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Buenos Aires, el espejo de Borges I
Y sentí Buenos Aires.
Esta ciudad que yo creí mi pasado
es mi porvenir, mi presente;
los años que he vivido en Europa son ilusorios,
yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.
Arrabal, en Fervor de
Buenos Aires.
Prefacio pop
Acabo de llegar, / no soy un extraño, / conozco esta ciudad, / no es como en los diarios, / desde allá…, canto la canción de Charly García, cuando el autobús de la cooperativa Almirante Brown que me ha conducido de La Quiaca a Buenos Aires se detiene en la estación de Retiro.
Perdida la seguridad del habitáculo en el que he habitado las últimas 30 horas, detengo un taxi y le pregunto a un conductor joven que en Ecuador podría ganarse la vida como modelo, cuánto me cobra por llevarme a la avenida 9 de Julio.
—Yyyy, lo que marque el taxímetro. Serán unos 20 pesos —me dice con una amabilidad que destruye, de entrada, el mito de la arrogancia argentina.
—¿Sabes de alguna hostal no muy cara? —le pregunto mientras me siento junto a él y acomodo la cansada mochila entre mis piernas.
—Sé que hay, pero la verdad no sé dónde, tendría que buscar —me responde, y después de reflexionar un momento, continúa —: ¿Y por qué querés ir al Centro?
—Para estar cerca de las librerías, de los teatros. ¿Crees que es mala idea?
—Y sí, es viernes por la noche, la cosa se pone complicada, podés pasar un mal rato.
—¿Podrías recomendarme algo?
—Yo te recomendaría Palermo. Hay varias hostales. Buscás alguna ahora, y mañana, con más calma, vas al Centro.
Acabo de mirar, las luces que pasan, acabo de cruzar, la plaza, las razas y el color… y siento un nudo como familiar…, estábamos en Palermo, el barrio de Charly, pero también y, sobre todo, de Jorge Luis Borges. ¡TANGO!
Palermo
En Viajar sin ver, el Ibook que a propósito de mi travesía había descargado en el Ipad desde un hotel de Lima, Andrés Neuman, premio Alfaguara 2011, dice: “A estas alturas, cuánto mejor que Borges le sienta a la joven narrativa argentina el (mal) aliento de Onetti”.
Lo cierto es que más allá de las preferencias y los instintos vanguardistas de los jóvenes asesinos, en Buenos Aires todos los caminos conducen a Borges.
—¿Dónde queda la casa de Borges? —le pregunto a una mujer estacionada, gracias al footing, entre los 50 y los 60 años, que ha salido a pasear con su caniche por la calle Serrano, actualmente, calle Borges.
—Dos cuadras más abajo. Y poco antes de llegar a la plaza hay una placa que indica el lugar donde, según él, se habría fundado la ciudad. Aunque en realidad, no sé si todavía esté porque aquí todo lo roban o lo dañan —comenta con un poco de dureza y mucho de injusticia, pues si bien encontré la placa manchada, por cada forajido con cerebro de aerosol que anda pintarrajeando las esculturas de la ciudad con un tarro de pintura amarilla, hay cientos de personas que se indignaron al encontrar al Flaco Olmedo y a su compinche Javier Portales repentinamente enfermos de hepatitis A, y no, como a ellos les habría correspondido, tipo C.
En Serrano 2135, casi esquina con la calle Guatemala, hallamos la casa, o al menos el fantasma de la casa a la que Borges se mudó cuando tenía 12 años de edad; casa de dos pisos, construida con ladrillo visto, ventanas con rejas de cuadros y, sobre todo, resguardada por una puerta con cuatro marcos escalonados y en punta. Arriba, a un costado, una placa blanca en la que puede leerse:
Serrano 2135
En este solar vivió
Jorge Luis Borges
(1889 – 1986)
Durante su infancia desde
1901 hasta 1914
Estaba en el ámbito en el que Borges se refugiaba de las burlas de las que era objeto en el colegio Manuel Belgrano por vestir corbata y cuello duro, como un dandi de 9 años; en el lugar donde había crecido jugando con su hermana Norah y triceratopos y estegosaurios en miniatura, leyendo a Rudyard Kipling, Mark Twain, Poe, Lewis Carroll, José Hernández, Faustino Sarmiento…
Es probable que Borges haya visto, desde su aleph, a un sujeto que un siglo después de que él viviera allí, llegaba a su casa modificada, y se paraba, en su puerta gótica, a tomarse fotografías… Y es que es probable que haya pedido, para poder hacerlo, un “secreto milagro”, y es posible, por qué no, que se lo hayan concedido.
La vuelta
Al cabo de los años del destierro / volví a la casa de mi infancia / y todavía me es ajeno su ámbito. / Mis manos han tocado los árboles / como quien acaricia a alguien que duerme / y he repetido antiguos caminos / como si recobrara un verso olvidado.
En Fervor de Buenos Aires.
Calle Borges
En la calle Jorge Luis Borges 1750 1700 esquina El Salvador, encontramos el lugar donde, según el escritor, habría sido fundada la ciudad. En una pared color beige, enferma de grafitis, una placa transparente, con el poema Fundación Mítica de Buenos Aires, escrito a dos columnas. Lo bajo de la pared, incompleto:
Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
por un mar que tenía cinco lunas de anchura
y aún estaba poblado por sirenas y endriagos
y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
Durmieron extrañados. Dicen que en el riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga…
Me imaginaba al maestro saliendo de su casa, lenta, parsimoniosamente, vestido con chaqueta gris, camisa blanca, corbata negra; caminando por la avenida, resolviendo los enigmas del tiempo, del infinito, de los espejos, caracterizando catoblepas, imaginando el duelo a cuchillo del mismísimo Juan Muraña.
Las cosas, desde luego, han cambiado mucho desde que Borges vivió allí; de hecho, cuando el escritor nació, Argentina se había independizado de España tan solo 85 años antes, y cuando se mudó a la casa que acababa de visitar, “Palermo estaba en los corroídos bordes norteños de la ciudad, y mucha gente, acaso avergonzada de vivir allí, decía de una manera imprecisa que vivía en el norte. No era un barrio de mala gente, sino más bien un barrio de gente de disminuida estirpe. Pero claro, sin duda lo que le dio mala fama fueron los rufianes y los compadritos, famosos por sus peleas a cuchillo”.
Las cosas han cambiado mucho desde que Borges vivió allí. De vez en cuando, sin embargo, una carroza tirada por caballos, deja entrever el ayer…
Buenos Aires
Antes, yo te buscaba en tus confines / que lindan con la tarde y la llanura / y en la verja que guarda una frescura / antigua de cedrones y jazmines. / En la memoria de Palermo estabas, / en su mitología de un pasado / de baraja y puñal y en el dorado / bronce de las inútiles aldabas, / con su mano y sortija. Te sentía / en los patios del Sur y en la creciente / sombra que desdibuja lentamente / su larga recta al declinar el día. /Ahora estás en mí. Eres mi vaga / suerte, esas cosas que la muerte apaga.
En El otro, el mismo.
Zoológico
En Buenos Aires, Borges aparece donde uno menos lo espera, y el Zoológico, que a fin de cuentas estaba en su barrio, no es la excepción. Al contrario, debido a las interminables horas que el escritor pasó frente a la jaula del tigre y a que le dedicó no uno, sino dos poemas, una de las primeras cosas que uno ve al ingresar es un tríptico que tiene, a la derecha, la imagen de un tigre de Bengala; al centro, al escritor; y a la izquierda, el El oro de los tigres, poema que da título al libro que publicó en 1972:
Hasta la hora del ocaso amarillo
cuántas veces habré mirado
al poderoso tigre de Bengala
ir y venir por el predestinado camino…
El otro texto que Borges le dedicó a los tigres del Zoológico de Palermo, está en Historia de la noche, libro de poemas que data de 1977:
El tigre
Iba y venía, delicado y fatal, cargado de infinita energía, del otro lado de los firmes barrotes todos lo mirábamos. Era el tigre de esa mañana, en Palermo, y el tigre del Oriente y el tigre de Blake y de Hugo y Shere Khan, y los tigres que fueron y que serán y asimismo el tigre arquetipo, ya que el individuo, en su caso, es toda la especie. Pensamos que era sanguinario y hermoso. Norah, una niña, dijo: Está hecho para el amor.
En el Zoológico de Palermo acaba de ocurrir algo que parece un trabalenguas, acaban de nacer tres tigres. Tres tigres que parecen, perdón la cursilería, de juguetería y no de zoológico, de edredón de adolescente bella y enamorada y no de zoológico, y por supuesto, se ha emprendido una campaña para bautizar a los felinos. En la entrada, los guardias entregan al visitante un papel en el que se le pide sugerir nombres para los nuevos habitantes del parque. Yo pensé que en honor a la tinta que Borges le ha dedicado a Palermo, a su zoológico y a sus tigres, que uno debería llamarse Jorge, otro Luis, y el tercero, más sagaz e inteligente: Borges. María Augusta me dijo que se los dijera, le contesté que no, que son los bonaerenses quienes merecen bautizar a sus hijos.
En la segunda entrega de “Buenos Aires, el espejo de Borges”, arrancamos con “Borges, mi guía de turismo”...