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Efraín Jara Idrovo y los paréntesis necesarios

Esta edición iba a ser otra cosa. Había un especial sobre el escritor mexicano Jorge Volpi, con comentarios sobre sus libros, preguntas inteligentes sobre su pensamiento y con opiniones acerca de los peligros que enfrenta el periodismo de hoy. Pero el domingo murió Efraín Jara Idrovo, quien era —como apunta con lucidez Cristóbal Zapata en estas páginas— hasta entonces el poeta vivo más importante de Ecuador. Así reconocía la crítica —y si no toda, al menos la mayoría— a un poeta que partía de las ideas del círculo lingüístico de Praga, al considerar que el signo tiene dos planos: el del sentido, y el de su propia realidad acústica, como supo decirle el propio poeta a nuestra colaboradora Carla Badillo, en un perfil que se publicó en esta revista hace ya cuatro años.

Hemos hecho un paréntesis para hablar todo lo que se puede sobre Jara, un hombre que tuvo sus propios paréntesis, como el silencio de 25 años que empezó en la década de los cincuenta, cuando decidió, en una noche de bohemia, quemar sus primeros poemarios. «No me arrepiento de haberlos escrito, sino de haberlos publicado», explicó alguna vez cuando le preguntaron por este episodio. Ese periodo se extendió hasta la década de los setenta, y abarcó también su paso por la isla Floreana. A Galápagos llegó para escapar de una vida nocturna que le estaba pasando facturas, y allá se dedicó a vivir como el resto de la comunidad, siendo pescador y maestro. Pocos allí sabían que era un poeta.

Efraín Jara fue condecorado en 1999 con el premio Eugenio Espejo por su obra de toda la vida, aunque de vida le quedaba bastante, pues incluso cuando su vista se redujo a causa de un derrame, el poeta siguió leyendo y escribiendo desde de los ojos y las manos de alguien más.

La siguiente semana volveremos a nuestra programación habitual, con dos aproximaciones profundas a la obra y al pensamiento de Jorge Volpi. Mientras, pensemos en Efraín Jara y en su lírica, que vino a encabezar a una corriente que se desprendía del modernismo. Su irrupción en el panorama de las letras ecuatorianas fue calificada por Hernán Rodríguez Castelo como un «episodio rico y hasta tumultuoso».

José Miguel Cabrera Kozisek
Editor
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