario hijo de padre desconocido y de madre prostituta, el artista ladrón nacido en 1910, con sus más de 35 obras hace salir al ser humano de su aparente estado natural y le enseña la belleza posible en mundos hostiles: “en honor de los crímenes de todos ellos escribo”, nos dice.

El que fue un niño que dio atisbos de su genialidad en las escuelas que abandonaba, renegó de tutores, del Estado y pasó de la putería a convertirse en un referente del canon del arte universal. Por medio de la literatura, la poesía, el cine, el teatro y sobre todo su vida, el ex legionario francés y mendigo trashumante destaca por una sensibilidad rica y refinada que recrea personajes ambiguos y de origen lumpen capaces de hacernos profundizar en el sentido de la perversión, el mal, el erotismo y la homosexualidad desde su dimensión más física, romántica, épica, desinhibida y desde luego reconstructora.

Con historias “épicas” repletas de héroes sin heroísmo alguno, héroes ladrones y asesinos sin el menor vestigio de nobleza, el autor de los condenados escribió su primera novela en hojas de papel robadas durante su estadía en la cárcel de la que fue rescatado por Cocteau, Sartre y otros que intercedieron para el “perdón” presidencial. De esta época de encierro posiblemente proviene su costumbre de proteger a sus personajes en la oscuridad y el moho.

Caracterizado por enaltecer la maldad, sus chicas del burdel, clientes, militares, revolucionarios, figuras judiciales y homicidas son sujetos sin más ambición que seguir robando o satisfaciéndose. Se trata, en otras palabras, de seres de ¿la vida o de su imaginación? cuya patria natal no es otra que el suburbio, la cerveza, el puerto, la cárcel. Espacios donde, guiado por un principio autobiográfico, el artista máximo según Jean Paul Sartre —a quien dedica su libro Diario de un ladrón— construye cronistas bajo el signo de los mártires que soportan el “juego del destino”, todo, como podrá descubrir el lector al introducirse en su escritura, para incitar una moral personal que invierte los valores de la sociedad y sus costumbres hasta reinventar ¿involuntaria o voluntariamente? la moral.

En la exploración de la desigualdad y la exclusión, sus territorios natos, como sostiene el filósofo e historiador francés Eribon Didier, la literatura y el mérito de Genet es analizar su pertenencia a una minoría esclava de la vergüenza impuesta en los corazones de los parias, a la par que los invita al rechazo y la reivindicación de esos sentimientos impuestos por el orden social para transforma la vergüenza en orgullo.

Para quienes por siglos han habitado el mundo “aparte”, el autor de la Condena a muerte’ (1942) es la promesa de una emancipación, un testimonio literario y existencial que ignora la norma, sin dejar de tratar de recomponer incesantemente la cultura a favor de sus humores. Es que hace ya tiempo que al ser humano no le basta con la naturaleza que le fue dada. Y es en esa insatisfacción que incluso se inventa o reinventa un orden social, cada cierto tiempo, con algo más que alimento, vivienda y medicina: imaginación y posibilidad no deben faltar en los caminos del ser humano.

Las “niñas” maleantes en la literatura

Entre todos los personajes concebidos por Genet, y que son hasta hoy censurados y prohibidos en muchos países, destaca personalmente uno (a). Ingenua como solo ella, su mota es “Santa María de las Flores”, “un asesino bellísimo”, una porción de vida a disposición de los necesitados y de sus propias entrañas. La Santa de Genet es un exterminador de ancianos que “ya ni se empalman”, un Raskólnikov de buen corazón y sin culpa alguna que se autoredimió detrás de la vestimenta de Santa Rosa de Lima pero sin dejar de ser devoto de los apóstoles sudorosos de las prisiones.

Una “santidad” de Genet que Sartre, en su voluminoso ensayo sobre el autor titulado San Genet comediante o mártir, afirma que está creada “por una meditación onanística sobre su propia degradación y la aniquilación imaginativa del mundo, un abrirse camino a través del sistema social, superando increíbles obstáculos para descubrir su propia moralidad en el tope de la abyección y la entrega”. Una moral que encaja con lo que Susan Sontag describe como una forma de actuar y no un repertorio particular de elecciones, uno de los logros de la voluntad humana, al imponerse un modo de actuar y de estar en el mundo.

Al tratar de ubicar su obra dentro del complejo e indefinible todo al que podríamos denominar “literatura universal”, resulta fácil quedarse con el primer encasillamiento que nos sale al frente. Genet es, sin dudar, el encargado de cristalizar y llevar a una de sus mayores expresiones la provocación desde el tabú de las pasiones homosexuales. Para el amante del suicida Abdallah Bentaga y amigo de Picasso, en sus libros predomina el instinto del “impuro”. Narra sin parar al sodomita como sodomita en acto de sodomía: sin pedir perdón, sin brindar excusas, sin clamar comprensión y lo más importante sin eufemismos.

“Su estilo de vida (...) lo convierte a él y sus ‘niñas’ maleantes en un referente del vagabundo asocial y místico...”.Antes de él, en el mundo literario, los relatos de Oscar Wilde, Gerard de Nerval, Holderlin e inclusive las obras de Charles Baudelaire, Paul Verlaine y Arthur Rimbaud tenían características y límites al abordaje del desgarramiento de los valores, del honor, de la virtud, del bien; es decir, de la totalidad de ese catálogo de preceptos morales que están en el inconsciente de los seres humanos y que obligó a estos genios a disfrazar sus sensaciones y forma de vida con el traje de elaborados trucos literarios.

En el caso de Jean Genet se lo reconoce como un caso único en la literatura francesa del siglo XX porque en su mundo proyecta un talento singular, que es el de la grandeza del lenguaje y sus atmósferas que traspasan la vulgaridad para nombrar a una sociedad cimentada sobre la intolerancia. Genet, en un primer momento, no pretende ser ejemplo ni testigo de una época, se lo siente satisfecho con predicar su “desvergüenza”.

Su estilo de vida y de escritura autobiográfica y autodestructiva, lo convierte a él y sus “niñas” maleantes en un referente del vagabundo asocial y místico, una fuente de inspiración que no dejan de reconocer en citas Charles Bukowski y con muchos elogios las palabras de la correspondencia de Jack Kerouac.

La influencia del ladrón

Con firmeza la boca de Warhol decía que leer a Jean Genet le ponía operativo. En 1967, David Bowie, antes de alcanzar la fama, se fascinaba por el francés a quien años más tarde le rendía un homenaje con su canción Jean Genie. Asimismo, grupos contemporáneos como Placebo y Coco Rosie, escribieron y compusieron respectivamente Lady of the Flowers y 1910 después retitulada Beautiful Boyz.

Toda esta música, con claras alusiones al autor de Diario del ladrón (1949), Santa María de las Flores (1944), El milagro de la rosa (1946), Pompas fúnebres (1947), Querelle de Brest (1947), Las Criadas (1947) y Cuatro Horas en Chatila (1983), entre otras publicaciones en distintos géneros, se complementan con versiones cinematográficas de los mismos libros. Destaca el último largometraje de Rainer Werner Fassbinder, basado en el texto homónimo Querelle de Brest y al cual el cineasta alemán consideró su trabajo más importante y el cual, según la crítica y los estudiosos, es un referente de la cultura queer.

Hoy reconocido y olvidado por igual, Genet publicó en la década del cincuenta Querelle de Brest, novela acompañada por una serie de 29 ilustraciones del polifacético Jean Cocteau. Tanto el libro como las ilustraciones fueron impresas de forma anónima, con el recelo de las habituales reacciones que surgían entre sus lectores. Vale decir, una severa censura de casi 10 años le valió a Genet no solo la dificultad de difundir sus libros, sino también un juicio en el que se le acusaba de inmoralidad que se amenazaba castigar con un presidio que afortunadamente no llegó.

“Existe o aparece con el tiempo un Jean Genet político que evidencia un cambio en la actitud personal y la de sus trabajos artísticos...”.Tras la censura, la influencia de Genet en artistas posteriores proviene, no solo de la insignia impuesta por la prohibición, sino de una experiencia mística, una suerte de solemnidad religiosa invertida, la capacidad de transfigurar en bello la brutalidad y el inframundo. Cual Dante en sus propios círculos infernales, Genet logra una trasmutación que deviene en una suerte de liturgia que generaría una mitología personal y un universo de imágenes, símbolos e inclusive una adoración muy particular hacia la figura del autor.

Complementa el interés en este maestro sin límites, para quien la metamorfosis es su modo de encontrar la literatura, su militancia política cercana a grupos identificados con la izquierda. Existe o aparece con el tiempo un Jean Genet político que evidencia un cambio en la actitud personal y la de sus trabajos artísticos.

La política de las “perseguidísimas”

Con una biografía similar a una ficha policial, “el bastardo” y ex presidiario, el artista y gran director de teatro, es un proscrito del sistema social y político per se que no tuvo dificultad en acercarse y ser aceptado por movimientos como la Liberación Negra, la Liberación del pueblo palestino y, obviamente, los movimientos de reivindicación de derechos gays. Es más, con la edad y su peso vital, se transformó en un duro crítico del neocolonialismo, la hipocresía de la política dominante y de la implacable represión de todo lo que no encaja en los moldes eurocentristas.

Testimonió con su obra Cuatro Horas en Chatila, escrito en 1982 después de la matanza de miles de refugiados palestinos, los abusos de las falanges libanesas con la complacencia del ejército israelita y la indiferencia de una Europa acomodada. Se distanció de quienes detentan el poder y, entre 1970 y 1972, convivió con refugiados y fedayines (guerrilleros) palestinos en Jordania y Líbano, situación que le permitió escribir Un cautivo enamorado, obra póstuma por deseo del autor que trató de ser minimizada por las editoriales y la crítica complaciente de sus financistas. Sin embargo, de sus escritos políticos, se evidencia un abandono de su anarquismo estético y la entrega a una catarsis originada en la visión inhumana de la tortura, entremezclada con la necesidad y capacidad de movilizar el pensamiento del lector comprometido con el humanismo.

De su condición homosexual escribiría “¿Qué es un marica? Un hombre, que por su naturaleza, se opone a la marcha del mundo, se niega a entrar en el sistema según el cual está organizado el mundo. El marica se niega a esto, niega eso, lo socava, quiera o no. Para él el sentimiento es sólo tontería y engaño, sólo existe el placer. Vivir de sorpresas, de cambios, aceptar los riesgos, exponerse a las afrentas, es lo contrario de la coacción social, de la comedia social”.

Autor capital en el terreno de la trasgresión y la frontalidad, Jean Genet es resultado de las condiciones más adversas y de un talento inquebrantable. Síntesis de la creatividad y la impureza fusionadas, es también un artista contradictorio y comprometido con su realidad, una realidad que va más allá del bien y del mal y del dominio cultural que nos separa en buenos y malos. El ladrón escritor que es peligroso leer porque puede conmover con otro tipo de sentidos.

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