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Andrés Neuman: ‘Mientras me ducho canto con distintos acentos’

He leído 60 páginas de Hablar solos antes de obligarme a escribir esto. Las he leído de una sentada, y con cargo de consciencia, porque ya es muy tarde, casi de madrugada, y en lugar de leer una novela debía haber estado escribiendo este texto. Con culpa, porque debía haberla leído antes de entrevistar a Andrés Neuman. Con culpa, como cuando Hernán Casciari escribió su texto Messi es un perro, un enfermo, porque estaba “en mitad del cierre del número 6” de la revista Orsai.

Es talvez lo que habría hecho Neuman, un sujeto que duerme muy poco.

“He tendido a ser una de esas personas insensatas que sienten que durmiendo pierden el tiempo. Sé que me equivoco. La realidad me parece tan fascinante y demandante que me da pena no estar despierto las 24 horas”.

Postergar el sueño, postergar otras cosas, por aquello que a uno le fascina… Es talvez por eso que su aspecto es el que es. Acaso es una afortunada casualidad fisonómica: Los ojos parecieran saltarle de las cuencas, como si los párpados los retuvieran a la fuerza, como si fuera un polluelo que rompe el cascarón y ve el mundo con atención por primera vez.

Escribir es una forma de tomar consciencia.

“Del mismo modo que uno despierto toma conciencia de lo que soñó, tengo la impresión de que uno escribiendo toma conciencia de la realidad, como un estado de semireflexión y automatismo. Hay cosas que pasan más o menos desapercibidas hasta que las escribimos”.

Mientras le muestro la edición de EL TELÉGRAFO del jueves 17 de octubre -día en que fue publicada la entrevista-, el sujeto agarra su pluma para empezar a encerrar la breve cita que compone el titular de la portada que anuncia el texto interior, y termina el círculo con un rabillo de globo de texto que apunta hacia la boca del Neuman impreso en la primera plana.

En ese momento, recuerdo algo que ya había pensado minutos antes: Andrés Neuman pareciera haber sido dibujado por un caricaturista japonés. La manera en que abre la boca cuando luce distraído, mostrando por completo los incisivos superiores, le termina de agenciar ese aire de personaje de manga.

El duelo termina cuando se verbaliza

Contada toda en primera persona -al menos hasta la página 60-, Hablar solos es una novela en que una de las voces, Elena, “dice cosas muy políticamente incorrectas”. De esas que las personas a las que les ha tocado cuidar a un ser querido enfermo -que es lo que le ha tocado a Elena- “no se atreven a confesarse ni a sí mismos”, dice Neuman.

Consciente de que su marido tiene una enfermedad terminal, Elena tiene un reencuentro con la literatura.

“Y empieza a buscar libros que nombren lo que ella no se atreve a nombrar y se convierte en una subrayadora de libros dolorosos. Y eso a ella le sirve de catarsis. En lugar de tenerle miedo a esas lecturas, se da cuenta de que solamente nombrando se puede hacer el duelo. El duelo no termina hasta que se verbaliza.

La extranjería de la lengua materna

Neuman es un autor hispano argentino que tuvo que aprender a hablar el español de España, esa versión del idioma que es tan buena para dejarse disfrutar cuando la entona un nativo como para destrozar los diálogos de una película en el doblaje.

“Sho hablo español castizo en España desde que soy niño. Sho hablo con ‘zeta’, con ‘vosotros’ y con todo eso sin ninguna dificultad. Cuando vengo a América Latina, me sale el argentino naturalmente”.

El 17 de octubre, Neuman hablaba de microficciones en la Universidad Casa Grande de Guayaquil. Era uno de los eventos que Palabra Lab había organizado para Ciudad Mínima, encuentro que lo trajo como invitado. Ahí, mientras daba autógrafos, se le escapó un breve dejo de ese español castizo mientras le ofrecía un asiento a una estudiante que hacía cola para que le firmara un libro.

Cuál es su idioma. Es difícil saber, porque ninguno -dice- es el verdadero.

“Sho hablo conmigo mismo de forma distinta según la hora, el día y el lugar en el que esté. Mientras me ducho, canto con distintos acentos dependiendo de dónde esté”.

Pero fuera de la anécdota del migrante que cambia su acento, al escritor le fascina el español, esa lengua extendida y versátil que tiene versiones por todas partes, que cambian según las fronteras. Esa que en Puerto Rico se permite un “llámame pa’trás”, traducción de call me back que renuncia a un ¿correcto? “devuélveme la llamada”.

“Tuve que traducir del español al español. Y eso hizo que hasta el día de hoy, la lengua en la que ahora estamos hablando y aparentemente nos entendemos es una lengua que a mí me parece extranjera”.

Se detiene a pensar en las voces que les quiere dar a sus personajes.

“En mis libros hay distintos registros dialectales. He escrito muy en ibérico en algunas novelas y con un toque más argentino en otras”.

Cuando a Neuman le gusta algo que lee -“y muy ocasionalmente, cuando me gusta algo que escribo”- lo pronuncia en voz alta. Necesita que le suene convincente. Y se sorprende de cada palabra. Para él, es como estar leyendo una lengua extranjera.

“¿Viste cuando uno está aprendiendo una lengua extranjera que es extraña todavía? Siento que recupero la extranjería de la lengua materna”.

Y es que las nociones sobre la extranjería -pareciera obvio- es vital para él en la literatura. Tanto la que escribe, como la que lee. “Uno no se parece a quien quiere, sino a quien puede”, dice cuando le pregunto qué autores lo influyen.

Podría responder que Rilke, Goethe o Bolaño. “Puedo querer parecerme a Borges y escribir como Corín Tellado”. Invocar a los grandes autores -dice- no basta para agenciárselos.

Pero prefiere citar a los autores que le interesa leer, antes que aquellos que lo influyen en sus textos, porque si fuera así, “mentiría”.

Y entonces sí empieza el desfile de nombres: Becquet, que dejó el inglés para escribir algunas de sus grandes obras en francés; Conrad, que pasó del polaco y escribió -“maravillosamente”- en inglés, igual que Nabokov, que revolucionó el inglés desde la extranjería, que “era preciosista porque era extranjero”.

“Mirá Gombrowicz, el polaco que revolucionó la literatura argentina. Que yo sepa, nunca escribió en Español”. Y es una figura clave en la tradición nacional. Y es que a Neuman le interesan -entre otros muchos- escritores que han tenido “esta experiencia de extranjerización”.

“Algunos lo hicieron cambiando de idioma y eso me interesa mucho, porque rompe el esencialismo. Esa esencia puede ser un país, una lengua... una ideología política. Son escritores a los que les cambió lo que pensaban que nunca les iba a cambiar”.

La abuela olvidó que fue pobre

Aquella idea de la extranjería le ocupa la cabeza, también para pensar en la actualidad.

“Tengo otra patología: No puedo dejar de mirar Latinoamérica desde Europa y Europa desde Latinoamérica. Tengo un pie en cada lado, esté donde esté. Mi punto de vista está dividido”.

Neuman nació en 1977, en dictadura. Como la mayoría de los niños, anhelaba ser futbolista, como casi ningún niño, quería además ser escritor.

“De niño mi verdadero sueño era ser delantero de Boca Juniors y escritor. Y me parecían dos cosas completamente compatibles”.

Parte de su familia fue secuestrada o exiliada. De niño vivió la hiperinflación, la moneda cambió 3 o 4 veces: del peso al austral, del austral al peso… Aún muy joven, se fue para siempre a España, a la que adoptó como algo mucho más profundo que una segunda patria (según el momento o el lugar, como ya explicó, puede ser la primera).

En su blog -Microrréplicas- ha escrito de la crisis en España, en Europa. Le parece grave, es crítico... pero le sorprende la forma en que la gente enfrenta la situación.

“Yo estaba seguro de que iba a haber una crisis y estaba esperándola. Pero me llama la atención lo aterrado que está todo el mundo en Europa... en Alemania dicen ‘¡Ay, la bolsa está bajando!’ ¡La puta madre! Alemania estaba toda derrumbada hace 60 años”.

Para él, Europa es como una abuelita que olvidó que alguna vez fue pobre.

“Quiero decir que un latinoamericano sabe que su país se puede ir a la mierda en cualquier momento. Creo que estamos un poco inmunizados: Nacimos en el abismo. Lo sospechoso es que las cosas vayan bien". 

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