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De cómo el arte se fecunda
La celebración del día del padre surgió por la iniciativa de Sonora Smart Dodd, que en su ciudad natal, Washington, apeló para que se reconozcan las responsabilidades y sacrificios familiares que adquirió su progenitor, tras la muerte de su madre. Debido a que el señor Smart nació en junio, su hija eligió el 19 de ese mes en 1910, para festejar el Día del Padre en honor al suyo. Y en 1924, el presidente Calvin Coolidge, apoyó la idea y convirtió ese día en una celebración nacional. En América Latina, esta fecha se celebra cada tercer domingo de junio.
En este artículo, se plasma el sentido de la paternidad desde una ¿posible? herencia que algunos padres artistas pudieron haber legado a sus hijos. Se plasman la idea, el sentido, la apertura insoslayables en que los padres artistas —en contadas excepciones— se reconciliaron con ellos.
“Soy un espermatozoide de mi padre”
Adán Jodoroswsky nació en París, en 1979. Estudió música y formó algunas bandas juveniles. Hizo un anagrama con su nombre: Adanowsky. Luego de ese bautizo personal forjó su carrera como cantante solista. Con el disco El ídolo inició una trilogía musical que se caracteriza por la creación de personajes a quienes destruye al final de sus conciertos. De hecho, la ambientación de sus actos es considerada transgresora: en la gira ese disco lo metieron en un ataúd cargado por romanos. “Aniquilo a mis personajes para ser libre, para empezar desde cero y romper mi ego”, ha dicho alrededor de su dinámica. ¿De dónde viene ese afán de innovar y provocar al público?
Adanowsky es hijo del artista multifacético Alejandro Jodorowsky, quien nació en Tocopilla (Chile), en 1929. Creó la psicomagia, practica el tarot por más de 30 años, escribe y dirige películas surrealistas catalogadas como cine de culto, entre las que destacan El topo y La montaña Sagrada, esta última financiada por John Lennon, y hace un mes estuvo en el Festival de Cannes por el estreno de su nuevo rodaje La danza de la realidad.
Alejandro, que en otros tiempos escandalizó a los mexicanos con su grupo de teatro vanguardista, piensa que “la educación no consiste en domar, sino en tratar a los niños como a una planta, la planta a la que riegas y esta elige hacia dónde crecer”. Creyendo firmemente en ese enunciado, crió a su hijo. “Llamaba al instituto para decirles que yo estaba enfermo y pasábamos el día viendo películas japonesas y comiendo helado”, señaló Adán.
Alejandro se incomoda cuando le dicen padre, porque le parece que esa palabra contiene un exceso de autoritarismo. Él sostiene que en la familia deberían abrirse límites constructivos, y para ejemplificarlo, agarró los testículos de su hijo —quien le devolvió el gesto— durante una entrevista televisada.
El año anterior, Adanowsky presentó el disco Amador, el segundo sencillo de su trilogía. En vista de que tenía en mente desligarse de la tensión para crear y debía matar al personaje que lleva el nombre del álbum, se reunió con su padre para hacer el mejor show de su vida. Los dos juntos escribieron el guion del espectáculo que fue presentado el 9 de marzo de 2012, en el Teatro Metropolitan de la ciudad de México. Con bríos surrealistas montaron un show tragicómico que incorporó enanos, monstruos, bailarinas y ataúdes. En la escena final, Adanowsky después de ser besado por un encapuchado, cae. Uno de los bailarines informa al público que Amador ha muerto, y una banda de mariachis toca un réquiem en su memoria.
Cuando a Alejandro, de 84 años, le preguntan por la carrera de su hijo, no duda en decir que es un fan de Adanowsky: “Aunque no tuve hijos, los hijos no son de uno, uno es un canal, se pertenecen a sí mismos”.
El director de El topo siempre quiso ser cantante porque eso soñaba su madre de él. Frente a esta declaración, Adanowsky replica: “Soy un espermatozoide de mi padre, una prolongación de él y, al cantar, curo su frustración y seduzco a mi abuela”.
La hija de un príncipe de Asturias
“Me gustaría que en la cama me traten de igual a igual”, dijo la cantautora estadounidense Sophie, de 25 años. El ímpetu de esa frase está implícito en su carrera como solista. Interpreta poemas de Paul Verlaine y Guillaume Apollinaire. Su música pertenece al género alternativo —una combinación que colinda entre Tom Waits y Kurt Weill—. Es decir, que vende poco. Pero allí va, actuando en escenarios pequeños, lo cual no significa que su carrera sea limitada, pues su voz le ha hecho recorrer desde teatros en Brooklin, hasta plataformas de honor a la poesía en Madrid. Su rostro tiene un aire a Sharon Tate. Estuvo en la portada de la revista GQ y lleva como amuleto el apellido del novelista neoyorkino Paul Auster, su padre. ¿Acaso el nombre Auster es el pasaporte que le ha abierto fronteras y teatros?
En la infancia, Sophie jugaba en las escaleras de la casa. Justo abajo de ellas estaba el vestíbulo por donde caminaba el novelista. Auster se dirigía acompasadamente hacia otra habitación, de pronto, él sintió el cimbreo de la intuición que le ordenó voltear. Entonces, dio dos zancadas hacia las escaleras y, sin pensarlo dos veces, estiro los brazos que arrullaron la caída de su hija. Este suceso maravilló al escritor al punto que lo incluyó en su libro Experimentos con la verdad. En esos ensayos literarios cuenta con asombro esta experiencia y reflexiona sobre las diferentes apariencias en que se expresa el azar. A lo mejor, esta anécdota condensa la reflexión que Auster desarrolló en The New York Trilogy: “Las historias solo le ocurren a aquellos que son capaces de contarlas”.
Aunque pueda parecer un hecho banal o inconsecuente, engloba un matiz de extrañeza y de sorpresa, que se las puede resumir en las palabras del escritor: “La vida es simultáneamente trágica y cómica, al mismo tiempo absurda y profundamente significativa”.
Sophie Auster, hija del premio príncipe de Asturias, no para de impulsar su carrera. Es así como, además de tener una aterciopelada voz, ha actuado en algunos rodajes como La vida interior de Martín Frost —cuyo guion fue escrito por su padre— y Circuit. “No puedes poner tus pies en la tierra, hasta que no hayas alcanzado el cielo”, es la sentencia que Auster le ha señalado a su hija en uno de sus textos, sin decírselo, para protegerla en su andamiaje por el arte desde que cayó de las escaleras.
“Soy una chica marinera que se erige y está libre para navegar los siete mares de su corazón”, canta Sophie en “Sailor girl”. Eso Auster ya lo sabía, y por ello, la trata de igual a igual desde que era niña, y por eso la cantante exige lo mismo de sus posibles amantes.
Un diálogo en color
Miguel nació en 1626 y llegó a ser un ícono de la pintura ecuatoriana, el prodigio de la Escuela Quiteña del siglo XVII. Tuvo raíces indígenas, pero al quedar huérfano de padre, en 1633, el Regidor y Fiel Ejecutor del cabildo de Riobamba, Hernando de Santiago, lo adoptó; razón por la que dejó de apellidarse Vizuete. El nuevo nombre le dio inmunidad al desprecio y clasicismo social del siglo XVII. Lo sagrado y religioso rechistan en sus pinturas, entre las que destacan La inmaculada caristía, La vida de San Agustín y El nacimiento de la virgen.
En cambio, Isabel Cisneros, su hija, que también heredó la habilidad para la pintura, recurrió al pincel y, con un talento neto, produjo obras para pagar las deudas que su marido le dejó al morir. Nacida en Quito, probablemente en la década de los sesenta, recibió únicamente los apellidos de su madre, pues su padre no quiso que sus hijos llevasen el apellido Santiago, porque no les pertenecía ni Vizuete, porque reflejaba sus orígenes. Sor Juana de Jesús es su pintura más representativa.
“Entonces, dio dos zancadas hacia las escaleras y, sin pensarlo dos veces, estiro los brazos que arrullaron la caída de su hija (...)”.Mientras el padre era una eminencia, su hija apenas se la reconocía. Aunque ellos fueron muy próximos, no solo por el nexo consanguíneo, vieron en la acuosidad del color el portal para proyectar sus territorios interiores. Cuando miramos la pintura La virgen de las flores se encuentra una pintura hecha a dos manos, un ejercicio inter-sensorial en el que peregrinan signos que trascienden la experiencia estética de lo sagrado: en tonalidades tristes subyace el dibujo de la virgen María que ovilla en su pecho al niño Jesús y los flanquea una espiral de flores coloridas.
La ornamentación floral es atribuida a la hija y el dibujo central al padre. Poco se sabe de sus vidas, pero esta pintura es una llave para abrir una posibilidad del vínculo de su relación: padre e hija se comunican en una fluctuación de estilos y sensibilidades como si aliaran sus conciencias. Miguel de Santiago presenta trazos claroscuros que sugieren un acto reflexivo y ascético en busca de la precisión de lo visual, mientras que en Isabel se aprecia la libertad creativa tal si las flores simbolizaran la belleza imbricada en la espontaneidad con que surgen los estados de ánimo. Los pintores dejan hablar sus conciencias en una composición armónica que transmite, tanto protección y alegría, como impulso y circunspección.
La memoria es el lugar donde las cosas ocurren por primera y segunda vez
Jamaica, isla lamida por las olas celestes, acunó en 1930 la efervescencia del movimiento resistente Rastafari que, en el curso del tiempo, perduró en la cosmovisión de los jamaiquinos. En esas tierras donde revolotean los embates tropicales, apareció Bob Marley, hijo de madre negra y padre blanco. Él despuntó en el terreno internacional por medio de tres flechazos: reggae, rastafarianismo y canciones poéticas.
Marley nació en 1945 y murió en 1981. Letras como Get up, Stand o Redemption song —momentos de lucidez creadora de Marley— exigían el reconocimiento de los derechos de los pueblos oprimidos; esas líricas no perdieron potencia en la actualidad, incluso Amnistía Internacional las empleó en una campaña.
En Jamaica, su posición política casi le cuesta la vida. Respaldaba al Partido Nacional del Pueblo y los rivales de este grupo veían a Marley como una amenaza in crescendo, ya que gozaba de una fervorosa aceptación de la gente.
En 1976, una agrupación de individuos dispararon a quemarropa contra Marley a dos días de un concierto en el Parque de Héroes Nacionales de Kingston, capital jamaiquina. Su muerte está descrita en todas partes: renunció a que le amputen el tejido cancerígeno de los dedos del pie y la enfermedad dirigió la embestida que apagó su cuerpo el 11 de mayo de 1981.
Uno de los numerosos güagüas —fuera del matrimonio— de Bob es Damian, que apenas tenía 2 años en el momento en que su padre murió. Damian Marley, también conocido como Jr. Gong, empezó su carrera como músico en 1996. Hay ocasiones en que le preguntan qué canción de su padre le gusta más. En el ausente sentimiento de su voz responde: “Todas, cualquiera que aún no haya oído me acerca a él”.
Damian se crió con su madre, Cindy Breakspeare, Miss Mundo en 1976, y ha ido configurando la imagen de su padre a través de los polifónicos sonidos del reggae y las letras con que Bob los acompañó y en las que aún está latente. A través de las letras reconstruyó la realidad en que su padre desarrolló su arte. Hoy en día, Jr. Gong es uno de los máximos exponentes del reggae, al menos desde que lanzó su canción Welcome to Jamrock, que es un retrato de la frustración de la vida en los guetos de Jamaica y seguramente uno de los mejores temas reggae en la década del 2000.
Damian ha impulsado su carrera descubriendo a su padre en la música y en canciones como Survival, que dice: “Cómo puedes estar sentado allí sin hacer nada y proclamando que estás preocupado; algunos lo tienen todo, otros solo caminos y sueños, somos sobrevivientes”.
Bob Marley está empotrado en la memoria musical de su hijo Damian, su memoria tiene la forma de un colibrí con rastas que al cantar agita el cuerpo a bailar y alerta a la conciencia de que hay limitaciones por quebrar.