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Elizabeth Jelin: ‘Hay que olvidar para poder vivir’

Para Elizabeth Jelin, la vida social, política y académica no se desarrolla por separado, y aquello se entiende por el devenir de su historia como mujer, activista por los derechos humanos, ciudadana que sufrió las secuelas de la dictadura argentina y estudiosa de las memorias de la represión política, los movimientos sociales y la familia; temáticas complejas por la estructura y las implicaciones sociales que conllevan.

Durante los sesenta e inicios de los setenta, esta pensadora argentina vivió fuera de su país natal, Argentina. En ese entonces, estudió y trabajó en México, Brasil y Estados Unidos, donde obtuvo un doctorado en la Universidad de Texas, en Austin, sobre carreras ocupacionales, industrialización y migración rural-urbana en Monterrey, México.

En ese periodo, justo cuando Jelin vivía en Nueva York, se desarrollaban con fuerza manifestaciones contra la Guerra de Vietnam, y el movimiento feminista empezaba a crecer. Este momento histórico, intelectual y político influyó en gran medida en la vida personal y académica de Elizabeth.

Asimismo, durante su estadía en Brasil, a principios de 1970, se da la primera incorporación de la perspectiva de género en sus trabajos. En esta época, realiza investigaciones sobre la labor de las mujeres en Salvador, Bahía. También comienza a interesarse por temas de organización obrera y sindicalismo. Desde ese entonces, sigue la línea de investigación sobre movimientos y acción colectiva, y condiciones de vida cotidiana y trabajo (incluyendo la dinámica de la familia).

En 1973, regresa a Argentina, y con breves interrupciones, permanece en su país durante la dictadura militar desde 1976 hasta 1983. Un año antes del golpe militar, Jelin logra conformar junto con un grupo de académicos e intelectuales, un centro de investigaciones privado sin fines de lucro, el Cedes (www.cedes.org). Este centro les permitió mantener un espacio de investigación y debate crítico durante la dictadura.

Después de la transición posdictatorial, Jelin se integra a la Carrera de Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (www.conicet.gov.ar), que le permite desde entonces dedicarse principalmente a la investigación social y a la formación de jóvenes investigadores.

Etimológicamente, la palabra memoria viene del latín memoria, formada a partir del adjetivo memor (el que recuerda) y el sufijo ia, usado para crear verbos como memorare (recordar o almacenar en la mente). En este sentido, podría reflexionar sobre tres elementos centrales a los que apelaría la memoria: ¿Quién recuerda? ¿Qué se recuerda? Y ¿Por qué se recuerda?

Hay que aclarar que no soy una experta en memoria, no sé casi nada de neurolingüística; sin embargo, cuando abordamos el tema de las memorias de conflictos políticos y de violencia, puedo reflexionar sobre esas preguntas. Dentro de ese campo, puedo decir que, en primer lugar, el recuerdo no es permanente, tampoco el qué, el quién o el por qué, pues hay momentos particulares en los que se activa la memoria.

El recuerdo, así como la etimología de la palabra memoria, es mucho más interesante, porque significa “volver a pasar por el corazón”. Entonces, hay un elemento afectivo y emocional muy fuerte en los procesos de la memoria.

¿Qué se recuerda? Bueno, si analizamos un periodo posconflicto, como el de una dictadura o el de una guerra, en este tipo de situaciones siempre existirán dos bandos, y cada uno de ellos recordará y nombrará de manera muy diferente lo mismo. Por lo tanto, tenemos un principio básico: nunca hay una única memoria, sino un conflicto de memorias. En este sentido, buena parte de lo que se recuerda en las situaciones de posguerra tiene que ver con las vejaciones, masacres y memoria de las víctimas. Pero también, hay una contramemoria, que corresponde a las narraciones de los militares o de quienes apoyaron a las dictaduras. Entonces, recuerdan todos porque no hay una memoria única.

Toda memoria es selectiva. Se elige
aquello que nos permite vivir, armar un relato que es congruente con quienes somos hoy y queremos ser. Al mismo tiempo, se silencia y se olvida lo que se considera más traumático y complicado. Personalmente, pienso más en el silencio que en el olvido
Usted señalaba que la capacidad de construir los propios recuerdos y de invocar al pasado desde el presente es lo que permite formar nuestra identidad, hablar de nosotros mismos, de nuestra historia en un tiempo y espacio específicos. ¿La memoria necesariamente tiene la función de construir identidad?

En un nivel que casi es obvio, la memoria forma la identidad de un individuo o de un grupo social para que luego pueda decir: “este soy yo, pero esta foto de ayer, también soy yo”. Es decir, que pueda vincular el presente con un pasado. No hay manera de pensar en una cuestión de identidad mínima que no incluya una dimensión del tiempo. Siempre hay una temporalidad en la identidad, por ello la construimos sobre la base de un recuerdo de lo que fuimos y, también, en función de un horizonte futuro. La experiencia pasada, el presente y el futuro se conjugan en ese acto conocido como memoria. En un nivel general, diría que por eso se recuerda

¿Se elige lo que se recuerda o hay condiciones sociales que inducen a que recordemos aspectos particulares de nuestra vida y de la historia?

Toda memoria es selectiva. Se elige aquello que nos permite vivir, armar un relato que es congruente con quienes somos hoy. Al mismo tiempo, se silencia y se olvida lo que se puede considerar más traumático y complicado. Pienso más en el silencio que en el olvido en los procesos de formación de la memoria, pues el primero responde a motivaciones diversas. Hay estudios sobre sobrevivientes de guerras que demuestran que hay que gente que no contó todo lo que le pasó, por cuidar al otro o porque nadie les iba a creer.

También hay silencios por miedo y silencios estratégicos porque no se quiere que se descubran ciertas cosas. Por otra parte, a veces uno no tiene control del olvido, es más involuntario y juegan factores de tipo inconsciente.

¿El olvido lastima a la identidad?

No sé si la lastimaría. Todos conocemos y hasta estamos cansados de citar un famoso cuento de Jorge Luis Borges llamado Funes el Memorioso. Quienes estudiamos memoria, en algún momento lo contamos porque es nuestro caballito de batalla. Funes tenía una capacidad especial, recordaba absolutamente todo, pero no tenía el concepto de lo que recordaba, porque cada cosa que veía o describía era diferente. Pienso que lo que trataba de decir es que nosotros olvidamos muy fácilmente lo que nos pasa a diario y solo recordamos aquellas que realmente son importantes para cada uno, mientras que él era capaz de recordar cada detalle por mínimo que fuera. No podemos vivir con una memoria total, el olvido es parte integral de nuestra vida. Tanto el recuerdo como el olvido hacen a la memoria. Para mí, la memoria es recuerdo, olvido y silencio, juntos los tres. Tenemos que olvidar para poder seguir viviendo, no podemos recordar todo, porque eso implica ocupar la mente y el tiempo.

¿Podemos hablar de memorias colectivas, aun cuando estas se construyan desde particularidades específicas, ya sean personales, históricas y hasta políticas?

No uso la expresión de memoria colectiva, sino de memoria compartida, pues cada individuo le va a dar un sentido diferente. Para mí, la memoria no está en las piedras, en los monumentos, al contrario, la gente vive permanentemente derrumbando estatuas. La memoria es un acto subjetivo de la gente que interpreta y da sentido al pasado a partir de todos los estímulos con los que se topó en la vida y que se le pudieron haber impuesto a través de la escuela y la educación formal.

En este punto, vale la pena hacer una diferenciación entre transmitir e imponer. La memoria se transmite. Por ejemplo, no todos los ecuatorianos de ahora estuvieron presentes en determinados momentos históricos, pero muchos de ellos se pueden identificar con ese acontecimiento a través de una transmisión que recibieron. Si esa transmisión intenta ser totalitaria, es decir, que no permite plantear versiones alternativas, hablamos de imposición, porque no hay disenso, porque se intenta imponer lo que hay que pensar.

El mundo contemporáneo se piensa a sí mismo con sujetos reflexivos y pensantes, entonces, la posibilidad de una imposición o un lavado de cerebro es lejana.

La historia está recuperando a la memoria como un ejercicio para construir los grandes relatos nacionales. Sin embargo, al ser subjetiva, ¿es confiable basarse en ella?

La memoria no es confiable para construir la historia. Los testimonios orales son una de las fuentes de la historia, por supuesto, pero no es la única.

Pero la historia, a pesar de sustentarse en fuentes y relatos “oficiales”, tampoco es un medio confiable para conocer lo que realmente sucedió o quienes nos precedieron, pues siempre un hubo un poder que dictó las grandes líneas argumentales de cómo debía narrarse la historia...

El siglo XIX, que fue el de la construcción de nuestros estados nación, se erigió sobre la base de un relato nacional, de una historia oficial, esperando que todos nos identifiquemos con esas narraciones. Sin embargo, siempre quedaron sujetos y sociedades culturalmente diversas, como los indígenas, por fuera de esos relatos. Después de mediados del siglo XX, llegaron los procesos de democratización social: aumentó y se amplió la educación hacia otros sectores. Por lo tanto, comenzó un importante proceso de cambio social en el que muchas voces empezaron a contar su propia historia y a ser escuchadas. Las historias ocultas estarán por todos lados siempre, como aquellas de las mujeres que han estado subyugadas bajo la figura de grandes hombres. Sin embargo, con la emergencia del feminismo, por ejemplo, empezamos a estudiar la historia desde otros enfoques. Lo que se pretende es que es la historia convencional con pretensiones hegemónicas se transforme e incorpore historias alternativas.

Podría reflexionar sobre lo que usted denomina como marcas territoriales de la memoria, ¿son espacios donde se activa el recuerdo?¿cuál sería la función que tienen?

Debo empezar explicando que existen memorias en plural, ya que están asociadas a objetos, materialidades o lugares diversos, y a estas se las entiende como marcas territoriales de la memoria.

Las memorias son procesos incomprendidos que requieren de algún sentido con respecto del pasado, pero siempre en vinculación con el presente y con el futuro. Las marcas pueden ser entendidas como una huella territorial que permita un estímulo para que otros recuerden, además, estas huellas están signadas al mismo tiempo por el silencio. Cuando se saca a la luz algo, se oscurecen otras cosas también.

¿Los monumentos o las placas de conmemoración en el espacio público funcionan como marcas territoriales de la memoria? ¿Son legítimas para todos?

Las constantes situaciones de conflicto no permiten una memoria única. Existen distintas maneras en que la gente recuerda, olvida y silencia estos procesos que generalmente se dan en escenarios de luchas con “otros” que tienen otras interpretaciones y otros sentidos. Gran parte de lo que se trabaja actualmente bajo la noción de patrimonio tiene una distancia temporal mayor del momento histórico en que se estableció determinada marca territorial, o del momento histórico en el que se designó un monumento. En este marco, se generan dos etapas: una de instalación porque existen sectores sociales que pugnan por instalar algo como un monumento o una construcción, y después viene el momento en el que no tenemos nada asegurado sobre lo qué va hacer la gente con esas instalaciones.

Hay casos específicos de instalaciones que de alguna forma tienen una pretensión de legitimación y de patrimonialización de la memoria, de que permanezca como legado y de que se recuerde como yo quiero que se lo haga a través de estas marcas territoriales. Es decir, tienen una intención pedagógica.

¿Podría citar algunos ejemplos en los que se han empleado marcas territoriales?

El primer caso que he estudiado es sobre un memorial ubicado en la ciudad de Berlín, que propone recordar a las víctimas homosexuales del nacionalsocialismo en la década de 1935. El segundo se produce en Argentina, en la primera década de 2000, cuando se activó una especial forma de territorialización de las memorias tras varios intentos de recuperar y salvaguardar espacios públicos que habían servido como lugares clandestinos para torturar a los desaparecidos. En su gran mayoría esos lugares seguían en poder de las fuerzas armadas y, a partir de 2007, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, a través del Archivo Nacional de la Memoria, tomó la iniciativa de marcar territorialmente esos sitios de detención clandestina, para preservar la memoria de los caídos y desaparecidos durante la dictadura en Argentina. En estos lugares se pusieron placas para que los identifiquen como centros de tortura y detención clandestina.

Usted señalaba que las redes sociales también han servido como medio para establecer marcas territoriales, ¿hay algún caso particular que haya estudiado?

El tercer caso tiene que ver con una acción conmemorativa hecha por el 24 de Marzo, fecha insigne para los argentinos. Se rastrearon varias reacciones en Facebook, donde varias personas reemplazaron su foto de perfil por placas que conmemoraban a los más de 30 mil desaparecidos, evidenciando la dicotomía presencia-ausencia de las víctimas del periodo de terrorismo de estado sufrido el siglo pasado. Este tipo de identificaciones simbólicas permiten abrir nuevos debates sobre las marcas territoriales y simbólicas que se van creando dentro de los procesos de recordar, olvidar y silenciar. Pero quedan algunas inquietudes: ¿qué diferencia hace que el lugar elegido para un monumento, memorial o marca histórica haya sido o no el lugar de los hechos? ¿Es necesario e importante sacralizar los lugares o los espacios donde ocurrieron los hechos? ¿Se necesita la literalidad, la ruina, el testimonio intransferible o valen también los espacios simbólicos? Estas preguntas quedan abiertas para quienes estén interesados en seguir indagando sobre los procesos y los trabajos de la memoria.

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