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Poesía
La poesía: Tan lejos y tan cerca
¿Por dónde empezar?
El poema aparece ante nosotros a través de un lenguaje otro, distinto al que usamos en los ires y venires de la existencia diaria. Es un acto de habla trascendente. Acerca de géneros y subgéneros, han sido muchas las voces que se han pronunciado en su pretensión de definirlos. Quizá algunos prefieran quedarse con esa proyección hacia un universo sensitivo otro, paralelo a aquel en el que vivimos. En los siglos V y IV a. C., Platón usaba como sinónimo de belleza al “esplendor de la verdad”, lo que le dio argumentos para expulsar a los poetas de la República. No era bello, sino lo verdadero. Esa visión fue superada por Dante Alighieri, quien en el trecento florentino nos invita a ver que en poesía “nadie sabe la sangre que cuesta”. Ahí, en cambio, notamos que la visión empuja a caer en la cuenta de la gran cuota de sacrificio invertida en la construcción de un poema.
Entre los padres de la Iglesia aparece Tomás de Aquino, quien prefiguraba para la poesía la bondad, y más adelante, Oscar Wilde afirmaba que en arte no hay moral ni inmoral, sino cosas bien hechas y mal hechas. Ya en el siglo XX, Juan Ramón Jiménez supone en la poesía el “principio y fin de todo, […] Si se definiera, el definidor sería el dueño de su secreto, el dueño de ella, el verdadero, el único dios posible”. Y el poeta norteamericano Carl Sandburg le incorpora un elemento similar. Cuando señala que poesía es todo lo que podemos vislumbrar entre el abrir y el cerrar de una puerta, le está dando al poema y a todo lo que roza el cariz del misterio.
¿Y nosotros?
Suele suceder que los más jóvenes son los más conservadores a la hora de encarar la poesía. Los niños acercan siempre al poema la rima y el verso. Y tienen en parte razón, igual que cuando aprenden a hablar y se dan de bruces contra los verbos irregulares en su conjugación. O cuando se les relatan historias de héroes que no lo fueron tanto (y terminan desmitificando ese escenario). Caen luego con el verso libre, con el poema en prosa y descubren un más amplio terreno. La poesía no es solamente sentimiento, sino intelecto, memoria, olvido, relato. Sí, pero el poema pareciera relatar emociones —maneras de enrostrar el mundo— más que hechos o acontecimientos. El poema tiene múltiples dardos y se dirige hacia la totalidad del lector, incluido su inconsciente (el lector queda hecho un San Sebastián de tantas saetas que le dan de plano). Ahora hablamos, como dicen Guattari y Deleuze, de la posibilidad de escribir en una lengua descentralizada, que se aleja de la lengua mayor, deviniendo una que afirme una línea de fuga en donde el lenguaje “asume su destierro y se sabe extranjero, incomprensible, opaco”. El poema pareciera decirnos cosas en una especie de idioma otro, aunque las palabras pertenezcan al nuestro.
¿Es mensurable?
Cuando hablamos de poesía no basta con la que aparece entre las tapas de un libro que se ofrece como uno de poemas. Se ha dicho que se pretende que sea un aporte intangible para la existencia humana. La poesía se halla en elementos de la naturaleza, digamos que en la composición azarosa de los ingredientes de una puesta de sol; y también en la cultura: por decir algo, en la lograda pirueta del atleta. Lo sublime, por ejemplo, ese grado extremo de la belleza, según algunos autores de preceptiva clásica —Immanuel Kant inclusive—, solo es alcanzable por parte de la naturaleza. Así, un tsunami, con su enorme carga de destrucción y muerte, un fenómeno sublime a la vez que letal. Queda para los seres humanos esa gradación inferior que incluye acercarse a un paisaje otro, a un universo parecido y distinto al mismo tiempo del que vivimos.
Rozando el poema
El poema, sabemos, es un todo, un universo en sí. César Vallejo afirma que un poema es una entidad vital mucho más organizada que un ser orgánico en la naturaleza. “Si a un poema se le mutila un verso, una palabra, una letra, un signo ortográfico, muere”, recordamos. ¿Qué motiva que las personas no se acerquen a la poesía con la misma asiduidad con que lo hacen hacia libros de ciencia, o hacia el relato, sea este de largo o corto aliento? Quizá tenga que ver con que el poema, como el que más, es un objeto cultural que refleja la insondable naturaleza de los seres humanos. Así, el temor se justificaría, en parte, como el miedo del lector a verse ante ese abismo que es él mismo, pues quien lee, en realidad se está leyendo a sí mismo. Entonces, la arbitrariedad con que se usan las palabras —más en el poema que en el texto prosaico— no se explica; se propone después de una lectura del mundo al lector, que a su vez logrará con su reescritura (lectura) que el poema acaezca.
Lo político es otro componente importante del poema. Cuando hablamos de política, nos referimos al poder, a quien lo goza y quien lo sufre. La mirada del centro del poder es miope —solo se mira a sí mismo—, pero aliena a los habitantes de las periferias, como una suerte de Medusa contemporánea: convierte en servil y en autómata consumidor a todo el que es tocado por sus ojos colonizadores.
El poder funciona, a través de su engranaje, como una avasalladora maquinaria que no va en pos de un horizonte amplio, sino de la imposición de sus intereses.
Aunque desde el romanticismo los tabúes temáticos y formales se desmoronan, lo cierto es que pareciera que gran parte de la poesía que se escribe y que se lee tiene como catapulta al dolor y su impronta, esto es, la cicatriz simbólica. Esta se convierte o deviene, más bien, en registro para los demás. En una suerte de com/pathos, de fortísimo sentimiento que se proyecta desde/hacia los demás. No sé muy bien de dónde parte ese acicate para escribir, pero se cumple algo así como una diáspora: se lanzan las conciencias hacia los más diversos espacios. Y nos preguntamos sobre qué clase de espacios son esos. Luis Vargas Alejo dice bien que a la hora de conceptualizar, nos fijamos en las consecuencias de la poesía, en cómo es, para qué está allí, de qué manera se presenta; pero nunca qué es en sí. Así, el ser humano se arroja a aprehender la causa por el efecto, en evidente juego metonímico. Lo cierto es que la poesía, los autores de poesía, desean decir, sugerir las cosas y el mundo como si se las nombrara por primera vez, o pretender la creación de un lenguaje distinto —¿nuevo?—, para dialogar con la tradición y, a la vez, derrocarla.
Algo sucede con los ritmos propios de las palabras y giros del lenguaje, que son subvertidos, y que incluyen los silencios, tan importantes a la hora de leer; ritmos que, pervertidos y trocados hacia otros ritmos, ya no son lo mismo que en el lenguaje de la cotidianidad. Algo sucede con esas fintas entre la memoria y el olvido, que son registradas por el poema. Algo, con esa perspectiva diferente del paisaje o de los paisajes que afronta una comunidad en sus esfuerzos por avanzar. A la vez, podemos decir que el de la poesía es lenguaje agónico, en el sentido de palabra que expresa una lucha previa a la muerte.
Desde dónde leer
Hay registros que se van adhiriendo e incorporando al poema. Hay conciencias que se lanzan a indagar el mundo, y otras que juegan a que los textos varios son uno, logrando un producto o trenza diferente a los originales de los que partió. Entonces, el poema evoluciona desde una llanura conservadora hasta esos picos que son propuestas arriesgadas con una carga de experimentación. El autor de poemas sabe que debe conocer lo que se ha escrito y a esa base incorporarle su aporte. Al lector de poemas se le exige más, porque hay una serie de referencias y juegos de lenguaje que no existen en otros géneros. Pese a ello, uno de los libros de mayor peso de los editados en 2015 fue Obra reunida, de Iván Carvajal Aguirre, uno de los poetas más consolidados de nuestro idioma.
Otras perspectivas
La poesía goza y sufre un prestigio desde la noche de los tiempos. Cuando algo es extremadamente bello, se lo asocia con el poema o con la poesía, incluso cuando dicho elemento provenga de cualquier escenario: el argentino Rubén Darío Insúa era el ‘poeta del gol’ en tanto valioso jugador de fútbol; las relaciones amorosas son descritas como poesía en un sinnúmero de baladas o boleros, pero también en canciones de otros géneros. Por otro lado, la palabra poesía también es usada en términos despectivos: cuando alguien sugiere a sus interlocutores fijarse en lo importante, ya que “lo demás es solo poesía”, le adjudica a esta un lugar definitivamente precario entre discursos. Incluso hay quienes pretenden algo de ese prestigio acercándose a la escritura de poemas, valiéndose del género y aportando realmente poco a la poesía en la lengua en la que se crea, en este caso, el idioma castellano. La ya superada teoría generacional aproxima a poetas nacidos entre tales y cuales períodos, aunque sabemos que no cambia abruptamente una mirada estética sino que se debe esto a procesos. Esto suele encasillar y segmentar el relato de los creadores y asimilarlo a la de la historia de la poesía; pero es como creer que la historia de la Iglesia —peor aún, de la religión— es la de la biografía de los papas.
¿Cómo encaja en el medio?
El tema de la lectura en Ecuador es un gato al que nos cuesta colocar el cascabel. Cada actor tiene parte de responsabilidad en esta cadena que suele apuntar las debilidades del libro nacional: autor, librero, editor, lector, Estado, etc. En un país como el nuestro resulta extraño que uno de los principales problemas, la escasa lectura de libros de poesía, vaya a la par precisamente de una paradójica y abundante edición de poemarios. No basta con que se talen árboles y que su pulpa de madera se convierta en papel que se utilizará en libros, sino que no existe algo como una utópica defensoría del lector.
Es decir, el lector enfrenta una irregular diversidad de editoriales y revistas (la mayoría de ellas de corta vida) y consume (no estoy seguro de aplicar este verbo) poemarios que le llenan la retina, no necesariamente el espíritu. Hay convenciones serias, encuentros, guerra de flores, lecturas, ofertas de la más variada índole que pretenden llenar ese vacío. Saciar la necesidad de poesía que tiene el ciudadano. Aunque se le siga llamando poesía a la letra de cualquier cantautor que hace analogía de resultados y continúa haciendo lo mismo. Aunque de su prestigio se alimente cualquiera. Y eso que recordamos perfectamente a Machado: “escribir para el pueblo, qué más quisiera yo”. Discurso aristocrático versus intención democrática. La poesía da para mucho, mucho más.