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Pintura

Los sublimes mamotretos de Iván Ramiro Torres

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En este texto me acerco a los sublimes mamotretos del artista visual Iván Ramiro Torres (Quito, 1959). Para mí, dicho acercamiento constituye un desafío, mucho más debido a que no muestro su fotografía —el autor es desconocido en el panorama de la pintura ecuatoriana contemporánea o universal y creo que a él poco le importa, su trabajo es inconmensurable, apasionado, sin reservas: su único fin es pintar—.

 

Pero mi objetivo no es posicionarlo como autor o autorizarlo para que ingrese al canon de los artistas visuales del país, sino mostrar, en la pequeña vitrina de este breve ensayo, algunos ‘segmentos’ de su obra para que el público/lector opte por creaciones artísticas que contienen a un autor más allá de la fama, el reconocimiento o la academia —aunque Torres se sirve de ella pues la conoce muy bien. Es un artista visual graduado de la Escuela de Artes de la Universidad Central del Ecuador a finales de los años ochenta—.

 

1. Intuitu personæ

 

En 2009 publiqué un libro de dos poemas ensayo llamado PI. En él recojo de manera lírica e historiográfica la visión de Luigi Stornaiolo, su destreza en el dibujo y su manejo del figurativismo y el neorrealismo social que le han permitido esgrimir con facilidad cuadros bestiales en los que incorpora entes antropomórficos aterrizados en espacios/tiempos que reflejan nuestra idiosincrasia: en su obra se puede encontrar fácilmente demonios o seres infernales que estallan orgiásticamente en algunas zonas de Quito: lo suyo también es el feísmo. Ingresar a su vivienda/taller —bajo el departamento de su padre, el reconocido psicólogo clínico y sexólogo Bruno Stornaiolo— en el barrio La Floresta fue una rica experiencia en cuanto a la constatación del caos creativo que rodea al artista.

 

En esta ocasión, apelando a la misma buena suerte, pude visitar la cueva/taller de Iván Ramiro Torres. El artista vive en una casita en la ciudadela Quito Sur, un barrio periférico de Quito. En ella están, en absoluto caos, desperdigados, obras, vestidos, libros, caballetes y lienzos. Vive con su único hijo, Carlitos, que tiene parálisis cerebral.

 

Torres se desempeña ‘desmesuradamente’ en el arte de sobrevivir y realizarse en sus invenciones pictóricas. En sus manos la pintura es un dispositivo que —tal como la literatura, para otros— se constituye en una misteriosa pero bella maratón que recuerda a Javier Marías en un momento del discurso que pronunció cuando ganó el Premio Rómulo Gallegos: “[…] me pregunto cómo, siendo un adulto, puedo dedicar tantas horas y tanto esfuerzo a algo […] cómo puedo pasar parte de mi vida instalado en la ficción, haciendo suceder cosas que no suceden, con la extravagante y presuntuosa idea de que eso puede interesar algún día a alguien”(1).

 

 

2. Feísmos

 

En los textos visuales(2) de Torres observo la explosión premeditada del feísmo y su belleza, lo que Ana María Preckler llama “expresividad deformante, contraria a los cánones clásicos”, aquello que antes fue ‘feo’, pero que se ve transfigurado por el tiempo y se convierte en bella delectación(3).

 

No necesariamente hablamos de teratología (el estudio de lo anómalo), sino de la distorsión que ridiculiza al rostro y encuentra en él una especie de ternura.

 

No es este tampoco el feísmo expresionista del español José Gutiérrez Solana per se —aquel que implica una vanguardia histórica en la que se conjugan la muerte y el carnaval—, sino ese feísmo otro que descubre “rostros amalgamados en la más cruda y dura realidad: el del costumbrismo desnudo, el de los bajos fondos, el de los ámbitos rurales límites, el de los duros oficios del vivir”(4), que revela interiores humanos.

 

Precisamente, es esa revelación del ser humano en sus diversos rostros lo que deslumbra. En ella se fortalece la cosmovisión de un individuo, llámese pintor subalterno, marginal o independiente, comprometido totalmente con sus objetos insólitos, fuertes y exuberantes que comunican a vendedores ambulantes o parias o ladrones o simples vecinos del barrio que Torres aborda desde la figuración para evadir el abstracto —ese de Julian Schnabel, por ejemplo, en el que la modernidad ha reducido la imagen a la simplicidad de unas pocas líneas— y proponer, en su lugar, la neo-des-figuración que anida el sarcasmo y el grito grotesco —quizás ese que permite recordar al expresionista Francis Bacon en sus últimas pinturas “neo-feas”: una atormentada suma de beldad y violencia, cuando más acosado estaba por el asma.

 

Sin embargo, desde mi perspectiva, en la obra de Torres no habita lo tétrico —como en la de Bacon—. Sus cuadros recogen, como decía, una dosis de ternura, una reminiscencia de la belleza y del afecto en el oprobio de la fealdad: una paradoja que apunta a la madurez del ser humano, a su condición y a su búsqueda de la felicidad (paz, amor, juego, hábito, sueño, vida o como se la quiera significar). ¿Cómo aparece el sentimiento en su obra? Bajo la clave del ‘sentipensamiento’ (en franca oposición al remanido y superado racionalismo kantiano o cartesiano) que plantea el pensamiento que siente y piensa (valga la redundancia): un acto combinatorio de corazón y mente que asume “la estrategia de [un] saber empático que recuerda los mecanismos diltheyanos (del significado o sentido al enunciar) de vivencia (vida experimentada) y de comprensión (reconstrucción y vivificación imaginaria de una experiencia ajena para conocerla mejor)”(5).

 

Iván Ramiro Torres sabe del cansancio de esta sociedad(6). Por eso encuentra los intersticios en su vida que le empujan a desarmar al ‘yo’ reconociéndolo en el ‘esperpento/receptáculo’ en que se instituye el cuerpo y fraguándolo, específicamente, en su espejo revelatorio que devela su espíritu: su rostro(7).

 

Sus ejercicios pictóricos o ‘sublimes mamotretos’ revelan una humanidad que “no escinde lo que piensa de lo que siente, lo que anhela de lo que hace, lo que [pinta] de lo que sueña, que combina la reflexión con la acción (praxis emancipatoria), que hace ciencia con pasión, amor y angustia —categorías válidas y emergentes— para un nuevo arte otro y para la belleza otra de la vida.

 

Notas:

 

1.- Discurso pronunciado en Caracas el 2 de agosto de 1995, durante la ceremonia de entrega del mencionado premio. El texto se recoge en el libro Mañana en la batalla piensa en mí (2001), de Javier Marías. Madrid: Punto de lectura, Tercera edición, p.419.

 

2.- Libros, legajos, armatostes irregulares y deformes.

 

3.- Preckler, Ana María (2004). “El feísmo y su belleza”. Cuenta y Razón. (134), p. 1.

 

4.- __________ p. 2.

 

5.- Orlando Fals Borda retoma del segundo tomo de su libro Historia doble de la Costa “Resistencia en el San Jorge” la idea del Hombre-Icotea (hombre anfibio) que construye su vida en y desde el pantano. Revísese la Revista Anales (2014). Quito: Editorial Universitaria. (372), p. 225.

 

6.- Véase Chul Han,Byung (2012). La sociedad del Cansancio: hiperconsumo frente al desarme del yo. Barcelona: Herder. Este texto da cuenta de la pérdida de la positividad, del dejar de ‘hacer algo’ todo el tiempo para, de manera opuesta, encontrar la inutilidad del sosiego. El encuentro del cansancio que arguye un ‘no’ como respuesta ante el hombre sin ‘entre-tiempos’ o intervalos para hallar la “in-diferencia como cordialidad” y en procura de la “paz temporal” ante un mundo vertiginoso dedicado a la producción como único fin.

 

7.- A propósito, en “Cortesía y descortesía: teoría y praxis de un sistema de significación”. [Estudios de lingüística del español ELiEs, vol. 25] de Alexandra Álvarez Muro  (2007), se rescatan las investigaciones y los aportes de Brown y Levinson (1987) así como de Mao (1994) en cuanto al rostro (su imagen) y la cortesía. Hay una teoría del rostro al interior de la etnometodología de la comunicación así como de la sociolingüística que subraya el hecho de que el ser humano es rostro, rostro al interior de un sistema más grande que es el de la cortesía o la descortesía y que integra la complejidad de las relaciones sociales. El estudio del rostro es interesante en cuanto a la preponderancia que tiene la imagen “la cara” para el sujeto en su relación inter-subjetiva con los demás sujetos. En ella se sugiere “la relatividad del constructo de imagen en cuanto a la identidad social y a la autonomía ideal individual” (Mao) así como como el resultado de una negociación interactiva asociada al “deseo de gustar” (Brown y Levinson). Más en elies.rediris.es/elies25/alvarez_cap3_4.htm

 

Pinocho, el personaje principal de Pinocchio de Carlo Collodi —quizá quepa decir que fue obra destinada originalmente a los adultos— es el ejemplo teratológico extremo de lo que podría ocurrir si alguien no tiene el rostro “conveniente” para salir a la calle. Pero se pueden encontrar ejemplos cercanos menos fantásticos o cotidianos. Una estudiante “bonita” me comentaba que no podía entrar a clases porque tenía una espinilla. Le dije que me la mostrara y cuando la vi en realidad me dio gracia porque era algo demasiado insignificante. Para ella no dejó de ser una gran tragedia.

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