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Poesía
Conquistar el silencio: 10 pretextos para imaginar a Blanca Varela
UNO
Aquello que el poeta nombra está contenido en el silencio. No tiene que ver con el objeto al que la palabra hace referencia, sino con el sentido que se derrama de la palabra al ser nombrada.
Palabra y sentido, mineral del mismo hueso.
DOS
“Los temas (de la poesía) no tienen importancia; es la calidad de lo que se dice, de lo que se escribe, de lo que se pone dentro del poema lo que hace que sea poesía o no lo sea. (…) La poesía es un tono, una voz, una cosa que nos toca” (Blanca Varela).
Canto Villano
Blanca Varela
y de pronto la vida
en mi plato de pobre
un magro trozo de celeste cerdo
aquí en mi plato
observarme
observarte
o matar una mosca sin malicia
aniquilar la luz o hacerla
hacerla
como quien abre los ojos y elige
un cielo rebosante
en el plato vacío
rubens cebollas lágrimas
más rubens más cebollas
más lágrimas
tantas historias
negros indigeribles milagros
y la estrella de oriente
emparedada
y el hueso del amor
tan roído y tan duro
brillando en otro plato
este hambre propio
existe
en la gana del alma
que es el cuerpo
es la rosa de grasa
que envejece
en su cielo de carne
mea culpa ojo turbio
mea culpa negro bocado
mea culpa divina náusea
no hay otro aquí
en este plato vacío
sino yo
devorando mis ojos
y los tuyos
TRES
Atrás, en la historia, la abuela, y la madre de Blanca Varela, tienen fe en la palabra. La primera canta mientras cuida los rosales. La segunda escribe valses llenos de nostalgia. Blanca, a su turno, traza versos teñidos por el musgo del recuerdo. Ella dice: “El hombre tiene como una memoria de la sangre, de los genes. Y hay personas que tenemos la facilidad, la disposición, para levantar esas compuertas para que este mundo de sueños, de pasiones, de estados de ánimo, de inclinaciones secretas, de furores, se haga consciente”.
CUATRO
Lima es una madera mordida por el desierto. Tendida sobre la playa, la ciudad ve florecer oleadas de jóvenes que se agarran con uñas y dientes a la balsa de la poesía. En 1950, Jorge Eduardo Eilson, Javier Sologuren, Sebastián Salazar Bondy, Washington Delgado, Carlos Germán Belli y Blanca Varela, se hacen al vacío. Una generación modelada en la entraña de la costa, erigida como una bandera sobre las costillas minerales de la palabra.
CINCO
A Fernando de Syszlo una fotografía de juventud lo retrata como un hombre delgado escondido tras su bigote. Junto a él, el nácar que baña el rostro de Blanca Varela, refulge como una antorcha en medio de la noche.
Son un matrimonio reciente arribando a París en 1949.
“Allí tuve la suerte increíble de conocer a Octavio Paz, que era una persona maravillosa, realmente. Nos hicimos amigos. Yo escribía muy poquito, pero le enseñaba mis cosas, aunque con mucha reticencia –hasta ahora ha sido así– y él me alentaba enormemente.
Un día le envié mi primer grupo de poemas, agrupados bajo el título de Puerto Supe. Él me respondió que ese título no le gustaba. Ese puerto existe –le respondí yo. Y, a vuelta de carta, él me escribía diciendo: Ese es el título: Ese puerto existe”.
SEIS
Un poema como un río robustece sus arterias en otras voces. Hace que sobre su fondo, punto de partida de la idea, emerja un lenguaje como la chispa entre las piedras, propia, única, y paradójicamente, ya existida.
Pero la voz del poeta no se ve alterada. Empata por el contrario con la de otros artesanos que han moldeado en las grafías similar sentido del lenguaje.
La voz de Varela se incluiría en los más diversos azulejos de un cosmos, tras los que se pueden leer los rastros de Gabriela Mistral y Alejandra Pizarnik, así como las cumbres de acero de Borges, Emilio Adolfo Westphalen, Octavio Paz, José Gorostiza, Gonzalo Rojas, Carlos Martínez Rivas y Gabriel Zaid. Y más allá, donde el tallo de la piedra ha sido cubierto por el mar, resuenan también Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez y Antonio Gamoneda.
SIETE
“Soy un simio, nada más que eso y trepo por esta gigantesca flor roja. Cada una de mis cerdas oscuras es un ala, un ser transido de deseo y alegría. Tengo veinte dedos hábiles y negros, todos responden a mi voluntad …” (De ‘Primer Baile’, en Este puerto existe).
OCHO
Reverbera el corazón de la memoria. Varela ha germinado dos hijos pequeños que se van convirtiendo, con el paso del tiempo, en árboles que proyectan gran sombra su nombre.
Amplia es la carrera del amor, como amplia la posibilidad de su fatiga: Lorenzo, el más pequeño, es levantado por el vapor de la muerte hasta perderse en el infinito.
Ese golpe mató a Blanca Varela. Como un martillo que estalla su fuerza sobre la semilla, bajo sus ropas solo quedaron los fragmentos.
NUEVE
“En el fondo hay una cosa que yo siento y que no ha visto nadie: yo soy un ser que lo utilizo todo; todo para la vida y por la vida, ¿entiendes? Trato de dar un sentido a mi desesperación, trato de hacer que sirva para algo. A mí lo que me desespera es el dolor por el dolor. Hay que transformar ese dolor, como en el caso del parto por ejemplo, en algo positivo”.
DIEZ
El poeta es responsable de todo lo que dice, y también de todo a lo que alude su silencio.