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La Azucena dominada
Mariana de Jesús Paredes y Flores nace en la Real Audiencia de Quito, hoy República del Ecuador, el 31 de octubre de 1618. De padre español y madre quiteña, desde muy pequeña Mariana da muestras de una precoz vida religiosa y una santidad en ciernes que es supervisada y tomada como proyecto propio por sus directores espirituales, los jesuitas. También se la conoce como la Azucena de Quito, a causa del ya famoso milagro que cuenta, que del jardín donde se arrojó su sangre, brotaron azucenas. Mariana de Jesús crece en la santidad y el aislamiento, llegando a ofrecer en público su tierna vida en sacrificio a cambio de salvar a la ciudad de Quito, víctima de catástrofes naturales, como terremotos y erupciones volcánicas que amenazaban con desaparecerla. En efecto cuenta su historia que al momento de su muerte cesaron las tragedias, convirtiéndose en una verdadera Heroína Nacional, título oficializado por la Asamblea Constituyente del Ecuador en 1946. Fue canonizada por el Papa Pío XII en el año de 1950 llegando la primera Santa Nacional y Patrona del Ecuador.
Detrás de la prosperidad económica y cultural de la que nos dan cuenta numerosos trabajos históricos sobre los siglos XVI y XVII en el Ecuador, iniciaba a la vez un periodo crítico para la Real Audiencia de Quito. Las numerosas epidemias que aparecieron hacia la segunda mitad del siglo XVII disminuyeron la esperanza de vida de la población. La viruela, el sarampión entre otras muchas, afectaron a los diferentes estratos de la población especialmente a los indígenas, principal soporte de la actividad de obrajes. Debemos sumarle a este sombrío panorama las catástrofes naturales suscitadas en esa época, sequías y terremotos además de muertes y destrozos materiales, ocasionaron un fuerte impacto en la producción agrícola.
Según Benavides (1983) también se habla de una crisis de tipo moral, mucho más visible en los estratos altos de la sociedad quiteña. La corrupción dentro de las instituciones coloniales estaba a la orden del día, el contrabando y peculado estaban dirigidos a la acumulación de riqueza por parte de estos sectores. A la sociedad colonial en general se le acusaba de una relajación moral de las costumbres.
En este difícil contexto social, surge la figura de Mariana de Jesús como el modelo del comportamiento cristiano, ofreciendo su vida a Dios mediante la entrega, la mortificación y el sacrificio, para así contener su ira divina que, según los propios quiteños, se había volcado sobre este pueblo. De acuerdo con la hagiografía de la santa, su figura excepcional radicaba en un ascetismo que fue capaz de llevarla al martirio corporal como la máxima expresión de su devoción religiosa la cual, según señala Ana María Goetschel (1998) en su estudio denominado Del martirio del cuerpo a su sacralización, está inspirada en la pasión de Cristo, encarnando la filosofía medieval del Imitatio Cristi o también conocida como Desprecio del Mundo. Las prácticas a las que hace referencia incluyen azotes, suplicios en pies y brazos, corona de cardas, ayunos, largos periodos de crucifixión, etc., todos estos bajo la supervisión de un director espiritual y confesor, en este caso el sacerdote jesuita Alonso de Rojas.
Pero ¿cómo prácticas que en la actualidad, y sobre todo desde el nacimiento de la teoría psicoanalítica, son consideradas parafilias o aberraciones, operan en la figura de Mariana de Jesús como modeladoras de santidad? En primer lugar las prácticas denominadas hoy en día sadomasoquistas o S/M, tienen como finalidad primaria alcanzar placer o el éxtasis a través de infligir dolor sobre el cuerpo, podríamos decir entonces que, en el caso de la Santa, las prácticas se direccionan hacia un éxtasis místico mientras que el caso del sadomasoquismo estas apuntan a un éxtasis sexual, que se produce en el ámbito terrenal. Sin embargo, dichas flagelaciones se enmarcan dentro de la institución religiosa del matrimonio, ella se infringe dolor para preparar el aposento de su corazón para recibir a su esposo (Jesucristo), como señalan los documentos que registran el sermón del Padre Alonso de Rojas durante las exequias de la Santa en el año 1645. Así identificamos una primera intención en el proyecto jesuita que se encarnó en Mariana de Jesús. El modelo de santidad, que además de las flagelaciones comportaba rigurosos ejercicios de confesión y exámenes de conciencia, estaban dirigidos a la población y se pueden entender como lo que Michel Foucault (1985) denomina “tecnologías de poder”, en base a las cuales se configuraba el conocimiento de los individuos y se ejercía control sobre ellos.
Esto nos lleva a un siguiente nivel de vinculación de estos comportamientos espirituales/místicos con las prácticas S/M actuales, la centralidad de la idea de dominación y no la de dolor, como advierten los discursos clínicos que las han patologizado. Los estudios sobre comunidades S/M han determinado que las relaciones de dominación/sumisión constituyen la esencia de las mismas, mas no el dolor o la violencia por sí mismos, en estas es clave asumir un rol dominante y un rol sumiso para que la práctica pueda llevarse a cabo. Carolina Larco (1999) analiza la relación que estableció Mariana de Jesús con sus directores espirituales desde la perspectiva foucaultiana y sostiene que “el vínculo moral entre el director espiritual y lo que el autor denomina la ‘oveja’, es decir, el individuo, se basa en una relación de dependencia completa, de subordinación, que impele al individuo a cumplir la voluntad de su guía; obediencia de la que depende la salvación de su alma”, comportamiento en extremo similar al papel que desempeña el amo o tutor en las escenificaciones S/M actuales.
Cabe mencionar que los tormentos corporales y los padecimientos violentos constituyeron gran parte de la ideología barroco/religiosa de la colonia, mostrada incluso públicamente en las procesiones con las cuales finalizaron las Misiones Circulares jesuitas entre 1685 y 1689, no obstante los individuos se encontraban ante un conflicto originario; siendo parte de la naturaleza, sometidos a sus leyes, intentaban trascenderla, dominarla, así el reconocerse diferente implicaría domesticar su naturaleza inherente, entendiendo así la violencia y la flagelación como el instinto controlado, la naturaleza domada, el cuerpo atormentado, en pos siempre de la salvación o el éxtasis místico. En la tradición cristiana, esa diferenciación se materializa en un tipo de racionalidad y la desvalorización de lo corporal. De esta manera, señala Fabricio García (2013), la distinción apunta a establecer la dualidad sujeto racional y sujeto irracional, creyente y pecador, el que es capaz dominar su naturaleza pecadora mediante la razón cristiana y el que es esclavo de sus instintos. Resultado de ello, la corporeidad se encontraría degrada, al ser el eslabón que nos vincula a los instintos naturales vistos como irracionales; mientras que, las prácticas espirituales nos acercarían a lo divino. Santo Tomás de Aquino insiste en la importancia de la alimentación del alma, a través de la contemplación, para acercarse al fin supremo; por el contrario, los placeres corporales se desentienden de la bienaventuranza. Entonces, el cuerpo, entendido ahora como un instrumento irrelevante, puede ser identificado como un limitante, o incluso como un enemigo que impide llegar al fin supremo. Esa desvalorización del cuerpo pudo facilitar las prácticas de sacrificio en los penitentes, y a su vez justificó prácticas violentas, opacándolas tras el velo de la espiritualidad mística.
Raquel Serur (1994) plantea que en la época se pregonaba un tipo de santidad ligada a la heroicidad de los mártires, en esta “era fundamental la figura de la sangre como la manifestación del sacrificio que premiaba al sujeto” con el éxtasis divino o la salvación. Mariana de Jesús demostró alegría por el derramamiento de su sangre, como lo muestran los Documentos para la historia de la beata Mariana de Jesús Azucena de Quito, impresos y difundidos por el clero en 1902, cuando la Santa enferma y era tanto su deseo de padecer y derramar sangre por Nuestro Señor Jesucristo, que cuando el doctor le informa que es necesario sangrarla ella se alegró. Para el padre Alonso de Rojas, la virginidad de Mariana era el “martirio que premia Dios con las insignias de los mártires”, sugiriendo así, por un lado, que las formas de sacrificio tenían como finalidad el auto-castigo corporal ligado al control de la sexualidad y por otro, que si bien la política religiosa de la época se direccionó a la sociedad en general debido a la mencionada “relajación de la moral de las costumbres”, esta interpeló mayormente a las mujeres quiteñas, a través de la figura de Mariana de Jesús, exhortándolas a la moderación de sus comportamientos, conforme el discurso ético-sexual que manejaba la Iglesia por entonces. En este contexto se evidencia una aceptación de prácticas sadomasoquistas en muchas de sus manifestaciones, siempre y cuando tuviesen lugar dentro del marco normativo planteado por la Iglesia, que configuraba el estatuto femenino ya sea dentro de la legitimidad del vínculo matrimonial o dentro del celibato consagrado a la vida monástica.
Según Ana María Bigadein (1995), en esta época la sexualidad se concebía desde la Iglesia; “como una energía maligna que debía ser reprimida u orientada a la reproducción de la especie”; reduciendo el espacio social de las mujeres a ser madre o esposa. En este sentido el blanco principal de la política religiosa de la época fueron las cortesanas o prostitutas, a quienes el padre Alonso de Rojas, también conocido como “el enemigo de las mujeres”, consideraba un “lastre para la sociedad y un tropiezo para la República”, según Pedro Mercado (1960) su biógrafo. En los relatos de su vida se cuenta un episodio en el cual el sacerdote logró la conversión de una cortesana, quién después de escucharlo en el púlpito, trastocó sus prácticas sexuales en ásperos silicios, evidenciando así la utilización de dichos artefactos, accesorios utilizados para provocar deliberadamente dolor o castidad en quien los viste, como una alternativa que podía sustituir al placer sexual, esta vez en el caso de una mujer común y no en el de Santa.
Con este breve recuento de la construcción de la santidad mística de Mariana de Jesús por parte de la Iglesia y más específicamente de la orden jesuita, podemos ver más claramente como las prácticas de tipo sadomasoquista jugaron un rol clave en el control ideológico de la sexualidad y los cuerpos en tiempos coloniales, este desplazamiento del placer que operó en la colonia, dentro de un proyecto normativo/ideológico llevado a cabo por la institución religiosa en el marco de contrarreforma, en la actualidad no han perdido vigencia en lo que a desplazamiento del placer se refiere, pero al igual que muchas prácticas sexuales que se visibilizaron en la modernidad; gracias a las luchas políticas por los derechos de las minorías sexuales, han sido patologizadas y condenadas, esta vez por el discurso médico, sobre todo el psicológico. La intención de este artículo es formular una re-lectura del ícono nacional que representa Mariana de Jesús, desde teorías contemporáneas que propicien un mejor entendimiento de los mecanismos de control de los cuerpos en las distintas épocas, una re-lectura fuera de proyectos ideológicos religiosos que además sirva para desechar prejuicios sobre comunidades que deben lidiar con los estigmas de perversión y enfermedad, solamente por vivir su sexualidad mediante prácticas que, como hemos visto, no son nuevas ni de reciente importación, sino que forman parte del imaginario nacional desde hace ya varios siglos. Tampoco pretende satanizar la imagen de nuestra Santa Nacional y Azucena de Quito, pero considero que es necesario cuestionarnos: ¿Acaso los ecuatorianos que practican S/M, no tienen también derecho a tener su santa?