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Teatro

Mariano Tenconi Blanco: "Borges inventó, con El Aleph, la idea de internet"

Mariano Tenconi Blanco: "Borges inventó, con El Aleph, la idea de internet"
Foto: Thomas Langdon/Cortesía
12 de diciembre de 2016 - 00:00 - Ignacio Fusco. Periodista argentino

«Leucemia», dijo María. María dijo leucemia, y Gino Potente (un actor porno que había conocido hacía menos de una escena) le contestó, implicado: «La puta que los parió». Gino Potente le contestó eso y después le preguntó «cuánto». Cuánto, así le preguntó, amputándole la palabra tiempo, como si obviarla la anulara, le hiciera desaparecer su efecto mortal. «Dos, tres meses. Más no», le dijo María, una profesora de escuela que vive en la década de los ochenta, en una pequeña ciudad argentina y que apenas supo que tenía leucemia charló con Liliana, una amiga nueva, la dueña del videoclub de la ciudad, y después de mirar juntas algunas películas pornográficas, tomar cocaína y masturbarse, le dijo: «Puedo entender que no haya tenido sentido vivir, lo que necesito es que tenga sentido morirme». Eso le dijo María y también le dijo la idea que fue el embrión de Todo tendría sentido si no existiera la muerte, la última obra del escritor y dramaturgo argentino Mariano Tenconi Blanco. Le dijo, María, que quería filmar una película pornográfica, antes de morirse, con ella de actriz principal.

El hombre al que se le ocurrió esto, el hombre que lo escribió, el hombre que el año pasado ganó uno de los premios más valiosos de nuestra dramaturgia con esta obra (el Germán Rozenmacher, escritor y dramaturgo argentino que murió en 1971), está ahora en un bar de Buenos Aires, sentado en una mesa que lo acorrala contra una pared, debajo de un televisor que está colgado cerca del techo y cuya costumbre es gritar dos cosas: o un noticiero, o un partido de fútbol que hace años que pasó. Todo tendría sentido si no existiera la muerte será la octava obra de Tenconi Blanco, el único dramaturgo americano que fue seleccionado entre los 36 artistas que estuvieron en el Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa, Estados Unidos, entre septiembre y noviembre de 2016. Mariano Tenconi es un escritor que, a los 34 años, ha creado historias, poesía, lenguaje y actuación sobre el amor, la violencia, la trata de personas, la justicia, el arte, la ficción, el futuro, la amistad, la revolución. Un escritor que en Todo tendría sentido… ha hecho que sus personajes digan cosas así:

«Puras mentiras las películas de amor, las canciones de amor, y todas esas porquerías de amor que no son reales porque llenan el mundo de un amor que no existe por ningún lado».

O así:

«Una banda de avivados inventaron la felicidad. No hay que buscar consuelo. Nunca».

O, también, así:

«Sí, sí, yo quiero estar enamorada. Porque siento que la vida, las cosas buenas, las alegrías, incluso también las tristezas, siento que no tiene sentido si una no tiene con quién compartir. Es para compartir. Como un chocolatín, ahí está. Es como un chocolatín, para compartir, la vida».

Mariano Tenconi Blanco es un escritor que hace literatura al revés: mientras en miles de novelas, cuentos e historias se esconden las zonas oscuras de los protagonistas para erigir una tensión, un silencio devastador, él los desnuda, él los rescata de la teoría del iceberg y empieza directamente por el final. El argentino sería el terror de las charlas de ocasión: un primo al que no ves hace años te pregunta cómo anda todo y vos le contestás de punta a punta, paseándolo por tus pasillos más oscuros, con la más profunda verdad.
—Que una persona se esté muriendo y quiera filmar una película pornográfica está medio en el borde del realismo, o medio que ya se cayó —dice ahora, mientras el mozo apoya una cerveza en la mesa y también un plato con papitas, quesitos. Es de noche en Buenos Aires y el calor que hace es una piña mortal. Al final de la charla habrán pasado tres cervezas, una ronda de whiskies, un sánguche de milanesa, miles de platitos con papas fritas, palitos, quesitos. En el medio, mientras tanto, sucedió algo así:
—Sobre el título de la obra me han dicho que no, que todo tiene sentido justamente porque existe la muerte y ¡no! ¡No! Es la muerte la que le quita sentido a todo. «Ay no, pero todo lo que hacemos lo hacemos porque nos vamos a morir». ¡Las bolas! Yo lo hago porque quiero, nada más. «Y… pero vivir eternamente…». ¡Buenísimo! O dame quinientos años, y después te digo si quiero quinientos más. No sé, yo nunca le encontré explicación a mi muerte… Y tampoco, está claro, les encontré explicación a las de los demás.

Al menos podemos explicar la obra.
(se sirve un vaso de cerveza) Dale.

Primero: ¿se estrenará en 2017 en Buenos Aires y durará más o menos cuatro horas, no?
Sí.

Y en 2018 la llevamos a Ecuador.
Si funciona… Yo, encantadísimo, sí.

Entonces: un ama de casa clásica, con todos los tabúes, ubicada en los años 80, tiene una hija adolescente. No hay padre, no sabemos por qué. Tiene una hermana, muy sufrida, y una amiga, la dueña del videoclub, que acaba de conocer.
Y la dueña del videoclub es gorda y no la quiere nadie, y la tía se encama con un policía y le va pésimo, mal. El actor porno, Gino Potente, el protagonista de las películas que miran y a quien después conocen, es un nihilista asqueroso, y la hija quiere tener su primera vez con él. Hay un solo amor en la obra, y es el amor de parientes y amigas. El otro, el amor de pareja, es una necesidad o una ausencia, no lo sé.

Dicho así parece un enredo, pero la obra fabrica liberación. Las mujeres sacan todo lo que tienen adentro, arman algo muy poderoso entre ellas: se escuchan, se cuidan, mientras avanza lo de la filmación. Si el arte es vanguardia, acaso estés adelantando algo: que en un futuro vivamos así de sinceros, sin conocer los tabúes, arrojándonos a nuestras necesidades y nuestra verdad.
(Se sonríe) Capaz viene a ver la obra tu mamá y después va a buscar a Gino Potente, nunca sabés. (Levanta el vaso, toma un sorbo) Hay que esperar. Una amiga que ama la psicología me dijo: «Pero rompiste todos los tabúes, vos: una madre filma una película porno y después la ve junto a su hija, no puede ser». Qué sé yo. Si una obra logra patear el buzo diez metros más allá no queda otra que ver qué pasa en diez, quince años, tal vez. Bueno: nosotros vivimos como Borges, si te ponés a pensar. Él fue, con El Aleph, quien inventó la idea de Internet.

En Iowa diste algunas charlas sobre Borges, ¿no?
Sí. «Sea quien haya sido ese Borges», me dijo una profesora después de trabajar un texto mío, «qué buena influencia que fue para ustedes».

Tenía razón.
Toda la razón. Escribimos encima de otros libros, y eso, mejor o peor, acarrea una cultura. Es una maravilla, por suerte, la cultura que me formó.

En la Universidad de Iowa ha dado clases Philip Roth, mientras que en el Programa Internacional de Escritura estuvo, en los ochenta, el turco Orhan Pamuk, Nobel en 2006. ¿Qué te impactó de la experiencia?
Todo. Fue maravillosa. Me acuerdo de una pregunta que nos hicieron a todos: «¿En tu país se puede hablar libremente?». Esa pregunta te hacían, y si vos contestabas sí, la cara se les transformaba de inmediato, no se podía creer.

No entiendo. ¿Por?
Porque querían saber si tenías algo para contar.

¿Y qué tiene que ver con la literatura?
Y, porque escritores buenos ellos tienen mil, así que si les decís que escribís bien no los vas a seducir. ¿Qué, y encima te tengo que traducir? No, dejá. Ellos quieren que les digas: «No sabés… En mi país, si te salen canas, te matan». Necesitan algo que a ellos no les pase. Se trabaja así.

Pero eso es periodismo.
(Sonríe) ¿Y quién inventó el non-fiction?

Ellos.
Y bueno. El año pasado le dieron el Nobel a una (la bielorrusa Svetlana Alexiévich), así que fíjate. El periodismo cayó tan bajo que tuvieron que cambiarle el nombre para lograrlo reflotar.

Entonces publican escritores nigerianos, nada más.
Y… (se sonríe) Había una chica, Ukamaka Olisakwe, nigeriana, que leyó una historia que había escrito sobre la imposición del casamiento. Estaba muy bueno lo que hacía. La habían hecho casarse a los 16 años y ahora tenía 28, con dos hijos.

Y vos construyendo personajes: qué pensará Gino Potente, qué pensará María.
No, yo detesto la construcción de personajes. La detesto. En algunas charlas en Iowa pedí por favor que no me preguntaran sobre los personajes de mis obras, no.

¿Por?
Porque no me interesan, no son personas para mí. No puedo decir qué piensa María, qué siente, qué le pasa: No tengo ni idea y no me interesa. La única función que existe, para mí, es la literaria. Ojalá nunca me pase, pero si llega a venir un actor… (falsea la voz) «Disculpame, Mariano, yo creo que María debería…». ¿María? ¿Qué María? (simula que agarra un papel, inventa que al lado suyo hay un actor) Mirá… (estira el papel, se lo señala) ahora se llama Culo. No está más María. No, no está más. ¡Ah, mirá cómo cambió! Ahora se llama Culo. Y, ¿qué hacemos con Culo? ¿Qué quiere Culo ahora? Nada, no quiere nada Culo.

Bueno, menos mal.
Lo único importante es la literatura, no hay nada más. Ay, ¿pero qué quiere DuBois? Y qué sé yo qué quiere DuBois, qué me importa qué quiere. Lo que importa es lo que quiere Tennessee Williams, que escribió este monólogo que es una belleza. En uno de los paneles de discusión que hubo en Iowa hablé de algo así. El título de la charla era ‘La ficción en la Era del cine’ y…

¿La Era del cine?
Sí, estamos en la Era de Internet, ya sé, pero bueno, la charla era así: ‘La ficción en la Era del cine’. Entonces hablé de teatro y cine, y de una teoría parcial que tengo.

¿Cuál?
Que el teatro no tiene nada que ver con el cine, sino con la literatura.

¿No es obvio eso?
Y, no, porque (agarra un quesito) en el cine también hay escenas (se lo mete en la boca, mastica) escena uno, suben a un auto, escena dos, llegan a un bar…

¿Y la teoría cuál es?
Que hay que hacerse cargo de que hacés teatro.

¿Por ejemplo?
¿Por ejemplo? Acabamos de sentamos a ver una obra que sucede en una playa. Está la playa, está el mar, y no, pará, qué mar, si lo vimos todos recién: entró una mujer al escenario, tiró una manta al suelo, ¿de qué mar me hablás? Escuchame, entré al teatro, hace un frío bárbaro afuera, acabo de cerrar el paraguas porque está lloviendo, me acabo de sentar, qué playa, no hay playa acá. Y es ahí, entonces, cuando la escritura y la actuación, sobre todo la actuación, deberían dar cuenta de eso: que estamos actuando que estamos en la playa, que acá no hay playa ni mar. Entonces, una boludez, no sé: la mujer se sienta en la manta y de repente dice: «Uh, uh, el sol, cómo quema el sol», y al segundo, sin que nada pase, «ah, no, ahora está mejor». Y así, tres veces, no sé: que haya una cantidad de climas ridícula para asumir que todos hacemos de cuenta que estamos en la playa cuando sabemos que no es así; que lo importante, en realidad, es otra cosa.

¿Qué?
El lenguaje. La literatura, con el campo de acción grandísimo que tiene. Eso es lo importante. Para una película viajan a una ciudad costera, se instalan en el mar, la chica está en bikini, pero si en teatro yo pongo una escena en un bar y creo que lo importante es que estemos en un bar, no, bueno, qué bar: vos no podés pensar que lo bueno de la escena sea habernos ubicado en un lugar. Ahí viene el mozo… (mira hacia la derecha, abre la boca, se asombra) Qué mozo, si la escena anterior ese mismo tipo hizo de abuelo… Como que es todo medio trucho, ¿no? Entonces, al ser teatro, los actores pueden hacer cualquier cosa. Cualquier cosa.

Cualquier cosa.
Cualquiera. Lenguaje: esto es lenguaje. «¿Sabés qué?», le dice un actor a otro, recién sentados a la mesa del bar. «¿Qué?». «Hoy me peleé con un pulpo». «¿Sí?». «Sí. Estaba en casa y apareció un pulpo gigante, y me peleé», le contesta el tipo. Después buscarás el verosímil, obvio: cómo fue que el pulpo llegó ahí. En cine, si aparece un pulpo es porque es una de Marvel, y si aparece, no pasa nada, no genera nada: el héroe lo mató y se fue a dormir.

Bueno, los diarios están llenos de pulpos y nadie dice nada, la verdad.
Porque la realidad es la realidad, no necesita ser verosímil: es real y se acabó. El único efecto que produce es «uh, qué increíble», y nada más. Yo intuyo que hay un espectador que cree que sólo es real la ficción que más le vendieron, ésa y ninguna más. (agarra el vaso de cerveza, lo asoma a la altura de la boca) Pero no es más real que yo vea un pulpo a que las mujeres solo compran ropa y los varones les miran el pecho a las mujeres mientras éstas compran ropa: es simplemente otra ficción.

Ficciones que operan en la realidad.
Bueno…
(Se tira un poco hacia atrás, toma un trago)
Es que la ficción hace eso: vamos ahora a un after office y yo te puedo asegurar que…
(apoya el vaso en la mesa)
... no te digo que todos, pero…

Todos. Querés decirlo, dale. Todos.
Nah, todos no… Todos no, (borremos esta coma) pero yo te puedo asegurar que los hombres van a querer levantarse a una mujer como actores malos que están en la tele en horario central. Van a poner el codito así, van a sonreír así. Millones de personas ven a esos actores, que no necesariamente son buenos, al contrario, y después quieren imitarlos, y es entonces cuando ciertas normas aparecen en la realidad. Pero es la ficción la que las inventó.

¿Todo es una ficción, entonces?
No sé si todo es ficción, pero sí que las convenciones sociales están basadas en ficciones. Las ficciones perfilan la forma en la que vivimos. Gente que se ha interesado o se ha dejado llevar por la ficción que domina el mundo, ¿no? Lo que la gente cree que es normal, la pauta, lo habitual, es en realidad la norma del poderoso, la ficción que va ganando la guerra. Es una guerra de ficciones, si querés.

Guerra de ficciones... je…
Ojo, tampoco es que el programador del canal más importante del país se levanta una mañana y dice: «Hoy voy a hacer que todos coman arena», y filma un aviso en el que un hombre come arena y de repente todos empiezan a comer arena, ¿eh?

No estaría tan seguro, yo.
No, bueno, a lo sumo será porque alguien le pagó para que vendiera arena, y apareció otro que le dijo que la cal era más rica, y entonces, en el medio de la discusión, un tercero sugirió: «¿Y si le ponemos piedras?». Y de todo ese mejunje sale la realidad, que nos tiene a nosotros comiendo porquerías con piedras, mientras la gente se pelea por algo que es un asco. Pasame las papas.

Tomá.
Eso sí (se mete una papa en la boca, mastica) después van al teatro y ven que un actor se peleó con un pulpo y les parece rarísimo. Es medio estúpido esto del pulpo que se instaló entre nosotros, ¿no?

No, ¿por qué?
(Habla con la boca llena)
Pero te vuelvo a lo de la imitación.

¿Lo del after office?
Sí, pero bien hecho. A mí me pasa algo que es muy potente, y es una de las cosas más lindas que tiene el teatro, que es ver actuar. El tipo está en un bar y golpeó la mesa y algo sucedió, y lo único que hizo fue golpear la mesa de un bar. No sé, yo después lo quiero copiar. Llego a un bar, miro la mesa, la quiero golpear, me pregunto cómo el tipo hizo de algo tan sencillo un movimiento poderoso, mientras sé que es imposible que me salga igual. ¿No salís del teatro y querés actuar? Yo quiero actuar. Un cuerpo con una disposición tan potente, que es un cuerpo como el tuyo pero está súper entrenado y que se manda esa maravilla con una materia prima que también es la de todos, a mí me fascina, no sé. No son esos tipos que se tiran desde 500 metros y dan 200 vueltas, que vos sabés que no lo podés hacer, no: es un tipo que se sentó a una mesa de bar. Un tipo que se sentó a la mesa de un bar y contó algo insignificante y me conmovió. ¿Cómo hizo? ¿Cómo puede ser?

¿Dejás que intervengan mucho los actores? ¿Cómo trabajás con ellos?
(mira la botella vacía, mira hacia su derecha, se seca la transpiración de la frente) ¿Pedimos otra?

Dale.
(agarra la botella, busca al mozo)
Pará. ¿Y si hacemos dos whiskies, mejor?

Mmmmm…
Dos whiskies. Yo pago.

Las cervezas las vas a pagar también. ¿Tienen tarjeta acá?
No. Yo pago. La próxima es tuya.

Cuando estrenen la obra en Ecuador.
¡Javier!
(apoya la botella en la mesa, le levanta la mano al mozo)

Nos habíamos colgado en lo de los actores. ¿Qué les decías?
¿A los actores? Nada. Les doy la letra. Y si alguna vez me llegan a preguntar qué hago, simple: «Actuá».

¿Y ahí qué pasa?
Les voy inventando cosas, cosas chiquitas, depende el actor, aunque cuando son buenos las ideas se me ocurren a montones. Ponele que un actor hace de mozo y tiene que venir a preguntar si queremos algo más. Viene, pero mientras caminaba justo se atragantó, tosió un poco, nos lo preguntó medio conmovido, como que le costó hablar. Pero lo hizo: «Buenas noches, ¿qué quieren tomar?». Entonces… «A ver, pará —le digo—. Vení de vuelta. Vení llorando, directamente».

¿Llorando?
Llorando, sí. A mares.

¿Por?
Y, lo acaba de dejar la mujer, cómo querés que esté. Viene llorando a decirnos si queremos algo pero no puede parar de llorar, y tampoco es que podía pedir el día, darse el permiso de no trabajar, es más: es la noche en la que más tiene que hacerlo porque empieza la vida en la que debe ahorrar para alquilar, no hay chiste acá. Imaginátelo: aparece el mozo, ahora, a traernos los whikies, llorando a mares. «Tomen, acá tienen», y se va, inundado. Es extraordinario, y todo empezó porque el actor se atragantó. Eso intento: crear un lenguaje de actuaciones, generar profundidad.
(Por la derecha de Mariano aparece Javier, el mozo. El chiste es inaguantable: lo hace sin llorar. O no lo sabemos, en realidad. Mariano pide dos whiskies. Javier se lleva la botella de cerveza y los platitos vacíos)

Hay un impacto físico en el teatro, que se parece al impacto de la poesía, que es hermoso, y sin embargo nos la pasamos buscándole sentido a todo: qué me quieren decir, qué tengo que pensar como espectador. Debe haber pocos momentos tan vitales como ése y aun así necesitamos la explicación. ¿Por qué?
Las ficciones populares, otra vez. ¿Cuál es la ficción más popular?

¿La ficción más popular?
La publicidad. Y la publicidad no es ella misma si no tiene un mensaje, ¿no?
Nos acostumbraron a pensar así. Cuesta entender que el mensaje sea ninguno.

O que el mensaje, en el caso del mozo, es la sensación: el actor te movilizó, hizo que el cuerpo y la mente se te alborotaran como nunca en el día. Hay que agradecer eso, aunque la costumbre nos pueda hacer pensar que fue algo que no sirvió para nada, que no hubo enseñanza. Peor todavía: que no hubo rentabilidad.
El lenguaje es el mensaje. Un lenguaje que crea sentido.

¿Seguir las reglas de lo que escribís?
Como si estuviéramos tocando, tal cual. Empezamos a tocar, y de repente nos damos cuenta que lo que estamos haciendo es un blues, y si es un blues, lo siguiente deberíamos tocarlo de esta manera. Entonces lo hacemos de esta manera, y después nos corresponderá hacer esto, que, si lo hacemos, nos abrirá el camino por acá.

«Hoy me peleé con un pulpo...».
Volvió el pulpo.

Pero ahí empezás.
Lo importante es que trabaje el lenguaje. Eso es lo importante. La literatura. Que el lenguaje y la literatura nos impacten. Que generen profundidad.

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OBRAS DE TENCONI BLANCO

Montevideo es mi futuro eterno 2010
Lima Japón Bonsai 2011
Quiero decir te amo 2012
La fiera 2013
Las lágrimas 2014
Futuro 2015
Walsh artista contemporáneo 2016

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PREMIOS

Premio Teatro del Mundo a Mejor Dramaturgo (Quiero decir te amo - La fiera)
Premio Hugo a Mejor Libro y Mejor Dirección (La fiera)
Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia (Todo tendría sentido…)

Foto: Cortesía

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