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#freeaiweiwei

Difícil de describir, pero muy fácil y entretenido de ver. Así es el largometraje documental Ai Weiwei: Never Sorry, de la joven cineasta Alyson Klayman. Frases como: “La libertad es algo muy peculiar. Una vez que la has experimentado, permanece en tu corazón, y nadie puede llevársela de ahí. Entonces, como un individuo, puedes ser más poderoso que un país entero” y “Tal vez el ser poderoso es el ser frágil” brotan como manantial de los diferentes fotogramas del intimista documental. Se vuelve arduo de no apreciar el valor del filme, que en realidad no es una gran película, pero sí un buen retrato de un gran personaje contemporáneo. Apenas usa los fundidos a negro para añadir un dramatismo a la separación de episodios relevantes para la vida del protagonista. Como documental obvia el clasicismo de la voz en off que nos sumerge en la historia narrada y otorga el mismo rol a una serie de entrevistados que a Ai Weiwei. Tampoco cae en el facilismo de que la voz de la directora y guionista se sienta en cada toma, lo que resulta un arma de doble filo ya que la presencia de Alyson Klayman a lo largo de su propio filme es nula o casi inexistente.

El que pesa en cada fotograma, cuadro y escena es Ai Weiwei con su peculiar visión del activismo social del presente siglo, las comunicaciones a nivel global y la lucha, desde el arte, contra un sistema de justicia, global en realidad, torcido hasta la médula.

Con el retrato de importantes exposiciones como “Old shoes Safe sex” que Weiwei realizó a mediados de los ochenta en EE.UU., siendo parte de la primera generación de jóvenes chinos que pudo estudiar fuera de la República Popular China ya establecido el régimen del Partido Comunista, mientras vivía en Nueva York, de 1981 a 1993, Klayman solo logra engrandecer más a su ya enorme protagonista. Mirando las otras exposiciones que se describen o se ven en cámara como “Sunflower seeds” en la Tate Modern de Londres, “So Sorry” —de la que al parecer en algún grado deriva el título del documental— en la Haus der Kunst en Munich, y la icónica exhibición grupal de arte experimental y performance “FUCK OFF” en la República Popular China de 2000, no hay duda de la redefinición que el documental, gracias enteramente a su protagonista, hace del activismo social y del arte como vida.

Poco a poco, en apenas 91 minutos de audiovisual, se van desdibujando o corriendo las delgadas líneas entre la política del arte y el arte de la política. Para recordar: Weiwei, a pesar de haber colaborado en la construcción del famoso estadio Nido de Pájaro para las Olimpiadas 2008 en Beijing no se guardó su descontento con el injusto desplazamiento de los migrantes establecidos en la capital china, como lo declaró al diario londinense The Guardian en agosto 9 de 2007 y lo reiteró en un artículo escrito por él y publicado en ese mismo diario en julio 26 de 2012. Adicionalmente el artista y activista logró que en mayo 29 de 2009 las autoridades chinas cerraran su popular blog porque osó subir a la Web una lista de 5.212 niños, con sus fechas de cumpleaños, escuelas y nombres completos, víctimas del infame terremoto de magnitud 8.0 que se dio en la región china de Sichuan en mayo 12 de 2008, además de revelar que la policía lo estaba vigilando por su investigación de este desastre natural. En abril 3 de 2011 Weiwei desapareció al ser detenido por la policía en su país, se dijo que estaba detenido por 81 días por supuesta evasión de impuestos, en una locación en la que fue torturado psicológicamente y con dos guardias a su lado durante las 24 horas de cada día, liberado bajo condición se le prohibió estar activo en redes sociales, dar entrevistas sobre su estancia en prisión o viajar fuera de Beijing por un año.

Sin embargo, lo importante nunca ha sido ni será la vida de Ai Weiwei ni su obra artística, sino lo que él representa para la China contemporánea, considerando su admiración por el Premio Nobel de la Paz 2010 Liu Xiaobo, su injusta detención en un hotel de Chengdu donde fue golpeado por un oficial de policía local lo que le impidió testificar en el juicio del activista Tan Zuoren y el cómo vivió de cerca el activismo político de su padre, el afamado poeta chino Ai Qing.

El resto es historia fílmica, mediática, digital y artística en China y el resto del mundo. No se puede ver Ai Weiwei: Never Sorry y no querer hacer algún pronunciamiento político apenas se terminan de rodar los peculiares créditos en los que se reproduce el video en el que Weiwei paga a sus seguidores de Twitter y conciudadanos con una canción por haberle enviado dinero para saldar su deuda con el Fisco chino. No obstante, lo artístico, lo político, ni siquiera el activismo social son lo esencial del filme ya que las tres escenas más destacables son en las que Weiwei come melón con su hijo Ai Lao mientras recorren la obra “Sunflower Seeds”, además del periplo por denunciar y luego entablar una demanda por la agresión sufrida en Chengdu para demostrar que para desnudar a un sistema judicial torcido hay que hacerlo desde sus entrañas.

Tal como al ver el primer documental de Michael Moore Roger & Me, la ficcional Z de Costa Gavras y el díptico ecuatoriano que conforman el filme experimental Blak Mama de Patricio Andrade y Miguel Alvear y el teledocumental Más allá del Mall de Miguel Alvear, en el filme de Alyson Klayman se revela la tríada temática perfecta que confluye en un buena muestra de arte cinematográfico, política, historia y arte. Entiéndase arte desde cualquiera de sus manifestaciones como forma de comunicación social y libre expresión. En el cine del siglo XXI lo que importa ya no es la escaleta, sino el tratamiento. Es como jugar a armar el rompecabezas con las piezas que vienen en la caja, pero en el tiempo y el orden que la persona lo desee. Y, por supuesto, el filme documental de Klayman no estará completo hasta ser analizado, reseñado o criticado.

Acá no hay un mejor o peor filme si se altera el ángulo de la cámara, la planificación, el punto de vista, los movimientos de la lente o de la cámara completa, los encuadres o la división del discurso audiovisual en planos, escenas y secuencias, sino una visión más abierta o más cerrada sobre el personaje protagonista. Como se ha dicho Weiwei absorbe toda la película y es que él también es documentalista y Klayman se permite incluir muestras del trabajo más político de Weiwei, Lao ma ti hua y el documental vinculado al “Proyecto de los nombres del terremoto de Sichuan”.

Weiwei no es un personaje porque aparezca en un documental por su activismo político, sino más bien por su presencia complementada por su vida virtual en la red social Twitter, a la cual ingresó para escapar de la censura a Internet que persiste en China. Las frases como: “Never retreat, re-tweet!”, que incluso está plamada en un muro de la empresa Twitter en sus oficinas de Nueva York, demuestran el poder de Weiwei para agitar la situación política desde la Web.

Ai Weiwei: Never Sorry no es la panacea del nuevo documental ni el próximo Bowling for Columbine. Si hay otro mérito cinematográfico es la música original a cargo de Ilan Isakov quien interpreta sus propias melodías, a lo largo del documental, en guitarra, mandolina y teclado acompañado del bajista Jonathan Davenport y el chelista Philip Parker, mientras que Carmen Borgia se encarga de la mezcla final del score.

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