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Historia
El carnaval de Brasil
La historia del carnaval empieza con la invasión y la conquista de América del Sur por parte de los intrépidos navegantes portugueses, quienes trajeron en su equipaje no solo objetos de uso violento como cascos, espadas, escudos, arcabuces y pólvora, sino también objetos para enterrar a sus víctimas como cruces, salmos, velas, rosarios e inciensos. En medio de aquel arsenal vinieron de ‘contrabando’ disfraces y caretas, trajes y cosméticos, harina, hollín y colorantes; todos heredados del carnaval renacentista europeo que anunciaba el inicio de la cuaresma cristiana(*).
Una vez consumada la conquista voraz e instaurada la colonización violenta, solo en los carnavales se permitía a los plebeyos criticar a sus amos; se les concedía la posibilidad de expresar abiertamente su indignación por los abusos. Esto sirvió como válvula de escape para diluir la explosión social. La indignación de los súbditos se transformaba en alegría y mofa, algarabía y desenfreno.
Amos y esclavos gozaban del grotesco divertimento. El estudioso del folclore brasileño Luís da Câmara Cascudo señala: “En el carnaval se juntaban los aspectos violentos y bestiales de pillerías, denuncias e historias infamantes, improvisadas al instante y gritadas como proclamaciones”(1). La muchedumbre se volcaba a las calles. Los esclavos llevaban tras sus amos baldes y jarrones con las ‘municiones’ tradicionales: agua, harina, colorantes y huevos. En una verdadera batalla campal se arrojaban las municiones, quedando todos los participantes de la fiesta —durante 70 horas— sucios y mojados. Solo se apiadaban de enfermos y niños tiernos, conforme a una regla llegada desde Portugal.
Años más tarde vinieron los cambios, con un desfile improvisado ocurrido en 1641, cuando el gobernador general de la colonia Salvador Correia de Sá e Benevides organizó en las calles de Río de Janeiro la primera procesión carnavalesca con 160 jinetes de capas blancas, encabezados por él mismo. Adornaban el desfile dos carros con guirnaldas de flores y largas sedas de colores; en estos iban músicos y disfrazados, terminando en un fastuoso baile de máscaras que constituyó un culto original al traje. A partir de este acontecimiento, numerosos desfiles se repitieron por muchos años hasta que los bailes devinieron en un ajuste de cuentas con los enemigos, los cuales aprovechaban las máscaras para terminar en grescas que arruinaban las veladas. Los espectáculos fueron prohibidos por las autoridades.
En el siglo XIX, con el crecimiento de las urbes, el número de participantes aumentó y el carnaval se instauró con modificaciones muy notorias; por un lado, se volvió elitista, privatizándose en sociedades carnavalescas que organizaban fastuosos bailes con mucho tiempo de antelación; y por otro, se europeizó. Las primeras sociedades integradas por las clases altas se formaron en 1846 y llevaban nombres europeos como Constante Polca y Unidad Veneciana, imitando los carnavales de Venecia y París. Incluso desfilaban con personajes tradicionales de Italia como polichinelas y bufones, que se mezclaron con el tradicional Rey Momo, traído de Portugal y la ‘mulata’ y la ‘bahiana’ de tradición nacional. En lujosos salones los nobles señores —disfrazados con trajes costosos y máscaras importadas de Europa—, danzaban con sus damiselas, polcas y mazurcas, valses y minuetos, rociándose perfumes costosos que llevaban en limoncitos de cera, simulando coqueterías ante la presencia de la familia del emperador Pedro II.
Carnaval y política
Por esos mismos años se gestó una suerte de contrapunto entre carnaval y política, porque las ‘nobles’ sociedades carnavalescas se oponían al ingreso de criollos y plebeyos. Los criollos organizaron clubes carnavalescos con principios ‘democráticos’ para dinamizar la participación popular —incluso de esclavos—, con el objeto de ganar simpatizantes políticos. El primer club, de 1855, se llamó Tenientes del Diablo, que inspiró la formación de otros nuevos, los que luego participaron activamente no solo en los festejos, sino también en el derrocamiento de la monarquía. En medio de esa algarabía, llegó la abolición de la esclavitud y en el mismo 1889, el nacimiento de la nueva república.
A principios del siglo XX, la ‘samba del morro’ bajó a la ciudad y empezó a ser un elemento fundamental en la evolución de los grupos carnavalescos. Primero aparecieron los cordones, luego los ranchos y por último los bloques que desfilaban según el esquema de las procesiones religiosas, paganizadas por la influencia de la cultura africana. Los cordones más populares, como Los Invisibles y Flor de San Lorenzo, tenían raíces del rito africano del ‘cucumbis’.
Un poco más tarde, “...cuando aparecieron los ranchos —dice la etnógrafa brasileña Nina Rodrigues—, se inspiraron en cultos totémicos de las tribus sudanesas, sus símbolos y emblemas representaban figuras de animales y plantas tomadas del panteón totémico de aquellas tribus...”(2). Los ranchos se diferenciaron de los cordones por el número de maestros de ceremonia; mientras los cordones tenían uno solo, los ranchos tenían 3: uno para la coreografía, otro para la banda de músicos y uno más para el coro.
Las primeras escolas de samba —que resumen todas las conformaciones y experiencias anteriores— proceden de las colinas de Mangueira, Salgueiro y Portela. En la actualidad son sociedades oficialmente registradas, su directiva es elegida por votación; el ‘abanderado’, el director de orquesta y el coordinador son nombrados por sus socios. Además de lo festivo, el fin patriótico de las escuelas es conservar la riqueza del folclore nacional, con trajes vistosos, danzas nacionales y letras de samba con sátiras políticas. Con las alegres marchinhas, irreverentes y mordaces letras, las canciones que triunfan en el carnaval son las de melodía fácil y ritmo saltarín como: “Mamãe eu quero/ mamãe eu quero...”. O aquella cantada para los mundiales de fútbol: “A copa do mundo é nossa/ O brasileiro mamãe”, ejecutadas por jóvenes instrumentistas que fueron revitalizando la samba con sus cavaquinhos, bandolins, clarinetes, guitarras y panderos traduciendo a un lenguaje moderno ese endiablado ritmo batucado de 2/4 con aire melancólico. La samba para los carnavales generalmente es creada por compositores populares como Ary Barroso, Lamartine Babo, Ataulfo Alves, João de Barro y otros.
Festejos y desfiles
Toda esta creatividad histórico-popular confluye para algunos en los clubes públicos y privados como el Guanabara, un espacio grande y abierto con la mesa de los músicos ubicada en el centro. El club abre sus puertas cuando oscurece y cientos de cariocas encuentran allí su destino. Alrededor de la medianoche ya no es posible dar un paso sin formar parte de la masa humana que sacude su cuerpo con frenesí. Como no hay amplificación, la fuerza y el ritmo se aseguran a batir de palmas. Todo el mundo sabe la letra de las canciones y todo el mundo baila. La cerveza corre y la gente se mezcla, pero el alcohol no hace perder el estilo, sino lo contrario. Y como si el espíritu de la cantante Tulipa Ruiz brotara del piso, una energía contagiosa fluye por todas partes.
En cambio, para millones de fanáticos, el carnaval está en el Sambódromo de la avenida Rio Branco, proyectado por Oscar Niemeyer. Una ópera descomunal en el asfalto, una coreografía multitudinaria que durante 3 días y 2 noches se presenta al mundo como el desfile más fantástico al aire libre que da la sensación de nunca acabar. Enormes carros alegóricos y vistosos carruajes van acompañados de hermosas mujeres con faldas de serpientes, con collares de corazones; cientos de músicos que te rasgan las cuerdas del alma, racimos de senos que se mecen y tiemblan, hermosas nalgas que brincan sobre sus talones trasparentes, cinturas de perlas que se desgranan como luciérnagas encendidas. Un espectáculo que solo los peces del olvido devorarán a la salida del sol del Miércoles de Ceniza.
Ante un tribunal conformado por pintores, musicólogos, periodistas, escritores y coreógrafos, se da el veredicto de los triunfadores. Los millonarios premios son repartidos entre los eufóricos sambistas que ya sueñan con el próximo carnaval, o como dice el poeta brasileño Olavo Bilac: “El carioca es un hombre que nació para el carnaval, que vive para el carnaval, que cuenta sus años de vida por los carnavales en que ha participado y que a la hora de morir tiene una única tristeza: la de abandonar la vida sin gozar los incontables carnavales que habrán aún de suceder en la infinidad de los siglos”(3).