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Retrospectiva

Jean Genet: El genio que robaba lápices y caramelos

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Un informe da el reporte del muchacho fugado: “1,55 de altura; ojos negros, pálido, de boca y nariz normal, de mentón largo y curvo, vestido con un sombrero gris, de capa y pantalones azules”. El informe menciona también que este niño estaba muy “saturado” por las novelas de aventuras a las que era aficionado, lo cual perjudicaba su “constitución delicada”. El muchacho tenía 13 años y escapaba de la escuela D’Alembert, en las afueras de París. Su fuga, según el director de la escuela, estaba inspirada en un “desequilibrio mental”. Su “mente confusa” se alimentaba, afirmó, de lecturas de novelas de aventuras y una exacerbada admiración de sí mismo, así es como aparece su nombre por primera vez en un periódico: Jean Genet.

Va el muchacho entonces, urbano y un poco dandi, huyendo de las calles de París con un sueño bajo el brazo: irse a América o a Egipto, donde esperaba inútilmente conseguir trabajo en el cine, su pasión desde la infancia. El niño es señalado por la prensa por sus múltiples fugas desde que tenía 10 años, cuando fue acusado además de un robo que no cometió, por lo que es internado en una correccional. Unos dicen que a partir de este momento decidió hacerse ladrón como un acto de rebeldía contra la sociedad que lo había calificado como tal; otros, que comenzó a robar para no morir de hambre. Después de su fuga es trasladado a hospicios y orfanatos. A los 14 años es entregado en custodia a un compositor de canciones populares, René Buxeuil, un ciego que, siendo adolescente, había perdido la visión a causa de un accidente con una escopeta y cuyo primer empleo fue tocar el piano para películas mudas.

Después de siete meses de trabajar con el músico, éste lo acusa de robo ante las autoridades. Con esa acusación se inauguraba el “voluminoso expediente delictivo” de uno de los más originales y sólidos novelistas franceses del siglo XX.

El personaje Genet por el propio Genet

Fue bautizado como Jean Marcel Genet, aunque el nombre Marcel nunca figuró en sus biografías. Su madre, Camille Gabrielle Genet, tenía veintidós años cuando él nació. El parto se dio en un hospital público el 19 de diciembre de 1910. Para encontrar trabajo, ella se postulaba como “costurera”, “obrera”, “empleada”, “criada” o “institutriz”. La madre de Genet escribió en la casilla sobre datos del padre del niño: “fallecido”. A los siete meses de nacido, Jean fue abandonado por su progenitora, y desde entonces vivió de la Asistencia Pública, hasta los 22 años. El escritor imaginará luego, en sus novelas, a su madre como una mendiga, una mujer noble o tal vez como una prostituta que se cruzaría en la calle con el escritor. Genet, presumiblemente, nunca supo que su madre murió en 1919, cuando él tenía ocho años, de la gripe española, una de las plagas hijas de la Primera Gran Guerra Europea.

Al “niño abandonado” la Asistencia Pública le da un uniforme, unos zapatos de madera y una familia a pago para cuidarlo. Reside entonces con una familia de campesinos en Alligny-en-Morvan, un pueblo ubicado en el centro de Francia.

Imagino a Genet viviendo su propia obra de teatro, fingiendo ser campesino, asistiendo a misa y tratando de congelar para siempre esa felicidad que sentía cuando estaba entre chicas, aprendiendo a hacer vestidos y dulces. Le gustaban los secretos con las niñas y los besos con los niños. Él quería ser la “joven prostituta que acompaña a su amante a Siberia o esa otra que sobrevive para llorarlo y ensalzar su memoria”. La ramera. La perra que sin pena ni gloria se balancea por el cuerpo de su amante como un niño pequeño meciéndose mientras juega.

Genet disfrutaba inventando mentiras poéticas sobre sí mismo, el escritor estadounidense Edmund White —según los entendidos, su mejor biógrafo— estudió durante varios años las cinco novelas que Genet escribió entre 1942 y 1947 para poder plasmar lo más honestamente posible la exuberante memoria trágica, obscena y fabulosa de un niño abandonado, huérfano, sometido a diferentes padres adoptivos y con perfil de delincuente.

Sin embargo, White descubrió en sus indagaciones que Genet fue un niño modelo, con las mejores calificaciones, sobresaliente y vivaz, como ningún otro de su clase, pero con un rasgo muy especial, eso que lo hacía diferente.

Su madre adoptiva en Alligny-en-Morvan aspiraba a que ese niño que celebraba misa en un altar en miniatura, que ayudaba al cura en la misa y cantaba en los coros (Genet llegó a ser primer corista), fuera sacerdote. Sin embargo Genet no encajaba en ese pueblo ni en esa iglesia ni en la túnica de monaguillo. Y así como leía libros de aventuras y literatura popular de la biblioteca local, el dandi parisino también robaba lápices a los compañeros o robaba monedas del mostrador de la tienda que atendía la hermana de su madre adoptiva. El biógrafo White, muy humano con las páginas que le dedica a Genet, sentencia psicoanalíticamente: “Los niños suelen robar cuando no se sienten amados”.

Se convierte en un desertor. Entre esporádicas libertades recorre Europa o se enrola en la Legión Extranjera en 1930, que lo llevó a Siria, y desertó de ella cinco años más tarde cuando fue expulsado por ser visto cometiendo “actos ilícitos” (homosexualismo y pederastia). Y regresa a la prostitución, el robo, la falsificación de pasaportes, la traición, las múltiples expulsiones y estadías en las cárceles europeas (Albania, Yugoslavia, Checoslovaquia, Austria, Italia, Polonia). Genet recorre España: Cádiz, Huelva, Jerez, Alicante, entre otras ciudades y regiones, sin bañarse ni cambiarse de ropa, con apenas un bolso y una libreta. Su tierra predilecta fue el Barrio Chino de Barcelona. En esta ciudad comenzó a amar a las prostitutas, los travestis, los hambrientos, los criminales. “Mi más preciado tesoro es la homosexualidad”, decía Genet, en una época en la que ser homosexual era una vergüenza.

La diferencia de la escritura consciente

Prostitutas, cobardes, vividores, delatores, asesinos, ladrones, contrabandistas, golfos, presidiarios, soldados, marineros, pederastas, prófugos, estafadores, funámbulos, sacerdotes y tahúres fueron los personajes de Genet. Sus escenarios: cárceles, callejones, hoteles de paso, antros y el mar. Así jugaba con la imaginación y la realidad, pues aunque era un genio escribiendo, no dejó de ser nunca un vagabundo y ladrón de barrio. Siempre con sus manos en los bolsillos, la cabeza pelada, apoyado en la pared de cualquier calle, mirando y analizando a la que sería su siguiente víctima.

A Genet le gustaba atentar contra lo establecido por la sociedad: se prostituía con soldados y marineros y les robaba sus capotes o sus motocicletas porque el aparato militar —decía él— es lo que mejor simboliza a las sociedades que defiende. ¿Cómo pudo, llevando la vida que llevaba, convertirse en escritor? White lo demuestra: al lado de las aventuras adolescentes de las que tan orgulloso estuvo Genet, hubo muchas horas de lectura, de reflexión, de escritura consciente. “La elaboración de su obra fue un proceso voluntario, tal vez la única construcción de un hombre que siempre rechazó cualquier forma de vida estable: vivió la mayor parte de su vida en hoteles, nunca tuvo una cuenta bancaria, anduvo siempre de aquí para allá, siguiendo a sus amantes magrebíes, hasta establecerse al final de su vida, de forma más o menos definitiva, en Marruecos”, señala el biógrafo.

Con el pasar de los años no solo se le acusa de robar pañuelos, cepillos de las iglesias, abrigos de restaurantes franceses, sino también de deserción y tenencia de armas ilícitas. Genet estuvo en total 44 meses y 16 días en prisiones de adultos. En 1949 recibió el perdón presidencial por pedido de los intelectuales de la época, entre los que estaban Jean-Paul Sartre, Jean Cocteau, Pablo Picasso o Claude (no firmaron Albert Camus, Aragón y Paul Éluard; los dos últimos por pertenecer al partido comunista y al surrealismo, que se oponían a la homosexualidad), ya que sería condenado a cadena perpetua. En ese tiempo la ley exigía este castigo para los incorregibles. Su abogado alegó que su cliente había concluido su carrera de ladrón para comenzar su carrera de escritor. Durante el juicio, Jean Cocteau declaró que Genet era “el más importante escritor de la era moderna”. Meses después, Genet fue puesto en libertad.

En el invierno de 1942, los vagabundos como él morían en los portales y los espantapájaros eran despojados de sus abrigos. En ese año de hambre, frío y ocupación alemana, Genet comienza a escribir su primer poema ‘El condenado a muerte’. De 1942 a 1949, escribe la mayoría de sus mejores obras: Santa María de las flores, El milagro de la rosa, Pompas fúnebres, Querella de Brest y la novela autobiográfica Diario de un ladrón.

En este período creativo también publicó poemas y obras de teatro como La severa vigilancia y Las criadas, coronándolo como uno de los dramaturgos más representados.

Genet, un hombre “sin profesión definida”, hablaba varias lenguas (alemán, italiano, árabe, griego y algunas frases en inglés) y ocupaba su tiempo en las prisiones para escribir los libros que publicaría en el futuro. “La cárcel le sentaba bien a su oficio de escritor. Una vez le dijo al juez que ‘si no hubiera sido un ladrón me hubiera quedado ignorante, y todas las joyas de la literatura seguirían siendo extrañas para mí’, debido a que en prisión podía leer cuanto quería y por supuesto escribir”, señala White.

Genet robaba el papel que los presos usaban para fabricar bolsas y, a hurtadillas, escribía sus novelas. El castigo fue aislarlo a pan y agua en una celda sin compañía.

La prisión significó la renuncia de la libertad física para dar paso a una transformación. La prisión le dio —según confiesa en una carta a una amiga— la capacidad de volver a sí mismo: “ver y percibir más allá de nuestro ombligo y para percibir el mundo con mayor objetividad, mayor pasividad, mayor indiferencia y, por ende, con mayor poesía”, señala White quien en su autobiografía My lives, dedica un capítulo entero al escritor francés, al cual titula ‘Mi Genet’.

El segundo período creativo de Genet fue entre 1955 y 1957. En ese tiempo, escribió tres obras de teatro: El balcón, Los negros y Los biombos, y algunos de sus mejores ensayos como Para un funámbulo o El taller de Alberto Giacometti (considerado por Picasso como el mejor ensayo monográfico de arte que hubiera leído) y Secreto de Rembrandt.

Años después, en Diario de un ladrón, Genet diría: “Fui a través del robo como hacia una liberación, hacia la luz”. El libro habla de su propia vida en los bajos fondos de Barcelona y Amberes entre 1930 y 1939, cuando pareció haber encontrado la santidad a través de la humillación. En una de las últimas y rarísimas entrevistas que concedió, Genet afirmaba que crear significa siempre hablar de la infancia:

Yo tenía 30 años cuando empecé a escribir y 34 o 35 cuando dejé de hacerlo. Pero era como un sueño, en todo caso como una ensoñación. Yo escribí en prisión. Una vez libre me sentí perdido.

Jean Genet

Una obra “excesivamente cochina”

Como novelista, logró que escenas eróticas y —con frecuencia— obscenas se convirtieran en una visión poética del mundo, y como dramaturgo fue un precursor del teatro de vanguardia, en especial de la corriente del absurdo. Muchas de sus obras fueron motivo de polémica y escándalo: las provocaciones de Genet lograban el objetivo.

Editores de esa época decían sobre la obra de Genet: “La finalidad de esta obra literaria es la de poner de manifiesto la profundidad, la anchura e incluso la sublimidad, como vividas, de la abyección, de la inmundicia, de la aberración y del crimen, cuando uno se entrega a ellos en cuerpo y alma. Muy bien. Pero el caso es que la obra resulta excesivamente cochina, y como, además, por lo que se refiere a los homosexuales y pederastas (que es lo más frecuente en esta novela), se despiertan muchas vocaciones en nuestro tiempo, creo será mejor anteponer otros valores más sublimes que el valor literario de la obra. NO PUEDE PUBLICARSE”.

En una entrevista, al referirse a sus inclinaciones sexuales, Genet dijo: “Soy pederasta. Pero lo soy con rigor y lógica. ¡Qué es un pederasta! Un hombre que, por su naturaleza, se opone a la marcha del mundo, se niega a entrar en el sistema en vista del cual está organizado el mundo. El pederasta se niega a eso, niega eso, lo socava, lo quiera o no. Para él el sentimiento es sólo tontería y engaño; sólo existe el placer. Vivir de sorpresas, de cambios, aceptar los riesgos, exponerse a las afrentas, es lo contrario de la coacción social, de la comedia social”.

Genet fue un hombre tenazmente comprometido con la causa de minorías que batallan por igualdad de derechos, un combatiente. Reaccionaba contra las condiciones inhumanas de los trabajadores inmigrantes, mantuvo en todo momento sus conocidas posiciones radicales, en especial en lo relativo a los problemas del Tercer Mundo, que nutren directa e indirectamente toda su obra literaria. De forma esporádica llegó también a publicar artículos relacionados con la política.

Un personaje de fábula

Sesentón, se le recuerda bailando en ropa íntima de mujer, rosa, ante los Panteras Negras en Connecticut. Decía sentirse en casa entre gente oprimida de color negro, blanco o rosa. Además ofrecía educación a sus jóvenes enamorados: a un muchacho lo preparaba para ser piloto de carreras, les enseñaba a escribir, a otros amores los entrenó en el funambulismo o en la lucha libre, entre otros oficios.

Genet decía que “la feminidad propia de la pederastia envuelve al joven, y quizá le permite desarrollar mejor su bondad”. Aunque se portaba como un padre más que como una madre, la virilidad le parecía teatral, cinematográfica. Genet tenía por norma casar a sus amantes y hacerles una casa, en la que se reservaba una habitación que no usaba nunca.

El teatro es el núcleo de la obra de Genet”, dice White. Genet transformó las exigencias de la realidad en espectáculo y escándalo, dandismo y pornografía. “Cuando llegué a la colonia una tarde de septiembre [...] me convertí repentinamente en personaje de película, transportado por un sueño [...] fallecido antes de morir”, diría Genet, quien decidió amar la fealdad, levantarle un altar y oponerse al mundo. Prueba de esa belleza, de ese amor que el autor le cantaba a la homosexualidad, a la salvación que ofrece la belleza del cuerpo o al erotismo es su estado más puro, es Canto de amor, un fantástico cortometraje de veinticinco minutos inspirado en los encuentros eróticos, tiernos y sádicos entre presos y su carcelero.

En la noche del 14 de abril de 1986, en una habitación de un hotel parisino, Genet se desplomó al tropezar con un escalón entre el dormitorio y el baño. Su cuerpo fue descubierto por uno de sus antiguos amantes, Jacky. Luego fue transportado por otro de sus examantes, Mohoammed El Katrina, que vivía con su esposa y sus hijos en Marruecos. De acuerdo con su deseo, fue enterrado en un cementerio de la antigua colonia española de Larache en Marruecos. Solo tres personas acompañaron el féretro de Genet a Marruecos. “En el cementerio cristiano la tumba está orientada hacia la Meca. Desde el cementerio se divisa la vieja prisión española y el burdel, dos de los lugares recurrentes en la imaginación de Genet”, escribe White. En la tumba del escritor nunca faltan cigarrillos, diarios franceses, lápices y monedas.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Moraly, Jean–Bernard (1988). Jean Genet, la vida escrita. Biografía.

Sartre, Jean Paul (1952). San Genet, comediante y mártir. Buenos Aires: Losada.

White, Edmund (1993). Genet: A Biography. Nueva York: Vintage Books.

White, Edmund (2006). My Lives. Nueva York: Harper Collins.

Fragmento de Diario de un ladrón

Hablar de mi trabajo de escritor sería un pleonasmo. El tedio de los días de cárcel me hizo refugiarme en mi vida de antaño, vagabunda, austera, miserable. Más tarde, y una vez libre, seguí escribiendo para ganar dinero. La idea de una obra literaria me haría encogerme de hombros. Sin embargo, si examino lo que escribí, distingo en ello, hoy en día una voluntad de rehabilitación de los seres, de los objetos, de los sentimientos con reputación de viles, pacientemente continuada. El hecho de haberlos nombrado con las palabras que habitualmente designan a la nobleza era tal vez infantil, fácil; corría mucho. Utilizaba el medio más corto, pero no lo hubiera hecho si en mí mismo estos objetos, estos sentimientos (la traición, el robo, la cobardía, el miedo) no hubiesen exigido el calificativo reservado habitualmente, y por vosotros, a sus contrarios. En el acto, en el momento en que escribía, tal vez quise magnificar unos sentimientos, unas actitudes o unos objetos honrados por un chico magnífico ante cuya belleza me inclinaba, pero ahora que me releo, he olvidado a esos chicos, no queda de ellos más que este atributo que he cantado, y él es el que resplandecerá en mis libros, con un brillo semejante al orgullo, al heroísmo, a la audacia. No les he buscado excusas. Ni justificación. He querido que tengan derecho a los honores del nombre. Esta operación no habrá sido vana para mí. Ya siento su eficacia. Embelleciendo lo que vosotros despreciáis.

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