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Jorge Suárez y su historia del cine guayaquileño
Jorge Suárez Ramírez es una figura señera en la difusión del cine en Guayaquil. Ha asistido 58 veces a la entrega del Óscar desde que en 1955 presenciara a Marlon Brando subir al pódium para recoger su estatuilla por Nido de ratas. Ha escrito 5.000 artículos sobre la historia de estos premios en los principales medios locales de comunicación escrita. En total, Suárez calcula que ha redactado cerca de 10 mil textos sobre el séptimo arte incluyendo los cuatro mil y pico sobre el Óscar y sin contar las entrevistas realizadas a las estrellas más rutilantes del cine norteamericano. De su trayectoria televisiva se puede decir que sobrepasó las 3.000 emisiones (a nadie le fue indiferente el raudal de sus programas Noches espectaculares y Noches del Óscar). Dirige actualmente la Cinemateca de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Guayas, institución a través de la cual proyecta semanalmente clásicos de la historia del séptimo arte. Él es el hombre que nació respirando celuloide.
Ahora ha logrado una odisea: ha escrito Cine mudo, ciudad parlante, la primera historia del cine mudo de Santiago de Guayaquil, cuyo primer tomo se lanzará el miércoles 31 de julio en el Salón de la Ciudad del municipio porteño. Para ello ha usado centenares de fuentes de primera mano: periódicos y revistas de la época. Lo entrevistamos en su hogar, en su biblioteca de Babel con un millar de títulos sobre el séptimo arte y más de 10 mil DVD.
¿Por qué una historia del cine guayaquileño y por qué no una historia del cine ecuatoriano?
Jamás lo intentaría. Cada ciudad debe escribir su propia historia. He leído artículos, libros al respecto de nuestro cine porteño y encontré que algo faltaba y eso fue lo que me llevó a investigar el tema y convertirlo en libro. Tomé un solo derrotero: mi propia búsqueda. De haber querido escribir una historia del cine ecuatoriano, a lo mejor no le hubiera hecho justicia a otras ciudades, como tampoco lo hicieron con la nuestra, no en todo su valor. Guayaquil, en su industria cinematográfica muda fue siempre analizada a “vuelo de pájaro”, exceptuando el estupendo libro de Wilma Granda La cinematografía de Augusto San Miguel.
¿Cuándo y cómo le surgió la idea de escribir este libro?
Sucedió tal como lo narro en el capítulo Flashbacks del libro: un visitante francés que quiere realizar un ciclo del cine ecuatoriano en Nantes, Francia, empezando con su etapa muda. Yo, perplejo, examino su lista de filmes guayaquileños… ¡figuran todos nuestros largometrajes! Eso bastó para que me uniera al desfile. La parada tomó siete años de mi vida. Dificultades hubo, sobre todo porque resolví iniciar las investigaciones desde diciembre de 1895, en un Guayaquil desconocido para mí, pero que seguramente —imaginé— supo que había nacido el cine. El hecho lo encontré en los anales de 1896. Luego fue cuestión de paciencia y buscar con denuedo. Prácticamente me leí cada periódico, diario o revista de cada año, desde 1896 hasta 1933.
¿Qué dificultades tuvo en la investigación aparte de la captura digital de recortes y fotografías de la época?
Dificultoso fue elaborar las fichas técnicas de cada película. Los datos aparecían por cuenta gotas. Un diario daba, por ejemplo, quién la había fotografiado y nada más. Otro publicaba el nombre del guionista y así… armándolo como si todo fuese un rompecabezas, logr cumplir la misión. A ello debo agregar un paliativo: la generosidad con que fui atendido en la Biblioteca Municipal, especialmente en la sección Camilo Destruge, y el apoyo de una mujer extraordinaria, Gladys Cisneros. Para obtener las fotografías debí adquirir una cámara digital, pues la licenciada Cisneros me advirtió: “¡Nada de flashes, dañan el papel de los diarios!”. La obedecí a ciegas.
¿Cómo definiría su libro: como una enciclopedia, como un libro de historia, como una crónica periodística o como una novela?
Me atrevería a decir que es un libro de historia con sabor a crónica, pues cada año investigado fue saliendo de sus noticias, reportajes, entrevistas, publicidad, cartas, opiniones, editoriales. Lo interesante fue ver que la prensa escrita es una bola de cristal: guarda el hoy y lo que escribe termina siendo el futuro.
¿Por qué recién se anima a publicar un libro después de tantos años de ejercer la crítica de cine?
Encontré que le debía mucho a Guayaquil y ese “debe” y “haber” que le faltaba a mi ciudad tenía que ser llenado con sus historias, desde los albores de nuestra cinematografía. Ya tenía la influencia de aquel encuentro con Francia, el escuchar a cada instante preguntas sobre el mítico cine mudo porteño. Todo eso fue como un “ábrete sésamo” que me obligaba emocionalmente a buscar el tesoro que escondió san Miguel. Allí estaba el ensayo que debía realizar, el argumento buscado.
¿Cómo se siente mejor: criticando un filme en un periódico después de verlo en una avant premiere para periodistas o hurgando en las hemerotecas y archivos de periódicos?
No cabe duda alguna: prefiero hurgar archivos, hemerotecas, coleccionar revistas de cine (las tengo desde 1911 hasta lo que va de 2013) y eso es lo que hago en todos mis viajes, alrededor del mundo. He visitado los museos fílmicos de Londres (el mejor), París, Milán, Berlín, Nueva York (Astoria) y cada año que voy a Hollywood me enfrasco, durante mis horas libres, en la biblioteca de la Academia o asistiendo a cualquier exposición que de cine surja. Así he visto kinetoscopios (llegué a medirlos), cámaras, afiches, vestuario de muchísimas películas, promociones, storyboards, guiones, creación de los dibujos animados, proceso de maquillaje, fotocromos, libros de prensa (press-books). Además, he dialogado con muchos artistas y creadores del séptimo arte.
¿Se considera un crítico de cine que hace historia del cine o un historiador del cine que hace crítica cinematográfica?
Creo ser un historiador del cine que hace crítica cinematográfica. Años atrás asistí a un taller (en el extranjero) que nos hacía trabajar en ello. Un crítico —afirmaron— debe conocer la historia del arte que analiza. Referente a mi narrativa sobre las muertes de Alfaro, de Montero, la fiebre amarilla, el ferrocarril, el cacao, son producto de hechos leídos y situaciones imaginadas, tal como pudieron suceder. Mi decisión fue intentar escribir como si todo fuese una cinta cuya estrella era, es, Guayaquil. Y en lo referente al precio de los boletos de esa época era un dato necesario para entender la economía del negocio. Más aun si consideramos que en esos años dos sucres representaban un dólar. Le añadí el mundo teatral de la ciudad, su política y hechos acontecidos a nivel mundial…Guayaquil no es una isla y había que demostrarlo. Que no se piense que una ciudad es producto de su aislamiento, de “vivir sola.”
¿Extraña la televisión, medio en el que educó a algunas generaciones con sus Noches del Óscar o Noches espectaculares?
Siempre recordaré a la televisión, pues fue una etapa feliz de mi vida. Veintisiete años que jamás olvidaré. Los dos canales en que laboré me trataron bien y queda siempre ese público en las sombras, ese que uno jamás ve pero que luego, convertidos en personas vivientes, se los encuentra en supermercados, en restaurantes, en una sala de cine, en fiestas, clubes o simplemente en la calle, donde uno es detenido para escuchar un comentario, revivir el recuerdo de una cierta niñez, de una juventud, de un comienzo otoñal que ahora dice: “Qué buenos programas, qué buenas películas pasaba usted.” Esas expresiones, esos encuentros hacen que no extrañe la televisión. En otras palabras, fue una etapa de mi vida que llegó a su fin, pero… ¿educar? Creo que es una palabra generosa.
¿Qué libros de historia del cine influyeron en la escritura de este libro que presenta el próximo miércoles 31? ¿Qué historiadores del cine fueron determinantes para usted?
Me atrevería a decir que ningún libro de cine tuvo influencia en mis escritos. Es un producto puro. Admiro a historiadores como John Kobal o William K. Everson, pero jamás tomé sus libros como puentes hacia mi narrativa del cine mudo guayaquileño.
¿Cómo le va con su proyecto de historia de la aviación guayaquileña? ¿Va a ser también tan voluminosa como su historia del cine guayaquileño?
Alas sobre el puerto, que así llama la novela histórica que sobre la aviación escribo, va por el capítulo tercero, pero necesitaré un par de años para finalizarla y sí, temo que será más larga que Cine mudo, ciudad parlante: historia del cine guayaquileño.
Cine mudo, ciudad parlante
Los muchos, intensos y fecundos años que ha desplegado Jorge Suárez Ramírez estudiando el cine, se ven plasmados al fin en forma de libro. Esta vez no nos entrega la historia de los premios Óscar. Ahora es el cine mudo del puerto quien habla a través del cinéfilo guayaquileño. La ciudad se vuelve parlante a través de su titánica investigación. Cine mudo, ciudad parlante (Biblioteca de la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil, 2013) es la historia ilustrada de Santiago de Guayaquil envuelta en celuloide. Esas películas que se perdieron para siempre en el fuego del olvido, él las rescata desempolvando las hemerotecas y todos los anales disponibles sobre el que fue el pequeño y gran séptimo arte guayaquileño. Siempre con el rigor de un historiador y con la mirada del cinéfilo nos entrega un material que va más allá del anecdotario. Todo lo que integra el cine local de antaño aparece diseccionado con su pluma incisiva, casi a la manera de una novela. Él permite a la cinematografía del pasado alargar su sombra hacia el presente, con sus altas y bajas, con sus leyendas y pequeños mitos; crea entonces la imagoteca silente con la trascendencia para nuestro mundo, con la diversión que aportó más los valores que representó en su marco sociopolítico.
La historia cinematográfica del puerto no se concibe aquí como la relación temporal de directores y autores de filmes ni como la historiografía de intérpretes y estrellas ni tampoco como la contextualización de estilos, géneros o conceptos. Cine mudo, ciudad parlante es el recuento cronológico de productos fílmicos concretos hecho año por año, lustro por lustro y década por década, a la manera de una crónica con afán didáctico.
La misión parecía imposible: no se conoce ni un solo metro de película ecuatoriana del periodo silente. El autor parece decirnos: no importa, de esta proyección me encargo yo. Toma entre sus manos materiales de la época y él mismo escribe, produce y dirige la historia de ese ilustre desconocido que es el séptimo arte porteño. Lo hace con el rigor de un historiador que sabe bucear en las fuentes. Se nota que el autor se ha manchado las manos de la tinta del tiempo en esos monasterios llamados bibliotecas y archivos historiográficos.
Este ambicioso libro empieza usando el registro de la novela policial. El asesinato del cónsul del Ecuador en Valparaíso en 1901. Se trata de un comienzo que turba al lector pero termina tomándolo como rehén. Una obra que empieza así le da un puntapié a la puerta de cualquier normativa y crea un ritmo que no va a parar durante las siguientes páginas. Año por año, década por década, Suárez Ramírez nos muestra esas películas que el tiempo, el calor y el descuido destruyeron. No hay que echarle la culpa a nadie: un arte tan joven como el cine no venía con un manual de instrucciones que ordenara cómo preservarlo. La Film Foundation de Martin Scorsese es muy clara en cuanto a cifras: la mitad de los filmes hechos antes de 1950 se han perdido y más del 90% de lo filmado antes de 1929 se destruyó. Con estas cifras es fácil entender cómo nuestro Guayaquil perdió toda su filmografía muda.
El cine es tan sólo un pretexto para el autor, porque la ambición historiográfica no se limita únicamente a lo cinéfilo. Suárez Ramírez va más allá. Bucea en el terreno de la política y nos ofrece episodios muy detallados como la época del gran cacao, del ferrocarril que habría de unir a Sierra con Costa, la fiebre amarilla, el auge y la decadencia del alfarismo. La descripción de las muertes de Eloy Alfaro y Pedro Montero, por ejemplo, constituyen una muestra del talento narrativo de este historiador que no tiene nada de debutante.
Una idea recorre todo el libro de rabo a cabo y viceversa: el cine ecuatoriano empezó en Guayaquil, las primeras exhibiciones de vistas se dieron en este puerto y el cine de argumento tuvo como pionero al guayaquileño Augusto San Miguel. Este personaje que ya fue diseccionado por Wilma Granda aparece sin su aura mítica y le da el sitio que corresponde en el imaginario social. Suárez Ramírez es tan objetivo con este como con otros personajes del star system del “Chollywood” guayaquileño. El desfile de celebridades extranjeras que visitan nuestro puerto es también vasto: Ana Pavlova, Sarah Bernhardt y tantas otras. Cada visitante sirve de espejo que devuelve la imagen de una ciudad que se va abriendo al mundo.
Como si no bastara la presentación vívida del contexto social y político, el cinéfilo nos entrega grandes pincelazos de la historia de la aeronáutica guayaquileña. Se trata de un aspecto que permite hacer “tan aérea, tan leve y tan divina” a nuestra ciudad parlante.
El autor no solo sobrevuela por el puerto, es también un cartógrafo que nos va situando en cada uno de los cines y teatros que tuvo el Guayaquil de antaño, con sus direcciones exactas, la cartelera extensamente analizada y la lista de precios en sucres. Su afán didáctico nos lleva a conocer el funcionamiento del kinetoscopio, el kaleidoscopio, el cronógrafo, etc. El despliegue de material fotográfico, programas de mano, cartas y de todo tipo de documentos es loable. Es como si la ausencia de material fílmico no representara un problema por la abundancia de fotografías, más los facsímiles de cartas, anuncios de prensa y artículos o reseñas que se publicaron en su momento. Este material nos ayuda a visualizar el cine guayaquileño mudo y permite su preservación letrada.
Aquí valdría citar a Carlos Fuentes y su epifonema tan preciso: “Celuloide eres y en celuloide te convertirás”. Jorge Suárez Ramírez ha hecho en Guayaquil una labor similar a la de Henri Langlois en la Cinématèque Française. Este hombre que nació respirando fotogramas nos ha salvado de la fugacidad y ha logrado con este libro construir una ciudad inexpugnable que nada tiene de muda.
Esta obra de carácter enciclopédico va a ser de utilidad para todos los cineastas y aficionados al arte de las imágenes móviles. Estamos ante el primer volumen de una obra magna que se respalda en y con documentos históricos como cartas, fotos, fechas precisas, anuncios de prensa y artículos o reseñas que se publicaron en su momento. La cartelera de salas de cine que ya no existen es revisada minuciosamente e inclusive se puede saber el precio de las entradas en sucres, con los horarios y las fichas técnicas de cada título. Si así es el primer tomo, hay que imaginar la fiesta del intelecto que se avecina en el segundo. Y el Óscar para el mejor historiador del cine ecuatoriano va para Jorge Suárez Ramírez, el ratón de videotecas y hemerotecas, el hombre que nació respirando celuloide.