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Correspondencia

El poeta debe encontrar la otra palabra, la palabra no dicha

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Octavio Paz es uno de los autores latinoamericanos más influyentes de todos los tiempos. El escritor, ensayista y diplomático mexicano, premio nobel de Literatura en 1990, era un poeta que experimentaba, difícil de encasillar: siempre estuvo moviendo su poesía por los cambios que vivían los versos a escala mundial. Estaba tan consciente de aquello, que incluso cuando respondía el correo daba cátedra sobre la realidad de la poesía. En 1999, un año después de la muerte de Paz, la editorial Seix Barral publicó Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer 1966-1997, un libro que recoge la correspondencia que durante 30 años se produjo entre estos dos poetas. Según Gimferrer, esas cartas son algunas de las “más apasionantes páginas de prosa que haya escrito jamás Octavio Paz”. Una de ellas —la que reproducimos a continuación—, escrito al apuro, contiene uno de los ensayos más bellos —y precisos— que se hayan hecho sobre poesía.

Querido amigo:

Me apresuro a contestar su carta. De otro modo no lo haré nunca.

Espero con impaciencia la aparición de su artículo en Ínsula. Una impaciencia natural: su artículo anterior fue de tal modo generoso que no sé si le di las gracias como debía…

Recibí también Tres poemas*. Me pide usted un juicio sobre ellos. Le daré algo menos pero tal vez más directo: mi impresión. Ante todo: usted es un poeta (de eso no hay duda) y todo lo que usted escriba será escritura de poeta. La cita o epígrafe es irónica pero no sé si los poemas, salvo en momento aislados, lo sean realmente. El tono es muy distinto a Arde el mar. Quiere ser más recogido y proceder por alusiones más que por menciones. Quiere usted contar —no sucesos sino emociones o descubrimientos psíquicos dentro de un contexto real, preciso, prosaico. Todo eso me parece muy bien como programa —aunque me recuerde el programa de cierta poesía en lengua inglesa. Pero me parece que entre su programa y su lenguaje, entre su idea y su temperamento, hay un espacio en blanco. No lo veo en ese realismo psicológico —como no veo a Aleixandre, que ha intentado algo parecido recientemente. Además, su lenguaje no se presta a esa clase de realidades. Habría que hacerlo más sobrio, y más coloquial, por una parte, y, por la otra, más “científico”**. Ustedes —perdóneme la franqueza y acéptela como lo que es: interés apasionado— ven la realidad o como algo grotesco y terrible (ahí casi siempre aciertan) o de un modo sentimental. Y ese género de poesía reclama objetividad extrema. Es lo que no encuentro en sus tres poemas —ni en la mayoría de los que ahora se escribe en España bajo el rótulo del “realismo”, sea o no “social”. Habría que usar un lenguaje más ascético, más decididamente prosaico o más desgarrado, más seco… y sobre todo, que no se oiga la voz del autor, que la moral la extraiga el lector sin que el poeta se lo diga. Yo veo en la actual poesía española dos notas que no son modernas: el sentimentalismo y el didactismo —juicios sobre el mundo y expresiones sentimentales. Por otra parte, en sus poemas la frase, a mi juicio, es demasiado larga, abundan los adjetivos y muchas veces son los previstos. Pero como usted es poeta, una y otra vez la poesía vence al estilo, destruye la manera e irrumpe: “planeta de agua incandescente” = espejo con sol o luz, es memorable. La alusión a la muerte de Hitler también es eficaz pero la descripción que la precede es demasiado larga y convencional. (Ya sé que usted quiere que sea convencional pero podría lograrlo con mayor economía, y de una manera que hiera más al lector). Aquello de la iglesia saqueada, el dragón y demás, merecía más que una enumeración —y sustantivos y adjetivos más enérgicos…

→Los poetas contemporáneos están fascinados por la relación entre la realidad y el lenguaje, por el carácter fantasmal de la primera, por los descubrimientos de la lingüística y la antropología, por el erotismo, por la relación ente las drogas y la psiquis y, en fin, por construir o destruir el lenguaje. Pues lo que está en juego no es la realidad sino el lenguaje.

Pero es posible que me equivoque. A mí me gusta más, muchísimo más, Arde el mar. Ese libro me entusiasmó. Rompía usted, precisamente, con esa poesía a la que ahora regresa y con la que estoy en desacuerdo, ya le dije, por dos razones; la primera porque no encuentro en ella la precisión, la ironía, las iluminaciones de ciertas zonas sombrías del alma o de la vida diaria, que me da la poesía de lengua inglesa y de la cual la española es, a un tiempo, una adaptación y una amplificación, a veces romántica (Cernuda, usted) y otras, las más, retórica; la segunda, porque esa poesía, inclusive en lengua inglesa, no es moderna ni representa la “vanguardia” (para emplear ese vulgar y antipático término). La poesía moderna en lengua inglesa es lo que está después, no antes, de Pound y W.C Williams; en Francia, lo que viene después del surrealismo (que es bien poco); en lengua española, lo que hay después de Poeta en Nueva York, Altazor, La destrucción o el amor, Poemas Humanos, Residencia en la tierra. En Hispanoamérica sí han ocurrido cosas después de esos libros: Lezama Lima, Parra, Enrique Molina y otros más. Pero ¿en España? En españa hubo un regreso y por eso yo saludé su libro con entusiasmo. Me pareció, me parece, que reanudaba la gran tradición moderna de la poesía de nuestra lengua y que no era un regreso —como dice la nota de Tres poemas— a la vanguardia de 1914 (eso es no saber lo que fue esa vanguardia), sino una ruptura del pseudorrealismo. Arde el mar fue inactual en España porque usted escribió un libro de poesía contemporánea y con un lenguaje de nuestros días, hacia adelante, en tanto que la poesía de la España actual es inactual por ser una poesía pasada. De nuevo: perdone la brutalidad de mis juicios pero crea que no se los comunicaría si no contase de antemano, primero, con su inteligencia y, en seguida, con su generosidad. Por último: los poetas contemporáneos en todo el mundo —excepto en España, en donde el realismo descriptivo, nostálgico y didáctico sigue imperando como si viviésemos a fines del siglo XIX— están fascinados por las relaciones entre la realidad y el lenguaje, por el carácter fantasmal de la primera, por los descubrimientos de la lingüística y la antropología, por el erotismo, por la relación ente las drogas y la psiquis y, en fin, por construir o destruir el lenguaje. Pues lo que está en juego no es la realidad sino el lenguaje. Y lo está de dos modos: la realidad del lenguaje y el no menos formidable lenguaje de la realidad. En ese sentido —no en el de la retórica verbal— el surrealismo ha pasado —aunque, como es natural y con otro nombre, reaparecerá, reaparece ya en la búsqueda de los poetas nuevos. Querido Gimferrer: ponga en duda a las palabras o confíe en ellas —pero no trate de guiarlas ni de someterlas. Luche con el lenguaje. Siga adelante la exploración y la explosión comenzada en Arde el mar. Hoy, al leer en un periódico una noticia sobre no sé qué película, tropecé con esta frase: el hombre no es un pájaro. Y pensé: decir que el hombre no es un pájaro es decir algo que por sabido debe callarse. Pero decir que un hombre es un pájaro es un lugar común. Entonces… entonces el poeta debe encontrar la otra palabra, la palabra no dicha y que los puntos suspensivos de “entonces” designan como silencio. Así, luche con el silencio.

El destino de un poeta —como el de todo ser humano— es imprevisible y misterioso. Quizá usted debería haber escrito Madrigales. Quizá sin Madrigales usted no escribirá lo que un día debe escribir y que será la negación de esos poemas y de Arde el mar. Si es así (y no lo dudo) esta carta es una necedad que no tiene otra excusa que esta: la he escrito como si me la escribiera a mí mismo.

Su amigo,

Octavio Paz

*Opúsculo mío publicado en Málaga en 1967 por Ángel Caffarena, con una nota de presentación de Alfonso Canales. Dos de estos poemas pertenecían a mi libro Madrigales, que he dejado inédito como tal, al igual que otros poemas de aquella época, a consecuencia de las observaciones de Octavio en esta carta y la siguiente. (Nota de Pere Gimferrer)

**Por ejemplo, en Lowell: lenguaje coloquial + lenguaje científico (psicológico) + Biblia + tradición poética europea. (Nota de Octavio Paz)

Noche de abril

(Traducción de Tres poemas)

Pere Gimferrer

La mente en blanco, con claridad celeste

de alto zodíaco encendido: cúpula vacía,

azul y compacta, forma transparente

al abrigo de una forma. Así vuelvo a encontrarme

buscando esta calle. Ni está, ni estaba:

ahora existe, en levitación,

porque la mente la inventa. Asedio adusto,

pleito de lo visible y la invisible: llama

y consumación. Contornos, inmóvil

piedra que cristaliza. Esta noche,

tormento de los ojos, tormento que una palabra designa,

sin decirlo del todo, como el reflejo

de una perla en tinieblas. Ahora los dedos

arden con la claridad de una palabra. ¿El sol?

El nocturno cuerpo solar, hecho pedazos, rueda

cielo abajo, piel abajo. Ni el tacto sabe

detener la caída. Incendiado

y poderoso. Riegan, de madrugada,

las calles, y un silencio nulo de cláxons,

en los pasajes húmedos, abre un imperio

donde a la piel responde la piel, y el nudo

se hace y deshace. Las teas de Orión

ven los cuerpos enlazados. Astral

escenario de profundos cortinajes

sobre el resplandor sonoro. Dices

sólo una palabra, la palabra del tacto, el sol

que ahora tomo en mis manos, el sol hecho

palabra,

tacto de la palabra. Y las estrellas, táctiles,

inviolados, carro que al deslizarse

al fondo de un vidrio vago se refleja

en tu lujo, claridad de espalda y nalgas,

el globo detenido, ígneo: el reverso

oculta el trueno oscuro del monte de Venus.

Brillan dos tinieblas cuando el firmamento

mueve galeras y remos, y ahora escucho

el oleaje, el chapoteo de los pechos y el

vientre,

copiados por la noche. La estancia cósmica

es la estancia del cuerpo, y la blancura

no confunde nubes altas y verde de espuma:

todo lo delega, la reenvía todo. Tiemblan,

esperando recibir un nombre, las criaturas

de la oscuridad, el dibujo de las tenazas

de los dos cuerpos, tapiz del cielo,

horóscopo

giratorio. ¿Un sentido? Todo, ahora,

es doble: ‘

las palabras y los seres y la oscuridad.

Pero, escucha: muy lejos, desde esquinas

y faroles nocturnos, vacíos de murmullos,

negativo ignorado de magnesio,

vengo, mi rostro viene, y ahora este rostro

vuelve a ser el rostro mío, como si con

un molde

me rehicieran los ojos, los labios, todo,

en el arduo encuentro de este otro, un trazo

dibujado al carbón, que no conozco,

que toma

posesión del hielo, que me funde y me biela.

Es éste el enemigo, el que yo siento,

irrisorio y soberbio, ojo o escorpión,

el nombre del animal, el antiguo dominio.

¿Lo reclama el amor? Cuando dientes

y uñas

bordean el azulado coto de la piel,

cuando los miembros se aferran, la certeza

¿viene de un fondo más remoto? Curvados,

se despeñan

los amantes, como las formas minerales,

rechazados por la noche que calcina

el mundo.

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