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Julian Beck y Judith Malina: el Living Theatre o el arte de la osadía
Llegué a conocer la existencia del Living Theatre a partir de la voz de Judith Malina. Fue en otoño de 2016, andaba en mis primeras exploraciones de aquel universo fascinante llamado Soundcloud, donde mi deseo por descubrir música extraña, demente y sublime develaba a veces archivos históricos o joyitas compartidas por la NASA. Este era uno de ellos, se trataba de un poema soberbio.
Every one of the cleaning women dreamt of something else
Disparaba la primera línea con su voz rotunda, porosa, imponente aun cuando temblaba. Durante casi tres minutos, la mujer de ojos expresivos que me miraba desde una fotografía en blanco y negro, supo retratar el desencanto de muchas mujeres con relación a ese hombre «ideal» que la sociedad nos impone desde niñas.
The fairy tale promised
That the girl who sat by the cinders
Was to be clothed in splendor
And inherit the kingdom…
Slowly the dream wore down (…).
Cuarenta líneas le bastaron para destruir la versión amorosa del sueño americano.
¿Pero quién era Judith Malina?
Fui directo a la descripción del audio que llevaba por nombre We Are All Holy/ Sloow Tapes – CS 60, y solo entonces supe que se trataba de la cofundadora —junto a su esposo, el pintor Julien Beck— de la compañía estadounidense más importante de teatro experimental del siglo XX.
Fundada en 1947 en la ciudad de Nueva York, el Living Theatre irrumpió en la escena con un marcado espíritu libertario, en contraposición a las luces y bambalinas de Broadway, y teniendo como referentes fundamentales al teatro de la crueldad de Antonin Artaud, las teorías de Bertolt Brecht y algunos textos de contenido anarquista.
Si bien Michel Houellebecq —observador descarnado e intelectual subversivo— ni siquiera había nacido en aquel entonces, parecería que su planteamiento de «todas las sociedades tienen sus puntos débiles, sus llagas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte» hubiese calado en Beck y Malina, pues ese era su objetivo: meter el dedo en la doble moral norteamericana, sacudir a los espectadores, crear un teatro para las minorías.
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La falta de recursos nunca fue un impedimento.
La función inaugural se realizó en la sala de su propio departamento, en el edificio 789 del West End Avenue, bajo el nombre de Ladies Voices, una obra compuesta de diferentes actos con la autoría de Paul Goodman, Gertrude Stein, Bertolt Brecht y Federico García Lorca. No obstante, tuvieron que pasar varios años para que la pareja pudiese alquilar un espacio propio. Apenas en 1951 lograron ubicarse en el Chery Lane Theater, pero tras cinco espectáculos, el Departamento de Prevención de Incendios decidió clausurarlos. Tres años después, la compañía se instaló en The Studio, un local cerca de la Calle 100, donde estrenaron obras como La edad de la ansiedad, de W. H. Auden; La sonata de los espectros, de August Strindberg; Orfeo, de Jean Cocteau; El rey idiota, de Claude Fredericks; Fedra, de Jean Racine, y Esta noche se improvisa, de Luigi Pirandello. Esta última —basada en actores que ensayan una comedia— fue la oportunidad para satirizar el teatro de vanguardia mediante la caricaturización de la figura del director.
Un año más tarde, las autoridades les obligaron a reducir el número de asientos, por lo que decidieron abandonarlo.
En 1959, encontraron su tercera sede (donde instalaron también su domicilio), entre la Calle 14 y la Sexta Avenida. La inauguraron con Many Loves, del poeta William Carlos Williams, y Women of Trachis, de Ezra Pound. Allí vivieron su período norteamericano más productivo; en tres años y medio, presentaron nueve puestas en escena y un sinnúmero de lecturas de clásicos, recitales de poesía, conciertos y happenings. Hasta que fueron clausurados en 1963. Tampoco sería la última.
La dificultad de operar un colectivo experimental radicalmente distinto siempre estuvo presente, pero lo que ninguna autoridad pudo evitar fue el impacto que el Living Theatre había generado en todo el territorio. Eran muchos los colaboradores de diversas ramas del arte, entre ellos: los poetas John Ashbery, Frank O’Hara, Kenneth Rexroth, Jackson Mac Low, Allen Ginsberg y Gregory Corso; los escritores Tennessee Williams, Joseph Campbell y Jack Kerouac; los pintores Larry Rivers, Jackson Pollock, Willem de Kooning y Ray Johnson; los bailarines Merce Cunningham, James Waring y Remy Charlip; los músicos John Cage, Lou Harrison, David Tudory, Alan Hovhaness; y la pionera del cine avant-garde, Maya Deren.
Pero la lista era mucho más grande y el hambre de nuevos lenguajes parecía infinita. Razones no faltaban: en todas las direcciones proliferaban las protestas a favor del desarme nuclear y los derechos civiles, así como las manifestaciones en contra del racismo y la guerra de Vietnam. Todo esto mientras en Europa, entre 1957 y 1972, tuvo auge la Internacional Situacionista, liderada por el pensador francés Guy Debord, quien planteaba una revolución cultural, eliminando la frontera entre la vida y el arte (algo que también promulgaba Artaud), a fin de que las obras fuesen un instrumento para la transformación social.
Desde luego, el desafío era titánico —casi utópico—, por eso lo asumían. Y en todo caso, su objetivo inicial era ya una realidad: existía un teatro para las minorías.
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Condenados a cinco años de prisión tras el último cierre, el Living Theatre abandonó Estados Unidos, se exilió en Europa entre 1964 y 1968, y se convirtió en un grupo itinerante con miembros de diferentes países. Cuatro años después, regresaron con su obra más icónica y transgresora: Paradise Now, una pieza psicodélica basada en la cábala y el I Ching, que disolvía los límites de la interacción humana. Una creación colectiva en la que los miembros se colaban entre el público para interpelarlo y desafiarlo, logrando —al igual que en obras como Brig, Mysteries y Frankenstein— una performance ritualizada que era más cercana a la danza que al mismo género dramático.
Un año más tarde, la compañía se dividió en tres grupos: uno se estableció en Londres, otro en la India y el tercero —en el que estaban Beck y Malina— decidió viajar a Brasil en plena dictadura militar, donde presentaron obras como The legacy of Cain en varias favelas y donde —como era de esperar— fueron encarcelados, dos años más tarde, por subversión y posesión de marihuana.
Un lustro habría pasado tras las rejas, de no ser por las innumerables cartas de apoyo que recibieron por parte de artistas e intelectuales (entre ellos Jean Paul Sartre, Jean Genet, John Lenon, Allen Ginsberg y Susan Sontag), haciendo que las autoridades brasileñas decidan expulsarlos y devolverlos a Estados Unidos, mediante un decreto que consideraba a la pareja de pacifistas como «una amenaza para la seguridad nacional».
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No elijo trabajar en el teatro sino en el mundo. El Living Theatre se ha convertido mi vida que vive el teatro. Nos devoramos mutuamente. No puedo distinguirlos. Judith y yo nos fundimos en él. Otros con nosotros. Hay actores que son mis ojos y técnicos que son nuestras alas. Enumeración, poesía enumerativa, el ojo lineal, Salomón, Whitman, Rimbaud, Pound, Lorca, Smart, Ginsberg (…), añadir la numerología, el foco lineal, la lista, las listas de mi vida, las listas de la lavandería, las listas de la tienda de comestibles, listas de obras vistas, música oída, libros leídos, listas de cosas que hacer, día tras día, hora tras hora, así es como vivo y pongo todo eso en las obras, en la acción, Paradise Now es lineal, luego va en escalera, una escalera vertical con flancos horizontales, este libro ensarta todo, como un camino, a través de una ciudad, un laberinto, vuelta tras vuelta, volver por la misma calle a diferentes horas, con diferente luz y una vez más, encontrando el camino, casa tras casa, el camino que en verdad he recorrido durante diez años, durante toda mi vida. En Trieste, en un tableau vivant —durante los Mysteries—, un actor apareció desnudo, inmóvil bajo el foco, sus órganos sexuales brillando ante 2.000 ojos durante tres fugaces segundos. Los tableux vivants consisten en 72 relámpagos: se encienden las luces: hay cuatro personas en 4 posiciones ante 4 cajas: las luces se apagan de nuevo, se encienden otra vez (…) Alguien «pensó» que había visto a un hombre desnudo, así que llamó a la policía, que entró en el teatro e intentó acabar con el espectáculo, y nosotros continuamos, porque quién coño son ellos, y representamos nuestra obra, y nos arrestaron después de la representación, y no querían permitirla a la noche siguiente. Y estas son algunas de nuestras muchas pendencias.
Diario de Julian Beck (The Living Theatre, Ed. Fundamentos, 1974)
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En realidad supe de la existencia del Living Theatre a partir del Diario de Julian Beck, seis años atrás, pero no lo recordaba. Lo había comprado en una pequeña librería de segunda mano en España, pero no fue sino hasta mi último viaje a Quito, en diciembre pasado, que volví a encontrar esta edición entre mis libros. Bastó leer un par de párrafos para saber por qué me lo había llevado.
Había vértigo. Urgencia. Notas cotidianas que eran pura poesía. Lo asocié con el poema de Judith Malina y decidí traérmelo a Lisboa. Quise escribir algo, a pesar de que sus aportes son poco conocidos (al menos comparados con otras escuelas de teatro marginal como el teatro pobre de Jerzy Grotowski, en Polonia, o el teatro del oprimido de Augusto Boal, en Brasil). Los libros sobre el Living Theatre se cuentan con los dedos de la mano. En inglés, por ejemplo: El Living Theatre: Arte, exilio y escándalo, de John Tytell, y The Living Theatre, de Pierre Biner; y en español: La invención del paraíso: El Living Theatre y el arte de la osadía, del colombiano Carlos Granel.
No obstante, los mejores testimonios son los Diarios escritos por sus propios fundadores. Voraz, salvaje, beatífico, los fragmentos de Julian Beck nos dan un panorama. Viajes, diálogos, visiones; la descripción de un teatro que no se limita. «Este libro es una película con diez años de rodaje», dice. No se representa, se vive.
Por su parte, en Full Moon Stages: Personal Notes from 50 Years of the Living Theatre, Judith Malina construye una memoria vívida de la troupé, a partir de una serie de notas escritas, infaliblemente, cada luna llena durante cincuenta años —ya sea desde un pequeño hotel en Avignon o desde una lejana prisión en Ouro Preto—, empezando en 1964 y acabando en 2014; justo un año antes de su muerte.
Julian Beck murió en 1985, a causa de un cáncer de estómago. Estuvieron juntos durante 42 años (aunque mantuvieron otras experiencias consensuadas). Tuvieron dos hijos. En 1988, Judith Malina volvió a casarse con Hanon Reznikov, otro de los miembros del Living Theatre; permanecieron juntos veinte años hasta que una neumonía acabó con el director. Al final, quien estuvo más tiempo a cargo de la compañía fue Malina, que hasta sus 88 años, nunca dejó de actuar ni de reivindicar los principios bajo los cuales la fundó. Hoy, el Living Theatre sigue funcionando en la Primera Avenida de Nueva York, bajo la dirección de Garrick Beck —hijo de Beck y Malina—, con funciones en diferentes partes del mundo, pero manteniendo siempre, sobre todo, la calle como sede inamovible.
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Anarquistas. Pacifistas. Transgresores. El Living Theatre tuvo todo para que la historia oficial le echara tierra encima. Si bien es cierto que algunos de sus postulados podrían resultar ingenuos, no es menos cierto que sus obras revolucionaron las artes escénicas, llevando al teatro hacia otros planos. Un teatro literalmente vivo. De eso no cabe duda. Basta repasar la lista de quienes colaboraron para saber de qué material se construyó su historia.
Bien sabemos que, independientemente de las relaciones de poder, el arte siempre ha sido el contrapeso de todo lo establecido. Y eso nunca podrá ser una derrota. (I)