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Hitch, el genio perverso

Toby Jones no debe estar nada contento. Dos de los mejores papeles que ha tenido este actor británico han quedado escondidos bajo la sombra, sobre todo por estos rincones del mundo.

 

Cuando le tocó interpretar a Truman Capote, en la película Infamous, el actor británico alcanzó, mostrando impresionantes aptitudes histriónicas, la personificación del autor de Desayuno con diamantes y A sangre fría. La expresión de su rostro, la imitación de su suave y parsimoniosa voz, la transformación física, su andar… Sin embargo, el recuerdo del Óscar entregado a Phillip Seymour Hoffmann tras darle vida al escritor estadounidense, ídolo del jet set, en la película Capote ha resistido mucho más en el recuerdo colectivo que la estupenda interpretación de Jones.

 

La experiencia se repite por segunda vez. Y de casualidad también se repite la interpretación de un personaje histórico, en este caso uno de los cineastas más completos y complejos de la historia del cine. Si Toby Jones logra convencer desde el inicio de la cinta The girl, en la televisiva versión sobre la vida de Alfred Hitchcock, es Anthony Hopkins quien ha recibido la repercusión mediática. Algo que ha conseguido después de liderar el reparto de Hitchcock, filme dirigido por Sacha Gervasi y protagonizada por Anthony Hopkins, Helen Mirren, Scarlett Johansson, Jessica Biel y Toni Collette, entre otros.

 

El trabajo de ambos actores es convincente. Sin embargo, la aproximación al personaje es diametralmente opuesta en cada uno de estos dos filmes, al igual que la intención dramática a la que apuntan ambas historias. Pues, más allá de la diferencia de calidad final que puedan tener estos dos trabajos, las intenciones dramáticas de estos filmes son contrarias.

 

De entrada, Hitchcock se centra en el rodaje de Psicosis, punto de inflexión en la carrera del cineasta, quien luego de haber conquistado la taquilla y el favor del público en repetidas ocasiones, termina por consolidarse como un autor definitivo tras lograr su obra maestra a partir de una novelita poco trascendente y de la cual obligó a todo su equipo a jurar un silencio con total hermetismo. En el otro extremo, The girl se sitúa dentro de su siguiente película, Los pájaros y también en una pequeña parte de Marnie, la ladrona, pero sobre todo el filme se centra en la tortuosa relación que mantuvo Hitchcock con la protagonista de ambas cintas: Tippi Hedren, novata actriz y modelo a quien descubrió y logró catapultar como estrella de cine.

 

Hopkins acepta mostrar la faceta “humanizada” del genial realizador, mientras que Jones encarna su lado más perverso. En Hitchcock, se revela la intensa personalidad del realizador mientras se busca sumergir al público en una aparente historia de amor con sabor a final feliz. En esa cinta tiene mayor importancia la esposa del director de los 39 escalones, Alma Reville, y su relación con él, muy por encima de las pulsiones obsesivas y las bajas pasiones que algo se sugieren en la trama, pero que finalmente quedan relegadas en un segundo plano.

 

Envuelta en guiños a la filmografía de Hitchcock, como los pájaros en el despacho, la llave de Notorious o el permanente voyeurismo de Psicosis y La ventana indiscreta, el biopic Hitchcock entretiene, pero no atrapa, pues en grandes pasajes flota más en la superficialidad, más allá del interés primario que pueda levantar un detrás de cámaras, lo que termina siendo el filme, de aquella obra genial Psicosis.

 

Sin embargo, en The girl solo hay espacio para ese Hitchcock oscuro, aquel personaje de la silueta inconfundible que envuelve todo como una gigante sombra. Allí la pantalla entera se cubre por la silueta de aquel genio obeso, repleto de tormentos que proyectaba sobre sus actrices con un despreocupado cinismo. Pues, en este caso, es el encargado de atormentar a Sienna Miller (quien interpreta a la actriz Tippi Hedren) obligándola a arriesgarlo todo por la consecución de la escena perfecta, pero a quien también acosó insistentemente y en quien se ve reflejada aquella perversa ambición de poseerlo todo a cualquier costo, por medio de bromas crueles, órdenes dictatoriales y frases procaces susurradas al oído de la actriz en el set, justo antes de rodar. Finalmente, según la teoría del propio Hitch: a los actores se les debía tratar como ganado y, al parecer, este dicho se podía aplicar especialmente a sus protagonistas femeninas.

 

Aquella rubia de origen sueco, “un volcán dormido a punto de estallar” — que también daría luz a otro fenómeno sensual conocido como Melanie Griffith—, cumplía perfectamente con el rol de ser la mejor víctima, “como nieve blanca y virgen que de pronto muestra pisadas sangrientas”, memorable frase del propio Hitchcock que abre el filme producido para televisión por la HBO.

 

Aunque las dos películas en cuestión son cintas sobre cómo se hicieron otras cintas, en The girl se destaca la obsesión destructiva del director enfocada hacia una actriz recién descubierta que sueña con el trabajo de sus sueños y sufre las inclementes exigencias del genial director, además de un permanente acoso y manoseo. También mostrando referencias a varias películas del director, The girl se olvida por momentos de la figura cinematográfica e insiste exclusivamente sobre la imagen del director castigador, tratando de reencarnar los principios psicológicos que movían la obra del propio Hitch, pero que finalmente no llegan a conectar con el espectador y desvanecen al relato en un depresivo cuadro que intenta regirse sobre esta única dimensión del artista. The girl es un cuadro incompleto y poco atractivo que termina por menospreciar la tarea cinematográfica del director y la reduce, casi exclusivamente, a la imagen de sus obsesiones y apetitos.

 

El verdadero mago del suspenso

 

Hacer una película sobre Hitchcock debe ser un objetivo inalcanzable. Quizás por ello estas dos últimas cintas se centran en la realización de dos de sus obras maestras. Pues la obra de Hitchcock en más de 50 años de labor es extensa y digna de ser analizada. Y, más allá de la obra, el cineasta como personaje resulta una posibilidad completamente atractiva, porque, además de su talento inagotable y su inteligencia creativa, son sus contradicciones las que permiten que se pueda ver a un artista polifacético, más allá de cualquier polémica sugerida.

 

Pero, ¿por qué, sin duda alguna, se le conoce a Alfred Hitchcock como el “Mago del suspenso”? ¿Cuál es la singular habilidad que posee y le permite hacer que una acción atrape la atención y el respiro del espectador sin soltarle por el tiempo necesario hasta que el director pretenda dilatar ese momento?

 

Es que si hay un mecanismo de suspenso que funciona dentro del cine de Hitchcock es el del reloj de bomba de tiempo. Avisar al espectador de la existencia de una bomba (una bomba, la presencia de un asesino, la inminente llegada del peligro…), sin que el protagonista lo sepa. De eso se trata el suspenso en el cine de Hitchcock: subir la tensión a un elevadísimo punto climático, y alargarlo exponencialmente, para que finalmente, la bomba no explote.

 

El propio Hitchcock lo resumía así: “Imagínese a un hombre sentado en el sofá favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto de estallar. Él lo ignora, pero el público lo sabe. Esto es el suspense”. No hace falta que en las películas de Hitchcock explote la bomba, su mera presencia es suficiente para que la película triunfe. Y en otros casos no es una bomba, sino algo que cumpla su misma función, puede ser una botella de uranio, como sucede en Notorious cuando está dentro de una caja de botellas de champán, escondida misteriosamente. Estas se van vaciando una a una mientras la audiencia trabaja y sufre preguntándose en qué momento saldrá la botella de uranio de la caja y acabará con todo. O en la escena de La ventana indiscreta, cuando la protagonista entra en el departamento del sospechoso y el público puede ver, al igual que James Stewart, cómo acecha la amenaza sin que ella ni siquiera se de por enterada.

 

Son tantos los méritos, mucho mayores por supuesto que sus escándalos, como para percibir a Hitchcock como uno de los directores más influyentes de todos los tiempos. No en vano ha sido copiado, imitado, referenciado y “homenajeado” por decenas de realizadores posteriores. Nombres como Brian de Palma y Quentin Tarantino han mostrado expresas retribuciones del inglés, al igual que muchos de los cineastas jóvenes franceses de entonces, con Claude Chabrol a la cabeza, quien veneraba al creador británico.

 

En muchas de sus películas se refleja la influencia de la búsqueda de lo recóndito y la ambigüedad. Por todos estos rasgos, los miembros de la Nouvelle Vague veían en Hitchcock, y no en sus directores contemporáneos, la verdadera figura de un  autor, y consideraban a muchas de sus películas como obras maestras. Francois Truffaut escribió el libro El cine según Hitchcock, que resumía horas enteras de interesantísimas conversaciones sobre la filmografía completa del autor: una verdadera lección de cine.

 

Incluso directores encarnados dentro de la poderosa industria de Hollywood han intentado, a partir del falso homenaje, robar de las más poderosas obras realizadas por el director. Estas magníficas clases maestras de puesta en escena y narrativa cinematográfica, han sido tomadas como “inspiración” para otros filmes, en algunos casos, y han sido motivo de descaradas repeticiones, en otros.  La más evidente e innecesaria quizás debe haber sido el resbalón de Gus van Sant, un cineasta que ha sabido mantenerse entre el buen cine independiente y las eficaces producciones dentro de la industria. Van Sant hizo en  1998  el remake de Psicosis, sin más aporte que la coloración del filme. El director incluso repitió los planos y encuadres que hiciera en su tiempo el realizador inglés. Y años después DJ Caruso, un director  apegado a la experiencia televisiva, volvió a retomar esta historia original de Hitchcock para disfrazarla de un thriller de corte adolescente, Disturbia.

 

Pues este director, a quien le gustaba aparecer fugazmente en sus películas como su sello más representativo, revolucionó los términos de la narrativa audiovisual del suspenso y del misterio, filmando sus escenas de amor como crímenes y viceversa, como lo habían planteado el propio Hitchcock y Truffaut en el libro del crítico y realizador francés.

 

En busca del McGuffin

 

Al cineasta inglés le encantaba poner a hombres normales con vidas normales inmersos, de repente, en situaciones completamente infrecuentes y extraordinarias, a las que arrastraba, irremisiblemente, al espectador. Pero no solo por su atrevida puesta en escena fue reconocida su labor y su creación artística. Hitchcock podía olvidarse por completo de los personajes, incluso matando a la estrella de la película a mitad de la trama, —algo impensable hasta ese momento (…)— y de las acciones, pero nunca se olvidaba del público. Inclusive uno de los términos que él acuñó como el “McGuffin” sirvió para que la película avance distrayendo hábilmente por un momento la atención del espectador. Sus “McGuffins” eran objetos que estaban inmersos en la trama generando gran interés del espectador, pero que después podían ser olvidados una vez hubieran cumplido su propósito. Eran excusas que permitían que la trama de la historia avance; pero, en realidad, no importaban en la película. Ejemplos de ello son el sobre de dinero en Psicosis, el anillo de bodas en La ventana indiscreta, la botella de uranio en Notorious o el microfilm en North by Northwest. Gracias a este compendio de técnicas y teorías, Hitchcock fue el primer gran manipulador de la historia del cine. Su objetivo no está tanto en contar una historia, su genuino interés radica en hacer vibrar al espectador.

 

Otros de sus sellos fueron utilizar la confusión de identidad o perseguir al hombre equivocado, las ya mencionadas rubias, las sombras alargadas en las paredes, la psicología en sus personajes, su gusto por filmar en los estudios, su humor negro, negrísimo; el fetichismo y el surrealismo (no en vano se proclamaba fiel admirador de Luis Buñuel y llegó a trabajar con Salvador Dalí en la película Recuerda), todos talentos decorados con una distinguida elegancia inglesa y un apetito voraz; pero, al mismo tiempo, sofisticado.

 

Con toda una filmografía cargada de momentos inolvidables y estremecedores sobresaltos, Hitchcock, más allá del retrato o de la caricatura y, por supuesto, mucho más allá de la polémica, ha sabido manejar a la audiencia como cuando un músico toca un piano, y logra demostrar infinitamente con sus inigualables trabajos que siempre “hay algo más importante que la lógica: la imaginación”.

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