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Hacia la construcción de una capital literaria Primera Parte

Donde habita el olvido

 

Pese a que la principal función de la literatura consiste en registrar para la posteridad la vida de los pueblos en determinado momento de su historia, cuando hablamos de las letras de Quito, apenas si se nos vienen a la cabeza los tiempos heroicos de Manuel de J. Calle, la Tapada del puente de los gallinazos, el gallo de la Catedral, la Bellaurora de la plaza de la Independencia, los demonios de la Catedral de San Francisco, los cucuruchos de San Agustín y los cristos pisoteados de Almeida, se nos vienen a la cabeza, es decir, leyendas y cuentos de aparecidos, pero muy pocos de los numerosísimos poemas, cuentos o novelas que tienen a la ciudad por escenario.

Nuestros escritores han sido, salvo excepciones, nacionalistas, y han dejado una inmensa cantidad de libros que tienen por escenario la ciudad, pero a excepción de los quitólogos y algunos iniciados en el oficio de las palabras, pocos han oído hablar del Machángara de Carrera Andrade; de La Tola de Jorge Reyes, o del Panecillo de José Alfredo Llerena.

Persiste así mismo en el imaginario colectivo la idea del Quito carita de Dios, y poco o nada se sabe de la ciudad sucia y prostibularia de autores como Palacio o Huilo Ruales Hualca.

Quito, por si fuera poco, no ha sido especialmente grata con los autores que registraron los capítulos fundamentales de su historia, y nadie recuerda ahora, por ejemplo, dónde quedaba la residencia de Pablo Palacio o la librería de Jorge Icaza, el más universal de los escritores ecuatorianos de todos los tiempos.

“Persiste así mismo en el imaginario colectivo la idea del Quito carita de Dios, y poco o nada se sabe de la ciudad sucia y prostibularia de autores como Palacio o Huilo Ruales Hualca”

En estas páginas trataremos de explorar, por una parte, la ciudad de las ficciones y, por otra, los lugares que poblaron nuestros fundamentales escritores. Sería interesante, para preservar y enriquecer la memoria de la ciudad, que se siga el ejemplo de metrópolis literarias como Buenos Aires y se coloquen placas recordatorias con sus textos, donde ahora habita el olvido.

 

Buzón de autores:

El cuero tendido a secar de Pablo Palacio

Como anota María del Carmen Fernández en El realismo abierto de Pablo Palacio en la encrucijada de los treinta, para el autor lojano Quito no es la ciudad romántica y prestigiosa de la que todos se enorgullecen, sino, por el contrario, una ciudad pobre y sucia y, como el personaje de su novela Débora, un teniente salido de un zaguán de la calle Pereira del barrio San Marcos, “un cuero tendido a secar”.

Palacio era un progresista que instaba al desarrollo desacreditando el sobrevalorado pasado de la ciudad. De la calle La Ronda decía, por ejemplo, que lejos de recordarle a un glorioso pasado hispánico, le sonaba a palabras hediondas de borrachos, y que la concepción sentimental que de ella se tenía, no se debía al romanticismo que brinda el suburbio, sino al poder de un discurso que ha impuesto unos valores que sucumben cuando se los confronta con la realidad.

Saliendo de La Ronda por la avenida 24 de Mayo, estaban hace pocos años los prostíbulos de los que hablaba el autor lojano, aquellos “de adobes y paredes sebosas por las caricias de las manos de los chicos, derrumbadas y maltrechas, oscuras, por donde hay que subir a tientas; inquietantes porque parece que el crimen está tras la puerta; desvergonzadas, que dan al que las sube un gesto divertido y una coraza contra el asco y la suciedad”.

“Aunque Humberto Salvador nació y murió en Guayaquil, hizo de Quito el escenario de sus obras”

Puesto que Palacio sueña con un hombre nuevo que no comulgue con los símbolos de ideología feudalizante, con esos engañosos símbolos religiosos y espirituales que impiden que se reconozcan las miserias, y ponen de manifiesto la pobreza de los barrios bajos, lugares donde se puede apreciar mayor cantidad de iglesias y de efigies de santos. Palacio marca cruces en el mapa: “Naturalmente no falta en San Marcos el respectivo cuadro mural (un santo, como siempre). En esta ciudad las murallas son devotas, no puede evitarse el encontrón de un símbolo. Ejemplos:

La Cruz Verde

La esquina de la Almas

La esquina de la Virgen

La Virgen de la Loma Chica

El Señor de la Pasión (sentado a la puerta del Carmen Bajo para que le besen los pies).

Y muchos otros que se me olvidan”.

A todas estas, cabe preguntarse en qué lugar de Quito vivía el escritor lojano. En carta dirigida a Benjamín Carrión el 2 de mayo de 1931 y recogida por Gustavo Salazar en un epistolario publicado en Madrid en 2008, el autor de El hombre muerto a puntapiés le pide al creador de la CCE que le escriba a 157 Oriente, calle ubicada del parque La Alameda hacia El Dorado, paralela al pasaje Martí.

Se cree, así mismo, que tenía una residencia por las inmediaciones del parque Julio Andrade.

Gonzalo Zaldumbide

En la avenida 6 de Diciembre y Washington se levanta, desafiando a la modernidad, una mansión blanca, de altísimas paredes y cipreses que plantó Gonzalo Zaldumbide cuando tenía 20 años y acababa de retornar de su primer viaje a París.

La visité hace algunos años, cuando Efraín Villacís se desempeñaba como director de la Fundación que lleva el nombre el poeta.

Recuerdo las selectas pinturas, los pianos, los caballos de bronce, los guantes y raquetas de pelota nacional, aquellas que solo los brazos de eucalipto de hombres andinos pueden levantar y, sobre todo, una biblioteca con el asiento redondo, mullido y sin respaldar que según anota Eliécer Cárdenas en El pinar de Segismundo, el poeta empleaba para embetunar sus botas, y, por supuesto, los libreros de madera clara, de pared a pared, del piso al alto techo, que debe contener los poemarios de su amiga Gabriela Mistral que no quiso prologar por considerar que la literatura no era cosa de mujeres; los volúmenes que hablan sobre la pasión que sentía por los caballos; los miles de tomos que debió leer desde sus años de juventud para elaborar la Égloga trágica, la obra de su vida por la que el aristócrata y político sentía verdadera fascinación.

Jorge Icaza

Raúl Pérez Torres, escritor que a partir de los años sesenta convertirá, junto a muchos otros, a Quito en escenario de sus obras, recuerda que Jorge Icaza, el autor más universal de nuestras letras por sus obras sobre el indigenismo y el mestizo atormentado de nuestras urbes, tenía una librería en las calles Espejo y Flores.

En su obra, El Pinar de Segismundo, el escritor Eliécer Cárdenas afirma que la librería estaba separada, por unas descoloridas cortinas, de la trastienda en la que Icaza escribía El Chulla Romero y Flores.

Cuenta además que en alguna ocasión, “…al filo del mediodía atendió al adolescente Raúl Pérez Torres, vástago lector de una familia intelectual conocida, que le pidió los dos tomos de Los Miserables editados por la Tor, que este le dejó un anticipo y que apuntó el faltante del precio en su cuaderno de las deudas”.

Jorge Carrera Andrade

El inmenso Carera Andrade vivió en la avenida 12 de Octubre y Andrade, en una casa blanca, de verjas verdes, que puede verse desde la biblioteca Nacional Eugenio Espejo.

Hace poco no obstante, el escritor experto en Quito, Abdón Ubidia, me contó que durante los últimos años de su vida el poeta vivió en el hotel Ambassador (por entonces hotel Embajador), aquel ubicado en las avenidas Colón y 9 de Octubre, para evitar que su familia sufriera a causa de la adicción que desarrolló hacia la morfina.

Benjamín Carrión: mapa de Quito

En Quito, la ruta de los escritores hay que hacerla como buscando migajas de pan que se comieron el tiempo y los pájaros, pero a veces basta con levantar la mirada. Como la otra vocación de Benjamín Carrión era la construcción, dejó en la Jorge Washington E2-42 y Ulpiano Páez su residencia, actual Centro Cultural Benjamín Carrión, y en las avenidas 6 de Diciembre y Patria, la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión. A quienes esto les parezca una obviedad, deben saber que en opinión de algunos, su fantasma se quedó a habitar, no arrastrando cadenas ciertamente, sino entre las paredes, entre los murales de Diógenes Paredes y Enrique Guerrero. Lo cierto es que no hay que buscar su presencia en la actual presidencia ubicada en el segundo piso, pero sí en el primero, en una oficina que hace algunos años fue modificada y en la que funciona la unidad de televisión.

Buzón de personajes:

Arrabal del cielo

Es Jorge Reyes el autor que, sin duda, más le ha cantado a Quito. Lo hizo, por ejemplo, a la torre de la Merced, esa que en su poema muerde el cielo y tiene petrificados en la puerta ojos pintados por Miguel de Santiago, así como, al Gallo de la Catedral. De hecho, cuando pienso en este símbolo de la quiteñidad, no pienso en el de la leyenda que me contaron de niño, sino en ese que en su obra se ve estupefacto.

Reyes debió vivir en una casa con pasillos y escalera poblada de fantasmas por la noche, ambientada con las campanadas de la iglesia del Carmen, esas que al moverse la tocaban como los nudillos de una monja.

Reyes admiraba a Palacio, y compartía no solo la idea de que la ciudad debía desarrollarse, sino que La Ronda era una “calle sucia y estrecha, calle mal empedrada, oscura, bajo el arco y pendiente torcida”.

Al igual que el lojano, Reyes también habló de la Cruz Verde, pero de manera más benévola: “Arrimada a la esquina, sobre un pie y sin caerse, como policía, escuchando chismes de comadres”.

También habló, en su libro, Quito arrabal del cielo, de La Tola:

 

“¿Cuándo saldrá del barrio la pobreza

que hace que se viva de milagro.

Y sobre la mesa patoja

(Taberna, ventana con vista a otro lado)

el naipe mostrará los más bonitos oros”.

 

Y se me quedan, en Poemas de mi tierra y Quito arrabal de cielo, cantos a la viuda que pasa por el puente de El Tejar a San Roque, a la iglesia de El Belén, al Barrio San Juan, a San Agustín y a la Catedral.

Quito es una hipérbole

Jorge Fernández, escritor que conformó, junto con Augusto Sacoto Arias, José Alfredo Llerena, Ricardo Descalzi y Alejandro Carrión, el grupo artístico Elan, diluido en la historia literaria nacional ante el Grupo de Guayaquil de los años treinta, nos presenta Antonio ha sido una hipérbole, libro en cuyo cuento, ‘Cansancio’, se puede leer el siguiente rótulo:

 

“DR ARTURO VIVERO

Especialista

 

Enfermedades venéreas.

     Silografía,

Tratamientos eléctricos.

Dirección:

Pichincha 1437 – Teléfono 41 – 37 C.

Atiende las mañanas y las noches”.

 

En la ciudad se ha perdido una novela

Aunque Humberto Salvador nació y murió en Guayaquil, hizo de Quito el escenario de sus obras. En uno de sus cuentos fundamentales: La navaja, la acción se desarrolla en un tradicional rincón capitalino: “Tengo una insoportable sensación de aburrimiento. Sin saber en qué ocuparme para no sentir fastidio, entro a una peluquería de la Plaza del Teatro”.

Pero la lectura que Salvador hizo de Quito es mucho más exhaustiva: “Cada barrio simboliza una tendencia. Tiene motivos y personajes para hacer triunfar su norma estética. La novela picarezca, con pilletes y celestinas, diablos y dueñas, hay que buscarla en la calle La Ronda. Novelas alucinadas, con corte de leyenda y prosa clásica, hay que encontrarlas en El Tejar. Medievales, en los claustros de Santo Domingo o en San Diego. Perversas en el barrio de La Tola”.

Humberto Salvador habla, en su cuento Paranoia, de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central, donde el protagonista dicta cátedra.

Y es que según apunta Miguel Donoso Pareja en su ensayo Los grandes de la década del treinta, mientras sus contemporáneos situaban sus obras en el campo, Salvador, el más fecundo e irregular de los novelistas ecuatorianos, construyó una saga de novelas urbanas, cuyos temas van desde las angustias pequeño-burguesas de los empleados púbicos, las luchas de proletariados, la crítica a la burocracia, el proselitismo político sin disimulos, hasta sus últimas obras de interiorización en el personaje e intentos de análisis psicológico.

Pasión por Quito

Hugo Alemán, uno de los autores de la tradicional Vasija de barro, estaba enamorado de Quito, le dedicó los poemas Nuevo canto de viejo amor a Quito, Consumatum y Memoria de mi barrio, este último dice:

“Como en la adolescencia, te vuelvo a ver, mi Ronda,

quisiera que realmente tu intimidad subsista;

¡que tu imagen tan mía, reminiscente y honda,

nunca hiriera el impacto de la más leve arista!”.

 

Alemán habla, ya no solo de los obligados íconos de la ciudad, sino también de la estatua a Sucre: “…tanto haberlo observado con admirativa constancia, y haber captado sus detalles con límpido enfoque infantil, se grabó en el impoluto lienzo de nuestra memoria, con indelebles rasgos”.

Esta vida de Quito

Quito es una ciudad de inmigrantes, de chagras, como quien dice, y Alejandro Carrión no es la excepción. Este lojano no solo se radicó en la capital, sino que convirtió a la ciudad en escenario de libros de crónicas como Esta vida de Quito, y, por supuesto, de sus divertidísimos cuentos. En El estupendo matrimonio de Zabalita, por ejemplo, una disfuncional pareja se casa: por temor a la soledad ella, por interés él, y se instala “… en un departamentito más o menos cómodo, entre El Tejar y la Plaza de la Merced”.

José Alfredo Llerena

En su novela Oleaje en la tierra, José Alfredo Llerena nos transporta a las inmediaciones de un tradicional sector de la capital: “El barrio de Juan Manuel era muy alegre. Una profunda abra, llamada de Jersualén, fue recién cegada; los trabajadores del municipio efectuaron esta obra, transportando tierra, en vagonetas, desde las faldas del Panecillo. Pocos lugares de Quito tenían para Juan Manuel tanta magia. Al lado occidental veíase la severa columna perpetuadora de la memoria de los héroes de la Batalla de Pichincha, la que marcó el final de la independencia de la patria; al norte sobresalían las cúpulas y el campanil de la capilla del Hospital de la Misericordia; al lado opuesto dejábanse mirar las torres del Hospicio, donde un enmohecido reloj parecía el ojo del tiempo. Hacia el sureste erguíanse la torre y las cúpulas del templo de Santo Domingo, como centinelas en la exacta puerta de la ciudad. La torre se engalanaba con cuatro enormes relojes eléctricos”.

BIBLIOGRAFÍA

 

-Donoso Pareja Miguel. Los grandes de la década del treinta. Editorial El Conejo.

Cárdenas Eliécer. El Pinar de Segismundo. Editorial CCE, Quito, 2013.

-Pablo Palacio. Editor Gustavo Salazar. Madrid, 2008.

-Reyes Jorge, El gusto por la tierra, Colección escritores de Quito Tomo XVI, editor Patricio Herrera Crespo, Quito, 2010.

-Salvador Humberto, Paranoia y otros cuentos. Colección escritores de Quito Tomo XVII, editor Patricio Herrera Crespo, Quito 2010.

-Alemán Hugo. Poesía y prosa. Colección Escritores de Quito, Tomo XI. Editor Patricio Herrera Crespo, Quito, 2009.

-Fernández Jorge. Antonio ha sido una hipérbole. Colección Escritores de Quito Tomo IV. Editor Patricio Herrera Crespo, Quito, 2007.

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