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Delicias subversivas: tres no son multitud

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Hay, en el número 3, cierta magia. Según la numerología tradicional, el 3 es un número en constante expansión, sagaz, dinámico y creativo. En la religión cristiana, la Santísima Trinidad es el dogma central sobre la naturaleza de Dios, y lo concibe como un ser único que existe como tres formas distintas: El Padre, el Hijo, y El Espíritu Santo. En cuanto a la ciencia, el físico soviético Vitalí Efímov desarrolló una teoría que afirma que aunque la mayoría de las fuerzas actúan en pares, existe un efecto que requiere tres componentes para formar un estado estable. Según Efímov, la interacción de las moléculas en el universo tiene una progresión geométrica que cada vez tiene más tríos de partículas, que se extienden en una secuencia teóricamente infinita de la escala cuántica (si las partículas están lo suficientemente frías) hasta el tamaño del universo. Y no olvidemos que el científico Nicola Tesla, al final de sus días, tenía una obsesión con el 3. Dicen que caminaba alrededor de un mosaico, ladrillo o piedra unas tres veces antes de entrar en un edificio, y que requería de 18 (un número divisible por 3) servilletas para pulir sus cubiertos y vasos. Murió tres días antes de su cumpleaños número 87 en la habitación 3327 (otro número divisible por 3) de la planta 33 del hotel New Yorker.   

Más allá de cualquier interpretación científica, divina o mágica, más allá de la experiencia hedonista, los sistemas de tres, los tríos, son un pequeño atentado contra el sistema. Sobre todo ahí donde todos husmean: en la intimidad de los demás. El trío plantea muchas preguntas: ¿se puede amar a dos personas a la vez?, ¿El amor es para dos? ¿Puede sostenerse una relación de tres? además de cuestionar la naturaleza del deseo y el amor, esconde algo que asusta profundamente al inconsciente colectivo: la destrucción del orden social.

El cine ya ha tratado varias veces el tema del trío: The Dreamers de Bertolucci, Vicky Cristina Barcelona de Woody Allen, Jules et Jim, de Truffaut, para mencionar algunas. En Vicky Cristina Barcelona (2008), María Helena (Penélope Cruz) y Juan Antonio (Javier Bardem) son una pareja conflictiva. Cuando se dan un tiempo, Juan Antonio conoce a Cristina (Scarlett Johansson). Pero apenas las cosas van bien con ella, su ex reaparece. Y lo busca otra vez. La razón es simple: cuando su amante es deseado por otra, María Helena recupera el deseo. Entonces Cristina pasa a ser una especie de comodín. Gracias a su presencia existe la adrenalina entre Juan Antonio y María Helena. Ella es una especie de puente que hace que los dos se encuentren. Porque María Helena y Juan Antonio (casi como cualquier pareja) solo pueden amarse cuando sienten que pueden perderse. Por eso, cuando Cristina decide irse, y al fin tienen el camino libre para amarse, las cosas ya no funcionan. Para que su amor/deseo funcione, tiene que haber conflicto. Así como en la teoría de los tríos de Efímov, un tercer elemento se requiere para mantener la estabilidad en aquel ambiente que estaba frío.

En The Dreamers (2003), Matthew descubre el mundo y se descubre a sí mismo a través de los hermanos Theo e Isabelle. Theo es una versión moderna de Antoine Doinelle, Isabelle, una Venus pop. Los dos son la metáfora de los personajes cinematográficos, de la belleza ideal. Mientras afuera los estudiantes salen a las calles (es pleno Mayo del 68), Matthew vive con ellos un idilio ambiguo. Se trata de un amor perfecto, y por ende, imposible; porque el encierro platónico en la casa de los hermanos propone un trío que no puede durar para siempre. Los personajes abandonan la conquista del cuerpo, de los cuerpos, para entregarse a la búsqueda de libertad en la sociedad. No en vano las obsesiones de Bertolucci son la política y el sexo, ambos ejes de esta película.

Castillos de Cartón (2009), de Salvador García Ruiz, es una adaptación de la novela homónima de Almudena Grandes, que describe el Madrid de los años ochenta y de la ‘movida madrileña’. El filme cuenta la historia de Marcos y Jaime, dos buenos amigos, que conocen a María José en la facultad de artes. Aunque ambos se sienten atraídos por ella, ninguno intenta seducirla, pues no quieren dañar su amistad. A María José los dos le gustan, pero tampoco hace nada al respecto por la misma razón.

Pero en algún momento, María José (frígida) y Marcos (impotente), forman un trío con Jaime, quien se convierte en una especie de motor de su deseo. María José quiere a los dos, Marcos tiene el deseo y Jaime, el cuerpo. La particularidad de esta película es que los personajes, a diferencia de los anteriormente citados, deciden pasar de la experiencia puramente carnal al experimento cultural y social que implica formalizar un trío como relación. Jaime formaliza un trío con un impotente y una frígida. Aunque suene absurdo, es solo por esto que funciona la relación. El amor utópico entre una frígida y un impotente es la metáfora de la imposibilidad del acercamiento de toda pareja. En toda relación hay dos que se unen porque, en cierta medida, están vacíos; por eso, quieren que el otro llene ese espacio, pero resulta que ese otro tampoco tiene nada. Lo que une es precisamente la falta. Y lo que se ama es la falta. Las relaciones se alimentan de fantasías. Lo que en un amorío común está en el plano imaginario, en un trío se vuelve real. El tercero, en este caso Marcos, es la encarnación del fantasma (o el deseo), él es la herramienta para que Jaime y María José puedan amarse entre sí. También podríamos decir que Jaime y Marcos se aman a través de María José; así como Marcos y María José se unen, a través de Marcos. En un trío no hay roles. Y es por eso que es tan subversivo.

La cultura occidental proclama el amor de pareja como un valor supremo. Concibe a la ‘integridad’ como una completud que solo se alcanza con la pareja. Concibe el amor como dos cuerpos incompletos que solo al unirse forman un ser perfecto. Esta idea viene del capítulo de El banquete de Platón en el que los seres son mitades que se pasan la vida buscando la pieza que les falta. La mitad que les falta está fuera de ellos y anda en algún lugar, esperando su encuentro. Solo al hallarla habrán alcanzado la integridad.

Uno es ninguno. Dos es el número que nos da un sentido social. Quizá esta dinámica de pareja se base en la relación edípica madre-hijo que no permite un tercero. De esta relación hermética nace el amor que conocemos: un amor que no permite más que dos porque se basa en la idea de la posesión. Y esta dupla es la que sostiene el sistema capitalista.  Incluso la homosexualidad reproduce roles, repite inevitablemente el mecanismo de poder con el que funciona el sistema binario. Es por eso que el trío es socialmente perturbador. El 3 destruye el sistema. El uno que se suma al dúo dinámico rompe el ‘equilibrio’. Un trío propone una relación en la que el otro no nos termina de pertenecer completamente, y en la que el deseo nunca muere, sino que se transforma y viaja de un lugar a otro, reinventándose… Por otro lado el trío consensuado obliga a replantearse el deseo mismo.

Según Jacques Lacan, el psicoanálisis se basa en un principio que dice: “No hay relación sexual entre dos”. En una cama siempre hay cuatro: los dos amantes y sus respectivos fantasmas. Al final, lo que sostiene a una pareja es la fantasía que provoca el vacío…

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