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Confesiones de un proyeccionista erótico

Foto: John Guevara
Foto: John Guevara
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La pornografía, como concepto o como industria, siempre ha estado ligada a la impudicia o la obscenidad, pero para Patricio Veloz ha sido su fuente de trabajo por más de 32 años, los cuales lleva como proyeccionista en el teatro Hollywood, especializado en presentar películas porno desde hace más de cincuenta años.

El legendario cine, localizado en el corazón del Centro Histórico de Quito, es muy conocido en la capital, a pesar de lo cual es muy difícil encontrar a alguien que confiese haber entrado a la sala para deleitarse mirando cintas como Viudas en calor, El imperio de los sentidos, El sexo que habla, Confesiones de una esposa insatisfecha o la mítica Emmanuel.

“Empecé este trabajo en 1968, cuando salí del colegio, en el desaparecido teatro Fénix”, cuenta el veterano proyeccionista, quien se considera el único en su especie. “Luego me pidieron, en 1978, que venga al Hollywood. Al principio lo hice más por curiosidad; la sala ya tenía la fama de ser la única en proyectar películas ‘prohibidas’ —como se las denominaba en ese entonces—, pero me quedé”, comenta, sonriente, con una expresión afable que transmite la sensación de que se está conversando con un viejo conocido.

Sus ojos cafés se abren brillantes a cada palabra que pronuncia y su rostro trigueño no representa los 62 años que tiene, tal vez porque su cabeza no muestra ninguna cana o porque sus movimientos conservan la agilidad de un muchacho.

“Cuando entré por primera vez al cuarto de proyección del Hollywood, me asusté un poco cuando miré por la mirilla del proyector y descubrí a una hermosa mujer totalmente desnuda y muy velluda”. Para salir de dudas, en aquel entonces el muchacho Patricio entró a la luneta alta y se enamoró de Luana Borgia, la famosa estrella del cine porno italiano de los años setenta.

Desde ese momento testificó el fenómeno en que se convirtió la polémica sala, durante las décadas de los ochenta y noventa. “Cuando estrenamos Viudas en calor, la cola para ingresar daba la vuelta a la manzana del sitio localizado sobre la calle Guayaquil, en pleno Centro Histórico de la ciudad, apenas a dos cuadras del Palacio de Gobierno”. Tal fue la locura generada por ese filme, que estuvo en cartelera más de tres meses, recuerda ‘Negrito’, como le gusta que lo llamen.

El dato lo tiene muy fresco en la memoria pues ninguna película que haya visto hasta ahora ha tenido ese nivel de asistencia —“Vendíamos mil boletos diarios”— y, sin lugar a dudas, ha sido la película más taquillera de todos los tiempos en nuestro país, pero nadie se ha encargado de registrar este tipo de datos, lo cual molesta un poco a Patricio, “esto también es historia”, comenta antes de levantarse y mirar por el visillo de la cabina para cerciorarse de que la película que está proyectándose no se haya desenfocado.

La asistencia era multitudinaria, señala ‘Negrito’, “siempre había decenas de personas esperando para entrar a primera hora, cuando no alcanzaban a comprar seguían formados pacientemente hasta el siguiente turno”. Eso también reactivaba la venta del periódico, “como la boletería se encuentra en la parte frontal de la avenida, era un camuflaje perfecto: casi todos hundían sus cabezas entre las secciones del diario mientras la fila avanzaba”.

En otra ocasión, cuando estrenaron Emmanuel, recuerda que tuvieron que llamar a la Policía, pues la gente se amontonó en la puerta de ingreso: “Tiraron gas para que las personas se calmen porque estuvieron a punto de romper las seguridades del teatro”.

Pero a Patricio las que más le gustan, fílmicamente, son las clásicas. Sus filmes preferidos son: Ben-Hur, Dr. Shivago y Lo que el viento se llevó. “Me encanta ese tipo de cine”, dice, y se reconoce como coleccionista.

La aparición del DVD le permitió encontrar una película que siempre quiso mirar, La danza de los vampiros de Roman Polanski, “gran película”, comenta antes de levantarse otra vez a verificar que Las noches de Mitsuko siga enfocada en la pantalla de la sala que a las cuatro de la tarde apenas tiene unos ocho asistentes desperdigados en la luneta con capacidad para 220 personas.

Lo que más recuerda de tantos años trabajando en el cine es la vez que tuvo que parar una proyección porque a uno de los asistentes le dio un ataque al corazón en medio de la luneta. “Entré a verificar la novedad y cuando prendí las luces, la gente efusivamente me gritó que saque al muerto para poder seguir mirando la película”, recuerda con humor.

En otra ocasión, cuando nos sacudió el terremoto en 1985, el edificio empezó a moverse, “yo salí corriendo asustado y me paré al frente del teatro, las ventanas de los edificios contiguos se rompieron”, cuenta emocionado el proyeccionista, “pero ninguno de los asistentes a la película salió del teatro”. Al poco rato le tocó entrar de nuevo porque los asistentes empezaron a gritar para que colocara rápido el rollo de la segunda parte, “hasta ahora no entiendo cómo no sintieron el movimiento de tierra si fue bien fuerte, desde afuera el encargado de la puerta me hizo señas con linterna en mano para que vaya rápido a poner la continuación.

El trabajo que ha realizado este hombre, afable y de suave trato, por más de cuatro décadas le ha permitido mantener a su familia. Su hijo mayor es oficial de la Policía y el otro trabaja como auditor en una empresa privada. “Nunca prohibí a mis hijos que vengan al Hollywood, pero no lo hacían, alguna vez entraron con los compañeros del colegio, pero solo por un instante con el pretexto de recoger algún encargo”, recordó.

De todas maneras, el cine porno ha marcado su vida, le ha dado trabajo todo este tiempo y gracias a eso pudo construir su propia casa, incluso le ayudó a ‘escoger’ a su esposa, “mi mujer es muy hermosa”, comenta orgulloso, “tiene los pechos de Luana Borgia y el trasero de Rossana Doll”, las divas del porno italiano. Pero Patricio Veloz no tiene muchas esperanzas de que el Hollywood pueda seguir abriendo sus puertas por mucho más tiempo: “Ya no hay mucha gente, con el DVD y el Internet ya no acuden como antes”, comenta apenado, justo cuando la película termina. Entonces, se levanta apurado, prende las luces y enseguida alista Rebecca para la siguiente función.

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