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Cuerpo Adentro: Las metáforas del clóset*

Cuerpo Adentro: Las metáforas del clóset*
14 de octubre de 2013 - 00:00

Esta ciudad tiene un objeto moral en la cabeza

como un enorme huevo de piojo

en sus calzadas puse mis pies y me
he perdido

Roy Sigüenza, Vista de la ciudad venérea

 

la verdad de lo supuesto

Hay una constante en los narradores y narradoras ecuatorianas que han abordado lo homosexual y lésbico (tema tabú, espinoso y “escabroso”, al decir de las mentes pequeño burguesas y burguesas) en sus historias, esa constante es la muerte. A veces –para sus personajes– como salida única y límite, o como el fuego purificador que los transporta hacia ese reino que no era el de este mundo. Aunque es en este mundo donde supieron nadar y cabalgar contra viento y marea tratando de encontrar lo que siempre será ese remoto e insólito oasis de reencuentros y realizaciones plenas, donde ningún dios los condena por su elección, ni donde ningún infierno se torna tan temido, salvo el que surge de sus propias búsquedas. Búsqueda, identidades confrontadas y desenmascaramientos de los que la literatura, por su naturaleza desacralizadora, ha sabido dar cuenta desde hace mucho rato. En el caso ecuatoriano, desde novelas y cuentos de las primeras décadas del siglo XX hasta llegar al siglo XXI.

Pero sucede que en la consecución de esas búsquedas (esto con relación a la realidad) es que se han cruzado y descruzado una serie de teorías o tesis que en muchos de los casos lo único que han pretendido es ocultar o negar lo que de humano tiene y posee un hecho como es la elección de una forma de asumir la vida, el amor, los afectos, la pasión y la sexualidad, que sin duda supo y ha sabido chocar con los principios que regulan lo que en términos convencionales se llama “las buenas costumbres”, que es la forma lúcida, por no decir irónica de dorar todo lo que en el subtexto de una sociedad siempre ha existido: las otras costumbres (definidas como “malas”), que son la antítesis de las buenas que, desde la esquina de los prejuicios más conservadores, por no decir insensibilizados, han hecho todo por mantenerlos lejos de cualquier consideración. Sin duda que el peso de lo religioso como camisa de fuerza y distorsión (aunque lo religioso más se presente, sobre todo desde las voces ultra reaccionarias, como parte de una estrategia de combate contra las formas del “mal”, y no como lo que en términos profundos podría representar; no olvidemos que hay gays y lesbianas que por igual tienen convicción de fe), nunca ha dejado de tener una carga o incidencia mayúscula.(1) 

En la narrativa ecuatoriana (se inicia con el alucinado Pablo Palacio) del siglo pasado en la que la figura de la homosexualidad con todas sus complejidades, variantes, contradicciones y paradojas, se ha tratado en varios de sus tramos y con estrategias distintas; presencia que de por sí marca o anuncia lo que a lo largo del devenir de nuestra ficción irá significando e implicando la suma de estas otras formas de asumir lo prohibido y lo que, hasta hace algún tiempo (1997), en el mismo Código Penal ecuatoriano se tipificaba como “delito”, lo que por sí sostenía una suerte de agresión contra las formas más elementales de la convivencia humana, dado que como bien lo señala el crítico  Raúl Vallejo:  

Una  sociedad como la nuestra, en donde a un ex ministro de Estado no se le ocurrió mejor insulto para una periodista que llamarla ‘defensora de gays’, el prejuicio contra la homosexualidad constituye uno de los tabúes más enraizados en el alma social de tal suerte que una manera de exorcismo, pletórica de estulticia, es definirlo como delito. Permitir que la intimidad de las personas sea acosada es una de las formas a través de las que el autoritarismo, la prepotencia y la arbitrariedad son sembrados en el corazón ciudadano.(2)

Dentro de esta perspectiva, los narradores y narradoras ecuatorianas han sabido abordar –gran parte de ellos– el hecho homosexual (por su naturaleza subvertora) sin prejuicios, atacando y buceando en ese “tabú enraizado en el alma social”,(3) mediando las distancias que nos llevan a confirmar que no porque un autor o autora hable o trate en sus cuentos o novelas sobre la homosexualidad ipso facto ella/él tendrían que serlo. Sin duda que el discurso literario, en concreto, la ficción, se conciben autónomos de la experiencia vital o no de un autor o autora, lo que permite y evita repetir ciertas formas de cartel o propaganda que pudieran atentar contra los resultados estéticos y literarios que se juegan de por medio. En el Ecuador, que sepamos, no existe aún (si la hay está en germen, o aún es marginal, subterránea)  una literatura desde lo gay, esta es producida y ejecutada por quienes en la asunción de su preferencia, de su intimidad, han construido un discurso en el que el tratamiento de las situaciones o su gran nivel testimonial, incluida su poética, podrían tener algunas alternativas importantes a considerar.

Respecto no a la literatura gay que hoy, fuera de nuestra comarca, tiene varias hermenéuticas, vale considerar lo que Fabián Iriarte reflexiona sobre el discurso gay:

“(...) es incategorizable y fluido; atraviesa las barreras, las fronteras nacionales y las lenguas, las divisiones entre prosa y verso, entre poesía y ficción narrativa, entre historia y periodismo, entre postales y cartas, entre gestos y miradas, entre signos y teatro, entre viaje y canción. ¿Dónde encontrar la grieta, el lugar preciso donde detener su flujo constante, a fin de poder describirlo de manera aproximada?”.(4)

A diferencia de este discurso inclasificable desde lo gay, la literatura opone un contra-discurso, que es el que revela lo que unos personajes –no las personas– fraguan  al interior de las esferas de sus universos secretos, particulares, y como en todo el orbe humano, cargado de enigmas. Quizá, la grieta posible para que ese “flujo” no pare y tenga unas características que, en términos estéticos y éticos, lo han dotado de una resonancia que desde los griegos no ha dejado de desconcertar, es la ficción; o sea la literatura, ese ámbito en el que toda mentira deviene verdad que revela y desconcierta. Los ejemplos contemporáneos en Latinoamérica sobran. Van desde la novelística de Manuel Puig, Reinaldo Arenas hasta llegar a la obra de Pedro Lemebel.

¿Por qué “hablar” de un tema in/visibilizado?

Según los cuentos y novelas de los autores y autoras confrontados, lo gay es un tema que está directa o indirectamente inmerso en nuestra moderna tradición literaria, sin que esto nos impida anotar que en la poesía ecuatoriana el asunto ha tenido, por igual, un tratamiento con niveles importantes.(5) Alicia Ortega señala que “en esta línea de lectura podemos ir construyendo una tradición temática que sólo ahora comienza a cobrar más fuerza (...)”.(6) Además, es vital redescubrir lo que esas historias nos dicen, callan, omiten, aluden, reinventan y reintentan desde la ficción, territorio o zona utópica donde todos los reinos y desmitificaciones son posibles, e incluso el dar por supuesto (esperemos que no sea así) que el hecho homosexual, más aún en sociedades que se jactan de “democráticas”, no deja de causar escozor e incomodar tanto a heterosexuales como a los mismos homosexuales, así como a todos los puntos de contacto o relación, dentro de los esquemas familiares y laborales en los que se produce y se ven vulnerados, por su capacidad subvertora. Encarar este hecho, no fenómeno porque el amor y sus distintas variantes no son un fenómeno acometido por seres fenómenos, es tratar de pensar y repensar lo que literariamente ha significado en la historia no solo de la literatura local, sino de nuestra propia ética social, esta realidad que al no ser diferente sino consustancial con lo humano, nos lleva a considerar a unos y otros todo lo que, desde esa intersección, se demanda. Además porque una sociedad que oculta, obvia encarar los temas, las otras realidades supuestamente mínimas o tácitas, que de alguna manera la han modificado, está sujeta a legitimar formas, prácticas tan cuestionables como la violencia (en particular la homofobia); la agresión e incomprensión por parte de quienes no quieren entender (gobernados por los prejuicios o la insensibilidad), tampoco aceptar que las opciones, las preferencias de mujeres y hombres, en pleno uso de sus facultades y su libertad particular, son decisiones que no obedecen a ningún “mal” o “enfermedad”, sino a razones que, como se explica tradicionalmente entre hombres y mujeres, emanan del acto de creer, de asimilar el amor y el deseo, sus prácticas y rituales desde un ángulo opuesto, porque sino qué sentido podría tener aquel mandato de “amaos los unos a los otros”.

De pronto, esa vocación no consentida de que todos devenimos travestís (la hipocresía en los tiempos posmodernos que corren, por ejemplo, es una forma de travestismo), al igual que la impostura que tanto afecta a quienes desde el arribismo social o político son capaces de “cambiar de camiseta” o bandera según la conveniencia y la hora. Situación que nos lleva a pensar que esa idea de piedad o compasión que pudiera darse en torno a lo gay y sus agentes, solo es la medida de lo que (sin que esto suene a apología) la peor de las intolerancias puede suscitar, o la mejor de las tolerancias puede darnos. 

En los textos que integran Cuerpo adentro. Historias desde el clóset,(7)  esa imagen se desdibuja; cada personaje se busca dentro de sus propios límites, así como entre las paredes de su noche y de las metáforas que mejor lo expresan. Para unos el deseo solo es la envoltura que les posibilita el contacto con el otro, sujeto y objeto de un amor esquivo, a veces inalcanzable; en otros lo corporal, lo físico, es la liana que los lleva hacia ese otro lado de los espejos de sus días. Tormentos y acosos que surgen desde el imaginario social que culposo o extremadamente puritano, trata de lavar sus manos, sus conciencias, condenando a quienes, nos preguntamos, no hacen de su discurso amatorio e incluso sexual, así como de sus ritualidades (en tanto no los frivolicen) un atentado, teoría de la subversión que por igual desacomoda el reino donde tirios y troyanos se alteran, burgueses y proletarios se sienten agredidos; creyentes y ateos no encuentran las razones para explicarse lo que en líneas humanas se explica por sí solo.

Quizá son estas criaturas de la sombra, del exilio interior y exterior –del de todos– los que asumen unos riesgos (desde y contra el miedo) en los que cada día su vida, así como su identidad, se construye y deconstruye. Porque como anota Bataille:

“El peligro paraliza, pero si es menos fuerte, puede excitar el deseo. Sólo llegamos al éxtasis en la perspectiva, aunque lejana, de la muerte, de lo que nos destruye”.(8)

En la persecución de ese éxtasis fulminante –total y totalizador– es que la muerte se torna (en gran parte de los cuentos seleccionados) punto de convergencia, imagen interpretativa de una vida, o exploración en la que los riesgos tácitos que implica son una marca compartida; retorno a un cuento que parecería tener no una sino múltiples salidas.

 

NOTAS:

 

* Tomado del estudio introductorio de Cuerpo adentro. Historias desde el clóset, Quito, Ministerio de Cultura y Patrimonio, 2013, 301, pp.

1. Ricardo Llamas, precisa que en cierto momento “´La homosexualidad´ será definida como la sexualidad secreta por excelencia, no solo por adecuarse al modelo de privacidad y discreción vigentes en general sino, sobre todo, porque sus implicaciones la llevan más allá, situándola en el campo de lo clandestino y lo prohibido; en el espacio de lo que no puede articularse. Pasa a constituir, de este modo, el objeto de todas las ansiedades; el terreno en el que se localizan los fantasmas colectivos (la amenaza a los propios valores, a la descendencia legítima, a la civilización; la amenaza sobre todo, a la siempre precaria adecuación a la norma socio-sexual vigente). La constitución del estereotipo de una hipersexualidad desbordante y sofisticada como fantasma del “orden heterosexual” es el corolario lógico de la institucionalización de una sexualidad cotidiana y ordenada. Terreno en el que todas las frustraciones pueden ser localizadas, “la homosexualidad” (incluyendo o excluyendo lo indecible lesbiano) juega el papel de válvula de escape social de ansiedades y miserias de un orden que le impone un papel subordinado.” Teoría torcida: Prejuicios y discursos en torno a “la homosexualidad”, Madrid, Siglo Veintiuno Editores, 1998, p. 19.

2. Raúl Vallejo, ‘Los prejuicios detrás del 516’, revista La otra (Guayaquil) 288 (29 marzo 1997) p. 16. Las cursivas son nuestras.

3. Luiz Mott, a propósito de esto y desde la etnohistoria, comenta: “No obstante, en este final del segundo milenio de nuestra civilización, el estudio del amor y erotismo entre personas del mismo género o continúa prohibido, o es considerado tema marginal y de menor importante en el medio universitario. Si tenemos en cuenta que los gays y lesbianas representan de 6 a 10% de la población de los países occidentales, concluiremos que solamente el prejuicio y la discriminación podrían explicar el desprecio por el conocimiento de tan significativo contingente demográfico.” ‘Etno-historia de la homosexualidad en América Latina’,  en Historia y sociedad (Medellín) 4 (diciembre, 1997), pp. 123-124.

4. Fabián Iriarte, ‘Un pezcuello tornado mujer: el discurso gay’, en Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas (Mar del Plata)  Año 4, No. 4/5 (1995) p. 206.

5. Cfr. Fernando Iturburu, ‘Heterosexualidad y diferencias generacionales en la literatura ecuatoriana’, en Revista Nacional de Cultura (Quito) 18 (septiembre-diciembre, 2012), pp. 41-57.

6. Alicia Ortega, Javier Ponce, Resígnate a perder, Kipus (Quito) 11 (I semestre, 2002), p. 164.

7. Loa autores antologados son: Pablo Palacio, Joaquín Gallegos Lara, Pedro Jorge Vera, Rafael Díaz Ycaza, Eugenia Viteri, Raúl Pérez Torres, Huilo Ruales Hualca, Yvonne Zúñiga Paredes, Jorge Dávila Vázquez, Leticia Loor, Ramiro Arias Barriga, Jennie Carrasco Molina, René Jurado R., Ernesto Torres Terán, Santiago Páez Gallegos, Raúl Vallejo, Adolfo Macías Huerta, Lucrecia Maldonado, Raúl Serrano Sánchez, Juan Carlos Cucalón, Marcelo Báez Meza, Juan Pablo Castro Rodas, Yanko Molina Rueda, Eduardo Adams, Esteban Mayorga, Carlos Vásconez, Javier Lara Santos, Diego Falcón Trávez, María Auxiliadora Balladares y Edwin Alcarás.

8. Georges Bataille, Madame Edwarda. El muerto, Barcelona, Tusquets, 2a. ed., 1988, p. 25.

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