Publicidad

Ecuador, 06 de Julio de 2025
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
+593 98 777 7778
El Telégrafo
Ecuado TV
Pública FM
Ecuado TV
Pública FM

Publicidad

Comparte

Cine

Aquello que recuerdo de Kieslowski

-

El abandono es el mejor método para que esos recuerdos sean cada vez más agradables. ¿Que qué voy a hacer ahora? Vivir, voy a vivir.

Krzysztof Kieslowski

Krzysztof Kieslowski me llegó con nombre y sin rostro. Como mito religioso y opuesto a una vida tranquila, y de repente se convirtió en parte de mis opciones. Antes de empezar la escuela de cine, los directivos, ante mis respuestas en una entrevista de incorporación, me previsualizaron dos caminos ‘profesionales’: tal vez tengas que hacer cine espiritual como Kieslowski, o quizá el cine no sea lo tuyo y debas retirarte a Nepal. Se rieron, supongo que acostumbrados a decir cualquier barbaridad. Por el contrario, el estómago me pateó: la idea de que vieran en mí a un monje budista fue voluptuosa, pero yo ya había decidido ser cineasta, y descubrí que detrás de sus risas amables y sardónicas, ellos intuyeron que, en realidad, el cine para mí era solo una excusa. Sin embargo, reí. No podía evidenciar frente a ellos que no tenía puta idea quién era ese tal Kieslowski.

Diez años después…

La muerte de un niño

Qué grandísimo cabrón…

La conclusión era inequívoca: Kieslowski, para demostrar que Dios existe, mató al niño. Ahogado, congelado, desilusionado, hasta el último segundo de su padre, que se equivocó fatalmente.

Sucedió en su Decálogo 1, Amarás a Dios sobre todas las cosas: un padre soltero le dice a su hijo que Dios no existe. Le enseña a jugar ajedrez, a usar la computadora para pronosticar el clima, medir velocidades, apagar luces y alguna cosa más… Un cursor titila sobre una pantalla verde. La computadora personal tiene el aire de todo lo nuevo. El niño sabe algo, vio un perro muerto y eso le bastó para conocer. Claro pues, ¿a dónde van los perros muertos?

¿Cómo se lucha contra el frío desde la certeza? El grosor de la capa de hielo sobre el lago era exactamente el mismo que la computadora calculó. No se equivoquen, pues la máquina no lo hizo. Ella llegó a un resultado lógico perfecto. El padre calculó bien, lo comprobó decenas de veces, midió el grosor del hielo en persona. No fue accidente ni intervención divina. ¡El que abrió el hueco fue Kieslowski, el muy cabrón! El que necesitaba creer en algo era él mismo: mató al niño y desgració al padre para aprender a creer en Dios.

Nosotros estábamos en ese lugar gris y estúpido al que nos llevan los argumentos: el espacio cómodo y neutral de pensar que alguien debe salir victorioso.

Afortunado yo

Divago en YouTube. Es quizás el mejor sitio de internet para divagar, o por lo menos el que mejor te puede sorprender. Hace ya algunos meses que descubrí una banda gringa que me enganchó con el título de una canción y el nombre del disco: ‘Sorrow’, de High Violet. Me engancha también la imagen del video: una mujer (creo) de pelo corto, acostada bocabajo, ¿desnuda?, con un cigarrillo en su brazo extendido. Toda ella (o él) en desenfoque. Lo único que se distingue con claridad es el humo. Imagen un poco cliché, pero bastó. Clic.

Sorrow found me when I was young/ […] cause I don’t wanna get old, do you?/

I don’t wanna get old, do you?”

The National resultó ser una de las bandas menos hipsters en este entorno de música indie ligera, y gracias a ella di con el primer corto de Kieslowski: Tramwaj.

Es cierto, poner un tema musical sobre un cortometraje, convirtiéndolo en un videoclip, puede parecer humillante, más aún si se trata de KK. Pero ‘Lucky you’ es una canción que, por su simpleza y nostalgia, nos empuja a decir, no tan convencidos y manteniendo la pose de cineasta, gracias por hacerme ver un cortometraje que, de otra manera, nunca hubiera visto. Incluso llegas a perdonar que —luego de enterarte por los comentarios de la gente— le hayan mochado dos minutos al corto original. Es decir, soundtrack nuevo y reedición realizada por un ilustre desconocido de alias ‘Yymor’.

La versión se deja ver. La ingenuidad de la primera vez, el blanco y negro en altísimo contraste (debido, seguramente, a la falta de equipos de iluminación y la pésima compresión de YouTube), y la frustración. Un joven sube al tranvía de noche y lo quedan viendo como bicho raro, o no lo ven. Él, que lo está descubriendo todo, encuentra a una mujer reflejada en la ventana. Sentada, obviamente, sola. Se ven. No cruzan palabra. Viajan juntos, ella incluso sonríe, él se aventura a hacer el ridículo. Pero no cruzan palabra ni se acercan. El traqueteo y la noche hacen que ella se duerma, y él, obediente a la tristeza adelantada, sin intentar despertarla, aprovechar para besarla o tan solo quedarse ahí, baja en la estación que se impuso como un destino donde conocer la nostalgia.

Extraña coincidencia: la música, Kieslowski y el tren me recuerdan a Adoum: “[…] se trata del viaje a una mujer. Como a una ciudad/ a la que no se llega por invisible, por distante./ Y si uno llegara y estuviera allí, en ella,/ va a tratarse, con esa música, de una separación/ que será para siempre, como siempre […]”1.

Payasas, el llanto y el cine

Varios años después de ver Azul, terminé de ver la trilogía contigo, acostados en mi cama que tú llamabas de soltero. Tenía la expectativa de que Rojo fuera un poco más Azul y mucho menos Blanco, sobre todo por esa escena de Azul donde alguien sale desnuda, o algo así. También por el sentido del humor: descubrí que a Kieslowski le iba mejor el humor tipo me invento un personaje épico con nombre imposible que hace música monumental, que ese humor del tipo de Blanco, que no sé ni cómo describir.

Cuando la película terminó, con esa escena melodramática donde los personajes principales de la trilogía se encuentran en gran coincidencia, en medio del mar, tú llorabas. ¿Por qué le paran tanta bola al cine?, me preguntabas llena de frustración. ¿Por qué tanta plata? ¿Por qué nos abandonan tanto a nosotros?

Me quedé como idiota tartamudeando alguna estupidez, sabiendo, eso sí, que alguna parte de tu reacción se debió a Rojo, y que eso ya empezaba a contestar tus preguntas. Pero no dije nada, sabía también que tenías razón, que el cine es un monstruo que (casi siempre) pervierte, (casi siempre) deforma, (siempre siempre) devora. Y como escena melodramática, en ese sobrecogimiento, tú, Kieslowski y yo, coincidimos.

Cuando decidiste ser payasa (no clown, payasa), quedaste indefensa frente a la sociedad: a pesar de ser de la estirpe de los jeiocas2, de los bufones, del Guasón, es decir, de la familia de los que han hecho que las cosas fofas y perversas de la Historia como la ciudad, el teatro de los siglos X al XV3 y Batman, tengan gracia y oportunidad de evolucionar; a pesar de eso, la sociedad nunca reconocerá que haces posible que las cosas de la vida no se vayan al carajo, te abandonarán en la calle y el parque, sin fondos de cultura ni coproducciones, siempre mitificando y venerando al chamán, al teatro isabelino y, bueno… a Batman; lo hacen justamente a través del cine, del conglomerado de aparatos y negociaciones multinacionales, tecnología de punta y presupuestos obscenos. Lo que sobra vivo detrás de todo eso es el cine que Kieslowski intentó hacer.

Me gusta creer que, intuyendo su muerte, sin fuerzas para seguir haciendo ese cine, se retiró del todo, completando su paulatino abandono iniciado décadas atrás, cuando renunció a hacer documentales por “miedo a esas lágrimas verdaderas”4, buscando la tranquilidad que no supo construir, dejándose morir como el viejo de su Rojo, conectado clandestino a cientos de voces desconocidas, los recuerdos de haber sido juez y parte, la mansión que solo permite el pasado... No me acuerdo mucho más porque, finalmente, estabas acostada en mi cama de soltero.

Notas

1. ‘Podría ser también’, de Jorge Enrique Adoum.

2. Personas de alta jerarquía en ciertas tribus indias de Norteamérica. Los caracterizaba su desenfreno y desatadura de las formalidades de la comunidad.

3. Época en que el teatro pierde relevancia aparente. Las expresiones artísticas se sustraen al dominio religioso. Quienes escapan de la censura son los bufones, pues tienen la ventaja de ser considerados “poco serios”. Así, en la Comedia del Arte italiana y el Teatro francés de los siglos XIV y XV, los bufones y teatreros populares logran crear un discurso crítico adornado de comedia, cimiente del Teatro isabelino.

4. Entrevista dada por K. Kieslowski.

Publicidad Externa

Ecuador TV

En vivo

El Telégrafo

Noticias relacionadas

Pública FM

Social media