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La no industria musical en Ecuador: hacia la recuperación de un paciente terminal

La no industria musical en Ecuador: hacia la recuperación de un paciente terminal
13 de enero de 2013 - 00:00

Ecuador es un territorio de música. La cantidad de cantos y de obras, y la vastedad de festivales que año a año desfilan por nuestros escenarios y llenan nuestras carteleras culturales, son apenas el síntoma leve de esta realidad que es milenaria y que constituye, quizá, la más preciosa herencia que nos haya legado la historia.

El cronista Pedro Cieza de León ya nos contó, hace poco más de cuatro siglos, que los más sabios de entre nuestros abuelos prehispánicos atesoraban la memoria de sus pueblos “para que en cantares se supiese la vida” (1); y sabemos, por las evidencias que guardan nuestros museos, que aquí se tocaron flautas de tibia humana hace tres mil años, lo que nos recuerda que los vehículos más frecuentes de la música han sido siempre las prácticas rituales de la vida y de la muerte.

Si los primeros cazadores nómadas pasaron por estas tierras hace 10 mil años, como aseguran los historiadores, es de intuir que es esa la edad de nuestra música, pues la práctica de percutir en busca de ritmo es tan antigua como el ser humano, y todavía no se ha sabido de ningún viajero solitario que no fuera capaz de silbar o de cantar por componerse una melodía de alivio.

La conquista española de ayer y la invasión cultural en la que hoy se empeña el coloso del norte han fracasado en su intento por negar la riqueza  de nuestras culturas y han terminado por alimentarla, dejando, con su paso, los elementos técnicos y estilísticos a los que recurren nuestros compositores cuando buscan erigirse en los hombres más sabios de las generaciones contemporáneas; y son aquellos los elementos que se expresan en las interpretaciones de nuestras agrupaciones y orquestas cada vez que reviven las notas que silbaron estos sabios en las alegrías de su soledad.

Ésta, que es una realidad histórica que aflora en las prácticas de creación e interpretación de nuestros autores, músicos y productores, no ha logrado trascender el imaginario anecdótico con el que la identifica nuestra sociedad. En el Ecuador contemporáneo todavía se ve con ojos de recelo el que alguien pretenda encontrar en la música una actividad productiva que le permita vivir y sustentar una familia. Para un país cuya economía depende de la producción de bienes primarios(2), las aspiraciones serias de un sector que hace ocho meses solicitaba al Gobierno, a través de una carta abierta, “que se fomente e impulse la creación de una nueva industria musical nacional…”(3), no pasan de constituirse en una nota marginal en las conversaciones de sobremesa. Si somos un territorio de música, ¿por qué no existe una industria musical en el Ecuador?

La industria musical en el Ecuador: un poco de historia

Para caracterizar la realidad de las actividades musicales en Ecuador, basta con hacer un ejercicio simple de investigación primaria: al indagar en las bases del Servicio de Rentas Internas (SRI) se encuentran cero (0) empresas clasificadas cuya actividad principal corresponda a “música”(4).

Esto no fue siempre así. En nuestro país existió, durante toda la segunda mitad del siglo XX, una industria más o menos estable, cuya actividad y su capacidad de vinculación con otras industrias latinoamericanas alcanzaron para fabricarnos un ícono popular en quien hoy todavía es recordado con el apelativo de “Ruiseñor”, el único intérprete ecuatoriano cuyo trabajo tuvo una presencia fuerte en al menos tres de los mercados más competitivos de la industria del disco en la América Latina del siglo pasado: México, Venezuela y Colombia.

Aquel hito fue la desembocadura natural de un río que había comenzado a correr en 1930, cuando el primer inversionista ecuatoriano, José Domingo Feraud Guzmán, financió una grabación del dúo Ecuador -conformado por Enrique Ibáñez Mora y Nicasio Safadi Reves- en Nueva York(5); y que se fortaleció en 1946, cuando el guayaquileño Luis Pino Yerovi constituyó la primera empresa ecuatoriana vinculada con música: Industria Fonográfica Ecuatoriana S.A. (Ifesa). De allí salió la primera producción discográfica hecha en el país; un acetato de 78 rpm que en su cara “A” contenía el pasillo “En las lejanías”, de Rubira Infante y Wenceslao Pareja(6).  Pocos años después Feraud Guzmán constituyó la empresa Fediscos, cuya consolidación dio paso a otras casas disqueras, tales como Fadisa, Famoso, Psiqueros, entre otras.

Con la aparición de las empresas de producción discográfica y la posterior llegada de las transnacionales (EMI, Sony, Warner–MTM, Universal) aparecieron también las empresas editoras, que son las empresas encargadas de la administración y negociación de las composiciones y temas musicales. En 1973 se funda la Sociedad de Autores y Compositores del Ecuador (Sayce), primera sociedad de gestión colectiva encargada de recaudar y repartir las regalías generadas por el uso de las obras de sus socios. El escenario se vio completo con las tiendas y distribuidoras de  discos y con las empresas de producción de espectáculos.

Éste era, a breves rasgos, el escenario de la industria musical hasta el final del siglo XX.

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La noche neoliberal: de la crisis a la no industria

Los procesos de integración de las economías locales a una economía de mercado mundial, que se intensificaron luego de la caída del muro de Berlín y perfilaron el proceso de globalización, se manifestaron en la industria discográfica local con la presencia cada vez más fuerte de las transnacionales de la cultura y el entretenimiento: a finales del siglo pasado, seis grandes majors productoras dominaban aproximadamente el 80% del mercado mundial de música (Sony, Polygram, Warner, BMG, Thorn, EMI y MCA), y veinte empresas editoras manejaban una proporción similar(7).  La gran mayoría de ellas tenía presencia en el país, al punto de absorber algunas empresas locales. Tal fue el caso de la relación de la Sony con el sello ecuatoriano Psiqueros Records(8).

Esto respondió (y a nivel mundial todavía responde) a la lógica de sinergia empresarial que se materializa en las fusiones de empresas y capitales(9), y que al día de hoy ha dado como resultado a solo tres -ya no seis- grandes majors que dominan el mercado mundial de la música: Sony Music Entertainment (que absorbió a BMG); Warner Music Group y Universal Music Group (que absorbió a Polygram, Thorn, EMI y MCA).

En Ecuador, este proceso fue apuntalado por políticas estatales que pretendieron fortalecer el modelo neoliberal a partir de 1992, con el ascenso a la presidencia de Sixto Durán-Ballén, quien aplicó un proceso de privatización alineado con las políticas establecidas por el Consenso de Washington, cuyo resultado a largo plazo, para el caso que nos ocupa, se concretó en  1998 con la promulgación de la Ley Ecuatoriana de Propiedad Intelectual, cuyo carácter restrictivo en lo correspondiente a Derechos de Autor y Derechos Conexos tiende a la consolidación de un proceso de privatización cultural que pone el interés del titular de los derechos patrimoniales y conexos de obras y fonogramas (es decir, las regalías económicas que genera el uso de las obras) por encima de los intereses de autores y de los consumidores de bienes y servicios culturales. En el contexto de la industria en 1998, dichos titulares de derechos serían las majors.

Por otro lado, las tecnologías emergentes en los años 90, la comercialización masiva del CD-R (disco virgen que permite ser quemado para guardar información), de los quemadores de CD y el aparecimiento de formatos digitales comprimidos, tales como el mp3, cuyo bajo peso permite la rápida circulación de audio en la red con una pérdida de calidad poco perceptible para el oído no entrenado, causaron un remezón en la industria del disco cuyas consecuencias aún no se han superado del todo: de acuerdo con los datos de la IFPI (Federación Internacional de la Industria Fonográfica), en los últimos años (desde 2004 hasta el año 2011), la industria fonográfica a nivel mundial ha tenido un proceso continuo de reducción de su tamaño, con tasas de más de 10 puntos porcentuales de reducción por año.

En  Ecuador, este remezón tecnológico que inicia a finales de los 90 vino acompañado por una profunda crisis financiera cuyas consecuencias fueron cargadas a la población. En 1998 se elimina gradualmente el subsidio eléctrico, se anula el subsidio al gas, entre otras medidas, y se crea la AGD para que el Estado se haga cargo de las deudas de la banca privada (10).  Al agudizarse la crisis, en marzo del 99 el entonces presidente Mahuad decreta un feriado bancario y luego el congelamiento de los depósitos de más de 2 millones de sucres (es decir, más de 500 dólares).

Como resultado de todo esto, y el consecuente salvataje bancario, apareció un fenómeno migratorio que comenzó en el 2000 y que para 2008 arrojaba la cifra de más de un millón y medio de ecuatorianos(11) que habían salido del país en busca de mejores condiciones y oportunidades de empleo.

Pero la coincidencia del auge tecnológico con la crisis financiera, en el ámbito de la cultura, convirtió a los CD y los DVD en artículos de lujo, favoreciendo el crecimiento exponencial del comercio informal de discos caseros, que -además- apareció como alternativa al desempleo(12).

Podemos ubicar allí el origen de la no industria discográfica ecuatoriana. Tanto para las empresas de producción cuanto para las editoras de música dejó de ser rentable un negocio en el que la competencia informal era capaz de ofertar discos casi 20 veces más baratos que un disco original, dentro de un mercado cuyo consumidor no podía darse el lujo de gastar 20 dólares en un disco para dejar de satisfacer sus necesidades básicas. Las majors abandonaron el país y los emprendimientos independientes desaparecieron. Los datos del SRI lo corroboran.

Hoy en día, la cadena de valor de la industria del disco está rota y solo quedan dos extremos: los músicos y productores al inicio de la cadena, y los distribuidores de CD al final de ella, sin que exista un vínculo sano entre ambos. La falta de políticas que alivien esta realidad durante la primera década del siglo XXI ha mantenido a los distribuidores en la condición informal, y en muchos casos ilegal, en la que estaban a inicios del año 2000.

El único sector de la industria musical que no se ha visto afectado en mayor medida es el de los empresarios de espectáculos, quienes se benefician de la condición irregular de los informales, pues mientras más discos piratas de artistas de las majors internacionales circulan a través de sus redes, más publicidad gratuita obtienen los empresarios para los conciertos de estos mismos artistas. Un negocio redondo que siempre ha jugado en contra de músicos y autores locales. No es extraño, en este contexto, que los empresarios se encuentren adelantando gestiones para eliminar los cobros de las regalías por el uso de obras que hace la Sayce  en cada espectáculo musical, pretendiendo, de esta manera, abrir otro frente de piratería formal desde la lógica de la acumulación de capital en las arcas de dichos empresarios.

Hacia la reconstrucción de la industria discográfica ecuatoriana

El año pasado, el Ministerio de Cultura, a través de la Dirección de Emprendimientos e Industria Fonográfica, llevó a cabo un diagnóstico de las actividades de la industria del disco. Las cifras y los resultados arrojados son claros: 0 empresas clasificadas cuya actividad principal sea la música. Más de 2.200 tiendas informales de CD y DVD vs. 24 tiendas formales a nivel nacional; y una industria que pierde anualmente cerca de $ 177’838.633,00 debido al gran tamaño del mercado informal; y alrededor de $  7’700.000,00 de evasión en el pago de regalías por derechos patrimoniales en CD, debido a la alta circulación de piratería.

Esto sin tomar en cuenta la evasión que hacen los medios privados de comunicación por derechos de difusión. De 1.170 radios y 515 canales a nivel nacional, apenas un 15% paga estas regalías, convirtiéndose los medios privados en los más grandes piratas de cuello blanco.

Al no existir empresas, los músicos buscan maneras propias de financiar sus discos, sin que pasen por un filtro de estudios de mercado y de tendencias, de modo que las producciones no se trabajan en función de la demanda. Las radios, al ser la plataforma que aún domina en el consumo de música, son las que de alguna manera condicionan sobre la música que debe ser producida en Ecuador,  que está basada en modelos extranjeros. Esta lógica de producción, a la larga, no genera réditos de ningún tipo, ya que hasta 2012 solo el 9% de la rotación total en radios era de producción ecuatoriana, lo que se traduce económicamente a que solo el 27% de las recaudaciones por derechos de autor se quede en el país, mientras que el 73% va a los titulares de las obras más usadas por las radios, es decir, las empresas transnacionales de la cultura y el entretenimiento(13).

Por otro lado, la lógica arancelaria castiga aún más a la industria. Dado que en Ecuador, hasta hace seis meses, no existía ninguna empresa de fabricación de discos originales, estos debían ser prensados en el exterior e importados al país. Dichos discos están gravados con un 25% de arancel; mientras que los CD-R en blanco tienen apenas un 15% de arancel.  Como consecuencia lógica, esta realidad  constituye un incentivo a la piratería de CD, lo cual debe ser revertido a través de la aplicación de políticas públicas que tiendan a reformar los aranceles con la lógica de proteger a la industria local.

Lo mismo sucede con el arancel al policarbonato, que es la materia prima con la que se fabrican los CD.  Al momento, la oferta de fabricación de la primera fábrica ecuatoriana de CD originales (Maindisck) no presenta una mayor ventaja frente a la oferta de las empresas extranjeras debido a que los altos aranceles al policarbonato aumentan los precios de producción. Entonces resulta igual importar discos fabricados en Colombia pagando el arancel correspondiente que invertir en la industria local.

Por otro lado, los instrumentos musicales, una de las materias primas de la industria musical, están gravados con un 30% de arancel, como si se tratara de artículos de lujo.

Como consecuencia de ello, convertirse en músico profesional con insumos de alta calidad es un lujo que solo cierto sector de la población se puede costear. A largo plazo, esto ha dado como resultado que la práctica de los géneros musicales más populares en Ecuador (como son la cumbia y la chicha) haya evolucionado con un bajo nivel de calidad en la producción, y sus figuras más reconocidas hayan desarrollado una carrera en la que, cuando no prescinden de tocar con músicos en vivo porque les resulta muy costoso, no generan una buena remuneración a sus acompañantes, quienes en muchos casos suelen ser víctimas de maltrato por parte de quienes manejan la carrera del artista.

Estas son las realidades que deben ser cambiadas. Este año se han dado pasos muy importantes en relación a la regularización de los informales, y el país ya cuenta con más de 20.000 discos originales de alta calidad circulando a bajo costo, permitiendo que los comerciantes informales comiencen su proceso de inserción en el mercado formal. Esto ha sido posible gracias a Cultura, a través de un fondo concursable para la dinamización de la etapa de circulación y distribución de discos originales.

Es urgente que se apruebe la Ley de Comunicación y sus artículos correspondientes a las cuotas de rotación en radios y cuotas de pantalla, para subir el porcentaje de música ecuatoriana que rota en radios y, por ende, la recaudación de regalías para alimentar la industria local. Es necesario entender que la necesidad de una ley de 1x1 responde a una búsqueda de equilibrio en la balanza comercial. Si el 50% de música rotada en radios fuera producida en Ecuador, el porcentaje de regalías por derechos patrimoniales derivados del uso de música en radios aumentaría a, por lo menos, ese mismo 50%. El año pasado se logró regularizar los pagos de derechos de algunos medios, sobre todo canales de televisión. Este ha sido un primer  paso muy importante en el tema de difusión y distribución de contenidos. Ahora, es imperioso que esos contenidos sean, cada vez más, producidos en el país.

Por otro lado, se debe trabajar en incentivos económicos para la creación de empresas en este sector, para que se restablezca la cadena de valor que en este momento se encuentra rota; y fortalecer la enseñanza de las artes musicales a nivel secundario y a nivel superior.

Pero no solo las artes musicales deben ser profesionalizadas. Debe estimularse la tecnificación de los procesos de producción. Debemos aumentar nuestro número de productores profesionales, y especializar las ingenierías de sonido, de manera que en los años venideros no sea una quimera tener un estudio de masterización profesional en el país. En los otros momentos de la cadena, es necesario contar con profesionales en publicidad y marketing que se especialicen en la promoción de nuestros artistas y de nuestros espectáculos, lo que nos permitirá ampliar nuestros mercados y generar circuitos de giras nacionales.

Este año, y en pos de ampliar los mercados, se trabajará en la creación del primer catálogo de músicos ecuatorianos, con el objetivo de poder mostrar los productos artísticos nacionales en ferias y festivales en el exterior.

Hoy sabemos que es posible. Sabemos que hubo un tiempo en que el mundo giraba a 33 revoluciones por minuto, de acuerdo al estándar de los discos que traían impresa la vida sobre superficies de vinilo y acetato; o conforme lo determinaba una casetera. Hoy, aunque los formatos han cambiado, la vida continúa girando al ritmo de la batuta invisible que dirige a la música grabada y reproducida por cualquier medio, sea  digital o analógico, y lo seguirá haciendo hasta el final del recorrido que nuestra especie lleva haciendo por milenios, encaramada sobre esta esfera mágica que es nuestro planeta; pues tan cierto es que no existe viajero solitario que no sea capaz de silbar por componerse una melodía de alivio, como que nuestro Ecuador es y será siempre un territorio de música.

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