Publicidad

Ecuador, 11 de Mayo de 2025
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
+593 98 777 7778
El Telégrafo

Publicidad

Comparte

Poesía

Haiku: el mundo en un puñado de palabras

-

Una tradición sólida

Han existido muchas civilizaciones a través de la historia, pero no todas han dejado un registro de su paso por el mundo, o no al menos un registro de su actividad cultural desde los albores de sus sociedades. Sin embargo, entre los grupos humanos que han logrado mantener su legado está Japón, un país y una cultura que han tenido el privilegio de conservar los primeros registros de su quehacer literario.

Sabemos que la literatura inició en el mundo no como tal, sino como un proceso que se ha ido transformando hasta llegar a lo que es en la actualidad: esa convención de códigos del lenguaje, en la que las abstracciones y las estructuras concretas priman sobre cualquier otro recurso. Y me refiero a esto para poder entender que la oralidad —fuente de toda literatura— es el origen de este gran mar de creaciones y testimonios.

La oralidad sí se pierde en los orígenes del tiempo. Sin embargo, al hablar de ‘oralitura’ (en narratología: un relato oral estructurado de la misma manera que el relato literario) entramos en el campo de las primeras creaciones que luego serían los primeros textos de los que se tiene conocimiento. Pero para no perdernos en semejante océano de tiempo y espacio, me limitaré aquí a hablar de los primeros libros de los que se tiene registro en la cultura japonesa, por ejemplo, la primera antología de poemas japoneses, el Manyōshū, que fue publicada en el año 759 d. C. 

Se sabe que solo dos publicaciones precedieron a aquella antología: Kojiki (712 d. C.), un compendio de mitología, y un libro de crónicas llamado Nihon Shoki (720 d. C.). Ahora, lo interesante de Manyōshū es que, incluso siendo una publicación relativamente tardía, comparada con las dos anteriores, presenta una anticipada diferencia con las primeras publicaciones en libro (de literatura intencionalmente direccionada a la ficción y a la poesía) en el mundo occidental.  

Aún así, el llamado haikai —posteriormente haiku(1)— no estaba todavía presente en aquellos textos de Manyōshū, pues la antología está compuesta principalmente de chōkas, poemas largos con una extensión de cincuenta a cien versos, y que tienen un estilo externo, es decir, obviando las emociones y los temas íntimos.

Se podría decir, entonces, que lo que más se va acercando al haiku es una creación llamada tanka (también llamado waka o “poema japonés”), un poema breve que fue cultivado principalmente por mujeres(2)  (otra gran diferencia con la cultura occidental, tomando en cuenta que los primeros registros literarios siempre han sido atribuidos a hombres). La métrica del tanka está compuesta de cinco versos con la estructura 5-7-5-7-7, así, el primer verso del tanka, denominado kaminoku o “frase alta”, evolucionó en lo que luego fue conocido como haiku.

Algunos representantes

Dentro de la historia del arte del haiku existen varios exponentes de diversas etapas históricas. Entre aquellos que se han ganado un espacio importante por su maestría están  Matsuo Bashō, Takarai Kikaku, Kamijima Onitsura y Yosa Buson, entre otros no menos importantes.

Matsuo Bashō

Se dice que procedía de una familia de samuráis, estirpe a la cual renunció para hacerse escritor. Este poeta japonés es conocido por sus viajes, sobre todo por el que realizó en el siglo XVII por el centro del Japón: una larga travesía desde el este, desde la antigua capital Edo, hasta Hiraizumi, y luego por la costa oeste hasta el pueblo de Ohgaki. En su viaje, el vate captó los diversos contrastes entre las escenas que presenció. Caminaba, observaba, conocía. Su mérito estaba en transformar su testimonio de la vida, el eterno cambio de las cosas, más que su permanencia. La esencia del haiku es entonces desarrollada por él hasta su máxima expresión: lo que está pasando aquí y ahora, esa suerte de aparición que nos ofrecen las cosas (fundamentalmente las de la naturaleza).

Otro mérito de Bashō es que inaugura un estilo personal conocido con el nombre de shôfû, que caracteriza su trabajo en el haiku no como simple divertimento con las palabras, sino como una modalidad de la poesía lírica. “Bashō no sigue ninguna ley religiosa ni observa costumbres populares; su actitud general de “el arte por el arte” apela a la “vía de la elegancia” (fûga no michi), que termina por ser el valor más importante.”(3)

Los viajes que realizó Bashō fueron siete, largos algunos, otros de unas cuantas jornadas, caminando siempre, en ocasiones vadeando ríos o cabalgando por la pradera. En su artículo ‘Matsuo Bashō, el camino del Haiku’, Juan Manuel Cuartas tiene este acertado comentario respecto a la naturaleza de aquel poeta:

Pudo ser más un mendigo que vagaba complacido por los campos de su patria, que un gran señor que visitara sus feudos o un guerrero que hiciera una ruta de conquista. Esta observación es importante porque solo el poeta hace del viaje una morada, sin expresar mayor ambición que la contemplación de los santuarios, el encuentro con los amigos y la celebración de la naturaleza.

Otra anécdota interesante la encontramos en este fragmento de un texto de Octavio Paz, quien cuenta de un viaje: “Tres minutos de recogimiento en Bashō-An, la diminuta choza sobre la colina de pinos y rocas en las inmediaciones del templo Kampuji, cerca de Kyoto, en donde vivió Bashō una temporada, reconstruida un siglo después por Buson al verla me dije: ‘No es más grande que un haikú’ y compuse estas líneas que clavé mentalmente en uno de los pilares: El mundo cabe/ en diecisiete sílabas,/ tú en esta choza”.(4) 

Takarai Kikaku

Discípulo del anterior poeta mencionado y de familia de samuráis, al igual que su maestro, Kikaku decidió estudiar Medicina, sin embargo, desde muy joven demostró una gran sensibilidad para la poesía. En 1675 se convierte en discípulo de Bashō.

El aporte al arte del haiku de este autor radica en que construye un estilo más urbano y directo (como lo fue su propia vida, que, después de la muerte de su maestro, la dedicó a los placeres y la ruina personal)(5) .

En un principio, Kikaku persiguió, tal como lo había hecho Bashō, que la vida misma se entendiera como obra de arte, en el contenido y en la forma. Participó en las discusiones promovidas por su maestro en torno a la técnica en el haiku, buscando comprender que esta práctica estética no se alcanza con el dominio de la palabra ni con la discusión sobre las letras, sino con el corazón mismo (kokoro wo). Para poder entender mejor su visión de este arte, leamos el fragmento de un prefacio que Takarai Kikaku hace para una recopilación de su maestro:

Componer una colección de Haiku, antaño como ahora, ha sido siempre ocasión para honrar esta vía. El primer principio de su magia está en que si usted no pone el alma en sus versos, estos no serán más que sueño en un sueño. Duraderamente preservado en este mundo, por largo tiempo transmitido a los hombres, este arte permite conocer lo variante en lo invariante. Es una empresa que tiende, no hay necesidad de decirlo, por la práctica de las cinco virtudes, a confrontar los corazones. (…) ¿Cómo el camino de la poesía no se haría entender? Lo esencial es entonces dar un alma al Haikai, así como nuestro venerado Maestro durante sus peregrinaciones en las montañas de los confines de Iga, revestido de un remedo de capa de lluvia, pone su genio en el Haikai para que éste se transmita inmediatamente en un grito de una conmovedora emoción. En verdad, hay aquí una temible magia.(6) 

Kamijima Onitsura

Este poeta, contemporáneo del maestro Bashō, en lugar de dedicarse a la contemplación, cuestiona el porqué de las cosas, sus haikus indagan sobre la posición de la humanidad, del autor en el mundo, reflexionan y nombran las cosas de manera directa; proclaman la verdad incluso supeditando la estética del verso. Lo real es indiferente a lo ideal, así, sus haikus se constituyen como reflexiones filosóficas que buscan insesantemente verdades en las cosas, los objetos y la inmediatez de las mismas.

Yosa Buson

En el siglo XVIII en el Japón el artista buscaba para sí mismo el recogimiento de las ermitas y los templos, cultivando con esfuerzo un pensamiento y una expresión estética engastados en un estilo de vida.  En el poeta, calígrafo y pintor Yosa Buson estos cuidados llegan a su expresión más depurada.

Buson se consolida como un artista inmensamente público, pero en virtud de la coherencia de su vida, su obra y los parámetros de su escuela; en su obra se pueden apreciar hoy concentrados la contemplación espontánea de las escenas de la vida cotidiana, las imágenes instantáneas de las mismas descritas en sus poemas, así como la armonía entre calma y movimiento alcanzada en su caligrafía.

(Nota: en el transcurso de este artículo probablemente se estarán preguntando por qué aún no han visto ningún ejemplo de lo que se sintetiza aquí respecto a las creaciones de los poetas. Esta es la respuesta: el reto es para el lector interesado, las referencias están en este texto; ahora, la misión, para quien la quiera, es buscar las creaciones de estos vates, y sopesarlas con lo dicho, así, el juego será completo).

Otras referencias

Sabemos también que existen haikus beatniks _—salvando la respectiva distancia con los japoneses—, de autoría de Jack Kerouac, quien descubrió el budismo y la búsqueda del Dharma mucho antes de que existan autores como Osho, tan apreciados ahora por las masas.

De igual forma, por la cercanía de la misma cultura latinoamericana tenemos conocimiento de que uno de los más famosos estudiosos del arte del haiku es el poeta mexicano Octavio Paz —premio Nobel 1990—, quien, aparte de realizar viajes y peregrinaciones por el Oriente lejano, recogió varias experiencias al repecto, y también cultivó la traducción del haiku. Antes de Paz, y en México también, tenemos al poeta Juan José Tablada, uno de los primeros y más importantes estudiosos de este arte.

En el Ecuador, Jorge Carrera Andrade cultivó el arte del haiku en su obra Microgramas (1940), luego de que representara al país como cónsul en Yokohama, Japón. La inspiración de estos haikus son la flora y la fauna del país, adoptando así la universalidad de la contemplación de la naturaleza.

Mario Benedetti, más al Sur, publicó un libro de ‘haikus’ que, sin embargo, no entrarían en la concepción exacta de lo que significa esta creación, como lo hizo notar Vicente Haya, el experto español con más de 20 años de investigación en el tema y más de una veintena de libros publicados sobre este arte, quien visitó el país días atrás, para exponer   su estudio y perspectivas.

Vicente Haya, entre sus inquietudes también expuso lo que él llama el Síndrome Benedetti: “Esa falta de respeto a la civilización japonesa en la que incurren aquellos que se ponen a escribir supuestos haikus sin haberse interesado antes por los principios de una cultura tan distinta de la nuestra. [Porque] Escribir Haikus_—dice Haya— no es emplear una métrica determinada sino adoptar una manera concreta (atenta, asombrada, armónica, libre, desideologizada, silenciosa, asimbólica) de estar aquí y ahora, es decir, de participar de los sucesos, instantes e impresiones que entretejen el presente del mundo. Esa emoción profunda que lo exterior produce en nosotros: el Aware, que significa esa emoción profunda, [El Haiku] es menos una experiencia del afuera que la necesidad interna, y casi la obligación, de transformar esa emoción”.

Así, hablar de este arte es hablar de toda una cultura y una filosofía, que no se queda estática, sino que se transforma con el mismo principio, el de la contemplación del infinito, o la naturaleza del mismo (si esto es posible).

Haiga, pintura que acompaña al Haiku. Esta imagen es un haiga elaborado por el poeta Yosa Buson.

Notas

1. Los tanka aparecían a menudo encadenados en una forma superior, el renga: a un tanka inicial le sucedían varias respuestas, que podían ser obra de diversos poetas. Cuando el renga tenía un tono humorístico, se le llamaba haikai renga (haikai quiere decir “divertido”).

El haikai renga se consideraba una forma popular, sin demasiadas pretensiones artísticas. Sin embargo, en el siglo XVII, Bashō, a la vez que compone haikai renga, cultiva el hokku como una forma autónoma, dotándola de una poética nueva, influida por el budismo zen y heredera de la actitud de asombro y arrobo ante la naturaleza que aparece ya en las primeras manifestaciones de la lírica japonesa.

A estos hokku que no forman parte de una serie (renga) ni de un tanka y que tienen un elevado valor poético, el poeta y crítico Masaoka Shiki (1867-1902) los bautiza con el neologismo haiku, y a través de su revista literaria Hototogisu el término se populariza dentro y fuera de Japón. A partir de entonces, el haiku se consolida como una forma poética autónoma con sus propias convenciones y reglas. (Hernández Esquivel Christian Emmanuel, ‘Haiku, tradición poética de Japón’. Revista La Colmena #73 enero – marzo 2012, México DF.

2.- La presencia de las mujeres en la literatura nipona es sumamente importante. Así, recordemos la icónica obra Gengi Monogatari, de la autora Murasaki Shikibu, publicada en el año 1008, y que es considerada una de las primeras novelas modernas de la cultura japonesa, como lo es El Quijote para la cultura occidental.

3.- Cuartas Restrepo, Juan Manuel, Blanco Rojo Negro, el libro del haikú, pp. 135-136. 4 Cf. Cali: Universidad del Valle, 1998.

4.- Paz, Octavio, Los privilegios de la vista I: arte moderno universal, México: Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 30.

5.- Hay en Kikaku repetidas alusiones al sake, la bebida alcohólica por excelencia de los japoneses. La bebida participa aquí como uno de los grandes asuntos de su poesía, como también ocurre en los versos de excepcionales poetas en relación con el vino y otras bebidas alcohólicas: Ovidio, Li Po, Baudelaire, León de Greiff, Etc.

6.- Bashō, Matsuo, Le Manteau de pluie du Singe, Paris: Publications Orientalistes de France, Traducido del japonés por René Sieffert, 1986, p. 1.

Publicidad Externa

Ecuador TV

En vivo

El Telégrafo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media