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Vagón 204
Apuntes sobre el circo I (Fellini – Clowns – Mirar)
Uno
(7 de abril de 2014)
Esta noche, el señor Federico Fellini me ha hecho inmensamente feliz. Valió la pena haberme escapado del atolladero en el que estaba metida para ver al menos la última parte de I Clowns, una de mis películas fetiches, un documental que rinde tributo al fascinante mundo de los payasos; un viaje de noventa y dos minutos por los circos europeos más destacados de la vieja guardia.
Creí que nunca llegaría a verla en el cine. Afortunadamente, la Casa de la Cultura decidió proyectarla en una retrospectiva dedicada al maestro italiano; y aunque solo pude ver los doce últimos minutos de la película —justo cuando se anuncia la muerte del payaso Augusto (que es la escena que más he repetido porque es la única subida en Youtube)—, esos doce minutos bastaron para volverme más niña que de costumbre, incluso la risa se me arrancó tan fuerte en ciertos momentos que un par de niños también ejercieron su derecho a la espontaneidad.
I Clowns es una joya del género. Fueron tantos los estímulos visuales que mi cerebro sigue emitiendo una carga de imágenes ‘bizarras’. Hace mucho que una película no me causaba tanto placer; por momentos parecía que todo ocurría en un solo sitio, que no existía pantalla, que las viejas butacas del circo se extendían y continuaban hasta la mía; un espectáculo en vivo. Al final: música rebotando en un teatro vacío, música saliendo de dos payasos que —a fin de cuentas— son todos los payasos del mundo, sus mismas risas estáticas y detrás de ellas la tristeza de saber que al final todas las luces se apagan. Hace mucho no aplaudía tanto ni me quedaba hasta acabar de leer todos los créditos. Una vez encendidas las luces de la sala vi que todos se habían marchado. Pese al silencio, Nino Rota siguió sonando; su música fue la cuerda sobre la que caminé hasta llegar a casa.
Dos
Supe por primera vez de esta película gracias al actor y dramaturgo ecuatoriano Roberto Sánchez, a quien conocí en septiembre de 2013, cuando escribí una reseña sobre Arlequín de pies ligeros, la obra que dirigió tras haber ganado el Fondo Iberescena. Se trataba de una pieza basada en La muerte alegre del dramaturgo Nikolai Evreinov, con textos de I Clown de Federico Fellini y otros de Roberto Sánchez y de la actriz María Elena López. Una historia realizada a partir de la comedia del arte, género nacido en el siglo XVI, en Italia, y cuyas características principales son el uso de las máscaras y la improvisación alrededor de una trama sencilla. El mérito fue trasladarlo a un lenguaje popular.
Recuerdo que una vez encendido el escenario no sabía si lo que veía era una fiesta o un funeral, y esa ambigüedad era lo que más me atraía. Pasados los primeros segundos, daba lo mismo, la risa se imponía, puro humor fino. Fellini estuvo presente en toda la primera parte con evocaciones a la escena final, la del funeral del payaso Augusto. La Muerte, en consecuencia, fue la verdadera protagonista, el humor su columna vertebral.
Tres
(5 de mayo de 2014)
He conseguido finalmente la película completa. La he visto con Mijail esta madrugada. Demasiadas escenas luminosas. Si pudiera rescatar algunas de estas sería, por ejemplo, aquella en la que se cuenta la historia del francés Jim Guillon, el primer creador del Augusto, el primer gran clown, famoso por lograr cubrirse la nariz con el labio inferior. En la película se recrea el final de sus días. Se dice que Guillón era gracioso y desdichado, bebía mucho y acabó recluido en un hospital. Una vez se enteró de que Footit y Chocolat habían llegado a la ciudad con un nuevo circo. Dos célebres clowns a los que no había visto nunca, por lo que burló la seguridad y terminó escapándose del hospital para asistir al show. Durante el espectáculo, Jim Guillon aplaudía y tosía a partes iguales, agonizaba y reía, hasta que, finalmente, luego de que se acabara el espectáculo, se lo encontró sentado, con una sonrisa en los labios, muerto.
Cuatro
Otra escena que rescato es cuando se sientan a comer a la mesa payasos, domadores y funambulistas, sin los trajes de luces, con los rostros lavados. Sus conversaciones —junto al más grande historiador de circos, Tristam Remy— giran en torno a la cotidianidad del circo: si el tigre debe o no comer antes de la función, cuál es la diferencia entre un clown blanco y un Augusto, qué pasa con los clowns enanos, quienes se encargan de diseñar el vestuario para convertirlos en personajes únicos en el mundo, entre otros. Pero la que me dejó temblando fue aquella en que tres payasos ofrecen una función en un psiquiátrico, lo impresionante de ver a tres ángeles surrealistas volando y tocando acordeones azules y clarinetes, mientras los locos ríen admirando lo que los mortales, muchas veces, no alcanzamos a entender.
Cinco
Admiro a quienes transforman sus obsesiones en algo digno de ser visto mil veces sin cansarse. Admiro todo aquello que invita a una nueva lectura. La sorpresa que nos puede generar pasar la vista por una imagen varias veces y observar cosas distintas, releer un párrafo subrayado hace muchos años y reconocernos (o desconocernos) en él o mirar con la mano el movimiento profundo que habita en toda escultura. En este caso admiro lo que Fellini supo transformar en imágenes. El circo era algo que desde niño le perseguía y esta película fue una forma de saldar cuentas consigo mismo. Desde muy pequeño supo reconocer distintos Augustos en las calles de Rímini, su pueblo natal: el vagabundo Giovannone, simpático y cortejador de campesinas; la monja enana que pasaba la mitad del tiempo en el convento y la otra en el manicomio; Giudizio, que enloquecía al ver películas de guerra y salía a pelear con su uniforme.
El mundo, y no solo mi pueblo —decía el director— está poblado de clowns. Mientras realizaba el filme, veía desde el auto personajes bufonescos en las calles, viejas ridículas con sombreros absurdos... melenudos con gabanes descocidos... y un obispo con aspecto de momia dentro de un coche...’.
Mirar. Fellini sabía mirar. Por eso en este filme se halla todo lo bello y lo enfermo del mundo. Podría verla toda la vida y no me cansaría. “El payaso es a la humanidad como al hombre es a su sombra. Representan las crueldades y maravillas a través de la risa”. Fellini tenía razón. Al fin y al cabo, la vida es una carpa extendida —invisible— en la que todos, tarde o temprano, nos travestimos.