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James Gandolfini y la tipología del gánster
La última vuelta de Tony Soprano
“Bueno, mira: esto solía ser todo piedra, y ahora es arena, y después, un día, será polvo, y después toda la isla será polvo, y después… Ni siquiera sé lo que viene después del polvo”.
Lo decía James Gandolfini envestido como una —aún más— enorme criatura, en el filme ¿para niños? de Spike Jonze, Donde viven los monstruos (2009). Con una tremenda sencillez la película abordaba los mundos infantiles desde interesantísimas perspectivas psicológicas y filosóficas. Y allí, Gandolfini aullaba con una tristeza desgarradora su absoluta soledad, mientras con sus palabras anunciaba, como si se tratara de un presagio algo distante, la llegada de lo inevitable.
Como al corazón de su personaje más emblemático, Tony Soprano, aquel gánster aquejado tanto por sus negocios dentro del crimen organizado como por sus constantes ataques de pánico, producto de sus traumas intrafamiliares, el de Gandolfini no soportó más. Tras una cena, propia de las que disfrutaba su personaje, en la que el vodka y el foie gras abundaban, el corazón de James Gandolfini sufría un infarto, segando la vida de uno de los actores más representativos de la televisión internacional y del cine, por medio de una despedida siciliana.
La reacción fue inmediata. Los fanáticos de las redes sociales inundaron con fotografías y clips de uno de los mayores personajes míticos de la televisión, Tony Soprano. Mientras sus colegas, inmediatamente, reconocían el talento del actor ante su desaparición: “Hemos perdido a un actor extraordinario”, se lamentaba Robin Williams, mientras Jonah Hill le definía como “uno de mis actores favoritos de todos los tiempos”, entre otros. Y una gran parte de quienes trabajaron con él concordaban con algo establecido por Olivia Wilde —compañera de rodaje de Gandolfini en su última película, The Incredible Burt Wonderstone—, “James fue alguien generoso, divertido y maravilloso”.
Pero Gandolfini se definía como un desastre neurótico, “una especie de Woody Allen de 260 libras”, a quien aparentemente le costaba mucho relajarse dentro de su vida neoyorkina. Luego de sus almuerzos en el restaurante Roc, solía conducir una pequeña Vespa por las calles de Manhattan hasta que un taxista lo arrolló y le rompió una rodilla en 2006.
Aunque dentro del cine no tuvo un papel protagónico tan memorable como el que construyera para la HBO, Gandolfini participó en una serie de cintas importantes en las cuales pudo brillar como un actor secundario de lujo. Pero antes de la era Soprano, Gandolfini prestó su monumental físico para importantes obras de la gran pantalla. Luego de dejar huella tanto en los teatros como en los bares neoyorquinos en los que trabajó, la mafia (cinematográfica) le hizo una propuesta que no pudo rehusar. El primer golpe (literal, hacia la humanidad de Patricia Arquette) lo dio el mafioso Virgil, personaje creado por Quentin Tarantino al que Gandolfini supo interpretar en Amor a quemarropa, dirigido por Tony Scott, en 1993.
Ya antes había trabajado con Scott en El último Boy Scout (1989), con quien repetiría después en Marea roja (1995). Y su papel en Amor en quemarropa, le abriría puertas más interesantes como la que le llevaba a trabajar con Álex de la Iglesia en Perdita Durango (1997). Además intervino en filmes como Get shorty, (Barry Sonnenfeld, 1995) la película en blanco y negro El hombre que nunca estuvo allí (2001), filme en el que los hermanos Coen brindan su mirada sobre el cine negro, género similar al que interpretó junto a John Travolta, en Corazones solitarios (Todd Robinson, 2006).
Y también participó el año pasado en el filme de la directora Kathryn Bigelow, La noche más oscura, en el que interpretó a un director de la CIA que luchaba contra el terrorismo islámico, encargado de dar caza a Osama Bin Laden.
Meses después, Gandolfini volvía a recorrer sus raíces interpretativas como otro gánster, junto a Brad Pitt y Ray Liotta, ahora en el filme Killing them softly, en el que encarnaba a un mafioso al borde de la jubilación. Sobre aquello Gandolfini declaró: “Me lo pensé mucho a la hora de meterme en la piel de otro mafioso. Pero este personaje es la culminación de todos los que he interpretado anteriormente. Es como el último clavo en el ataúd”.
En ese permanente intento por alejarse del personaje de Los Soprano, Gandolfini demostró algo que ya había comprobado, irónicamente, dentro de la misma serie que deseaba dejar atrás: poseer una cualidad histriónica capaz de demostrar una inmensa y violenta fortaleza y autoridad que podía volcarse inmediatamente en una persona sensible y bondadosa. Finalmente fue el tiempo el obstáculo mayor que impidió algo que James, el actor, había deseado ansiosamente: “Quiero alejarme lo más posible de Tony. Hay ciertas cosas y ciertos tipos de violencia que en este punto intento evitar. Me estoy haciendo viejo y ya no quiero golpear a las mujeres y ese tipo de cosas”.
La serie mejor escrita de la historia
A James Gandolfini le había seleccionado Steven Spielberg para el papel de Carl Hanratty, en Atrápame si puedes (2002). Pero su compromiso con Los Soprano (1999) le impidió participar en el rol que finalmente y, una vez más, recaería en el confiable Tom Hanks. Además fue considerado para interpretar a Ben Grimm/La Mole en la versión cinematográfica de Los cuatro fantásticos (2005). Su ausencia en esta película es otro de sus mayores méritos.
El destino televisivo del actor resultó ser la mejor alternativa. Por su papel protagonista en Los Soprano, Gandolfini recibió un Globo de Oro y tres premios Emmy y se convirtió en todo una celebridad. El actor llegó a cobrar hasta un millón de dólares por capítulo. Un dinero que le permitió mudarse a un apartamento en el exclusivo barrio de Tribeca y repartir fajos de billetes entre sus compañeros, que no olvidan su generosidad.
Pero, volviendo al inicio de todo, la entrada de Gandolfini al show fue algo totalmente incierto. El actor estaba seguro de que no le darían el papel de Tony Soprano. “Yo pensaba que contratarían a un tipo con buena pinta. No a George Clooney pero sí a una especie de George Clooney italiano”. Ahora es imposible imaginar a la serie sin su descomunal presencia.
¿Pero a qué se debe el impresionante éxito de esta serie por la que, en sus inicios, nadie parecía iba a dar ni un peso y que terminó volviéndose imprescindible? ¿Por qué en sus 86 capítulos y en sus seis temporadas la serie logró una altísima popularidad que llegó a bordear la cifra de 14 millones de espectadores, una audiencia que desde entonces no ha reunido ninguna otra creación del canal HBO.
Hace un par de meses Los Soprano fue declarada la mejor serie de la historia. El gremio de guionistas de Hollywood (WGA) colocó en el primer lugar de las 101 series mejor escritas de todos los tiempos a este show transformado en objeto de culto para millones de televidentes.
Y el principal atributo de la serie reside justamente en su guion. Ya había ejemplos en los que un mafioso debía confrontar las vicisitudes que planteaba vivir dentro de dos mundos: uno de claridad y otro de oscuridad. La dinastía de la familia Corleone había cargado con este peso durante generaciones retratadas en la saga de El Padrino y comedias como Analízame habían señalado la posibilidad de que un hombre casi todopoderoso sufra de debilidades en el alma que debían ser tratadas por el psicoanalista, en este caso magníficamente interpretados por Robert De Niro y Billy Cristal, respectivamente.
Ese mundo de contradicciones fue fijado en la serie Los Soprano y es lo que realmente resulta interesante más allá de la acción, la violencia o el erotismo que pueda despegar del oscuro mundo seductor de esta delincuencia. Los problemas maritales y caseros que incidían en la vida de Tony con igual o más fuerza que los suscitados por el crimen organizado marcaban la diferencia dentro de la serie.
El guionista y teórico Robert McKee asegura que Tony Soprano es mucho más complejo incluso que Hamlet, por la cantidad de contradicciones que presenta su personaje. “En Los Soprano hay una vida amorosa, una profesional, están el hogar, el FBI, la esposa, el psiquiatra, las amantes, los enemigos y demás”.
Es ese universo, en el que todavía hay cabida incluso para imágenes poéticas como una bandada de patos instalándose en la casa del mafioso en Nueva Jersey, capaces de despertar la sensibilidad de Tony Soprano como si se tratara de un niño tratando de secarse las lágrimas de sus ojos con su bata de baño blanca, cuando las aves han decidido marcharse.
Un personaje capaz de matar a uno de sus colegas y mejores servidores por causa de un caballo de carreras con el cual se ha encariñado, de caer a golpes a su sobrino adicto a la heroína o a su hijo desencontrado con la realidad y que ha heredado sus mismas depresiones y que al mismo tiempo se refleje como un padre cariñoso y un esposo preocupado y proveedor.
El mundo de negocios y familia que gira alrededor de este macho alfa, de esta especie de rey con un delirante sentido de la responsabilidad, obsesionado por el FBI y por las luchas de poder en su organización que descarga en cada sesión con su siquiatra y capaz de cualquier cosa con tal de mantener el poder. Ese es el motor de esta apuesta arriesgada, de esta gran tragedia americana cercana a las 100 horas de transmisión.
La vulnerabilidad con que Gandolfini interpreta a su personaje es la clave de la serie. Eso, una puesta en escena atractiva e inteligente (basta recordar cómo está filmada la muerte de Bobby Baccala) y la sorprendente habilidad de los escritores para evitar los lugares comunes del género o incluso parodiar los códigos del cine de mafia para crear un relato brutal, emotivo capaz de lindar entre el humor, la cotidianidad y la tragedia. Tal fue la influencia de Los Soprano que incluso los propios mafiosos se llamaban a contar lo que había sucedido en el episodio de la noche anterior, como lo relató el propio FBI, producto de sus investigaciones.
Todos quieren ser el malo
Mucho antes de Los Soprano, el mundo del hampa ha sido retratado en la gran pantalla, incluso desde los tiempos del cine mudo. Salvajes matanzas, asesinatos fríos y calculados, mensajes en código y una ética basada en los negocios criminales y las relaciones familiares han sido los elementos constantes para contar relatos sobre el crimen organizado, desde un ambiente oscuro y prohibido.
El principal atractivo de estas historias está cargado sobre el protagonista: individuos repletos de poder, dinero, valor, inteligencia y carisma. Hollywood ha logrado crear un inmenso referente a partir de la figura del delincuente o del gánster. Pero no solo eso, sino que ha logrado endiosar a matones y a capos de la mafia, que han logrado trascender desde la posición de antihéroe hasta llegar a ser una efigie criminal a la que muchos llegan incluso a adorar.
Todo empezó tras la prohibición de consumo alcohólico impuesta por la Ley Seca en los veinte. En Estados Unidos llegó el contrabando y el aparecimiento de un nuevo personaje antisocial que imperaría en las calles de grandes ciudades como Kansas, Chicago y Nueva York, lo que sería conocido luego como crimen organizado.
La ficción no tardó en imitar a la realidad y Hollywood encontró en el gánster un nuevo personaje al que mostrar rodeado de un excesivo glamour kitsch, increíbles persecuciones, armas y disparos. Todo en un ambiente de claroscuros, penumbras y sombras.
Sin titubear, el gánster es capaz de dar una orden que signifique la masacre de decenas de personas, disparar contra el enemigo, golpear al sospechoso, matar con la propia mano a hombres, niños y mujeres... Y a pesar de todo esto, el público siente una inevitable conexión con este oscuro personaje.
En su intento por ascender en la escala social, como si se tratara de una imitación perversa y bizarra del sueño americano, el gánster lo consigue exclusivamente a partir del crimen y la violencia. Y, sin embargo, nunca llega a perder la posibilidad de convertirse en un héroe popular.
La franqueza determinante del gánster sumada a la ambigüedad moral de los representantes del crimen organizado lograron la identificación necesaria con el espectador para que estos seres surgidos de la miseria se conviertan en verdaderos íconos de la pantalla, tanto en la década del 30 como en las películas más actuales. Historias como las de El Padrino, Buenos muchachos, Érase una vez en América, American gángster, Casino, Donnie Brasco, Carlito’ s way y Los infiltrados, entre muchas otras, lograron la aceptación tanto de la crítica como del público.
El éxito de este género no solo se debe a la convincente interpretación de mafiosos de actores como Robert De Niro, Al Pacino, Marlon Brando, Jack Nicholson o Denzel Washington, sino a la constante reinterpretación de los códigos de la mafia. Pero, sobre todo, a la valoración primaria de las relaciones del ser humano y sus preocupaciones íntimas. Pues finalmente, es el hombre y sus conflictos lo que resulta primordial e interesante, más allá de los disparos, las luces y el humo que esconden a la organización criminal.