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El difícil arte de interpretar los sueños
Una imagen a blanco y negro de estos dos monstruos de la actuación es la excusa para este texto. El pretexto, sin embargo, justifica el texto. El de la izquierda se llama Alfred y el que se encuentra a su lado, Robert. Al y Bob, como se llaman el uno al otro. Dos amigos entrañables y, entre otras cosas, dos magníficos intérpretes… Si no supieran actuar, seguro habrían triunfado en el campo que se lo hubieran propuesto. Pues ambos comparten historias de vida llenas de tenacidad, talento y valor. “Ya tendrás tiempo de descansar cuando estés muerto”, ha sido la frase de combate de De Niro que se aplica para la vida profesional de ambos.
Justamente más que actores, estos dos hombres son intérpretes. Pues su trabajo no solo se relaciona con vestirse con la piel de otro, jugar a ser un doctor, un astronauta o un vaquero en la pantalla ni tampoco se trata de una mera traducción de lenguajes y códigos. El actor se vuelve el intérprete de una visión, es el puente entre la obra escrita y el público. Él es quien experimenta una transformación para poder llevar el mensaje. Sin el actor, los sueños del director y, obviamente del guionista (autores ambos, esencialmente, de la obra o la película) no podrían reflejarse ni ser expuestos. Sin actores, no es posible interpretar, precisamente, estos sueños.
Y, barriendo un poco en la historia, pocos son los actores que se han jugado la posibilidad entera de representar a toda una generación. Rostros impasibles con miradas penetrantes clavándose en el alma del espectador, gritos que estremecen, bailes, piruetas, emociones… sobre todo, emociones. Brando, Kinsky, Olivier, Keaton, Bogart, Newman, Hopkins no son solo apellidos, son vínculos de la sociedad con distintos momentos de la historia.
Cada generación tiene su particularidad y su importancia. La de la década de los años setenta vivió momentos radicales y renovadores tanto para las sociedades como para el cine. Amén de otros nombres importantes como Jack Nicholson, Harvey Keitel o Dustin Hoffman son Robert De Niro y Al Pacino, irrefutablemente, los mayores símbolos que lograron impregnar la retina de millones de espectadores, sorprendiendo, emocionando o inquietándoles hasta el extremo, casi desde su primer aparecimiento.
Casi, porque el reconocimiento, en aquellos dificultosos años setenta, no fue inmediato. Allí, el cine de Estados Unidos vivió cambios sustanciales. En medio de un ambiente tenso, inmerso en conflictos políticos, las películas que se veían en aquellos años experimentaban un presuroso soplo de aire fresco. Una ola de directores reformulaba los cánones del cine de estrellas, una vez más, y se ponía a contar historias personales, lejos de los estudios, desnudando a las calles y los personajes que deambulan por ellas. A directores que obtuvieron éxitos inmediatos con la gran audiencia como fueron Steven Spielberg y George Lucas, se les sumaron nombres como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola y Brian De Palma.
Y bajo la tutela de estos realizadores, que fijaron en sus primeros trabajos su mirada artística de autor y creador, se fue forjando la carrera de estos dos mitos de la interpretación. Tanto la filmografía de Robert De Niro como la de Al Pacino, más allá de sus altibajos, puede considerarse un hito cultural para la sociedad moderna. Son varios los puntos en común entre ambos; pero, sobre todo, haber gozado de dos carreras llenas de entrega y trabajo que lograron construir dos estilos personalísimos y, al mismo tiempo, universales.
Eterna influencia de una centena de actores de esta generación encabezados por nombres como Johnny Depp, Nicolas Cage y Sean Penn, estos creadores de personajes tomaron la posta recogiendo la enseñanza del sistema Stanislavski —mejor conocido como “el método”—, de los mayores representantes de las mejores escuelas de actuación, dirigidas por Lee Strasberg y Stella Adler. El estilo de De Niro y Pacino ha sido referencial dentro de su propia época e influyente para la posterioridad. ¡Cómo retumban en el oído del espectador eterno frases como: “Are you talking to me?” o “say hello to my little friend”!
Es cierto. Muchos de sus personajes han estado cerca de la temática de los gánsteres y la mafia. Pero más allá de esa soberbia interpretación de ambición y poder, ambos han podido navegar también por las aguas de la más precisa calma y ternura. Ese viaje interpretativo de polo a polo no nos deja de sorprender. Y ahora, pasados la barrera de los 70 años (Pacino hace tres años y De Niro lo hará en agosto) siguen dominando el escenario con tan solo una mirada y rompiendo con el gesto más leve y sutil la cuarta pared.
Quizás lo más lamentable haya sido su último reencuentro cinematográfico. Pero comencemos hablando del primero…
¿Quién mismo es el Padrino?
Allá por inicios de la década de los setenta es más que conocido que un Pacino, joven y poco afamado, no les resultaba nada simpático a los productores de El Padrino, a quien se referían despectivamente como “el enano ese”. A pesar del temor permanente, de Pacino y del propio Coppola, de ser despedidos en cualquier momento del rodaje la tozuda insistencia del director terminó por hacerle salir con la suya y la película se convirtió en un clásico instantáneo. Como resultado el joven Al recibió su primera nominación a los Óscar y, de paso, le catapultó al rol, en la vida real, de estrella de cine.
La interpretación de Pacino es precisa. Es él quien lleva la carga dramática de la historia y se transforma de un patriota tranquilo que no quiere saber nada de los “negocios” de su familia en el máximo jefe del crimen organizado. Poco a poco su mirada se va alterando. Al igual que su forma de caminar. Su rostro ha mutado más allá del golpe asestado por el oficial McCluskey. Luego del bofetón, el pequeño Mickey ya no es más él. ¡Ahora se ha vuelto un Corleone!
Lo irónico del caso es que el papel estaba destinado a otros actores como Robert Redford, Warren Beatty o Ryan O’Neil. El rostro de Pacino no encajaba, según los productores, en el de una estrella de cine. El propio Pacino reiteraba en que la gente en la década de los setenta solo quería niños bonitos, “¡pero ahí llegué yo!”, afirmaba orgullosamente. Sin embargo, fue Dustin Hoffman quien ya había abierto la puerta para estos hombres bajos y con rostros que se salían del molde de la belleza común al ser seducido por la exquisita y madura Anna Bancroft en El graduado, en 1967.
Pacino no quería ir a hacer el casting ni al set de rodaje, Coppola juraba que se debía a que el joven Al era autodestructivo. Pacino pensaba, en un principio, que no podía interpretar el papel que más tarde le iba a rodear de Gloria y respeto en el mundo del séptimo arte. Y la duda y la negativa inicial de la Paramount hicieron que Pacino desistiese y firmase un contrato para protagonizar una comedia llamada The gang that couldn’t shoot straight. Contrato que tuvo que romper cuando finalmente se decidieron por él para El padrino y que irónicamente terminó cayendo en manos del joven Robert De Niro.
De Niro también tenía un rostro peculiar y particularmente atractivo. En Youtube se pueden ver sus audiciones, muy jovencito, intentando hacerse, sin éxito, con el papel de Sonny Corleone, el pendenciero hermano mayor de Michael en El Padrino.
Preferencias aparte, James Caan, logró encajar en el papel del violento hermano y el hecho terminó evitando algo que después podría haber sido imperdonable. Si Robert De Niro hubiese sido Sonny, ¿quién habría tomado la posta del mejor? En la segunda parte de El Padrino, De Niro interpreta al capo di tutti cappi, Don Vito Corleone, en sus años de juventud, en un acierto que no podría haberse volcado jamás en otro camino. Nadie, excepto De Niro, podría haber interpretado el papel que años antes había dado vida el gran Marlon Brando.
Y aquella vez, en esa gran película que es tan o más gloriosa que la primera parte, los nombres de Pacino y De Niro se juntaron por primera vez. Por obvias razones nunca compartieron una escena en pantalla, eso solo sucedería casi 20 años después, cuando coincidieran, como antagonistas, en una cinta del director Michael Mann.
En Heat solo comparten un par de escenas y un total de seis minutos, pero el filme recoge la incontenible fuerza dramática de los dos actores que representan, en este caso, a los lados opuestos de la ley. Ante tal encuentro, no pudo haber existido mejor definición que la del New York Times: “Es como ver a Ben Hur sentado junto a Espartaco”. De esta manera se cumplía el sueño de toda una legión de cinéfilos que soñaba con ver a sus dos ídolos, referentes absolutos del cine moderno, juntos en pantalla.
En la cinta, una conversación en un café fue suficiente. Aparentemente, dos tipos normales se han citado para hablar de sus vidas. Pero en realidad no son amigos y más que de sus vidas hablan de la vida. “Estamos aquí sentados tú y yo como un par de tipos normales, tú haces lo que haces y yo hago lo que tengo que hacer… si estoy allí y tengo que matarte… no me gustará”. El destino finalmente alcanza a ambos personajes, en una mezcla de acción e intimismo que apuesta -la mayor parte por separado-, por su vibrante duelo de protagonistas.
El legado interminable
Aunque los rumores del año pasado apuntaban a una posible cuarta incorporación de ambos actores en un mismo filme sobre Sinatra y dirigido por Scorsese, estos se han disipado y han dejado como legado de su carrera en conjunto un cierre (hasta el momento) que no es precisamente el más notable.
En Righteous kill (2008), el tercer filme que compartieron Al y Bob, interpretan a un par de policías que han sido compañeros durante más de tres décadas. La historia presenta una serie de tópicos recurrentes en las cintas policíacas: dos compañeros de toda la vida, el ocaso de sus carreras, el acoso de Asuntos Internos, la mujer ideal/fatal, una pareja más joven de policías como amenaza. Y el infaltable asesino en serie que, a partir de las pistas que deja, termina por implicar a la propia Policía.
Sin embargo, esos lugares comunes, propios del género, son resueltos eficientemente por el director, Jon Avnet, quien plantea una puesta en escena ágil, con rápidos cortes y movimientos de cámara. Pero lo que más resalta es la acertada interpretación de sus dos protagonistas, que en lo que se ha socializado como tercera edad logran brindar un derroche de energía física e interpretativa que por sí sola justifica el filme.
No resulta extraño que estos actores puedan mantenerse aún altos tras una carrera a la que le han entregado el alma. Quizás el caso de De Niro haya corrido riesgos más disímiles: un taxista que quiere limpiar la escoria de las calles, un comediante obsesivo capaz de secuestrar a su mentor, un saxofonista egocéntrico y enamorado y en distintos tipos de mafiosos, cada cual más convincente que el anterior.
El primer Óscar lo obtuvo al encarnar al joven Vito Corleone. Y su segunda estatuilla dorada fue por uno de los ocho trabajos junto a Martin Scorsese en el filme Toro salvaje. Para su interpretación del boxeador Jake La Motta tuvo que aumentar 60 libras a punta de espagueti, lo que se constituyó en un récord mundial. El actor ha sabido trabajar sus papeles desde el acondicionamiento y la investigación anterior a la filmación. No en vano son famosas sus preparaciones para sus papeles. En Toro salvaje se hizo boxeador profesional y peleó tres encuentros, ganando dos de ellos; se fue a vivir a Sicilia a aprender los dialectos para El Padrino II y trabajó como taxista 12 horas al día durante un mes para Taxi driver.
Resulta extraño que no haya aceptado algunos papeles como ser Dick Tracy, en el filme que le hubiera puesto frente a frente una vez más, con Pacino, quien interpretó al villano de turno, Big Boy Caprice. O que haya rechazado ser Tony D’Amato en Un domingo cualquiera, de Oliver Stone. El azar volvió a jugar allí otra vez y le entregó ese papel a su amigo.
Más allá de ese papel y del muy nombrado Michael Corleone. Al Pacino deja otros grandes nombres encandilados sobre el mayor escenario. Frank Serpico, el Sonny, de Tarde de Perros; Tony Montana, de Caracortada; John Milton, de El abogado del diablo, Carlito Brigante, de Atrapado por su pasado, hasta el Frank Slade, de Perfume de mujer, película que le hizo ganar el Óscar. Papeles que dan cuenta de un actor íntegro y profundo, apasionado por Shakespeare y el teatro, de un hombre intrigante y misterioso.
Y si De Niro afirmaba que el talento está en las opciones, Pacino lo confirma. ¿Quién sabe qué hubiéramos obtenido en la gran pantalla si el buen Al hubiera aceptado los papeles protagónicos en cintas tan reconocidas como Kramer contra Kramer, Nacido el cuatro de julio, Apocalypse now, Sospechosos habituales y hasta el papel de Han Solo en Las guerras de la galaxia?
Una herencia inagotable de ambos actores. De estos dos atletas emocionales, como se definía el propio Pacino. De dos vidas con procesos intensos en los que la entrega ha pedido sacrificios de sus vidas personales, pero a las que al mismo tiempo les han entregado sus mayores glorias y reconocimientos.