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Jenn Díaz: “El discurso interior es una manera de comunicarse”

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“Todos hablan de Jenn Díaz en los corrillos literarios ibéricos”, empezó diciendo la nota de la versión española de Esquire, mientras el diario El Confidencial titulaba “Ana María Matute tiene heredera”. Y así. La autora de Es un decir (Lumen), con tres novelas más a sus espaldas, se cuela por una grieta para comentarnos tímidamente que la generación nacida en los ochenta puede ofrecer algo más que malas imitaciones de Bolaño o de Foster Wallace. Que no se necesita ser groupie de nadie. Que la fidelidad a las propias lecturas —Díaz leyó de corrido, durante un verano, toda la obra de Carmen Martín Gaite, para seguir con Ginzburg, Matute, Donoso— pueden ser la clave de una voz auténtica. Y, logrado esto, construir una novela rural, introspectiva, con dos o tres personajes, sin morir en el intento.

Mariela estaba soplando las velas de su cumpleaños número once cuando mataron a su padre con un disparo. Esto lo sabemos en la primera página. La palabra ‘asesinado’ se metió en su cabeza al igual que “esas moscas tontas que entran en tu casa y no saben cómo salir”. Y, poco a poco, la casa —y el corazón de la niña— se va llenando de insectos, de misterios domésticos sin resolver: los de sus padres, los de sus abuelos, los de su barrio.

El silencio que envuelve el mundo adulto durante la Guerra Civil Española —que no pasa de ser un mero escenario— no colabora con la solución de sus conflictos. Además, entre medio, tiene que lidiar con Tico, el chico que le gusta, huérfano de madre, cuya relación nos ofrece páginas llenas de ternura para que al final, como siempre, la realidad nos quite el piso. Jenn Díaz construye dos voces —la pequeña y la anciana— que, hablando para sí mismas, dialogan en la mente del lector sobre la adultez, los roles familiares, las miradas de los demás, los secretos o la muerte.

 

Dijiste que tus novelas favoritas en lo que va del año han sido Del color de la leche de Nell Leyshon y Frankie y la boda de Carson McCullers, ambas sobre mujeres-niñas en el umbral de la adultez, al igual que Es un decir. ¿Por qué tu fascinación con este tema?

Porque es fascinante una niña que está dando paso a la mujer que lleva dentro, y cómo esa mujer después busca a la niña que se le quedó también atrapada en el interior. Es el momento de crecer, cuando una persona  está empezando a tomar decisiones, las más importantes que ha tomado hasta entonces —porque antes las tomaban por ella— y con un margen de error infinito, porque desconoce la decepción verdadera. Además, es cuando empiezas a tener que asumir las consecuencias de lo que haces. Cuando eres un niño las consecuencias se diluyen, porque el adulto tiene la responsabilidad sobre ti. La última novela que me ha fascinado es Aloma, de Mercè Rodoreda, y también cumple con ese perfil.

 

Copio unas palabras de Mariela: “Se abrió ante mí, por primera vez y porque solo se puede abrir una vez de aquella forma, todo el mundo estúpidamente adulto”. ¿Recuerdas el momento en el que tú entraste a ese mundo?

Sí, perfectamente. Me fui a vivir a Bilbao, al norte de España, con 18 años y el mundo estúpidamente adulto se abrió ante mí, y se abrió bruscamente, y me engulló. Así que lo recuerdo con mucha precisión. Después ya no puedes volver.

Tanto en tus escritos de ficción como en tus artículos periodísticos existe una cierta reivindicación de la mujer. ¿Aquello responde a algún tipo de feminismo particular?

Particular porque es mío y porque no obedece a nada más que a lo que yo considero que es justo. De alguna manera, en los textos de ficción lo que hago es exponer a la mujer a su propia imperfección; en los textos periodísticos procuro ser justa con la mujer. Es decir, para mí una cosa es crear un personaje femenino con sus contradicciones y lleno de virtudes y defectos, y otra es hablar de personajes femeninos de la historia y darles la relevancia que —considero— merecen. Son dos caras de una misma moneda y trabajo diferente los textos y la intención: en una muestro a una persona que es mujer, y en otra declaro que esa mujer es importante. No responde a nada más que a mi propia manera de enfrentarme a mí misma y a la sociedad en la que vivo. ¿Feminismo? Sí. Mi arma es la escritura y es así como defiendo públicamente el feminismo. De todos modos, es raro, porque yo no me considero feminista con respecto a la posición de la mujer en el mundo, sino que me definiría como alguien responsable y razonable; pero en vista de cómo siguen funcionando algunas cosas, hay que darle un nombre, y entonces de acuerdo, feminismo.

 

En una entrevista, hace un par de años, dices que existe la literatura con sensibilidad femenina. Y que Alessandro Baricco, por ejemplo, la posee. ¿Qué características tiene esa sensibilidad?

Según Alice Munro, ponerse del lado del marginado, mirar la vida con perplejidad. Es eso, la ternura, la vida interior, el detallismo. Martín Gaite decía que una cosa era la vida cotidiana, y otra era cómo ella podía contarse a sí misma esa vida cotidiana. La mujer durante mucho tiempo ha tenido que escribir sobre lo que tenía, y lo que tenía era la vida doméstica, así que de muy poco ha creado grandes historias: sin viajar, sin decidir, sin salir de casa, sin votar, sin implicarse políticamente. Escribía de las cosas sencillas, que son las más difíciles de escribir. Pero sobre todo se trata de una sensibilidad despiadada, descarnada; percibir con extrañeza lo que es considerado normal y profundizar en ello.

 

Mariela describe a los varones como seres rudos, mal educados, sustituibles por la nada aunque ellos se consideran prescindibles. Aquí ninguno se salva.

Tampoco se salvan las mujeres, pero eso pasa más desapercibido. La abuela vive ahogada, la madre se conforma, ella envuelta en silencios. En la época de posguerra, la que menos se salvaba era la mujer. El hombre era sustituible por la nada dentro de la casa, pero fuera de ella sí era relevante. Como la novela transcurre en el ámbito doméstico, el hombre vale menos que la mujer. Pero en el resto de escenarios, sería la mujer la prescindible.

 

¿Crees que la “vejez prematura” es parte de una sensibilidad poética? Lo digo porque Mariela cree que la tiene y porque algunos han dicho que tu literatura, a tus 25 años, es como la de tus anteriores generaciones.

La vejez prematura con cierta creatividad sí puede ser una sensibilidad poética. Pero la sensibilidad poética no depende de la vejez prematura, sino de cómo miras. La vejez prematura te hace mirar diferente, pero si no sabes cómo transformarla, no se convierte en sensibilidad poética. Supongo que sí, pero depende del caso. Tener vejez prematura no te da acceso a la sensibilidad poética, y tener sensibilidad poética no te convierte en vieja prematura. Pero si se dan los dos agentes, se puede sacar mucho material poético y puede ser muy productivo.

 

Me permito transformar a verso una línea tuya: El peso de mi madre era devastador/ devastador y lento/ como el de una madre mojada. Tú también escribes poesía. ¿Cómo la distingues de la prosa? ¿Cómo escoger el género?

No la distingo conscientemente, es una intuición. Sobre todo: la prosa nace como una historia con continuidad, y el poema es de un momento preciso. A veces es por cómo se ha posado la luz en una hoja, por cómo me he sentido en un segundo, por cómo se han muertos los narcisos, por cómo me afecta a veces el silencio y a veces el ruido, por cómo la niña no duerme bien y tiene miedos. Son flechazos que no puedes transcribir como un cuento, sino como algo más abstracto, porque tú también lo recibes abstracto. En cambio, la prosa necesita una explicación.

 De todas formas, procuro que la prosa tenga algo de poesía, porque si no la tiene, la historia podría ser mía o de cualquiera: las imágenes, la musicalidad, el ritmo, todo eso que es la poesía es lo que me distingue de los demás.

 

Leí que nunca utilizas esquemas el momento que te sientas a escribir. ¿Cómo dosificar la información o mantener la expectativa sin saber a dónde quieres llegar? Pienso, por ejemplo, en la mutación de la imagen que Mariela tiene de su padre.

No la dosificas, porque tú tampoco la tienes. Al no haber hecho ningún esquema, la historia avanza contigo, al ritmo que tú llevas; o tú con la historia. No puedes guardarte nada para más tarde, porque la página siguiente no tiene nada. Así que no te dosificas, avanzas fluyendo con los personajes. De pronto, antes de irte a dormir, piensas en algo, y zas, se te ocurre que a la niña se le puede aparecer una fotografía en el bajo de un cajón, y de ahí sigues. Pero dos horas antes, cuando estabas escribiendo, no lo sabías. Así que no has tenido que aguantar la información, porque la desconocías. Es magia.

 

La abuela, en la historia, aporta consuelo, armonía, normalidad, distinción, mantiene en equilibrio a su ambiente. ¿Por qué hablar de los ancianos en un momento en que son casi excluidos de la sociedad?

Porque están excluidos de la sociedad pero no de mí.

 

Y en la misma línea: ¿Por qué hablar de dramas familiares en un momento en el que aparentemente la familia es cada vez menos importante?

Bueno, aunque sea menos importante, sigue creando conflictos. Hasta que uno no tiene suficiente edad, vive en un ambiente familiar. No digo que ese ambiente sea padre + madre + hermanos. Digo ambiente familiar, de cualquier tipo, con desequilibrios. Todo eso genera situaciones que a mí me sirven de alimento literario, así que lo estrujo. Incluso esa poca importancia de la familia es en sí un conflicto familiar: la madre abandonada, el padre que se queja, los hijos que estorban, la independencia, el romper los lazos. La no-familia también es tema familiar.

 

La abuela, otra vez, solo habla a sus anchas cuando tiene en frente una persona enferma que no escucha. Mariela dice que la historia de su familia está “hecha de silencios”. ¿A qué se debe esa paradoja en el hombre que, teóricamente, se caracteriza por ser comunicativo?

Aquí mi discurso es adoptado de Martín Gaite. Si el hombre se caracteriza por ser comunicativo y se comunica tan mal, es por falta de interlocutor. Si todos habláramos y escucháramos, proporcionándole al otro el sentirse escuchado y después sintiendo que nosotros también somos escuchados, la comunicación sería fluida y serviría. Pero cuando el otro no entiende o crees que no va a entender, ¿para qué hablar? Y ahí empieza el discurso interior, que es otra manera de comunicarse, de una sola vía, y que no sirve para la comunidad y la convivencia pero sí para uno mismo.

 

Algún momento dijiste, exagerando, que actualmente están muertos los escritores que no responden banalmente a una sociedad banal. Sin embargo, rectificaste diciendo que están por ahí, escondidos, sin sitio en un mundo que alaba la inmediatez. ¿Tienes algunos ejemplos?

Bebo de esa sociedad banal que rechaza a los buenos escritores que no se suman al carro, de la información que da esa sociedad banal, así que es muy difícil poder citar varios ejemplos, precisamente porque si no tienen sitio y están escondidos, tampoco me llegan a mí. Pero, por ejemplo, Unai Elorriaga me parece un buenísimo escritor, con una voz muy particular, que no está presente porque él no es tan accesible como tantos otros. No aparece en prensa, no colabora con medios independientes, no tiene un blog, un perfil en redes sociales activo, etc. Eso lo borra del mapa y es una pena.

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