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El trabajo con la palabra en la edición académica

Durante la mesa de trabajo en la Feria del Libro Puce 2014: Quinche Ortiz y María Cuvi.
Durante la mesa de trabajo en la Feria del Libro Puce 2014: Quinche Ortiz y María Cuvi.
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Es la primera vez que escribo sobre uno de mis oficios, el de editora. Desde hace más de tres décadas edito obras de investigadores dentro del campo de las Ciencias Sociales. En esta ponencia recojo parte de una larga experiencia, llena de anécdotas, dramas y satisfacciones, la que enriquezco con las voces de quienes también  han escrito sobre el tema.

Si alguna actividad puede asociarse al oficio de la editora, del editor, es aquella de la recolección de frutos y semillas seguida de la selección y el almacenamiento de los alimentos recolectados. En nuestro caso recolectamos, seleccionamos y almacenamos  palabras. Guiada por ese espíritu recolector he construido esta ponencia usando lo que mi memoria ha guardado y los fragmentos de otros textos  sobre el valor de la palabra.

En treinta y más años de oficio he presenciado muchos cambios, el más importante de todos, la aparición de Internet. La red ha transformado radicalmente las formas de leer, escribir, editar, diseñar, diagramar, imprimir y distribuir los libros. Aquellos impresos en papel ahora compiten con los e-books. Con la red han aumentado los recursos para escribir y editar textos. Contamos con diccionarios en línea, para consultar sobre el sentido, la etimología, la ortografía de una palabra y sus sinónimos; podemos buscar y reemplazar palabras, cortar y pegar textos, alfabetizar listas, ordenar títulos, editar digitalmente; disponemos de traductores y de programas para detectar el plagio; podemos rastrear rápidamente biografías de autores, nombres de editoriales y títulos de publicaciones. La velocidad con la que ahora podemos editar puede crear la falsa ilusión de que nuestro trabajo se ha simplificado, pero no es así. Al contrario, este se ha vuelto más complejo y exigente, gracias a los recursos de la red.

De este fenómeno planetario lo que ocupa mi atención en este texto son los efectos de la red en la palabra escrita. Es un hecho aún invencible que los libros están hechos con palabras o, mejor, de palabras. Sin ellas no existirían. Con palabras construimos oraciones, con oraciones construimos párrafos, con párrafos armamos libros. En palabras plasmamos aquellas ideas que queremos compartir socialmente. La palabra es la unidad más pequeña del lenguaje portadora de significado, es el tejido más fino de la escritura. La palabra condensa sentimientos, pensamientos, valores e información. Nace desde el mundo interior de cada persona, de lo que su memoria ha acumulado, desde aquello que ha sido tocado y necesita expresarse.

¿Qué ocurre con la palabra frente a ese cambio planetario, me refiero a la red, que ha transformado el ritmo y la forma de escribir? Estoy convencida de que está perjudicando la calidad de cierta prosa que llega a las manos de quienes editamos. Me refiero principalmente a las obras dentro de las Ciencias Sociales en la región andina, aunque Gabriel Zaid(1) extiende el problema más allá de esta región cuando dice: “La mala prosa en las ciencias, se ha vuelto casi un requisito. Los historiadores, sociólogos, psicólogos, que escriben demasiado bien se vuelven sospechosos de poca profundidad.

Pero en los estudios literarios es una contradicción. La mala prosa sobre las bellas letras demuestra poco entendimiento del juego literario, incapacidad de lectura de los textos propios y ajenos. Sin embargo, en los trabajos académicos, el gusto, la malicia, la pasión de leer (siempre loables) no hacen falta para acumular capital curricular”.

Y agrega en las páginas 152, 156 y 157 de ese mismo libro: “… hay millones de universitarios que no quieren leer, sino escribir (…) los universitarios tienen más interés en publicar libros que en leerlos (…). Publicar es normal en una carrera académica o burocrática. Es como redactar formularios para concursar. En cambio, leer por gusto requiere aprendizajes prácticos difíciles, quita tiempo a la carrera y no permite ganar puntos más que en la bibliografía citable”.

En el contexto ecuatoriano hace falta explorar la relación entre esa deficiente calidad de la prosa en muchos de los textos recientes, publicados dentro del campo de las ciencias sociales, con otro hecho también reciente: le expedición de la Ley Orgánica de Educación Superior, LOES.  ¿Por qué?

Es indudable que esa Ley, emitida en 2010, ha provocado un giro de timón en la producción editorial de las universidades ecuatorianas. Actualmente, el número de artículos publicados en revistas indexadas se ha convertido en un importante indicador de impacto, que pesa en las evaluaciones realizadas por el Consejo de Evaluación, Acreditación y Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior (Ceaaces), con el objetivo de valorar y acreditar a las universidades dentro de categorías(2). Así, las preocupaciones de profesores y autoridades de las universidades se concentran en aumentar el número de artículos indexados. Para ello, los textos, una vez escritos, deben someterse al arbitraje o evaluación realizada por lectores pares, un procedimiento largo y complejo. Tengo la impresión de que profesores y estudiantes universitarios invierten más tiempo en identificar revistas indexadas donde colocar sus artículos, y tratar de que sean aceptados, que en cuidar la prosa o asegurarse de que su texto esté escrito de forma clara y correcta. La paradoja consiste en que las presiones para publicar a las que están sometidos los docentes universitarios perjudican la calidad de la palabra,  material esencial con el que construyen sus escritos.

Escribir es un oficio.

 

Si no existe una urgencia, no escriban. Si existe una urgencia, tampoco, en tiempos de paz: aprendan primero el oficio, hagan escalas como un pianista, puntas como un bailarín. La espontaneidad se aprende. A menudo hace falta toda una vida(3).

 

Los textos presentan, en general, dos tipos de problemas: ideas oscuras e incompletas, y redacción en un español incorrecto. Oraciones que no son oraciones porque les falta el verbo, párrafos que no son párrafos porque no reúnen unas pocas oraciones articuladas entre sí con una que las englobe; el léxico es pobre, pululan las redundancias, se filtran innecesarios anglicismos, se omiten los artículos, las oraciones son larguísimas por las excesivas subordinaciones. Hay un notorio olvido, o desconocimiento, de la estructura de nuestra lengua, de la gramática, de las normas consagradas por el uso del español, de las reglas básicas de la ortografía, principalmente las relacionadas con el uso de los signos de puntuación; también es frecuente que las palabras se enlacen y ordenen incorrectamente dentro de una oración. No me refiero a purismos lingüísticos. Bastaría con que se aplique lo que aprendimos en la escuela.

 

¿En qué consiste editar?

 Según Juan de Althaus Guarderas(4), “editar significa ‘sacar a la luz’, publicar cualquier obra de cualquier naturaleza que ha estado en la oscuridad”, es decir iluminar las palabras. Las personas encargadas de hacerlo son los editores. Preparamos un texto ajeno para su posterior publicación(5). Somos “escritores en la sombra”(6).

Entre las múltiples tareas que realizamos vuelvo al trabajo con la palabra. Intervenimos en un texto con el objetivo de ayudar al autor a mejorar la calidad de su prosa, que esta fluya, comunique, tenga ritmo: podamos muletillas, redundancias, gazapos; sorteamos los sexismos; buscamos la exactitud, la economía en el uso de palabras. Es un oficio lleno de sutilezas, porque el arte consiste en mantener en suspenso nuestras ideas, acallar nuestra voz, mientras editamos las de otros. Mientras practicamos la edición académica no somos ni autores ni lectores crítcos, algo que cuesta asumir a muchos editores.

El concurso de editores con oficio es crucial en estos tiempos en los que la ‘mala prosa’ se extiende velozmente en las Ciencias Sociales como la mala yerba, y en la que docentes y estudiantes universitarios están sometidos a la presión de publicar en revistas indexadas o sucumbir. Pero en Ecuador hay pocos editores científicos, ya que a diferencia de otros países de América Latina, como Argentina, Cuba, México y Colombia, en Ecuador no existe una tradición, una cultura editorial, en la que los profesionales de la palabra cumplen un importante papel. Si autores no se dan el tiempo o no tienen el tiempo de trabajar la palabra, hoy más que antes necesitamos editores que la cuiden, que establezcan esa diferencia que hermosamente la plantea Mark Twain(7), cuando dice: “La diferencia entre la palabra acertada y la palabra casi acertada es la que hay entre la luz de un rayo y una luciérnaga”.

Notas:

1.- … (2009). Leer. Barcelona: Océano Travesía, p.128.

2.- Junto con el Consejo de Educación Superior (CES) forman parte de la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia,  Tecnología e Innovación (Senescyt).

3.- De Rudder, Orlando. (2009). Escritor en la sombra. Madrid: Trama Editorial, págs. 47 y 48.

4.-  De Althaus Guarderas, Juan. (2013). ‘¿Editar e ineditar?’. Cyberalfaro no. 25: 59 (Manta, enero-julio).

5.- Moliner, María. (2000).  Diccionario de uso del español. Madrid: Gredos.

6.- De Rudder, Orlando. (2009). Escritor en la sombra. Madrid: Trama Editorial.

7.- Citado por Daniel Cassany. (2002) (10. ed.). La cocina de la escritura. Barcelona: Anagrama, pág.144.

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