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Cementerio protestante: un lugar lleno de vidas por descubrir

Cementerio protestante: un lugar lleno de vidas por descubrir
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Para entrar al Cementerio Protestante hay que cruzar el puente que baja de la calle Loja, desde el este del Río Guayas. Esta era la «Calle del panteón» antes de que la ciudad se repletara de autos y edificios. Si vas al camposanto como viandante tienes que hacerlo rápido, antes de que un motorizado te dispare hacia la acera. Ahora mismo caminamos de prisa para subir la escalera lateral derecha y entrar por una puerta que siempre está cerrada. Un gato se pudre en el primer escalón y apesta. Es el anuncio de la muerte y el olvido.

En la entrada forjada con hierro negro, desde las diez de la mañana hasta las tres de la tarde está siempre el mismo hombre al cuidado del lugar. Se llama José Andrade. Es pequeño y moreno, viste una camiseta curtida por el tiempo y unos zapatos de lona. Nos pregunta por nuestras intenciones. Abre el candado y resalta que aquí no viene nadie. Trabaja con religiosidad en este lugar desde 1971, cuando le propusieron tomar la labor que hacía un tío suyo.

José es quiteño. Ha ganado el color del sol de Guayaquil, no su acento. Cuando el Centro Ecuatoriano Alemán, una de las entidades que regenta el cuidado de este camposanto, le ofreció el trabajo querían que viviera aquí, como hizo su tío. Tiene habilitada una caseta en una de las laderas del cerro y desde allí puede verlo todo, pero el espacio es muy pequeño y lo usa solo para cambiarse de ropa y dejar las herramientas con las que poda la maleza, al menos lo que más puede de ella.

«Estoy aquí, sobre todo, para que no se metan ni marihuaneros, ni ladrones», dice. Su trabajo aún lo paga el Centro Ecuatoriano Alemán y un excónsul de Noruega porque su padre está enterrado aquí. Aunque José quiere funcionar como espantapájaros de profanadores de tumbas, la estrategia resulta fácilmente quebrantable. Entre la maleza de los espacios, que la edad ya no le permite recorrer, hay botellas de cerveza con pañuelos negros doblados en su abertura, como si hubieran servido de candelabros en alguna procesión.

Las tumbas de mármol están rotas y regadas en el piso, algunas fosas están abiertas, a los ángeles se les han caído las alas y las rejas, que sostienen la cerca en la ladera, han cedido al desmoronamiento de la tierra. Cuando se creó la Junta de Beneficencia de Guayaquil, en 1888 y se confió la administración del Cementerio General a esta entidad, nadie se preguntó por el cuidado de este territorio contiguo. Ahora que el Municipio de Guayaquil ha diseñado el plan de estaciones de la Aerovía tiene planificado construir una torre de control en la calzada de este cementerio descuidado. Con ello, hay también un plan para restaurar este bien patrimonial en emergencia, donde algunas tumbas se han perdido y donde personas que contribuyeron al desarrollo de la modernidad del país están olvidadas.

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El llamado Cementerio de Extranjeros o Cementerio Protestante se construyó en la década del 70, del siglo XIX. El historiador Emilio Estrada, uno de los difusores de la leyenda de Guayas y Quil como origen del nombre de la ciudad, también escribió en la Guía Histórica de Guayaquil que el cementerio abrió luego de la muerte de John Neal, un judío, que como muchos otros, no pudo ser enterrado en el panteón que en esa época estaba bajo la administración de la Iglesia Católica.

Neal murió en 1866. Era encargado de negocios de la S. M. Británica. Cuando cargaban su cuerpo hasta el Cementerio, funcionarios eclesiásticos impidieron su entierro porque era protestante. Según Víctor Hugo Arellano, director del Museo Municipal y quien prepara un trabajo sobre las personalidades que fueron enterradas en este lugar, la construcción de este Cementerio sería anterior a lo que se ha dicho.

La historia con el entierro de los protestantes se repitió una y otra vez. Le pasó a William Turner Coggeshall, un diplomático y editor estadounidense que pidió ser embajador en Ecuador con la idea de que las montañas quiteñas calmarían la tuberculosis que pescó como agente secreto. Un año después de llegar al país murió y su hija tuvo que mover su cuerpo a la única ciudad en la que admitían enterrar a los protestantes con, al menos, una ceremonia digna. Ella murió en esta ciudad cuatro meses después enferma de fiebre amarilla.

Hans Michaelson huyó de la Alemania nazi en la época del Holocausto. En Guayaquil dio clases en el colegio de Bellas Artes e influyó el trabajo de autores tan importantes para el país como César Andrade Faini o el mismo Enrique Tábara. Él, recientemente descubierto en Alemania, luego de que los nazis borraran su nombre e imagen de la historia, está enterrado junto con su esposa en este lugar en el que las tumbas y los cuerpos están confundidos por el paso del tiempo y su forma de deteriorarlo todo.

Muchos de los protestantes que murieron en esa época en una ciudad donde era fácil contagiarse de fiebre amarilla ya no tienen una tumba sobre la tierra en la que están enterrados. Sus familiares, a veces pocos, preferían no otorgarle a la muerte tanto cuidado, ni inscribir sobre mármol sus nombres. «A veces solo dejaban una cruz de madera y eso está perdido».

Los sarcófagos que se levantan en este lugar también son de piedra, como el de uno de los miembros de la familia Müller o el de Kaj Collin Nielsen.

En este cementerio enterraron al caricaturista alemán-estadounidense Thomas Nast. Su trabajo se publicó en el Illustrated London News y en la revista Harper’s Weekly. Según Arellano también dibujó en el periódico local La Nación sin que queden rastros de ello. Sus caricaturas fueron revolucionarias. Nast apoyó a través de su trabajo a los indios norteamericanos y abogó por la abolición de la esclavitud.

En Worse Than Slavery (peor que la esclavitud) combatió la violencia del Ku Klux Klan. En ella graficó a una familia negra cuya casa es destruida por un incendio. Al mismo tiempo se ve a dos miembros del Ku Klux Klan apretándose la mano como señal de victoria contra los bienes de los negros estadounidenses. Tal vez muy poca gente lo ubique por aquella imagen, pero sí lo harán por la gráfica en la que reinterpreta al Tío Sam apuntando con su dedo índice a quien lo mire y vestido con la bandera de Estados Unidos. Esta vez, bajo la leyenda «I want you for US Army» dice «nearest recruiting station».

Nast vivió en Guayaquil en 1902, designado cónsul general de Estados Unidos por el presidente Theodore Roosevelt. Ese mismo año murió enfermo de fiebre amarilla. Su cuerpo fue exhumado para regresar a Estados Unidos.

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Muchas de las personas que están enterradas en este cementerio no se fueron, ni dejaron poca descendencia, a pesar de que en la mayoría de los casos los registros con los cuales se puedan construir sus historias son pocos.

Hace diecisiete años, los descendientes de Friedrich Adolf Utterman decidieron rastrear sus orígenes y ascendencia. Sus hijos dieron con el hermano de este alemán a través de unos registros digitales. La familia se reunió para unir pistas y decidieron la publicación de un libro que se distribuyó solo entre ellos.

En esta publicación especulan que los datos sobre la llegada de Utterman a Guayaquil se produjo en 1888, seis años antes de casarse con María Sotomayor a través de un rito católico. Los registros de la boda y la casa que tuvieron se perdieron en el Gran Incendio que sufrió la ciudad en 1896.

Utterman habría llegado motivado por alguno de los conflictos de su natal Alemania junto con su padre y, posiblemente su hermano, que después migró a Estados Unidos. Su madre, según la correspondencia nostálgica, se quedó sola cuando ellos decidieron dejar el país.

En 1914 cuando estalló en Europa la Primera Guerra Mundial y a Ecuador, como pasó en otros países forzados por decidir al ritmo de la política estadounidense, llegó la notificación de despedir a todos los alemanes de las compañías comerciales que tuvieran vínculos con Estados Unidos.

Adolfo Utterman renunció a su trabajo en la casa Müller para internarse en una hacienda en Vinces, donde su suegro era productor de cacao. Utterman sufrió las consecuencias de un conflicto del cual nunca se sintió parte. Falleció en Guayaquil, a los 82 años, un día que salió a caminar y se cayó. Le diagnosticaron un derrame cerebral y lo enterraron con todos los honores en el Cementerio de Extranjeros aún cuando él lo había dejado todo por camuflarse en el país en el que construyó su vida y su descendencia. La tumba de Utterman era solo una cruz que se ha caído y perdido con el tiempo. Algunos de sus descendientes son capaces de identificar el lugar exacto en el que está su cuerpo.

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Víctor Hugo Arellano guarda en la computadora de su oficina, entre cientos de libros y papeles, las imágenes que ha ido recolectando con el tiempo sobre los extranjeros que se enterraron en este cementerio. Allí están también sus antepasados.
En el archivo guarda fotos de personajes que vivieron en la ciudad en el siglo pasado y cuya historia ha ido recolectando de a poco. De algunas podrá escribir más de 20 páginas, de otras a penas una breve reseña sobre su paso por el país. Dice que tiene 20 años en el mismo trabajo y no quiere revelar la fecha exacta en la que se fundó este cementerio ni su primer entierro hasta que la publicación que tiene con el Municipio de Guayaquil vea la luz. «Luego me copian el dato», dice.

Parte de este levantamiento de información incluye excavar en el lugar para detectar cuerpos que no están contabilizados entre las 111 tumbas que ha registrado el municipio de la ciudad. Luego se intervendrían las laderas por las que caen las rejas que delimitan el lugar, las escalinatas en las que se llega a algunas de las tumbas más antiguas y la estatuaria que ahora está partida por el descuido. Mientras, José, sigue a cargo de remover la maleza. (I)

El Municipio de Guayaquil tiene proyectado implementar un plan de intervención y firmar un convenio con la Junta de Beneficencia para el cuidado del lugar.El Municipio de Guayaquil tiene proyectado implementar un plan de intervención y firmar un convenio con la Junta de Beneficencia para el cuidado del lugar. Foto: William Orellana.

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