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De lo provocativo a lo provocador

María José Pérez y Ruth Coello.
María José Pérez y Ruth Coello.
Foto: Cortesía
19 de septiembre de 2016 - 00:00 - Hugo Avilés. Dramaturgo

La elección o preferencia de un material dramatúrgico presupone una afinidad o convergencia entre el equipo humano y el argumento de la pieza, pero si uno quiere hallarle la quinta pata al gato, entonces quizá se estén descubriendo los ingredientes y la receta para cocer un guiso que dé gusto a todo paladar. Tal podría haber sido el punto de partida del elenco responsable del montaje de la obra Quiero tus genes, que se estrenó en Pop Up Café Teatro, y que estará en cartelera durante todo septiembre, de miércoles a sábados, entre dos a cuatro presentaciones cada día.

Es un texto escrito a propósito del formato microteatro, de la pluma de Felipe Curiel, autor mexicano con algunas piezas breves a su haber. Este dato es importante, pues Quiero tus genes nace con la grata impronta de ser escrita a propósito de la extensión y el formato, lo que la vuelve una obra redondita, con una estructura literaria a prueba de tiempo y espacio.

Sin embargo, la obra no se presenta como un trabajo facilista, porque si bien no tiene profundidades calderonianas o retóricas molierescas. Quiero tus genes nos brinda un conflicto desarrollado de tal forma que invita a un elenco inteligente a construir personajes que aprovechan el tema para entregarse a disfrutar de lleno en el exigente género de la comedia y de esa manera convertir un tema provocativo en un momento provocador.

El argumento de la obra cuenta las vicisitudes que recorren dos amigas, Marina (María José Pérez) y Gabriela (Ruth Coello), en la recepción de una agencia de embarazos in vitro donde la primera de ellas ha llegado con la intención de concebir y alumbrar a un vástago heredero sin las complicaciones/complejidades del contacto físico, con todas las precuelas-secuelas que esto conlleva. Gabriela, su amiga, la acompaña, no muy convencida de que ese sea ni el método, ni el sitio, ni el propósito correctos para tal fin.

Así discurren los alegatos a favor y en contra del suceso, que van desde la memoria infortunada que le saca en cara Gabriela a Marina, hasta la euforia que explota la selección de posibles donantes. La tozudez de Marina echa al traste las objeciones de su amiga, hasta cuando aparece el donante ideal, lo que da un giro a la situación y encamina los acontecimientos a un hilarante final.

La puesta en escena arranca con una acción que produce en el espectador la suficiente incertidumbre y escozor para negociar su status y entregarse al juego hacia el cual el montaje los quiere llevar.

El tratamiento del espacio es austero, aunque funcional, no solo en beneficio del formato sino para abrir la invitación a un acontecimiento que no intenta esconder nada, y que, a pesar de ello se vuelve cómplice de la ética de los espectadores, continuando de este modo la provocación.

En esta parte, los personajes empiezan a campear. Son perfiles sencillos, pero no por ello —o quizá en ese rigor— carentes de acertadas construcciones interpretativas. Si bien la elección es por el estilo naturalista, es inevitable dejarse atrapar por lo que la pieza contiene de teatralidad, lo cual no la perjudica y —más bien— le permite iniciar una dinámica de interacción con el público que se advierte en algunos componentes. Por ejemplo, en el manejo del espacio: la estrecha proximidad de los espectadores con la escena teatral lo convierte en un elemento integrador del desarrollo dramático. Para un elenco novel, esta estrategia supondría —quizás— un esfuerzo evidente, no así para Coello y Pérez, que se comunican con toda la amplitud de sentidos. Poco a poco, el público lo acoge y aumenta su participación.

Hay otro factor interesante que es la direccionalidad de la escena, que discurre situando al público a un lado y lado y al otro de la sala. En el centro, las actrices cumplen una planta de movimiento en diagonales alternadas, de acuerdo a la dinamia que gana el espectáculo.

Es Marina —la que busca genes— quien conduce las situaciones argumentales, y para ello se sirve de un status socio-cultural levemente superior, apostando por un ritmo vertiginoso, enérgico, casi eufórico en sus acciones, matizado por una nasalidad en la expresión oral que colabora con la verosimilitud que el montaje y la actriz buscan en la escena.

Gabriela, por su parte, convierte su oposición dentro este conflicto en una fortaleza en la que sutilmente desliza la clase social de un personaje que, con orígenes populares, intenta dominar una relación en la que paradójicamente el fracaso es un contundente triunfo, tanto del personaje como de la intérprete.

Un rasgo a favor de las actrices es la consolidada comunicación que forjaron como improvisadoras profesionales, lo que las hace dueñas de un diálogo verbal/corpóreo/emocional que indudablemente enriquece la relación de sus personajes y la puesta en escena.

No existe una banda sonora, pero eso no le resta una suerte de musicalidad imaginaria. Hay un compás que se alimenta por el ritmo de los diálogos y las risas de la audiencia, que es conducida con la misma partitura que guía a las actrices.

El vestuario luce casual, pero es también una elección de la dirección, a cargo de Coello, que no deja nada al azar. La comedia es una cosa seria, y debe tratarse con responsabilidad. Todo está calculado, y se nota, por ejemplo, en la ubicación del público: a cada asistente se le indica dónde sentarse. Se trata de una disposición intencional: la gente se convierte en parte del escenario, y su posición marca la dinámica en la que se mueven las actrices.

Al final de esta vivencia queda el buen sabor de que un microformato también merece un macroelenco y este maridaje aporta la calidad por la que el público asiste. ¡Váyasela a ver! Invite a quien quiera, desde adolescentes hasta mayorcitos. Y luego, dese al juego de la opinión. Alegue a favor o en contra, convenza, seduzca de manera tal que alguno de sus pares le grite con pasión: ¡Quiero tus genes!

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