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Arte
Las delicias de Hieronymus Bosch
El jardín está poblado de hombres y mujeres desnudos en distintas posiciones y coreografías. Algunos comiendo fresas y cerezas gigantes, dentro de esferas transparentes o en cápsulas que parecen de otro mundo. Hay animales reales y mitológicos de grandes proporciones, hay pájaros gigantes, búhos, jilgueros imponentes, torres celestiales de color rosa, fuentes mágicas, símbolos indescifrables, todo parece regirse allí por la ley de la sinrazón, por el placer desmedido y la locura desbordante.
En ‘El jardín de las delicias’ (1495-1505) todo sugiere ser posible. Así las delicias del cielo y las pesadillas del infierno se unen a partir de un lenguaje pictórico que es al mismo tiempo único y maravilloso, poderoso y casi desbordante.
Al final del siglo XV, un pintor del norte del Ducado de Brabante, en los actuales Países Bajos, llamado Jheronimus Bosch, o el Bosco, revolucionaba la pintura con sus creaciones excepcionales, tanto por la extraordinaria inventiva de sus figuraciones y temas tratados, como por su técnica magistral, hasta hoy día alabada y copiada.
«La diferencia que a mi parecer hay de las pinturas de este hombre a las de los otros, es que los demás procuraron pintar al hombre cual parece por fuera; este solo se atrevió a pintarle cual es dentro», escribió fray José de Sigüenza, historiador de la fundación escurialense, refiriéndose al Bosco.
Para el influyente crítico de arte Erwin Panofsky, el artista flamenco fue siempre «lejano e inaccesible» dentro de la tradición de la pintura a la que pertenecía, mientras que para el viajero italiano Lodovico Guicciardini, del Bosco fue «muy admirado», y un «maravilloso creador de imágenes extrañas y cómicas, y de escenas singularmente descabelladas».
En el ‘El Carro de Heno’, un tríptico creado entre 1510 y 1516, el Bosco imagina el paso del paraíso perdido de Adán y Eva, atravesado por un largo desfile en la tierra que sigue al carro de heno, hasta la llegada al infierno, interpretado como una torre en constante construcción, a cargo de animales y monstruos demoníacos.
Se trata, en todo caso, de un viaje cargado de placeres y dificultades, un trayecto con simbolismos de la vida terrenal e inocua (la acumulación de dinero, los honores y jerarquías de la Iglesia, los deleites de la música, los manjares de la mesa), hasta los peligros del deseo exagerado, que llevan en última instancia al abismo del alma y a la destrucción de la belleza humana.
En ese viaje imaginado hay seres extraños, mitad animales, mitad monstruos, todos en situaciones que van desde cómicas, hasta aterradoras. Son los seres que pueblan una y otra vez la obra de este artista sorprendente.
Aunque el mensaje parece ser claro, el Bosco busca siempre subvertir las ideas de la época, a partir de lo incongruente e irracional. En sus cuadros y trípticos, las pesadillas del infierno conviven con la realidad de la vida diaria. Son sueños y escenas surrealistas de gran impacto visual.
Así lo explicaba en un grabado de 1572, Cornelis Cort, quien retrató al Bosco junto a un epigrama latino de Dominicus Lampsonius cuya traducción decía: «¿Qué ven, Jerhonimus Bosch, tus ojos atónitos? ¿Por qué esa palidez en el rostro? ¿Acaso has visto aparecer ante ti los fantasmas de Lemuria o los espectros voladores de Érebo? Se diría que para ti se han abierto las puertas del avaro Plutón y las moradas del Tártaro, viendo como tu diestra mano ha podido pintar tan bien todos los secretos del Averno».
La utilización de elementos burlescos y jocosos, de lo irracional y carnavalesco, «poniendo en medio de aquellas burlas muchos primores y extrañezas», constituye la principal novedad de la pintura del Bosco, ese «camino nuevo» que, según fray José de Sigüenza, habría elegido hacer el artista flamenco, gran lector de autores como Geert Grote o Tomás de Kempis.
Lo cierto es que muy poco se conoce de la vida de este pintor, de quien este año se conmemoran los 500 años de su muerte.
El Bosco, El carro de heno.
Se sabe, por ejemplo, que del Bosco no fechó ninguno de sus cuadros, —menos de treinta en total—, que nació alrededor de 1450 en la ciudad holandesa de ’s-Hertogenbosch («bosque del duque» en su traducción al español), que provenía de una familia de pintores y artistas, y que de su matrimonio con la joven Aleid van der Mynnen, tuvo tres hijos pintores, Goessen (1444-1498), Jan o Johannes (1448-1499) y Jheronimus, el menor, además de dos hijas llamadas Katharina y Herbertke.
Existen documentos que además dan cuenta de que en el curso de los años 1486 a 1487 ingresó en la Ilustre Hermandad de Nuestra Señora, en ’s-Hertogenbosch, la cual estaba dedicada al culto a la Virgen y que estaba regida por una estricta regla religiosa. Fue justamente para esa institución que el artista realizó varios encargos, y donde comenzó su fama internacional.
El encargo más importante que recibió el Bosco del que se tiene constancia es el de un ‘Juicio Final’ de grandes dimensiones por el que en septiembre de 1504 recibió 36 libras, por concepto de anticipo, del duque de Borgoña, Felipe el ‘Hermoso’.
Se sabe que el Bosco falleció en los primeros días de agosto de 1516, quizás a consecuencia de una epidemia, aparentemente de cólera, declarada en la ciudad durante ese verano. Y desde entonces, sus adeptos, imitadores y fanáticos no han parado de crecer en número.
Como parte de las celebraciones por los cinco siglos desde su fallecimiento, la ciudad natal del Bosco organizó de febrero a mayo pasado la mayor retrospectiva de su obra, que incluyó no solo los cuadros más conocidos y populares del artista, sino también sus dibujos y bosquejos menos vistos (solo veinte existen en la actualidad).
Esta colección incluyó obras a préstamo de destacadas instituciones de ciudades como Berlín, Londres, Viena, Venecia, Rotterdam, París, Filadelfia, Nueva York, Washington y Lisboa.
Entre ellas se encuentran la Academia del Arte de Venecia, el Museo Nacional de Arte Antiguo de la capital portuguesa, la National Gallery londinense, y el Museo Metropolitano de Nueva York.
Esa popular retrospectiva se trasladó en junio de Holanda al Museo del Prado, en Madrid, donde se encuentran los trípticos más icónicos del Bosco, incluyéndose ‘El jardín de las delicias’, ‘La adoración de los magos’ (1490-1500), y ‘El carro de heno’ (1510-1516).
La muestra El Bosco. La exposición del V centenario, que estará abierta hasta el 11 de septiembre, se divide temáticamente en cinco secciones, y cuenta con una sexta destinada enteramente a sus dibujos y bosquejos.
De entre las obras seleccionadas, 25 son cuadros pintados por el Bosco, nueve realizados por su taller, y el resto obras de otros pintores que ilustran y retratan la época.
«El Bosco es un artista absolutamente original, con gran capacidad de invención extraordinaria y que inventa una nueva técnica y una nueva iconografía», afirma Pilar Silva, comisaria de la muestra madrileña y jefa del Departamento de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte y Pintura Española del Museo del Prado.
Para la experta española, el crítico Fritz Lang estaba en lo cierto cuando afirmaba en 1927 que el Bosco «pintaba como un dibujante y dibujaba como un pintor».
Ambas exposiciones demuestran en todo caso que la obra de este artista es fuente inagotable en todas sus formas y concepciones. Como ocurre, por ejemplo, en ‘El jardín de los locos’ (1503-1504), en el que en su simbólica nave a la deriva —la barca donde se come, se bebe y se canta—, locos de todas las categorías revelan las debilidades humanas.
Ese mundo retratado es un mundo invertido, donde no reina la razón sino el vientre, en este caso a partir de la gula y la lujuria. El Bosco, que entendía muy bien las características de su época, muestra la locura humana que cede a los vicios terrenales.
En el mástil del barco ondea una banderola rosa que ha sido interpretada por muchos críticos del arte como símbolo de herejía o también como una alusión a los lunáticos.
Los locos del cuadro, de algún modo como todos aquellos espectadores que se aprestan a ver y adentrarse en la obra del Bosco, terminan destinados a vagar en un barco de símbolos y placeres sin rumbo fijo.
Corpus pictórico del paraíso del cielo y el infierno: el Bosco nos revela así la esperanza de la vida como una flor gigante o un monstruo inigualable, desnudo como la propia inocencia.
Notas
*Leonardo Boix es autor de los libros Un lugar propio (2015), Mar de Noche (2016) y su poemario de próxima publicación El libro de El Bosco (2017).