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Música

El post bossa nova o cómo el género se reinventó fuera de Brasil

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Amanecía en Leblón su boquita, no paraba de hablar, era esa menina preciosa perdida ojos rojos de tanto fumar...

Fito Páez, Ojos Rojos

Al escuchar ‘Ojos Rojos’, de Fito Páez, no sé si definirlo como tema de amor o fanzine tipo relato de la vida real para crear conciencia, en este caso, de la trata de blancas y el consumo de drogas. Lo cierto es que la bossa nova tiene mucho de romanticismo y galantería. En sus inicios, era un canto no vigoroso, lento, como el susurro de un amante que canta en la intimidad hacia su pareja sin dejar la sexualidad en un segundo plano. Era sutil, como una invitación serena a hacer el amor. Pero los tiempos cambian y el género ha coqueteado con otros argumentos, como la letra de ‘Ojos Rojos’. Y no solo el contenido de las letras ha expandido sus horizontes. Aunque la bossa es identitaria de Brasil, el género ha roto fronteras y ahora es frecuente encontrar temas más allá del portugués, que cruzan otra frontera: la del romanticismo. Estos fenómenos son el eje central de lo que defino como post bossa nova.

Los orígenes de la bossa se remiten al canto lírico en prosa, adornado con una guitarra clásica que lleva el ritmo. Los arreglos solían agregar una flauta traversa (a veces, un oboe) y una batería sincopada. Esto último importado del jazz, influencia foránea que nutrió a la samba brasilera para convertirla en bossa. Así nacieron éxitos como ‘Chega de saudade’, ‘Corcovado’ y ‘Garota de Ipanema’, todos a cuatro manos entre De Moraes y Gilberto.

Fue De Moraes el responsable de la internacionalización de la bossa nova. Poeta, escritor, dramaturgo, abogado y diplomático, fue siempre un hombre vinculado a las letras. Su capacidad compositiva se refleja en la primera oleada de bossa a fines de los cincuenta, con temas a los que la prosa le venía bien como en ‘Chega de Saudade’, balada marcada por la clave en síncopa, con el desfase característico de este género entre la guitarra y la melodía creada por Gilberto. La estructura musical la completaba la voz nasal de Vinícius que, casi entre susurros, cantaba Chega de saudade/A realidade /É que sem ela não há paz (Basta de echarte de menos./ La realidad/ es que sin ti no hay paz).

La bossa nova ganó un espacio en la escena internacional con el estreno en 1959 del filme Orfeo Negro, del francés Marcel Camus, rodado en Río de Janeiro. Además de la locación, el filme usó como banda sonora un tema de Antonio Jobim y otro de Luiz Bonfá: ‘A felicidade’ y ‘Manhã de Carnaval’, lo que dio a conocer la música brasilera fuera del país. Con el tirón de Orfeo Negro, galardonada con la Palma de Oro de Cannes en 1959, un Globo de Oro y un Óscar a mejor película extranjera, la bossa penetró en Estados Unidos. Allí llegó a los oídos de Stan Getz, uno de los más grandes saxofonistas que ha tenido Norteamérica. Getz se volcó a la bossa por su melodía, acorde a su saxo tenor.

En 1961, tras una gira por Copenhague (Dinamarca), y al saber que otro gran músico, John Coltrane, cautivaba a la audiencia de jazz, decidió apostarlo todo por la ‘samba suave’. Así nació en 1962 su álbum Jazz Samba, que popularizó la canción del mismo nombre, un tema compuesto en conjunto con el guitarrista Charlie Byrd. Este sencillo se enmarca en la estructura musical del género brasilero con la adición de una guitarra extra con la que Byrd echa mano de unos armónicos que le dan un toque propio para diferenciarse del arquetipo original carioca. Lo completa una letra muy escueta, referida al gusto por bailar Samba, en detrimento de otras alternativas como el calipso o el chachachá. A la par, la canción ‘Desafinado’, una adaptación de un tema de Vinícius de Moraes y Tom Jobim, de este mismo trabajo discográfico, acabó por poner en la cima a Getz y la bossa en un país que no era Brasil, cuando fue galardonado con el Grammy en 1963.

Una vez que Getz fuera reconocido nuevamente en Norteamérica, decidió contactar un año más tarde al padre del beat bossa, Joao Gilberto. La colaboración resultó en el álbum Getz/Gilberto, que consolidó el matrimonio entre el jazz y el género carioca. El LP le supuso al saxofonista dos premios Grammy en 1965 a mejor álbum y mejor sencillo con la adaptación de ‘Garota de Ipanema’, interpretada en la voz de Astrud Gilberto, esposa del guitarrista brasilero. El éxito fue superior al de ‘A Hard Day’s Night’ de The Beatles, en pleno clímax de la beatlemanía.

Getz no fue el único estadounidense cautivado por la bossa. A fines de los sesenta, con la transición del rock n’ roll al hard rock en el mercado anglosajón, un laureado Frank Sinatra decidió hacer un álbum con Tom Jobim. El resultado fue Francis Albert Sinatra & Antônio Carlos Jobim (1967), un trabajo de estudio en que ‘La Voz’ ofrece una interpretación exquisita de las canciones más populares de bossa en inglés. De paso, este álbum cuenta con arreglos de cuerdas y orquesta en ‘clave bossa’ de tres temas (‘Change Partners’, ‘I Concentrate on You’, ‘Baubles, Bangles and Beads’) de El gran cancionero americano, un libro con las mejores piezas de canciones populares de pop y jazz de Estados Unidos.

En este proyecto destacaron ‘The Girl from Ipanema’ y ‘Quiet Nights of Quiets Stars’ (Corcovado). La riqueza del LP radica en su orquesta de cámara, en la que la guitarra rítmica en particular pasa a ser un acompañamiento junto al arreglo de cuerdas, y destaca la inconfundible voz de barítono de Sinatra con un timbre grueso. Se considera que Getz/Gilberto sentó las bases del ‘bossa Jazz’, mientras que la consolidación se dio con Sinatra/Jobim, una fusión nominada al Grammy por mejor álbum del año en 1968. El premio fue para Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de The Beatles.

Gracias al jazz, Getz y Sinatra abrieron la ventana de la bossa al mundo. Luego diversos músicos versionarían canciones de De Moraes, Gilberto y Jobim, los tres grandes. Sin embargo, no hubo una influencia directa en la composición propia. Es decir, no había canciones de bossa propiamente dicha fuera de Brasil, pues se consideraba —dentro del alcance que llegó a tener—, un subgénero del jazz, que en los setenta y ochenta, con el boom del rock de estadio y la música disco, luchaba por hacerse un espacio entre los jóvenes. Se mantuvo como nicho hasta los noventa, cuando aparecieron unos primeros atisbos de influencia bossa. En 1996, el cantautor y multiinstrumentista estadounidense Beck lanzó su álbum Odelay, que incluía la canción ‘Deadweight’, un collage de géneros en que destaca el ritmo bossa con una guitarra clásica. En este track se refleja su sello personal: el Lo-Fi, con armonías de sintetizadores y percusión menor, que no se usan en los compases sincopados de la bossa clásica brasileña. El tema fue incluido en la banda sonora de A Life Less Ordinary, del británico Danny Boyle, con Cameron Diaz y Ewan McGregor en el reparto.

Beck juega de nuevo con la bossa de una forma más directa a través de su siguiente álbum, Mutations, en particular con el tema ‘Tropicalia’. A diferencia de ‘Deadweight’, en el que el estadounidense solo incluye la guitarra clásica como elemento rítmico, en esta canción tanto la armonía como la melodía llevan consigo el touch bossa con arreglos en flauta traversa y vientos.

Post bossa

Las influencias musicales sirven como concepto previo para definir lo que en el futuro se conocerá como un género —digamos— autónomo. Así, podemos decir que la bossa en sus orígenes fue una samba light, con menos instrumentación, pero poética. También podemos calificar al swing como un jazz para bailar. Lo que se escucha entre ‘Deadweight’ y ‘Tropicalia’ es, en primera instancia, una transición, siendo el segundo tema una base del género brasileño —fuera del país de origen— con estilo propio del autor y arreglos actualizados para una nueva audiencia, tiempo después de la época en la que se desarrolló originalmente (que es lo que aquí defino como post bossa nova). ¿Por qué el hincapié en que sea fuera de Brasil? Hoy existe una amplia variedad de interpretaciones locales que emulan la bossa nova clásica: diversos discos de bandas de todas partes del mundo presentan géneros populares como el rock en clave bossa. No son más que covers con la estructura musical brasileña que no contribuyen a la composición de un producto netamente nuevo.

La influencia bossa no solo se percibe en este lado del globo. Hay compositores, vinculados con trabajos orquestales y formación musical clásica que han coqueteado con el género para brindar melodías a elementos pocos convencionales en que se pueda apreciar la música. Por ejemplo: un videojuego de 1997, la séptima entrega del juego de rol (RPG por sus siglas en inglés) más popular de la historia, Final Fantasy. La banda sonora de este título, lanzado para PlayStation, incluye una pieza en clave bossa, ‘Costa del Sol’, compuesta por el japonés Nobuo Uematsu. El tema tiene todos los elementos clásicos del género, como la guitarra rítmica, emulada por un piano en otra versión; también están presentes la batería sincopada y la flauta traversa con un arreglo de xilófono. Todo junto ambienta una locación en el mar, muy al estilo de lo que sería Río de Janeiro.

Sigue la misma línea ‘The Yaschas Massif’, compuesta por el alemán-japonés Masashi Hamauzu para la banda sonora de Final Fantasy XIII (2009), para PlayStation 3 y Xbox 360. En la canción se aprecia una marcada flauta traversa que lleva el ritmo, acompañada de la guitarra clásica de bossa, la batería en síncopa y un arreglo sutil de piano.

A partir de 2000 es un poco más frecuente hallar música influenciada por la bossa. En estos años, parece que la convención es recuperar las bases del género. Desde Inglaterra, la banda de funk y acid jazz Jamiroquai presentó en 2001 el sencillo ‘Corner of the Earth’, del álbum A Funk Odissey. En él se puede apreciar una estructura musical cercana a la bossa clásica, con un intro y un outro con vientos, particularidades a manera de sello diferenciador. La guitarra clásica lleva el ritmo, hay maracas como percusión y un metrónomo marca el compás de cuatro tiempos. La voz de Jay Kay se complementa con coros en los versos y el estribillo, un recurso muy utilizado por la banda británica.

Nicola Conta, DJ y compositor italiano, lanzó en 2001 Jet Sounds, álbum que incluía el sencillo ‘Bossa Per Due’. El track, que mezcla elementos de la electrónica y la música tradicional hindú con una cítara de fondo, cuenta con una ligera influencia brasileña en los solfeos de la cantante y la batería de jazz. Hasta la fecha, es el mayor éxito de Conta.

En 2004, la new wave de la bossa llegaría a los hispanohablantes con ‘Ojos rojos’ de Fito Páez. El tema, que forma parte de su álbum Naturaleza Sangre, es una clásica canción del género que recuerda a la década del cincuenta en Brasil. A Páez lo acompaña la cantante carioca Rita Lee, con la que el argentino canta un estribillo en portugués. La canción es llamativa por su letra más que por su estructura musical, que cuenta hasta con una batería sincopada, propia del género.

La bossa siempre se asoció con un contenido ligado al amor o la melancolía. Es cierto que ‘Corner of the Earth’ de Jamiroquai es también un tema personal, que relata la individualidad del ser humano, de ese espacio casi onírico, pero ‘Ojos Rojos’ es un relato dramático de amor, que lleva consigo una historia oscura de trata de blancas y consumo de drogas. He aquí una bossa atípica, con una carga filosófica enmarcada en lo social. Con ese trasfondo, es un tema directamente influenciado por los que en su día fueran los clásicos de Moraes, Jobim y Gilberto.

En 2005 surgió una propuesta que combina folk con bossa: ‘Santa Maria Da Feira’, de Devendra Banhart, músico venezolano-estadounidense. A la canción, editada en el disco Cripple Crow, se le nota la influencia del género brasileño en la percusión y la flauta traversa de fondo. La letra, con carácter de viaje interno, se enmarca en el surrealismo propio del timbre de voz de Banhart.

Al igual que Fito en ‘Ojos Rojos’, la banda argentina El Kuelgue usa la estructura musical clásica del género en ‘Bossa & People’. El tema, del álbum Beatriz (2010) cuenta con la ya vintage batería sincopada, el ritmo liderado por la guitarra clásica y la flauta traversa como arreglo. Sin enmarcarse en un eje central, la letra es una mezcla de experiencias diversas, quizás de ahí el nombre de la canción. El track cuenta con un puente adornado con piano, para pasar a un cierre que tira más hacia la samba, en portugués (el tema empieza en español) a modo de improvisación. En una parte de este final se escucha “actitud, amor y respeto”, lo que le ha servido de eslogan a la banda ante su audiencia.

Sin duda, la bossa nova —y su influencia— se ha regado por muchos rincones del mundo, aunque aquí solo se presenten unos cuantos temas dentro de nuestro alcance geográfico. Ese fenómeno que es la globalización da cuenta de la capacidad expansiva de la música. Hoy, de los tres padres de la Bossa, solo vive Joao Gilberto, quien hace un par de años dijo —cuando entrevistaron a su hija Babel— que se siente complacido de que lo que nació como una peña con amigos en la zona sur de Río sea hoy un referente popular del vasto legado musical de Brasil. Un ritmo que se mantiene intacto aunque ha cambiado de forma, se ha mezclado con otros géneros o ha sido cantado en otros idiomas.

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