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Amor más allá de Madrid

Amor más allá de Madrid
24 de noviembre de 2014 - 00:00 - Paúl Puma, poeta

A un vagabundo se lo ubica por los zapatos, sobre todo por los zapatos. Parece que los zapatos se empeñan en envejecer tan rápido que uno siempre los ve rotos, salpicados de caminos, sucios, hecho pedazos; pero lo interesante es que pese a todo, los benditos zapatos siempre están dispuestos para el vagamundo. Hacen un convenio para ver cuál de los dos termina en la basura primero.

 

Ubaldo Gil

 

 

Quizá sirvan estas palabras para enunciar aquello que no alcancé a decir pero que quise, cuando apareció oficialmente la novela Amor más allá de Madrid de Ubaldo Gil Flores.i Tengo que reconocer que el presente texto se me vuelve arduo. Es para mí imposible desprenderme de la experiencia de amistad que tuve con el autor (Manta, mayo de 1965-diciembre de 2013). Siempre he creído que el escritor escribe porque no sabe escribir. Intenta y falla casi siempre. El asunto es equivocarse lo suficiente y luego mucho más para pensar en publicar. Ubaldo creía igual.

 

Gil era un hombre que detestaba las etiquetas. Estoy seguro de que a él no le hubiese gustado leer adjetivaciones para halagar o soslayar su texto, ni lugares comunes rimbombantes muy utilizados en esta época por escritores que aún no adquieren plenamente el oficio escritural y que pudiesen incorporar su novela a un ‘canon literario ecuatoriano’ del que él desconfiaba.

 

Su escritura no pretende y punto: no tuvo, no tiene pretensión. La obra de Ubaldo Gil se escribió y editó desde los márgenes del país como una suerte de literatura subalternaii por la editorial Mar Abierto en el seno de la Universidad Eloy Alfaro de Manabí. De dicha editorial fue un prolífico editor (más de 100 títulos, la mayoría literarios, algunos de ellos dedicados a ‘re-tocar’, como él decía, la obra de Pedro Gil, su hermano, así como a promover ‘literaturas’ de decenas de escritores ecuatorianos con o sin trayectoria).

 

Este breve texto quiere proponer claves siempre arbitrarias e insuficientes sobre el personaje principal de su novela mencionada, antes que consagrar o descalificar a su creador. Concuerdo plenamente con Cecilia Ansaldo en que la función del crítico literario no es esa, sino establecer un “puente entre las obras y los receptores” como una mirada “que intenta una distanciada observación de cualidades y rasgos dominantes en una pieza, la inserta en una tradición, aprecia sus innovaciones. Para criticar se opera con teorías y conceptos, se da cuenta de la historia de afanes semejantes a la obra que se analiza”iii. No creo que llegue a tanto en este artículo; sin embargo, valga la paradoja, no puedo prescindir de algunos comentarios acerca de la novela, sobre todo de aquellos que se encuentran en su contratapa. Carlos Calderón Chico, por ejemplo, afirma que “es una obra maestra de la narrativa ecuatoriana” y Miguel Donoso Pareja la observa como “el resultado de un desarrollo serio y sin apresuramientos, de la conciencia de que no basta tener condiciones y la vocación [sino] el oficio [y el] talento sin [los cuales] todo habría sido inútil”. Desde la perspectiva de Donoso Pareja, “trabajo, rigor, disciplina, estudio y autocrítica” se congregan en el libro en cuestión.

 

Ubaldo se sirve del personaje principal en su novela, Fabián, para decirse verdades como si pusiera su humanidad ¿o la nuestra? frente a un espejo: “La historia no es más que una serie de hechos infames, contados por unos idiotas”iv. Hay un sistema identitario que el autor traza sirviéndose de su álter ego. Un doble corazón que desemboca en las tierras lejanas de Madrid y que des-entraña una especie de pulsión causada por un amor desventurado, tonto y turbio. Ubaldo habla de una ‘mano invisible’ —¿la de Victor Hugo en Los miserables, quizá, la que entreteje su historia y en la que el azar es igual a cero?— que se activa para conducir al lector hacia el oscuro resplandor de una indescifrable ‘risita maligna’ —¿aquella, la que resulta de Fantine, tal vez, después de que ha vendido sus incisivos para la sobrevivencia suya y de su hija?— donde se cuece la deshumanización de un alma única pero universal.

 

¿Dónde radica el amor que se erige más allá de Madrid y del propio Fabián? Quizás en esa matrioshka con el nombre de Lenka a la que el protagonista pudo conocer, fortuitamente, en un ascensor, y que luego reconocerá como ‘vaciedad’, aferrado a los rastros de su propia conciencia o a la de alguien desconocido que se arrima a una baranda de metal del embarcadero de un puerto extraño, baranda que está a punto de despeñarlo hacia el mar o hacia la niebla, ‘ti-niebla’.

 

Allí, en Lenka, la suma erótica de su amor mayúsculo y extranjero, Fabián forjará su ciego y vagabundo apetito por una ilusión sin ‘trama y utopía’; precisamente, en la cuasi pornografía de esa “inexperta en chuparlo porque a momentos [lo] lastimaba con los dientes o en medio del placer [le] entremetía un dolorcillo tenaz que hacía cogerla del cabello y hacerla subir y con calma, eso mi amor, guiándola como lo hace el ave con su cría cuando no sabe volar”v.

 

Gil permite que el lector se acerque a la sentencia de Henry Miller, “Rendirse absoluta, incondicionalmente a la mujer que se ama es romper todas las ataduras, salvo el deseo de perderla, que es la más terrible de todas”vi, en la que se aborda el sentimiento que los humanos nos empeñamos en llamar amor y no sexo. Un amor no familiar. Un no amor (el de su amante extraviada, Mara, a la que el autor estadounidense trata de encontrar en una fonda de ‘mala muerte’ y no el de su esposa Maude). Como se sabe, el autor californiano no expresaba devoción sino desprecio hacia las mujeres, salvo aquí, en esta confesión que lo contradice y que, a mi parecer, lo fortalece como persona.

 

Al personaje clave de Amor más allá de Madrid le ocurre igual, salvo que no hay esposa sino un cuerpo femenino ansiado que deja una estela de tortuosa soledad. Fabián actúa más allá de la verosimilitud del personaje de una historia, que trasciende más allá de la formulación del carácter arquetípico de un relato —autobiográfico—. Experimenta su erotismo y permite experimentar. El lector lo podría asimilar como a un hombre primitivo que fabrica alquimia con su ‘mano derecha’ cuando ella está ‘agachada’, arrebatándole el falso candor a la mujer inigualable que tiene ante sí, pudiendo “mandarle el dedo más grande en los dos huecos, adelante y atrás simultáneamente…” o re-mojándole “ese clítoris [que] se vuelve el más rojizo de la Tierra”vii.

 

Entonces, es posible encontrar en los vericuetos de su historia “el almíbar de los amantes”, aquel que “es más desgarrador cuando se diluye…”viii. Una danza silenciosa que puede ser el entremés de una ‘erección fulminante’, de un licor único en la piel delicada que no se puede contener con la boca. “Un viaje al borde de la cavidad donde entran vinos y manzanas”ix. Una espiral de carne y de abrazos para marginar a los amantes o volverlos solos, en la delectación de los latidos de su mutua ausencia:

 

 

Y lo nuestro en qué queda.

 

A qué nuestro te refieres. Si no ha pasado nada. Nosotros nunca hemos tenido nada.x

 

 

El autor recurre, como el extranjero que es, a la ensoñación de la urbe ignorada que tiene ante sí, mediante Fabián. Toca la niebla que lo difumina y abriga su memoria con las hojas de los árboles esqueléticos del otoño de esa ciudad española que lo abraza. Se sabe gota de ese mar que le permite saborear la sal de sus adulteradas lágrimas. Entonces, abdica de sí y se arrima a su mente silenciosa.

 

Sí. Lenka es un sofisma, una utopía, un amor ligado con la saliva del adiós. Lenka es Gaudí y Barcelona. Pero también es esa ‘mano invisible’ que enloquece e idiotiza: “No me volveré loco. No me volveré loco”xi, así arguye Fabián que, sin embargo, abre las puertas del balcón de ese piso de par en par y se toma una taza de café y se re-fuma un cigarrillo y le toca las tetas a Madrid mientras tararea “esa canción rusa que habla de amor y de estrellas”con el objeto de no decir luego, en un aeropuerto: llévenme a un hospital siquiátrico, llévenme a un hospital siquiátrico, llévenme a un hospital siquiátrico…

 

Me cago en diez, eres un mamón, un completo mamón. No queda más que deportarte. Será lo mejor.

 

Me da igual, a fin de cuentas, a donde yo vaya Madrid irá conmigo.

 

Joder, los sudacas son una leche cortada, pero éste se pasa, este bate récord.xii

 

 

Fabián se acerca peligrosamente a un pozo —al de Onetti, a su Pozo, quizá, o al de Haruki Murakami en su Crónica del pájaro que también es un pozo en el que la evasión es una ventana a la dimensión de los sueños que nunca se cumplieron—. Detrás de él, hay un prado violento, en último término. Las nubes están, no son, están violáceas, así como las quería. Intenta ser él, quiere dejar de tocar los dedos de esa Mano Invisible que lo guía. Tal como en ese poema de Roberto Juarroz: “Si alguien,/ cayendo de sí mismo en sí mismo,/ manotea para sostenerse de sí/ y encuentra entre él y él/ una puerta que lleva a otra parte,/ feliz de él y de él,/ pues ha encontrado su borrador más antiguo,/ la primera copia”xiii.

 

En las palabras y en los actos del personaje principal de Amor más allá de Madrid se cuece la marginalidadxiv. Hace poco un profesor universitario en una clase de literatura hispanoamericana decía “Borges fue un marginal” y creo que se equivoca. Fabián diría: “no tiene ni puta idea” de lo que es ser un marginal. Arlt fue marginal. Palacio fue marginal. Ledesma fue marginal. Mayo fue marginal. Dávila Andrade fue ultramarginal. Ubaldo, ese escritor manabita perdido, tal como el mismísimo Fabián, en Madrid o en Quito, frente a esa cama, esas zapatillas, esos calcetines, esa mochila enorme y ese espejo de un hostal, tratando de escribir Amor más allá de Madrid, ese escritor fue —es— marginal.

 

Más allá de Ubaldo y de su personaje Fabián, solamente una ‘mano invisible’, la risa:

 

Querida Lenka: Camilo, un vagamundo con el que anduve, siempre decía que llega un momento en que las cartas de los separados no son más que una tortura o un modo de mantener esa tortura. Está bien, extirpa el cáncer, mételo en una funda de plástico, deposítalo en la taza de servicio y baja el sifón para que vaya a parar en medio de las porquerías humanas. Allí el cáncer, es decir yo, estará contento y feliz de haber llegado a su seno de origen: xv

 

 

¿El pozo?

 

¿El pozo de un malparido fabulador?

 

El pozo muy lejos de ese prado que ve Fabián o Ubaldo, por la ventana. El pozo muy lejos de Rusia, del lector, de todos nosotros, de los ateridos escritores de su lectura, del sueño de su escritura a la espera de ganarle a golpes y por KO técnico ‘al asunto’, como dice Miguel Donoso Pareja. A la espera de ganarle a golpes a esa obra con una cuasiautobiografía declarada en más de una ocasión por Gil Flores que en lugar de una lección dejó un testimonio para ser re-leído en el espacio o ¿el vacío? de la buena —por necesaria— literatura.

 

i Gil Flores, Ubaldo, Amor más allá de Madrid, Manabí, Editorial Mar abierto, 2013, 255 p.

 

 

ii Véase lo que dice Aníbal Quijano sobre lo “inferior”, aquello que, en este caso, enfrentaría, en el contexto de una literatura comparada, a la literatura convencional o establecida, que niega a otras literaturas la posibilidad de concretar simbólicamente su experiencia subjetiva. Aníbal Quijano, Colonialidad del poder, cultura y conocimiento en América Latina, en colección Pensar en los intersticios, Teoría y prácticas de la crítica poscolonial. Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 1999, p. 103.

 

 

 

iii Cecilia Ansaldo Briones, “Palos contra la crítica”, en El Universo, Guayaquil, sábado 7 de enero de 2012, p. 6.

 

 

iv Fabián es el personaje principal de la novela de Gil Flores. Una suerte de voz otra del autor que refleja las vivencias reconocidas por el mismo Ubaldo en su residencia en España, a finales de los años noventa, cuando estudiaba una maestría en estudios semióticos.

 

 

v Gil, Ubaldo, 2013, p. 28

 

 

vi Henry Miller, Sexus, la crucifixión rosada I, Barcelona, Alfaguara, 1960, citado por Marco Aguilera en Sexus: “Las variedades de la carne”, Seminario “Literatura y Erotismo”, Universidad Pedadógica y tecnológica de Tunja, Colombia, abril, 1999.

 

 

vii Gil, Ubaldo, 2013, p. 36

 

 

viii Ibíd, p. 38

 

 

ix Ibíd, p. 39

 

 

 

x Ibíd, p. 21

 

 

xi Ibíd, p.31

 

 

xii Ibíd, p. 49

 

 

xiii Roberto Juarroz, Poesía Vertical. Antología esencial, Madrid, Ciruela, 1994, p. 29.

 

 

xiv Aquella que no llega a teorizarse aún.

 

 

xv Ibíd, p. 52

 

 

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