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Festival de Teatro Manta 2014
Arrancó la edición XXVII del Festival Internacional de Teatro Manta, 2014. Este encuentro, que enorgullece a Manta y al Ecuador, terminó el 5 de septiembre y se realizó gracias a la pasión y tenacidad de Nixon García y Rocío Reyes, directores del grupo La Trinchera de Manta, y al auspicio de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí.
Hamlet en los Andes
La noche de apertura del Festival se presentó el grupo Teatro de los Andes con una versión libre del texto shakespereano Hamlet. Así, quiero iniciar esta breve reseña apuntando varios de los logros de esta arriesgada puesta en escena. Shakespeare, como todos sabemos, es un pilar incuestionable de la cultura occidental, universalizado a través de eficaces políticas culturales eurocentristas y jerarquizantes.
Esta revisita al vate de Avon desde los Andes bolivianos es un gesto profundamente descolonizador y asertivo. El texto de Diego Aramburo, junto con la creación y puesta en escena colectiva del Teatro de los Andes, desestabiliza, con irreverente pasión, la centralidad de las jerarquías culturales eurocentristas. Las magníficas actuaciones de Gonzalo Callejas, Alice Guimaraes y Lucas Achirico honran la voz siempre viva de Shakespeare.
Desde los Andes bolivianos este colectivo teatral ofrece una apropiación íntima del poeta inglés del siglo XVII. Hamlet en los Andes conmueve por su verdad, porque no miente ni imposta las pasiones retratadas: corrupción, locura, poder y muerte, bajo una perspectiva andina del siglo XXI.
La lectura que el grupo Teatro de los Andes ha realizado del texto canónico shakesperano es impecable. Las soluciones escénicas son atrevidamente creativas —como sucede en la escena en la que Hamlet, esperanzado en el efecto catártico del teatro, decide representar el asesinato del padre para provocar al asesino para que se revele como el fratricida que es—.Otra escena, originalmente presentada como un duelo de esgrima, se resuelve en un round de cachascán (o lucha libre) entre cholitas bolivianas, a la mejor usanza de la cultura pop andina de Bolivia. Así también la dramatización de una masculinidad cruzada por el alcoholismo, la corrupción y la violencia se resuelve sugestivamente con la magnífica escenografía de Gonzalo Callejas.
La puesta en escena de casi 2 horas resulta brevísima por el nivel actoral de todo el elenco, la intensidad y la pertinencia de la musicalización con instrumentos andinos de Lucas Achirico, la iluminación y el vestuario.
Conmueve, sobre todo, la recurrencia del agua como símbolo ofeliano. La constante presencia del agua aku, como leitmotiv andino-ofeliano, es llevado al clímax en el parlamento final cuando, junto con Shakespeare, Alice/Ofelia enumera las maneras en que una mujer se ahoga: se ahoga en sus propias lágrimas; se ahoga junto con las emociones silenciadas; en este momento se ahoga bajo la mano de quien la sofoca.
El arquetipo de la muchacha ahogada, tema favorito de la poesía isabelina y la pintura prerrafaelista, toma escena en sugestivos juegos de simbología andina. Ofelia, la muchacha que se ahoga, encarnada por Alice Guimaraes, se ahoga no solo en un vaso, sino en un balde de agua. Estas y otras soluciones poéticas, simbólicas, logran un espectáculo teatral de primer orden, de esos que Manta disfruta gracias al tesón de Nixon García y Rocío Reyes. De otro modo, tendríamos que viajar a Bolivia o hacia algún otro país para verlo.
Griegos
El sábado 30 y domingo 31 de agosto, en el marco del XXVII Festival de Teatro de Manta, el grupo independiente La convención, de Córdoba, Argentina, presentó Griegos, su propia versión de Agamenón, la tragedia clásica de Esquilo.
En una feliz coincidencia con la irreverente y magnífica reinterpretación de Hamlet puesta en escena por el Teatro de los Andes, esta agrupación argentina interviene con afianzado desparpajo el canon occidental del teatro, que se instituyó como la cuna y origen del quehacer escénico universal.
Esta versión de la tragedia de Esquilo está cruzada por el chisme como forma narrativa; la truculencia de la telenovela y el pastiche de la crónica roja en la que inevitablemente una mujer es abusada por su galán-guerrero, aquel que salta ante cualquier impertinencia doméstica.
La obra se inicia con una sabrosa sesión de chismes griegos, una puesta al día de los crímenes, incestos, traiciones y gloriosas pavadas que hacen de los griegos eso, precisamente: griegos. Los actores circularon por entre los espectadores enseñando fotos y apuntando con los dedos para contarnos turbiedades míticas que han conmocionado a los espectadores por más de 25 siglos. Por ejemplo, esa guerrita, la de Troya, que Agamenón, liderando a 40.000 griegos, fue a pelear para recuperar la honra del melifluo Menelao, humillado por el descaro de Paris y la liviandad de Helena.
Cuando Agamenón zarpaba hacia Troya, en defensa de la honra de los Atridas, la caprichosa de Artemisa le retiró los vientos, con lo cual el héroe estaba varado, a no ser que ofreciera a su hija Ifigenia como ofrenda a los dioses. Al supermacho de Agamenón le importaron un pito los ruegos tanto de hija como de esposa, provocando el más hondo rencor en Clitemnestra, su mujer, quien, a diferencia de Penélope, esperó con venganza el regreso del marido.
Diez años más tarde, el muy conchudo, de regreso, triunfante de la guerra, se presenta en su palacio de Argos con un botín a cuestas: la bella y clarividente Casandra, hija del rey vencido. Tras palos piedras, diría la abuela, a Clitemnestra primero le sacrifican a la niña, luego la abandonan por nada menos que 10 años y, para rematar, regresa el marido con otra mujer, joven y juguetona, pero con una peculiaridad: la muchacha sabe del crimen que está por ocurrir, pero nadie, nadie se lo cree.
Esta era la trama que los griegos se sabían de memoria, como parte de su cultura cotidiana y que Esquilo recogió en una de sus tragedias. El pastiche que el texto propone guarda los elementos de la tragedia clásica: sangre, sacrificio, violencia, infidelidad, maternidad desgarrada y arrogancia sin límites. La contextualización de estos ingredientes sublimes, en tanto convocan a la catarsis del espectador, en un tiempo y lugar pedestres, resulta en situaciones teatrales extremas y fascinantes.
Los tres actores en escena, Mauro Alegret (Agamenón), Analía Juan (Casandra) y Maura Sajeva (Clitemnestra) suben y bajan registros actorales que van desde la comedia bufa hasta la tragedia clásica, pasando por el escándalo de barrio y la violencia doméstica. La insoportable cercanía entre actores y espectadores imposibilita abstraerse de la ridiculez de la situación o el terror ante la violencia que amenaza desatarse a tu lado.
El texto de Danila Martín (directora) y Carolina Muscará interviene como un bisturí el cuerpo de la tragedia esquiliana, para fragmentarlo, romperlo y reconstruirlo ante múltiples y posibles miradas que exploran la dinámica entre estas tres figuras. Tras todas las mutaciones, la irreductible fatalidad que aguarda al héroe se cumple. La feminidad abusada, ultrajada tomada y llevada resulta por resiliencia, vencedora.
Gracias, La Trinchera, por este evento.
Enhorabuena por estos éxitos que marcan sus aniversarios.