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Houellebecq y el escándalo del pesimismo

Nuestra vida social es la mejor tragedia:

 

 

es una imitación de la mejor vida.

 

 

¿Qué esperar de la imitación de una imitación?

 

Platón

 

We are accidents waiting to happen.

 

Thom Yorke

 

 

Toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus llagas.

 

Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte.

 

Michel Houellebecq

 

 

 

El testigo de la época

 

Casi a mitad de la segunda década del siglo XXI, la obra de Michel Houellebecq nos narra en sus novelas y ensayos una modernidad y posmodernidad que son en primer lugar y sobre todo destrucción, talvez destrucción creadora en el sentido más optimista (progresista), pero sin dejar de ser un movimiento contrario, un desmontaje, una demolición. El escritor francés contemporáneo más traducido en el mundo, pese a ser calificado de reaccionario, disuelve las certidumbres de siglos anteriores rápidamente y las sustituye por incógnitas. Conduce a sus personajes de la sociedad del bienestar a la apatía, a la movilidad sin mayor dirección, a la igualdad de derechos solamente en el consumo. En pocas palabras, se mofa de nosotros, de la sociedad, del mundo y ante todo de sus logros frustrados.

 

Sin oponer mayor resistencia que la sensibilidad y la razón, este autor huraño y ampliamente mediatizado, sufre como algunos de sus personajes varias amenazas de grupos islámicos fundamentalistas y el desprecio de críticos liberales habituados a celebrar a sus amigos. Cuestiona desde esta posición el sentido del arte contemporáneo y su valor sometido al mercado, el vacío existencial de quienes se entregan desbocadamente a sus trabajos o el sin sentido del “placer por el placer” impuesto por la cultura globalizada a través de casi todos los medios de comunicación. Éxito de ventas y catalogado como la primera estrella intelectual después de Sartre, este autor de 57 años no deja tampoco incólumes a algunos defensores del ambiente y del tercer mundo, embotados en sus trajes de marca, mientras beben te orgánico y charlan cínicamente de los problemas del mundo.

 

Inspirado en el europeo y sus modos de vida dictados desde el marketing, sus personajes o sujetos de interés dejan hacer por igual al dolor y al placer hasta confundirlos, mientras los lectores gozan del humor negro, porque la esencia de su visión del mundo es eso, un proceso accidentado, poco idílico y muy humano de degradación que nos conduce desde el ridículo hasta el holocausto del individuo, hasta el anonimato del olvido.

 

Con un talento reconocido hasta por sus rivales más acérrimos, el amante de las cadenas de supermercados y de la ropa de cadenas masivas es capaz de narrar con gran claridad y sencillez, escenas extremadamente duras de orgías, al tiempo que tumores malignos se propagan en los mismos cuerpos gozosos. Se trata de un poeta, ensayista y narrador que hace de los arquetipos liberales, monigotes en caída libre sin paracaídas alguno. Todo sea para despabilar el vacío del “vívelo ahora” y mostrar que los espíritus y cuerpos tan frágiles no resisten el impacto ¿la nausea?

 

Como si se tratara de una mirada del pasado hecha desde El mundo feliz de Huxley, en la novela de ficción Partículas elementales (1998), Houellebecq muestra la perspectiva de un futuro aséptico viendo nuestro presente como su pasado. Descubre en esta cavilación las características de nuestra época, en la que todo cambio apunta a territorio de niños probetas, neo humanos consecuencia de una modernidad despiadadamente identificada con el capitalismo como entorno natural, el sexo y la cultura juvenil ligados exclusivamente a la belleza física, el dolor sin compasión como ley, la uniformidad de pensamiento como obligatoriedad, las creencias de todo tipo mutadas en sectas y, en pocas palabras, un mundo conducido hacia la insensibilidad.

 

 

Auto proyección y primera obra

 

No sé decir cuánto les durará la impresión de leerlo —bastante, en cualquier caso—, y la situación causa cierto azoramiento, entre otras cosas, porque Houellebecq es íntimo y mordaz, ágilmente prolijo, con un cargamento de ideas brillantes sostenido por un tono de solemnidad pesimista y por una pesada reiteratividad bien fundamentada en cada una de sus publicaciones.

 

Acusado por críticos superficiales de recrearse o proyectarse en sus personajes, en el primer ensayo de su autoría hace gala de este recurso, al mismo tiempo que se estrena con la reflexión de uno de sus autores preferidos: H.P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, es un acercamiento a la compleja obra y personalidad de un escritor pionero de la ciencia ficción a quien Houellebecq —en unas 126 páginas quizás— venera y pone concientemente como referente de todo literato digno de recibir ese título.

 

Publicado en 1991, para leer este ensayo se hace imprescindible cierta familiaridad con los escritos del enigmático Lovecraft, en su mayoría historias de ficción mítica que describen mundos fantásticos y criaturas tenebrosas, acertijos repletos de referencias científicas basados en una especie de miedo u odio a los otros que le rodean (Houellebecq se atreve a decir que es racismo). No obstante, es sorprendente la similitud entre el autor descrito y quien describe. “Cuando uno ama la vida, no lee”, nos dice Houellebecq en este ensayo, “ni tampoco va mucho al cine. Digan lo que digan” —afirma—. “El acceso al universo artístico queda más o menos reservado a los que están un poco hasta el cuello”. Complementa esta idea páginas adelante al destacar en su sujeto de estudio “Un odio absoluto hacia el mundo en general, agravado por una particular repugnancia hacia el mundo moderno. Eso resume bastante bien la actitud de Lovecraft”. ¿Acaso no la de Houellebecq, el heredero del existencialismo francés?

 

Es indudable, como podrán constatar quienes lean este ensayo publicado en español por editorial Siruela, el ganador con Mapa y territorio (2010) del premio Gouncourt —el más prestigioso de la lengua francesa— se describe así mismo, y su filosofía de vida, casi al detalle en la figura del norteamericano: “Pocos se han sentido tan impregnados como él, tan calados hasta los tuétanos por la nada absoluta de cualquier aspiración humana”. Continúa y afirma “el universo no es más que una furtiva disposición de partículas elementales. Una figura de transición hacia el caos. Que terminará arrastrándolo consigo. La raza humana desaparecerá. Aparecerán otras razas, que desaparecerán a su vez. Los cielos serán glaciares, y estarán vacíos; los atravesará la débil luz de estrellas medio muertas. Que también desparecerán. Todo desaparecerá”. Para proseguir, topa su particular apreciación de la libertad y la moral: “Y los actos humanos son tan libres y están tan desprovistos de sentido como los libres movimientos de las partículas elementales. ¿El bien, el mal, la moral, los sentimientos? Meras ‹‹ficciones victorianas››. Solo existe el egoísmo. Frío, intacto y resplandeciente”.

 

Como hemos constado en el párrafo anterior, el lector deberá llegar a armarse de ternura y fortaleza hacia la manera de Houellebecq de explicar pesimistamente el mundo. El autor de otros ensayos, como Seguir vivo, rompe todos los paradigmas establecidos para la vida cómoda; hace crítica por inmersión, se involucra. El ensayo, simplemente, se sumerge tanto en Lovecraft como en Houellebecq; apenas si se discierne entre ambos. Talvez haya que agradecer al autoexiliado en Irlanda el que se detenga. Y; sin embargo, la exasperante descripción del mundo merece todo nuestro esfuerzo de atención. Contra el mundo, contra la vida no es sino el abreboca de libros verdaderamente maravillosos plagados de ideas profundas y sorprendentes, jamás exentas de cierta dosis de paranoia.

 

 

Publicaciones diversas

 

En uso de un lenguaje que no escatima los adjetivos peyorativos —imbécil incluido—, sus artículos, cartas, entrevistas, entre otros materiales recopilados en El mundo como supermercado o Intervenciones 1 (1998) e Intervenciones 2 (2009) no dejan en pie a ningún personaje, movimiento o colectivo por bien intencionado o aparentemente inocuo que este sea. “Hay que atacar en todos los frentes. La sobredosis de teoría produce un extraño dinamismo”, dice.

 

En textos de no más de cinco páginas, la decadencia de Occidente y su rastro de repercusiones, se entremezclan con religión, arquitectura, cine y sexo. Devoto de Augusto Comte y pesimista por excelencia, la observación que hace de nuestra sociedad es explosiva. Sus espacios de acción y análisis se escenifican en oficinas, calles, laboratorios, zonas vacacionales, supermercados y círculos intelectuales. Todos ellos, espacios urbanos organizados en función de juegos sociales donde el estilo de vida liberal es representado en la misma categoría del libre mercado: la decadencia.

 

Con notable fuerza, su forma particular de entender el mundo es muy efectiva, pues ejecuta un desprendimiento político compartido por millones de personas en el mundo —los políticos no pueden hacer nada, no tienen control, dice—. Tampoco se lleva bien con Mayo del 68, el hippismo o el feminismo. Polémico, hasta el hartazgo, este intelectual fue demandado por su madre, quien no conforme con haberlo abandonado siendo un niño, llegó a lamentarse de su nacimiento en un libro con grandes ventas que mereció el repudio del escritor y su abierta confrontación con varios medios de comunicación.

 

A pesar de la incómoda situación de lidiar con su vida íntima en todas las pantallas y páginas amarillistas, con valor no dejó de manifestar su opinión sobre lo que llama el ocaso del feminismo y la afectación de la propia mujer al servicio del interés sexual del hombre, una actitud que le valió varios calificativos despectivos de sus detractoras como el de “varón desenfocado” o el habitual “misógino”, etiquetas banales que quedarían fuera de discusión si se aprecia el rol extremadamente femenino que entre líneas rescata en sus personajes prisioneros de un mundo masculinizado.

 

De vuelta a la política, Houellebecq se ha proclamado partidario del derechista y ex presidente francés Nicolás Sarkozy, así mismo como comunista, fuera de la línea marxista, porque considera que el error de Marx habría sido creer que bastaba cambiar la estructura económica. Con un desprecio por la política bastante cuestionable y su visión particular de un feminismo derrotado, el realismo de Houellebecq resuelve las tramas de sus artículos por lo general con tragedias personales y deja con ello profundas huellas de sufrimiento y también de culpa.

 

Pero la tragedia no es su único tema. En buena parte de su obra, el mundo se vuelve esperanzador, rebelde y crítico. Inclusive por instantes parecería que la esperanza está intangible y obliga a quien aborda su pensamiento a dejar la pasividad. Es la sociedad con su negligencia y egoísmo la que termina por derrotar cualquier resistencia. Esto se puede apreciar ampliamente en novelas como Ampliación del campo de batalla (1994), Plataforma (2001) y la Posibilidad de una isla (2005).

 

Otro tema frecuente en sus artículos y novelas son los jubilados y la depresión de los vacacionistas, dos mundos que al juntarse solo pueden tener un final siniestro cuando se funden inevitablemente con la lógica del mundo occidental que venera la juventud. En algunas crónicas y casi en todas sus novelas el autor comparado a Celine y Stendhal hace referencia a lo escalofriante del hecho de que ese grupo de hombres y mujeres retirados de la vida activa, alguna vez fueron jóvenes y hoy el sistema los hace “nada”. Viejos de apenas 50 años dice el propio autor, reemplazados por jóvenes, en un mundo donde no hay para ellos ni pasado, ni presente, ni futuro: cada día vuelve a empezar, idéntico a sí mismo, el círculo perverso donde el pseudo ocio de nuestra época se ha convertido en un punto muerto. Su vida ya no tiene sentido y se trasmuta en la nada porque pierde valor para el capital. De ese modo, el tedio en el último artículo de Intervenciones 2 deposita en la playa los restos del ocio destruido. Y nadie se sorprende cuando alguien encuentra el cadáver del anciano entre dos aguas en la piscina que miraba al mar.

 

Con un análisis implacable del estado actual de las cosas que se vive en este mundo de compraventa, los artículos de Michel Houellebecq denuncian la dispersión de los sentidos, el debilitamiento de la voluntad, la disolución del ser, el hacer humano que gira en el vacío sin resolver nada. No duda este hombre de voz lenta y apagada, con aspecto lobezno, en mostrarnos nuestra vida en manos de la publicidad y la necesidad inventada. Sugiere, en todo caso, ante la ineficacia de casi todas las artes para contrarrestar el sentimiento de desarraigo, asirse a la literatura, entre otras ventajas porque en sus palabras esta “se opone con todas sus fuerzas a la noción de actualidad permanente, de presente continuo”, con que este supermercado global nos quiere hacer creer en la necesidad supuestamente irremplazable de lo actual y lo moderno, aunque tales nociones están acabando con lo más humano que los humanos tenemos.

 

 

Entre ficción y realidad: Houellebecq epistolar

 

Lo que comenzó siendo un acto de confrontación con la sociedad francesa, y admirable buen uso del género epistolar, se tornó en algo más ambicioso y personal. Pese al empeño de Houellebecq en exhibir su propio estilo filosófico contrapuesto al de Bernard Henri Levy, un filósofo de izquierda francés reconocido por su alta visibilidad en los medios, so pretexto de pensar en conjunto y desde posiciones opuestas el contexto europeo contemporáneo y de paso endurecer sus críticas a los medios que según él mismo afirma odia en una guerra a muerte, se logró un testimonio sobre la intimidad de ambos personajes muy revelador.

 

En el libro titulado Enemigos Íntimos, publicado en 2008, Houellebecq se atuvo mucho más a consideraciones específicamente psicológicas, como la relación con su madre que a temáticas realmente filosóficas o políticas como el resurgimiento del nacional socialismo o el futuro de Europa. El punto de vista de Bernard Henri Levy, por su parte es más moderado sin dejar de ser también personal porque, para decirlo sin rodeos, de la confrontación ideológica transitan hacia una especie de condescendencia amistosa. Parecería que, para los dos símbolos del mundo intelectual francés contemporáneo, los lectores tienen derecho a algo más que una aguda discusión intelectual.

 

Merece esta obra un diagnóstico de la humanidad detrás de las ideas, no simplemente de la acción infatigable de los eruditos sino de la constatación de la problemática del individuo humano en estos tiempos entre polarizados y difusos: contradictorios. Conviene reconocer en la extensión y el tono inexorable de Enemigos públicos una agonía intelectual muy propia de las generaciones actuales herederas de un sin número de pensamientos pero huérfanas de ideas frescas e innovadoras.

 

A manera de conclusión, diremos que la lectura de cualquiera de los ensayos, artículos o novelas de Michel Houellebecq, por no decir sus poemas, nos deja ante un autor valioso, vulnerable, monstruoso, real y superreal a la vez, cuyos actos todos son significativos, intencionales. Eso es lo que le da a este pesimista convencido, una calidad densa y fantasmagórica pero enriquecida de sensibilidad. El nombre, Houellebecq, repetido miles de veces a lo largo de sus libros, nunca parece ser el nombre de una persona real pero a ratos lo es. Es el nombre dado a un proceso de transfiguración infinitamente compleja que escandaliza desde su pesimismo.

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