Publicidad
ITINERARIO
Ese no sé qué de las librerías de Buenos Aires
En el prólogo de El nombre de la Rosa, Umberto Eco juega con un misterioso manuscrito que atribuye a un escritor al que bautiza como Milo Temesvar. El manuscrito es hallado “curioseando en las mesas de una pequeña librería de viejo en Corrientes, cerca del Patio del Tango de esa gran arteria”, emblemática de Buenos Aires. La mención no es casual. A los argentinos y extranjeros que visitan la ‘Reina del Plata’ y recorren este tradicional paseo les gusta curiosear por las viejas librerías que están abiertas a horas insólitas. Allí, en sus mesas de ofertas, se pueden conseguir libros usados, antiguos, primeras ediciones, ejemplares agotados y hasta firmados por sus autores. Los precios varían, algunos hasta se pueden conseguir por un puñado de dólares. Es cuestión de pasarse una tarde entera buceando entre libros y el olor a tinta vieja y papel rancio.
Buenos Aires tiene de todo en materia literaria. No solo sus calles respiran la poesía de Jorge Luis Borges: sus librerías dicen mucho de la ciudad. Están las imponentes, las que de por sí deslumbran a los turistas, como el Ateneo Grand Splendid, levantada en un antiguo teatro de la Avenida Santa Fe y considerada entre las más hermosas del mundo. Una tarde es poco para recorrerla a profundidad. En sus pasillos se ve a más turistas tomando fotos de su restaurada cúpula, de su viejo escenario convertido en bar y de los balcones devenidos en salas de lectura, que a clientes comprando los últimos best seller.
Buenos Aires fue declarada por el World Cities Culture Forum como la capital mundial de las librerías. ¿El motivo? Se trata de la ciudad del mundo con más librerías por habitante. En la capital argentina viven 2,8 millones de personas, según el censo de 2010, y tiene por lo menos 734 librerías. O sea, 25 por cada 100.000 habitantes. Muy cerca está Hong Kong, con 22 librerías cada 100.000 habitantes; más atrás están Madrid, con 16, y Londres, con 10.
El World Cities Culture Forum declaró a Buenos Aires como la capital mundial de las librerías. Es la ciudad con más librerías por habitante. En la capital argentina viven 2,8 millones de personas, según cifras del censo de 2010, y tiene por lo menos 734 librerías. O sea, 25 por cada 100.000 habitantes.
En una sola cuadra de la Avenida Corrientes, entre las calles Rodríguez Peña y Montevideo, conviven cuatro librerías en la misma vereda. En frente hay una quinta, todo en solo 100 metros. “Se vende bastante”, asegura a EL TELÉGRAFO Jorge Gómez, encargado del turno de la mañana de la Librería Edipo, que abre sus puertas a las 9:00 y los viernes y sábado está abierta, como mínimo, hasta las 02:30 de la madrugada. “Es que a esa hora sale la gente de la última función de los teatros y muchos vienen a curiosear. Terminamos cerrando a las tres”. Y todavía hay gente. “Nosotros vendemos usados. A veces te vienen pidiendo figuritas difíciles (cosas casi imposibles, en la jerga porteña). Una primera edición de Borges por ejemplo. Y nosotros tratamos de conseguirlo. Otros simplemente vienen a leer. Se pasan horas leyendo”, dice.
—¿Y los dejan leer sin comprar?
—Sí, ¿por qué no? Son un decorado clásico de las librerías porteñas.
El escritor Diego Paszkowski se pega una vuelta por estas librerías cada vez que viaja al centro de la ciudad. Paszkowski es el autor de la novela Tesis sobre un homicidio, que llegó al cine protagonizada por el actor Ricardo Darín. “Las librerías de la calle Corrientes —y las librerías de viejo en general— me resultan siempre muy interesantes, y más de una vez he encontrado allí muy buenas cosas”, dice a EL TELÉGRAFO.
Gustavo Álvarez, coleccionista de primeras ediciones de libros autografiados por sus autores, coincide. Vive en España, donde se nacionalizó y es activista del movimiento Podemos. Pero cada tres años vuelve a Buenos Aires para “husmear” en las librerías de Corrientes y aumentar su extensa colección que incluye ejemplares de Borges, Julio Cortázar, José Saramago y Günter Grass, entre muchísimos otros.
—En 1980, recorriendo una de esas viejas librerías y entre los hurones que tenían para matar las ratas, encontré debajo de un montón de libros una edición en papel biblia de El Capital de Marx, del año 1931, primera edición completa editada por la República Española —recuerda vía correo electrónico—. Era la época de la dictadura de (Jorge Rafael) Videla, pero un librero de la calle Corrientes se arriesgó a ponerlo en venta y yo me arriesgué a comprarlo. Hoy voto a Podemos —afirma. El año pasado, en su última visita, compró un ejemplar firmado por el escritor argentino César Aira.
Aníbal Torres tiene 50 años y fue empleado de varias librerías de la calle Corrientes en el turno noche en los años ochenta y noventa. “Era un privilegio, una diversión, un aprendizaje constante. Venía una fauna de intelectuales, pseudointelectuales, bohemios, artistas, gente politizada, tangueros, chorros (ladrones) de libros y oficinistas”, comenta. Torres recuerda que en esa época había mesas de ofertas, saldos, usados calificados por temas, revistas y hasta discos, donde se juntaban coleccionistas. “Y sobre todo, muchos personajes: cuando empecé había un viejito, Amadeo Palumbo, que trabajaba como vendedor y pedía que le pusiera un tango y se ponía a bailar solo en el local, con media camisa fuera del pantalón, la bragueta medio baja. Era hijo de uno de los primeros libreros de la calle Corrientes”. En aquella época se hacía difícil cerrar en las noches, simplemente porque la gente no se iba.
—A las 2:30 de la madrugada, en pleno invierno, prendíamos todos los ventiladores de techo. Era la única manera de desalojar el local —cuenta.
Las cosas no han cambiado mucho desde entonces. Aunque los libreros admiten que la venta, comparada con aquellos años de oro, bajó un poco. Y es que los porteños son un pueblo decididamente lector. Paszkowski, autor además de novelas para niños y adolescentes como Te espero en Sofía, señala que “las escuelas primarias, tanto públicas como privadas, fomentan la lectura entre los más pequeños mucho y bien. Durante el año, la editorial Alfaguara infantil organiza mis visitas a colegios en los que los chicos leyeron mis libros, y siempre es un intercambio valioso y enriquecedor”, afirma.
En cualquier viaje en metro (’subte’, dicen los porteños) se puede observar a varios pasajeros leyendo un libro, o tableta, incluso parados. Otros eligen el diario gratuito o alguna revista y los más jóvenes se sumergen en el mundo electrónico. Incluso los escritores afirman que sienten que llegan a la cima cuando ven a uno de los pasajeros del subterráneo leyendo su libro más reciente. Esa es la señal que estaban esperando.
Además el mundo editorial no para de crecer y eso ayuda a la lectura. Según las últimas estadísticas, el número de libros publicados en Argentina pasó de 16.092, en 2004, a 28.010, en 2014. Y las librerías de Corrientes no se apagan: siguen siendo un lugar mágico, un paseo obligado para los amantes de las letras en esta misteriosa Buenos Aires.
Ana Pérez, editora de Penguin Random House Mondadori, dice a EL TELÉGRAFO que “las librerías de Corrientes, y las de Buenos Aires en general, son ya un rasgo de identidad que nos enorgullece”. Y agrega que “tienen algunas características que se mantienen, a pesar de que cambiaron algunos de los rasgos de la avenida: en particular cierta anemia de la oferta cinematográfica y un cambio de los escenarios de la tertulia y el debate que antes era el de las mesas de los cafés La Paz, La Ópera y La Giralda, entre los más conocidos”.
“A pesar de los cambios de costumbres y la aparición de otras geografías como las de los barrios de Palermo y San Telmo ―donde surgieron varias librerías para lectores más exquisitos― Corrientes sigue siendo una especie de ‘eje’ de circulación ideológica; allí creemos que encontraremos a los lectores de política, de filosofía, de historia, de cine y de literatura”, agrega.
La emblemática calle Corrientes sigue siendo hoy el corazón de Buenos Aires. Y late cada vez más fuerte al ritmo de sus tradicionales librerías de viejo. Allí se entrelazan los anhelos y las quimeras de un pueblo que respira literatura. Y donde, como decía el poeta Celedonio Flores, “cualquier cacatúa (persona que habla demasiado) sueña con la pinta de Carlos Gardel”.