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¿Qué temía Virginia Woolf? Y por qué defendía la causa de las mujeres

¿Qué temía Virginia Woolf? Y por qué defendía la causa de las mujeres
10 de marzo de 2013 - 00:00

Afinales de marzo de 1941, Virginia Woolf salió de su casa a pasear como de costumbre. La primavera inglesa que ella describía como desnuda y brillante la desafiaba a enfrentar la pureza de un mundo acabado de renacer. Se detuvo a orillas del río Ouse, dejó caer su sombrero, soltó su bastón y recogió algunas piedras que deslizó dentro de los bolsillos de su abrigo. Sumergió sus pies en el agua, caminó apartando los reflejos de árboles y arbustos, y lanzó el peso de su cuerpo dentro de las corrientes heladas del río. Aunque sabía nadar, se dejó arrastrar durante tres semanas, liberando las voces que habitaron su incontrolable imaginación y desenredando aquel misterioso pensamiento que cultivó durante toda una vida dedicada a la escritura.

Virginia Woolf fue la escritora más prolífica de su tiempo. Como novelista destacó tanto por su delirio poético como por su habilidad para experimentar con el lenguaje, el tiempo y la técnica narrativa. Obsesionada por comunicar el inasible flujo de conciencia de sus personajes, se convirtió en precursora del movimiento modernista en las letras. En la única grabación que existe de su voz, se le escucha decir: “Combinar viejas palabras en nuevos órdenes para que estas sobrevivan y puedan crear belleza y puedan comunicar la verdad; esa es la cuestión que nos debe ocupar.” La ficción fue su liberación y su condena, lo cual no le impidió dedicar gran parte de su tiempo a la escritura de artículos, cartas, diarios y ensayos. Fiel aliada de la controversia, su crítica incisiva de la sociedad y su ataque frontal a la cultura masculina provocaron violentas reacciones por parte de los sectores más conservadores mientras seducía a quienes soñaban con la emancipación.

Fundamentalmente autodidacta, Virginia Woolf resintió durante toda su vida la falta de una instrucción formal. Pese al espíritu liberal y cultivado de su padre, su esencia victoriana dictaminó que sus hijas no eran merecedoras de recibir una educación. En 1928, Virginia Woolf publicó el ensayo “Una habitación propia”, en el que se burla de la dominación masculina en la Academia que cerró de par en par las puertas del conocimiento a las mujeres. De manera sutil, irónica, ilustrada y desafiante, Virginia ilumina con la fuerza de diez soles aquellas injusticias utilizadas para volver invisibles a las mujeres y sus contribuciones a la sociedad.

Si Shakespeare habría tenido una hermana con el mismo talento para escribir, se pregunta, ¿cuál habría sido su destino? Seguramente se hubiera vuelto loca o suicida, objeto de temor y burlas, puesto que ninguna mujer de origen humilde, por más genio que tuviera para el arte, habría podido acceder a los textos con los cuales se instruían los varones, ni dedicarse horas a la lectura descuidando las tareas del hogar. Tampoco habría podido marcharse sola de casa rechazando el matrimonio para colocarse a la entrada de un teatro y conseguir un lugar entre los artistas sin que ello representara una gran violencia.(1) Empobrecidas por la falta de educación, la gratuidad de sus agotadores trabajos, el impedimento legal a la propiedad y las restricciones culturales impuestas a su sexo, las voces de las mujeres quedaron reducidas a un suspiro. Durante la mayor parte de la historia, Anónimo fue una mujer.

10-03-13-cp-Virginia-Woolf-2Pero esta ausencia no es la única causa de indignación para Virginia Woolf. Los innumerables textos escritos por hombres acerca de las mujeres son la gota que derrama el vaso de su furia olímpica. ¿Acaso no fue la inferioridad mental, moral y física del sexo femenino el sujeto de tratados de Teología, Filosofía y dictámenes científicos durante siglos enteros? Idealizadas por poetas y vapuleadas por la ciencia, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural. Y aún pese a las adversidades, siempre fue posible ir a la contra (2). Las mujeres escribían aunque se desprestigiara aquellas experiencias que relataban por distar de las historias de guerra y conquista tan populares entre los escritores. Señala un crítico contemporáneo a Virginia Woolf: “las mujeres novelistas deberían sólo aspirar a la excelencia reconociendo valientemente las limitaciones de su sexo”. En respuesta, Virginia, que aducía de un gran sentido del humor, escribiría: la historia de la oposición de los hombres a la emancipación de las mujeres quizás sea más interesante que el relato de la emancipación misma.     

En 1938, vuelve a la carga y publica “Tres Guineas”, un texto incendiario en contra de la guerra definida como un emprendimiento sórdidamente masculino. Interpelada a reflexionar acerca de la capacidad de las mujeres para evitar el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial, Woolf escribe una vez más sobre la urgencia de otorgar los mismos derechos de educación a todas las personas y de garantizar el acceso de las mujeres al trabajo remunerado en iguales condiciones que los varones. Aquello permitiría a las mujeres desarrollar opiniones y voluntades independientes para romper con el tutelaje patriarcal que defendía la causa de su opresión. De nada serviría a las mujeres cultivar los mismos rasgos que regían el corazón de los varones y les conducía al campo de batalla: la competencia, el egoísmo o la vanidad. Para ponerle fin a la guerra, se debía formar a seres humanos deseosos de evitarla, por lo cual era necesario que prevalezca en todo momento el valor moral, intelectual y espiritual del conocimiento y las profesiones. Para recuperar el sentido de la proporción de la vida humana, escribe Woolf, era sobre todo necesario que hombres y mujeres dediquen más tiempo al arte, a la música y a la conversación. La inclusión de las mujeres dentro de estos ámbitos llevaba en sí el potencial de contribuir al desarrollo de una nueva escala de valoración que serviría de antídoto contra una cultura que glorificaba la muerte. Y para que ello pudiera convertirse en una realidad, las mujeres debían rebelarse contra un proyecto de Estado que ordenaba su sacrificio y les impedía formular demandas de justicia para la humanidad. Como mujer, no tengo patria. Como mujer no quiero patria. Como mujer, mi patria es el mundo entero.

10-03-13-cp-Virginia-Woolf-1¿A qué se debe la apasionada crítica feminista de Virginia Woolf? Su cólera no debe confundirse con un sentimiento irracional ni su denuncia como un intento de victimización. Detrás de la crítica se dibuja la silueta de una poderosa visión: la posibilidad de conformar una sociedad mucho más valiente y seductora. En su mente se torcieron armoniosamente las reglas y estallaron las oposiciones binarias que justifican la violencia y la exclusión. Cansada de dividir, buscó el potencial creador de la unidad frente a la separación. Para Woolf, las barreras limitaban el crecimiento intelectual de los seres humanos y eran obstáculos innecesarios y contraproducentes que solo podían ser superados por medio de la cultura. Por ello se dedicó a cuestionar los límites que se imponían al cuerpo al encasillarlo como un sexo u otro, al placer y al amor, al imponer la heterosexualidad como norma, y a la mente al dificultar el acceso de las personas a las condiciones materiales necesarias para permitir su pleno y libre desarrollo.

Por ello, exaltó en su obra las facultades creativas de la mente andrógina, habló sin tapujos de la diversidad y la exploración sexual, y defendió la necesidad de construir una cultura de igualdad dentro de la cual hombres y mujeres podrían convertirse en seres humanos completos.

La distancia que existía entre esta visión y la realidad pesaba sobre el corazón de Virginia Woolf y la asfixiaba hasta la locura. Esa verdad que había perseguido y alcanzado en vida en sus relaciones con mujeres y hombres, en su contemplación de la naturaleza y su amor por la ciudad, en la intensidad de su pasión y la sensibilidad de su conciencia, se le escapaba como un hechizo impronunciable.

Aquello que anteriormente  encendía el fuego de su esperanza hacía girar en el presente la rueda de su melancolía. A medida que el nazismo avanzaba en Europa y la guerra aparecía como algo inevitable, aumentaron como había ocurrido antes, las voces que poblaban su mente. Pero esta vez, Virginia había perdido la capacidad de hacerles frente. Tenía 59 años y se hallaba sola en medio de una sociedad inescrutable. Entonces pensaría que la única manera de sobrevivir sería liberándose de la frontera definitiva o la única barrera que le quedaba por trasgredir. Por última vez, miró la vida de frente, la guardó, y se deshizo del cuerpo que durante tantos años la mantuvo anclada al orden terrenal.

*

1. De hecho, en la época de Shakespeare las mujeres no podían actuar y los papeles femeninos eran interpretados por varones.
2. Durante siglos, los conventos fueron el único refugio que permitía a las mujeres explorar su talento como escritoras. Desde el encierro se escribieron algunos de los textos más interesantes y poderosos de una época cuya representante más ilustre es, sin duda, Sor Juana Inés de la Cruz. Sin embargo, la Inquisición acabaría por doblegar una vez más la suerte de estas escritoras.

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